miércoles, 30 de noviembre de 2011

Podcast de la charla con Marçal Font en el Laberint de Wonderland




Hoy en el Laberint tuvimos el placer de contar con el poeta y librero Marçal Font, con el que hablamos sobre su trabajo con libros y versos. Puedes escuchar nuestra charla a partir del minuto 37 del Podcast clickando aquí

martes, 29 de noviembre de 2011

Miércoles 30, Marçal Font Espí en el Laberint de Wonderland




Este miércoles cerramos nuestro tríptico dedicado a libreros y librerías con un invitado de excepción. Contaremos con la suerte de tener en el estudio a Marçal Font, poeta y librero con el que hablaremos de sus varias facetas profesionales.







Cada miércoles a partir de las 15h

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En directo: Rne4

domingo, 27 de noviembre de 2011

Ejército enemigo de Alberto Olmos en Culturamas


El patio de vecinos, la colectividad y el Ejército enemigo de Alberto Olmos

Por Jordi Corominas i Julián.



Ejército enemigo. Alberto Olmos. Mondadori. 288 páginas. 19’90 €.


De repente, las críticas cobraron otros matices. Los reseñadores que ahorraban espacio y profundidad cambiaron pelaje. Los textos eran analíticos y desmenuzaban la construcción de personajes, el peso de determinados factores en la trama y el encaje de cualquiera de sus piezas. Era fascinante. El conjunto daría para uno de esos flashes con titulares que aparecen en algunas películas de época. La novela del año. Una decepción. Se acerca a lo esperado. Notable con peros. Una obra importante de la actual literatura española. El Universo se había transformado con otoño y Ejército enemigo de Alberto Olmos.

De golpe y porrazo los críticos se apresuraban para publicar su opinión lo más rápido posible, planteándome la duda si la operación obedecía a la conciencia de importancia en la red del escritor madrileño, referencia entre comentarios malheridos y el fabuloso mundo de los anónimos, o a la calidad de su escritura a lo largo de una trayectoria que atendía una consagración en forma de obra maestra con valor generacional.

Luego estaban las entrevistas, numerosas y con apuntes que incidían con más claridad en lo dicho por cada lector que optó por escribir sus pensamientos sobre Ejército enemigo y exponerlos en público. Las preguntas, salvo alguna excepción de peso, solían ser previsibles y las respuestas denotaban una mezcla de cabreo disimulado, asunción de la repetición y sonrisas medio burlonas al poder desarrollar una explicación coherente de los temas que plantea la novela.

Tanta información satura y divierte a partes iguales al generar una especie de bucle literario, un pez que se muerde la cola. Podríamos alabar la desinteresada labor de difusión de muchos reseñadores o menospreciar el oportunismo que deducimos de determinadas actitudes. Sin embargo sé que mi visión es errónea y limitada por pertenecer a un extraño magma denominado mundillo, un círculo endogámico que definió mejor que nadie Jaime Gil de Biedma al decir que un grave problema de las letras hispánicas radica en que sólo los poetas leen a los poetas.

Otro debate relacionado con lo anterior me hace intuir que el propio Olmos ha seguido la discusión replanteándola con una vuelta de tuerca. Si tengo quinientos lectores no puedo sentirme escritor dijo recientemente, como si de este modo concluyera que el alud mediático en Internet sobre el volumen editado por Mondadori corresponde más bien a una realidad dual entre papel y red, entre un periodismo que pese a su decadencia continua marcando la pauta de lo que vale y una blogósfera que alterna bitácoras de referencia, chascarrillos a tutiplén, páginas cargadas de entusiasmo, promoción personal y guerras de bandas.

Todo esta introducción nace de una reflexión previa que fui hilvanando los días posteriores a la lectura de Ejercito enemigo. La cantidad de disquisiciones hizo que imaginara tres tipos de lectores. Uno había recibido el libro en su casa mediante un envío de la editorial. El segundo había leído referencias, adquiriéndolo en la librería, donde el último amante de la lectura compra el texto porque siente curiosidad por la chica pija y revolucionaria de la cubierta. Este triunvirato capta el objeto y su contenido desde coordenadas que descienden en intensidad. El primero tiene el poder de dictar sentencia. Los dos siguientes son seres humanos que consumen narrativa más por placer que por profesión, aunque uno de los elementos sabe más y puede que caiga en la tentación de querer subir al vórtice de la pirámide.

Así pues estamos ante dos posibles lecturas, la supuestamente académica, que en algunas lecturas lo es, y la que relate los pormenores que hacen de una novela un entretenimiento que perdure más allá del estricto tiempo en que es disfrutado o detestado. Novela para escritores o novela para cualquier ciudadano. Novela que para ser generacional debería captar el espíritu de la época, lo que sin duda trasciende las artes y se instala en el imaginario colectivo.

Esta misma reseña tiene algo de exageración. No descubro la piedra filosofal ni lo pretendo. Agradezco haber estado bastante ocupado estas dos últimas semanas para dejar que mi cabeza reposara el fruto que ha impulsado tantos tecleos críticos. De este modo las teselas de Ejercito enemigo han ido diseminándose en mi cerebro. Quedaron las esenciales.

Su trama gana raigambre por los temas que la surcan, de plena actualidad y con lo anecdótico que su tejido conspirativo enlace con este 2011 de 15M y revueltas sociales. La solidaridad ha fracasado es el lema que mueve las fichas desde una conversación en un bar entre los dos protagonistas.

Santiago es un publicista que representa mugre social, mediocridad más común de lo que creemos entre las infinitas ventanas de la cuadrícula urbana. Está quemado por el trabajo y tiene una frustrante vida sexual que se acrecienta por su aislamiento social. Entre sus pocas amigos está Daniel, un chico al que ve de uvas a brevas hasta que fallece en misteriosas circunstancias con un toque al asesinato de Pier Paolo Pasolini en Ostia. Tras la noticia Santiago recibe una herencia envenenada: la contraseña del correo del fallecido, lo que abre la puerta a una serie de conexiones que van desde el curriculum sexual del muerto hasta dar con las pistas que permitan encontrar a quien sesgó su vida. Y en medio la revolución de unos pijos aburridos que al comprobar el fracaso del buenismo de ONG y manifestaciones apuestan por un método más violento, como si del Mayo del 68 mutáramos hacia la guerrilla de los años setenta y el terrorismo de célula.

El regalo es la guinda del pastel para Santiago, obsesionado con su existencia, taxónomo de sus propias actividades en una libreta que cobra otra significación cuando irrumpe el e-mail de Daniel y quiebra un orden que traslada el centro de gravedad del enfermizo ego a la serie de parcelas que almacena la cuenta del finado. De la observación avanzamos a una acción de contactos con los principales implicados, amistades de Daniel que importan tanto para entender la organización de la lucha antisistema como para, desde su interior, intuir aspectos que den luz al caso y permitan resolverlo.

Si todo el texto se basara en estos puntos seria denso y de una intensidad desbordante que se percibe en algunos fragmentos. Olmos ha preferido rebajar la carga con tiempos muertos, que en nada son inútiles. La distracción masturbatoria del Chat roulette navega en la procrastinación y el trato interpersonal en el siglo XXI, donde la red aporta una marea de información capaz de secuestrarnos en una dimensión útil y otra que patetiza la sociabilidad y la sienta en la silla del control capitalista.

El uso que la novela hace de las ya no tan nuevas tecnologías apunta a fenómenos que más que escandalizar deberían alegrarnos. Sí, se nos manipula con tanto aparatito, pero el ser humano ha aprendido a usar los chismes para su propio beneficio. Los móviles que engendran protestas, el Twister y sus trending topics o el Facebook con sus arranques narcisistas son herramientas manejadas por el demonio para hacernos vislumbrar una esperanza que active una transformación. También son un mecanismo que retrata cronologías personales con SMS, llamadas, saludos y confesiones. Al meter ambas prácticas de comunicación en la novela, Olmos acierta. Nos gustará más o menos lo que pone en boca de Santiago, pero desarrolla una crítica constructiva que censura y advierte. Lo primero, una generación estancada por el contexto que emplea determinados recursos para agitar el panorama desde una poltrona, aún no sabemos que camino tomará. Lo segundo, el éxtasis de un omnímodo engranaje que domina al milímetro montañas de documentos, es una certeza preocupante.

Santiago juega a ser Dios en la normalidad de una cultura juvenil de drogas, hastío y bobismo en la que está integrado casi a su pesar porque es la vía del conformismo. Pan nuestro de cada día, donde las situaciones cursis se dan porque por desgracia la solemnidad en la vida es escasa. ¿Queremos literatura que idealice la realidad o vómitos que en la literatura plasmen la realidad? El barrio es un espacio fantasmagórico, basura obscena, un laberinto que hace de Ejercito enemigo un mapa que acoge a sus componentes encerrados en sus eternas guaridas de invierno. Prima la inconsecuencia y el desprendimiento de toda responsabilidad hasta abrazar un paroxismo de alienación puede que sea el gran mensaje. El bien o el mal revolotean y consienten que el argumento no decaiga, algo que el tuya/mía entre lo personal y lo político consolidan. El volumen se lee de un tirón, entretiene y si se mastica debidamente alberga ingredientes que incitan a la reflexión sobre determinadas problemáticas de nuestra era.

Otra cosa es la cuestión tan manida de novela generacional. Creo que tal calificación prematura responde a la velocidad de crucero que toman las etiquetas en la actualidad, como si fuéramos incapaces de pasear sin tags que nos guíen en este mareo de fast-food donde todo tiene que ser instantáneo, craso error que destierra la coherencia del recorrido, la longevidad no entiende de escaparates ni tampoco de rotundidad que epate. Quizá la mentalidad de tweet está malogrando nuestra capacidad más de lo que pensamos. No sirve de nada proclamar tal o cual afirmación sin una sólida argamasa teórica que es la que da al análisis una consistencia que traspasa la frontera del patio de vecinos. Ejército enemigo es más inteligente que la mayoría de libros españoles en su inserción de las nuevas tecnologías y sus efectos en la sociedad, esboza zonas que apuntalan una realidad contemporánea y sólo naufragaría si hubiera sido parido con vocación de ser generacional. Para eso no hay receta y raramente doctores que diagnostiquen con precisión quirúrgica tal anomalía.

sábado, 26 de noviembre de 2011

El intelectual melancólico de Jordi Gracia en Revista de Letras


Una reflexión sobre “El intelectual melancólico. Un panfleto” de Jordi Gracia,Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 21.11.11

El intelectual melancólico. Jordi Gracia
Anagrama (Barcelona, 2011)




Uno termina los estudios secundarios y accede a la Universidad con cierta ilusión de conocimiento. No hay salidas en las letras, pero eso no es problema, porque en la realidad las puertas del mañana se abren de otra manera, sin títulos ni diplomas que sólo sirven para decorar paredes o recordar que durante una época de nuestra existencia estudiamos y nos licenciamos en lo que se supone es nuestra especialidad.

La desazón universitaria llega cuando ha pasado el tiempo y la reflexión permite calibrar el estado del panorama. Mientras asistíamos a lecciones no tan magistrales acatábamos bibliografías que eran estupendas, compendios de sabiduría que la independencia entierra, sepultando el legado de las aulas en un magma que ayuda sin ser definitivo.

Quizá hace años, cuando Jordi Gracia esperaba vestir la toga que diera carpetazo a tantos codos y notas, los profesores eran más respetados que hoy en día. Su trayectoria, y nuestro desconocimiento, avalaba sus postulados de intocables en la cultura, hombres que tras una vida dedicada a su profesión merecían enseñar a los jóvenes desde unos estrados que con el tiempo perdían altura y se situaban casi a ras de suelo, falsa democracia visual, simulacro de igualdad rápidamente desmentida.

Quizá a principios del siglo XXI aún era legítimo pensar que los altos rangos académicos tenían una primicia intelectual a la que nadie más podía aspirar. Cayeron hojas, surgió la red y todo se atomizó. Maduramos, sopesamos y las conclusiones no tardaron en llegar.

A bote pronto el modelo que describe Jordi Gracia en su panfleto, algo que nunca debemos olvidar, el intelectual melancólico es detectable sin mucho esfuerzo. Opina con dureza sobre el presente y muy raramente toma contacto con la sociedad. Su puesto en la cúspide le impide mezclarse con los demás mortales ni siquiera en exposiciones. Durante una época tuve que asistir a muchas previas en museos y galerías. Los profesores universitarios brillaban por su ausencia. Su desinterés sólo desaparecía si organizaban o comisariaban el evento. Su invisibilidad física se complementaba con la de los líderes de su generación, siempre disponibles para escribir en suplementos nacionales, no así para dar su parecer más allá de tópicos, clásicos y figuras de relumbrón que marcaron su adolescencia y su trayectoria entre libros, conferencias y la sensación de estar en una cumbre eterna.

La montaña es peligrosa y comporta aislamiento. Gracia es una figura diferente. Por edad, apenas tiene cuarenta y cinco años, y criterio sigue en la brecha sin desdeñar la actualidad ni someterla a la tortura de la crítica estéril. Sin embargo, sus tesis en la obra que reseñamos pueden incluirle en una línea de riesgo. Aprecia y defiende los avances de los últimos doscientos años en Occidente mientras se rebela con mucha razón contra ciertos grupúsculos de poder que copan el mapa desde la inconsciencia de no saber que su hora ya transcurrió. Estos seres son letales porque, y eso no se matiza bien en el panfleto, en realidad continúan su periplo en la cúspide. Informan al ciudadano mediante sus textos impresos en rotativas de relumbrón. Su peso en las librerías ha bajado, pero ostentan el bastón de quien juzga desde lo trascendente, o más bien desde una trascendencia que los hechos desmienten, sobre todo cuando la Historia, que es una puta más sabia que todos nosotros, baila deprisa y desbarata la previsibilidad del escenario. Callan, y así apoyan el orden establecido, tan luchadores que fueron, tan héroes de salón, café, copa y puro. Son los autores de una parálisis en el jardín de las letras. Su decálogo insiste en la decadencia y evita que otros accedan a un paraíso que siempre acumula más gangrena.

La atomización les ha pillado desprevenidos. Son los culpables de una dualidad que en cierto sentido simboliza el nuevo duelo generacional en literatura. Por una parte los dioses de antaño, exiliados de lo palpable por voluntad propia. Al otro lado del ring los jóvenes que fueron en el ’68 trabajando gratis. Sacan reseñas, se atreven a perorar con atrevimiento y hasta tienen más frescura. Su problema es ver cómo la entrada al templo está tapiada por unos guardianes que no toleran nuevas peticiones porque juzgan cualquier actualización desde una óptica devastadora. Lo que se genera en 2011 es basura inaceptable, mierda nauseabunda que no merece ser comentada. Sus, por poner un ejemplo, reseñas de poesía sólo abarcan autores con más de cincuenta primaveras, y las excepciones a la regla se producen por amiguismo. El resto es sentarse en la poltrona, recibir un sueldo disparatado en relación al resto de habitantes y lucir galones con breves ensayos que ya nada aportan.



Para los intelectuales melancólicos el reloj se congeló cuando recibieron la primera inyección de prestigio. No se atreven a criticar el desprestigio de la Universidad, con el que algo tendrán que ver, porque es difícil arremeter contra quien te da de comer. Gran parte de esta tipología cultural bebe de una fuente dañina que ampara todos sus actos. Ser protagonistas, o eso dicen, o haber irrumpido durante la Transición les da una bula que ya empieza a ser cuestionada porque hasta se pone la ejemplaridad de ese período tan decisivo. Cuando se jubilen su pecado será el de haber contribuido al anquilosamiento de una institución que en parte por su culpa navega en aguas muy turbulentas, con niveles de calidad pésimos y un escaso interés por recibir un aire que oxigene sus instalaciones y permita a la tradición cumplir sus cauces en el término medio de lo antiguo y lo moderno. Cuando ellos no estén saldrán otros. Siempre ha sido así. No deben rasgarse las vestiduras. Lo imprescindible suena a cuento chino, y sólo pocos elegidos, seguramente los que como Juan Marsé respeten el fluir de los acontecimientos y no se metan en pantanos absurdos, sobrevivirán en el recuerdo. Lo harán por su contribución, no por agitar el gallinero con gritos mudos.

Un libro como el de Jordi Gracia no es carne de reseña, sino más bien de reflexión. Lo pretérito que pulula en la superficie tendrá en su esencia valores que al no ser revisados caen en un saco con agujeros. Los jóvenes turcos, lo que se perfila en el horizonte, también tienen una tarea muy digna, que desde mi opinión consiste en desafiar lo efímero y enhebrar creaciones que vayan más allá de la foto bonita o el murmullo de dos semanas. Ni el despiece irracional de lo que viene ni hablar mal de cualquier novela sobre la Guerra Civil son conductas apropiadas, como tampoco lo es jugar a ser literatos a base de marketing o taparse los oídos al padecer por la desinformación que produce el exceso de información, fenómeno goyesco adaptado a la posmodernidad.

En el periódico que leo, por devoción y porque me gustaría creer en la posibilidad de resucitar a un muerto que ha extraviado el rumbo con engaño alevoso, cada mañana salió hará cosa de dos años un artículo sobre el adiós del intelectual comprometido, tema oculto del panfleto de Gracia, que al realizar una obra de estas características puede que también esté, sin saberlo, sucumbiendo a un pesimismo que rehúye con buenos apuntes y mejores intenciones, aunque sin argumentos sólidos que bien podría haber desarrollado con un poco más de dedicación que transformara su indignación en construcción.

Quizá más que los nombres importe la estructura, que es la que hace de toda esa melancolía un llanto idiota que inunda el mar cultural y lo llena de barro que impregna los vestidos. Al fin y al cabo una deposición comporta posteriores encumbramientos. La rueda gira, nunca ha dejado de hacerlo. La crítica al estancamiento debería ser, y es un pensamiento muy optimista, un acicate para desechar máximas lampedusianas. Si ello acaeciera se constataría el fracaso, evidente, de un modelo y el volumen editado por Anagrama adquiriría pleno sentido en su denuncia.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Presentación de Grund zine+ recital anómalo de las Nocheviejas del Patriarca, Viernes 25 en la Marabunta de Madrid




Este viernes 25 a partir de las 19h la librería La Marabunta de Lavapiés acogerá la presentación del Grund magazine, revista que arranca a lo grandes, con ideas, aspiraciones y proyectos concebidos desde la consistencia, no desde lo efímero que tan de moda está en nuestro tiempo.


Cuando finalice la presentación recitaremos varios escritores. María Zaragoza, Jenn Díaz y Odile de l'Autremonde me precederán en un evento donde ofreceré un recital diferente de la primera suite loopoética, Las nocheviejas del Patriarca, mezclando voz en directo y un audio grabado.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Podcast de Libreros que aparecen en novelas del Laberint del Miércoles 23



Hoy hemos hablado en el Laberint sobre Libreros que aparecen en obras de narrativa. Hemos gozado de poco tiempo por causas ajenas a lo planificado, pero durante el tiempo del que hemos dispuesto viajamos con el librero asesino de Barcelona, Frank Doel de 84, Charing Cross Road, Luciano de Samosata y el librero de Kabul. Puedes escuchar la sección a partir del minuto 43 clickando aquí

martes, 22 de noviembre de 2011

Miércoles 23, Librerías en novelas en el Laberint de Wonderland



La semana pasada hablamos de Libreras y libreros ilustres. Acercándose el día de las librerías pensamos que merecían más protagonismo, y por eso en el programa del miércoles 23 comentaremos algunas obras en que estos templos bibliófilos tienen protagonismo.

1.- El llibreter assassí de Barcelona

2.- 84 Charing Cross Road

3.- Contra el ignorante que compraba muchos libros, de Luciano de Samosata

4.- El librero de Kabul






Cada miércoles a partir de las 15h

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lunes, 21 de noviembre de 2011

Manifiestos Vanguardistas Latinoamericanos




Hace cosas de dos meses Claudia Apablaza me ofreció prologar su maravillosa compilación de Manifiestos Vanguardistas de Latinoamérica. Me puse a la labor y el resultado ya está disponible, aunque lo importante es el volumen, único en España tal como menciona la nota de prensa de la editorial:



El libro Manifiestos vanguardistas reúne por primera vez en España los textos fundacionales de las vanguardias latinoamericanas del siglo XX: los panfletos y proclamas de los colectivos de trabajo que surgieron en ese momento y que manifestaban una nueva estética y ética de trabajo y producción artística, la ruptura con los cánones establecidos y los modelos imperantes en ese momento: el creacionista, de Vicente Huidobro; el ultraísta, de Jorge Luis Borges; el antropófago, de Oswald de Andrade; el estridentista, de Salvador Gallardo, Maples Arce y Arqueles Vela; el euforista y el atalayista; el Somos, de Arturo Uslar Pietri; el martinferrista, en Argentina, de Oliverio Girondo; el nadaísta colombiano; el negrista cubano, de Alejo Carpentier; el zoísmo-gesto, panedismo y pancalismo; el vedrinismo, el diepalismo o el postumista, de Andrés Avelino y Rafael Augusto Zorrilla (República Dominicana), entre otros.

sábado, 19 de noviembre de 2011

El niño perdido de Thomas Wolfe en Revista de Letras


Perfecta estructura, magnífico lirismo: “El niño perdido”, de Thomas Wolfe
Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 16.11.11


El niño perdido. Thomas Wolfe
Traducción de Juan Sebastián Cárdenas
Periférica (Cáceres, 2011)


Cada literatura contiene en su maleta un recoveco casi indetectable por donde circulan grandes autores desconocidos, nombres que brillaron en su época y más tarde cayeron en un amargo pozo del olvido. El caso de Thomas Wolfe constituye un notorio ejemplo que sorprende y desconcierta por la facilidad con que apartamos determinadas perlas del horizonte, como si del infinito río de palabras que se publican el paso del tiempo seleccionara un decálogo destinado a eclipsar fuegos de calidad sin tanta resonancia.

Por suerte, en ocasiones alguien acude al rescate y restablece el hilo cronológico. Wolfe fue alabado por Sinclair Lewis , que incluso lo mencionó en su discurso de recepción del Nobel, admirado por William Faulkner e idolatrado por Jack Kerouac, quien consideraba El niño perdido como una obra cumbre por poética y altura narrativa.

No nos extraña en absoluto la opinión del autor de On the road. El niño perdido es una nouvelle autobiográfica sobre la muerte de un hermano contada desde cuatro puntos de vista que dan a la trama un atuendo filosófico que de la vida en estado puro vuela hacia la permanencia del recuerdo cuando todo el mundo ha marchado y los espacios marcan la arqueología de la memoria.

La desaparición física de Grover a los doce años termina con una etapa de ilusión y optimismo resumida en su energía. El chico no necesita recorrer mucho trecho para maravillarse y saciar su curiosidad. Más tarde sabremos que viene de Indiana y está en Saint Louis por la célebre Exposición Universal de 1904, que coincidió en la ciudad norteamericana con la tercera Olimpíada de la era moderna. Grover tiene la plaza como gran patio de recreo que comunica con sus inquietudes desde una falsa estabilidad. La detallada descripción que Wolfe ejecuta de ese pequeño mundo en miniatura concuerda con la velocidad de pensamiento del protagonista, cámara que en su nerviosismo sitúa cada pieza del tablero con precisa aceleración hasta que centra el foco en una escena interna. Del exterior nos movemos al interior del negocio de gelatina, donde surge el conflicto y una agridulce historia entre estampillas y la imponente figura paterna, apabullante desde su simpleza.



Leemos esta fábula real y nos dejamos contagiar por su despliegue de vitalidad, desvanecida en las últimas tres partes por la misma estructura del manuscrito, una elegía que del canto inicial vira hacia zonas más oscuras mediante un engarce de testimonios que podrían haberse inspirado, aunque es algo osado decirlo y más tratándose de una nouvelle, en la estructura narrativa de El ruido y la furia. Las voces glosan una escala decreciente que apaga el hálito de Grover poco a poco, lentamente. La madre rememora el viaje de la ilusión hacia Saint Louis, con el niño metido de lleno en una situación típica y concreta. Una charla en el tren completa el círculo de la avidez de conocimiento y prosigue con la dinámica de escenarios donde las personas apenas se mueven, son más bien transportadas. En la plaza las tiendas delimitan el teatro, que en la locomotora es un compartimento de un vagón, suficiente para responder a muchos porqués que trazan un esbozo de la personalidad del joven que con su esperanza hacia avanzar a los otros miembros de su familia.

Las dos secuencias que cierran El niño perdido son las más poéticas y abordan la muerte desde una vertiente que convierte en un cuadro cubista o uno de los experimentos de Monet con la luz. Los cuatro facetados de Grover forman un lienzo que no puede mirarse, en este caso leerse, con ojos rutinarios. El relato exige y su progreso llena huecos incomprensibles hasta alcanzar una totalidad que asimismo es posible observar como varias muestras exhibiendo estados que se comunican entre sí con naturalidad porque parten del mismo hilo.

La conciencia del inminente fallecimiento, la asunción de la enfermedad, tiene un lirismo más contenido que no renuncia a construirse con tintes sociales. La euforia por tener dinero es una constante que esgrime solidaridad y compañerismo quebrado con el mal, volver al hogar y hallar reposo en la cama, metáfora evidente que permitirá un sentido colofón que en mi modesta opinión va más allá de las letras al articular imágenes de rara belleza.

La economía de medios de Wolfe aturde en el cuarto segmento. El retorno a Saint Louis del narrador es una travesía en la invisibilidad, un paseo a tientas que advierte de la precariedad de nuestras referencias y de la fugacidad que nos rodea. Recuperar el pasado se revela un imposible alimentado por el presente, que destroza hábitos que van desde el nombre de una avenida hasta la desaparición de un mapa que creíamos fijo. Está el alojamiento que los padres de Grover usaron para alojar a los vecinos de su Asheville natal. Permanece y quizá quiera ser el eterno vestigio que todos conservamos en la superficie incluso cuando nuestros seres queridos hayan expirado, milimétrica parcela de esencia que en el relato es percibida como un milagro o la visita a un lugar santo, la constatación de una brizna que activa reminiscencias canceladas de la tierra y el cerebro.

Dotado de un especial talento para armar obras maestras en formato breve, Thomas Wolfe feneció a los treinta y ocho años de edad víctima de la tuberculosis. El niño perdido desprende inteligencia en cuerpo y forma. Su estructura es una invitación al riesgo que se complementa con una prosa ágil, medida en función del ritmo que quiere darse al conjunto y habilidosa al emplear los vocablos con vocación poética sin que esta anule al texto, más bien lo contrario, porque cada palabra elegida ocupa su posición en la obra en función de lo narrado. Sin barroquismos, dominando con maestría la simplicidad de una existencia y unos hechos cotidianos hasta conferirles épica mediante una grandeza intangible que empapa El niño perdido.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Música para un recital con las Nocheviejas del Patriarca



Estos días he estado preparando la música para un recital que daré el próximo viernes 25en la librería La marabunta de Madrid con motivo de la presentación de Grund Zine. Decidí musicar nuevamente las Nocheviejas del Patriarca, primera suite loopoética, para recitarlas con un método que alterne una voz en directo y otra grabada. Por eso en el audio que cuelgo con la entrada notaréis que hay partes donde sólo se oye música. En esos segmentos es donde recitaré a viva voce para encadenar mi verso con el grabado.

Las nocheviejas del patriarca es una suite que ya tiene cierto recorrido. La escribí en verano de 2008, pero sigue divirtiéndome y gustándome mucho, quizá por eso vuelva a ponerla en escena de otra manera muy diferente a la performance. También la podéis leer, prologada por Rebeca Yanke, en el e-book Loopoesía(s), editado por descrito Ediciones.









Camisetas rayadas blanquiazules en Se fue al otro barrio de Bcn Mes


Todos/as vais con camisetas rayadas blanquiazules, by Jordi Corominas i Julián


Los Estados Unidos demostraron al mundo que las mejores invasiones son silenciosas. Los territorios se ocupan con lo económico, que impone productos y gesta con lentitud la homologación del gusto mediante el consumo. En época de bonanza Barcelona recibió alabanzas e improperios de toda España por ser la ciudad más heterodoxa en su moda. Cada individuo quería aportar un granito de arena que aportara diferencia y, horrible pareado, en apariencia así era, pero no, de nada sirve engañarse porque una cosa es la carcasa y otra bien distinta el funcionamiento interno del vehículo. Las ropas caían con la palabra, el aroma rezumaba mediocridad y a otra cosa mariposa. Monigotes de feria luciendo atuendos mientras predicaban un discurso cansino por repetitivo, siempre la misma cantinela en labios distintos ansiosos de ser únicos.


La crisis ha cambiado el horizonte. Una tarde de septiembre paseaba por Madrid y divisé en menos de veinte minutos cuatro camisetas idénticas. Picasso y Jean Paul Gaultier en la cima. Rayas blanquiazules por doquier en chicas que sólo tenían en común su paso por el mismo negocio de oferta y baratija. La prenda en cuestión reapareció con estrépito en otro barrio. Luego en otro. Cogí un tren. No importaba el contoneo. Sants Estació. Un sueño en blanco y negro con el malagueño hablándome con su tela fetiche. No. Ya no era el genio, era la multitud ataviada con complejo de ejército de trabajadores resignados a la monotonía textil. Las hojas del calendario decidieron levitar, la marmota se imponía sin capa ni espada. Muchos billetes de euro desaparecieron en masa y las tiendas fueron vaciándose del modelo marinerita de luces.


Abrí una encuesta. Dos amigas opinaban que el fenómeno sociológico que tanto desgastaba mis neuronas era otra metáfora más de la decrepitud de Occidente. Ellas, y quien escribe lo recordaba a la perfección se enfundaron el objeto de deseo de media Humanidad muchos años antes, cuando llevarlo era noble, un signo de distinción de alumno aventajado que nunca tolerará compartir trapitos con la muchedumbre. Una foto de Facebook me delató que una compañera de recitales poéticos también fue pionera en la tendencia sin saberlo. Mis más sesudos análisis fecharon la posible trampa de los diseñadores en Jean Seberg y el romanticismo vintage que emana la norteamericana que vendía periódicos en los Campos Elíseos al grito de New York Herald Tribune, New York Herald Tribune en Al final de la escapada. Ya conocen la historia. Barcelona ya no es bona si la bolsa sona, es lo más irremisiblemente, pero algo huele a podrido en Dinamarca.


Al despertarse una mañana de octubre Jordi Corominas i Julián bebió café, salió a comprar el periódico y tras cavilar un rato sobre la suerte de la jornada optó por sentarse en un banco de una céntrica avenida y contar las personas que lucían orgullosas una camiseta con rayas blanquiazules. No era la equipación del Español: era una plaga anónima. La gente repudiaba la complicación y asumía su condición carcelaria con pasmosa naturalidad. Las chicas eran las estrellas. Gordas, flacas, quillas, niñas, adolescentes, novias, madres, abuelas, tías, hermanas, tatarabuelas, prostitutas y hasta panaderas sonreían al ser observadas con su look a la última, una fulgurante novedad que atiborraba el mapa. ¿Pasos de Cebra? Hice una ecuación matemática. Si juntaba todas las prendas vistas en mi recuento podría trazar una línea recta infinita que se fundiera con el mar y hundiera tanta miseria en su propio abismo de conformismo, como si una invisible renuncia a la identidad individual nutriera la cuadrícula de pesadumbre que incrementaba el sexo masculino, que en menos que canta un gallo imitó sin pudor alguno la elección de las féminas, quebrando así un pacto no escrito de algodón, cuerpo y hormonas de tallas dispares y una larga tradición de polo opuesto.

Ayer remataron la faena. En Paseo San Juan una pareja iba de uniforme. Se daban la mano, se miraban embelesados y caminaban con la convicción de la unidad. Fruncí el ceño. ¿Es lo rayado un signo oculto, un jeroglífico de la revolución? Las finas líneas que impedían la hegemonía del blanco en la camiseta devinieron policromas. En el metro la ortodoxia era verde, azul, negra, roja, amarilla y turulata. Rayas más allá de los lavabos. Rayas en el cerebro, cartas de ajuste ciudadana en movimiento, bloque granítico, pentagrama sin música ni arte que pudre los ojos y amenaza ruina, con la originalidad en el desagüe y la aceptación del ninguneo comunitario en el escaparate.


Ilustración: Nil Bartolozzi

jueves, 17 de noviembre de 2011

Esbozo de audio para una nueva intro a Las nocheviejas del Patriarca


En 2009 la primera versión del proyecto Loopoesía musicó la suit Las Nocheviejas del Patriarca para el espectáculo. Estos meses estoy recuperando ese trozo de mi historia y he decidido recitarlo entero de una manera muy especial que espero representar en breve por Madrid y Barcelona. Estoy haciendo pruebas con la música y ayer salió un esbozo del principio. No es definitivo, hay que hilvanar partes, ponerle audio de voz en algunas partes y encajar mejor el todo, pero me apetece ver que impresión produce, así a bote pronto.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Podcast de libreros y libreras en el Laberint de Wonderland




hoy la actualidad nos ha dejado algo más de tiempo y hemos disfrutado en el Laberint de un paseo de la mano de libreras y libreros célebres. Adrienne Monnier, Sylvia Beach, Paco Camarasa y las calles dedicadas al gremio nos han acompañado en nuestras andanzas. Podéis escuchar la sección a partir del minuto 40 clickando aquí

Jueves 17, Novelas de Franz Kafka en "Diàlegs al voltant de Franz Kafka"



Cerramos el ciclo que hemos dedicado durante 3 jueves a la figura de Franz Kafka. En esta ocasión el tema serán sus novelas. Moderaré una mesa en la que intervendrán David Monteaguado y Lluís Izquierdo.


Les novel.les de Franz Kafka

Biblioteca Poblenou Manuel Arranz

Carrer Joncar 35

Jueves 17 de noviembre

19 horas

martes, 15 de noviembre de 2011

Miércoles 16, Libreros/as en el Laberint de Wonderland





La semana pasada hablamos de clásicos y al final del programa relacionamos el tema con los libreros. En principio pensé un díptico que os ofreceremos al revés de lo ideado cuando me inspiré.

Este miércoles 16 hablaremos de libreros y libreras que hicieron o hacen de sus librerías lugares unos con connotaciones legendarias. Abriremos la partida con Adrienne Monnier, la moveremos con Sylvia Beach y la completaremos con Paco Camarasa. La ruta terminará con el porqué del nombre de calles como la de los libreros de Madrid o Llibreteria de Barcelona



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jueves, 10 de noviembre de 2011

Rue de l'Odéon de Adrienne Monnier en Revista de Letras


Defensa de la calidad: “Rue de l’Odéon”, de Adrienne Monnier
Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 6.11.11


Rue de l’Odéon. Adrienne Monnier

Traducción de Julia Osuna

Gallo Nero (Madrid, 2011)




“Es realmente indispensable que una casa consagrada a los libros esté fundada y dirigida con conciencia por alguien que conjuge la mayor de las erudiciones con el amor por la novedad, y que, sin caer en esnobismo, esté preparado para potenciar las verdaderas y las fórmulas nuevas”.

Es de agradecer en estos tiempos la labor de algunas nuevas editoriales que sin recurrir al bombo y platillo efectista en el momento de anunciar sus novedades van haciéndose con un merecido hueco en el panorama nacional. Gallo Nero es uno de los más notables ejemplos. Su selección de títulos y autores transita por ríos hasta cierto punto anómalos en España y mucho más frecuentes en Europa, sobre todo en Francia e Italia, donde existe una larga tradición en presentar obras de largo recorrido y alta cultura de manera atractiva y accesible para el lector, que de este modo se quita miedos y entierra su pavor hacia textos otrora inaccesibles que sólo consultaba una pequeña élite.

Este espíritu coincide con una cuestión de visibilidad en las librerías. Es un placer entrar en la Mel Bookstore de Roma o en la Fahrenheit 451 de la misma ciudad y toparte a las primeras de cambio con una selección exquisita que incita al consumidor a una apuesta por la calidad literaria.

Una de las pioneras en amoldar su establecimiento a este tipo de oferta fue Adrienne Monnier con su Maison des Amis des Livres en el número 7 de la Rue de l’Odéon, justo enfrente de otro ilustre templo: La Shakespeare& Co. de Sylvia Beach. Ambas librerías gestaron una parte decisiva de la Historia de las Letras contemporáneas al abordar con mucha valentía la Editio princeps del Ulysses de James Joyce y su primera traducción al francés, anécdota explicada a la perfección en el volumen que nos concierne, estructurado en tres tramos que hilvanan un discurso de amistad, recuerdo y método.

Tras un sentido prólogo de Simone de Beauvoir, un aperitivo en forma de introducción recoge los testimonios de clientes y amigos, entre los que cabe mencionar a Paul Claudel, Jacques Prévert, S.M. Eisenstein o Yves Bonnefoy. Sus palabras de admiración y cariño no son meras muestras de afecto porque permiten introducir la trascendencia del lugar mediante comentarios sobre una señora vestida con largas faldas grises y sus dominios, en los que se mezclaba una sensación de paraíso, el trato directo con el cliente y una distancia reverencial hacia la dueña.



Será la misma Adrienne Monnier la que nos conduzca por los entresijos que forjaron la divisa de su labor. Un inesperado premio de lotería ganado por su padre hizo posible su sueño de tener una librería en un enclave de excepción. La Primera Guerra Mundial hizo descender los alquileres en la Rive Gauche y la jovencita aprovechó la ocasión sin saber que acababa de poner una especie de piedra miliar. El escaparate era una tentación y el ocio escritor hizo el resto. De repente, los muros de La Maison des Amis des Livres empezaron a ser un fuerte reclamo que hipnotizaba a muchos literatos que entablaron amistad con la propietaria, que los observaba para intentar descifrar movimientos de la transformación.

Fargue, Valéry, Linossier, Rilke, Jules Romains y Léautaud fueron algunos de los asiduos comensales en la mágica cena de la vanguardia, pero los apuntes más destacados acaecen cuando Monnier analiza con precisión los egos y comportamientos de sus íntimos del Parnaso. Breton y Aragon estaban hechizados por la luz de Apollinaire. Más tarde crecieron y desarrollaron un discurso independiente que se hizo factible, esto es una apreciación de quien escribe, al morir el maestro de Alcools en 1918.

La relación entre poetas nos presenta el oportunismo de Jean Cocteau y sus artes de engañabobos en un divertido lance con André Gide con el fin de recitar en Rue de l’Odéon, flexible con otros idiomas y emocionada con el clan irlandés, capitaneado por Joyce y con Beckett vestido de alumno aplicado en el aprendizaje hacia su senda.

Estas memorias de la librería son un pasaje que con prosa sencilla y muchas dosis de naturalidad, como si Monnier nos hablara sentada desde su tranquila elegancia, que esboza un cuadro completo donde irrumpen en última instancia el delirio de Hemingway y la condenada cordura de Walter Benjamin. Tanto nombre no abruma. Fluye y sacude nuestra imaginación. Recibimos descargas de una realidad pasada que bien podríamos titular Los otros, sin connotaciones fílmicas. Monnier retrata el vaivén creador que transcurría largas horas en la librería, se erige en cámara que adquiere otra categoría cuando en sus relatos abandona lo externo y se centra en sus propias experiencias vitales en primera persona.

En el segundo y tercer trecho sus remembranzas revelan dos facetas de peso en las que no solemos reparar. Monnier era una notable poeta, y parte de su talento lírico se ve reflejado tanto en sus crónicas como en el desmenuce de los dimes y diretes de la librería, desde el préstamo de ejemplares para animar a su posterior compra hasta el cubrir los libros con papel cristal sin atarlos ni sellarlos. Sus originales ideas pertenecen a un período imposible de reeditar con ciertos elementos que bien interpretados mejorarían el camino presente desde el criterio y la sabiduría de aceptar lo longevo clásico y defender la novedad con pies y cabeza, sin sucumbir al chascarrillo de mucho ruido y pocas nueces.

Todo lo dicho fue fruto de una mente inquieta que proyectó su visión del mundo juntando retales de lo que acontecía hasta dar con un todo indisoluble entre la vocación personal y una marcada voluntad individual que destapa su tarro de las esencias en dos relatos de viaje. “Recuerdos de Londres” exprime los conflictos de una adolescente enamorada que desembarca en la capital del Planeta y la recorre encantada por contemplar sus amados prerafaelitas, embobarse con los Cabs y, en definitiva, quedar fascinada por la modernidad británica. Monnier se cautiva con lo insólito y en sus pesquisas sobre lo extranjero da con la clave que facilita conocer mejor sus máximas de pensamiento. Lo diverso es único, y ella siempre se sorprendía con la excepcionalidad. Los héroes que frecuentaban la Rue de l’Odéon no se asemejaban físicamente a los gentiles futbolistas transalpinos de “Hombres italianos”. Su línea de unión radicaba en la heterogeneidad que escapa a la norma, umbral que desaconseja lo rutinario y se instala en una humilde excelencia de la que surgen los episodios humanos que vertebraron la singladura de una librera legendaria.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Jueves 10 , Diarios y Cartas en "Diàlegs al voltant de Franz Kafka"



Al igual que la semana pasada sigo moderando las sesiones de esta interesante iniciativa. Este jueves nos acompañarán Adan Kovacsis y Joan Parra para hablar sobre los diarios y cartas de Franz Kafka.

La cita es en la Biblioteca Francesca Bonnemaison a partir de las 19 horas de la tarde.

Podcast sobre clásicos que nadie lee en el Laberint de Wonderland


Hoy el Laberint fue breve entre la acumulación de información y mi gripe, pero podéis escuchar la sección en los últimos nueve minutos del Podcast clickando aquí

martes, 8 de noviembre de 2011

Miércoles 9, Recital en el LletraFerit



Varios locales del Raval organizan unas jornadas de arte y cultura. Participo en la del miércoles 9 con un recital en el Lletraferit, situado en la calle Joaquín Costa 43



19:30 a 20:30 – Lletraferit : Recital de poesía. Juan Vico, Jordi Corominas, Cysko Muñoz, Alex Chico.
20:30 a 21:00. -El Arco de la Virgen: Exposición personal de Wäwä, Sutileza. Performance de pintura en vivo.
21:00 a 22:00 - Inusual Project : Music on film. Documental 'Theremin. An Electronic Odyssey'. Videoclips inspirados en la naturaleza del theremin.
22:30 a 23:30 – Asociación Freedonia : Big Bang Show. Cabaret

Miércoles 9, Clásicos que nadie lee en el Laberint de Wonderland (Rne4)





Sí, habrá libreros que se escandalizarán por nuestra lista y mentes refinadas, que quizá no han leído ninguno de los libros que comentaremos, que nos pongan a parir. Muy bien, felicidades. Los clásicos tienen una extraña fama. Muchos de ellos engrosan las estanterías de media España, criando polvo a la espera de una oportunidad. El otro día en Facebook hice un experimento y salieron más de 150 títulos clásicos e ignorados por los lectores. Finalmente opté por cuatro obras que, en mi modesta opinión, se llevan la palma: El Ulysses de James Joyce, La recherche de Proust, La Commedia de Dante y el Fausto de Goethe.


Clásicos que nadie lee

Una tragedia....y la perversión del mercado




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domingo, 6 de noviembre de 2011

La noche feroz de Ricardo Menéndez Salmón en Revista de Letras


La noche feroz de Ricardo Menéndez Salmón
Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 3.11.11


La noche feroz. Ricardo Menéndez Salmón
Seix Barral (Barcelona, 2011)




Mientras avanzaba en la lectura de La noche feroz imaginaba una obra de teatro. Su estructura capitular definía bien la dramatis personae y el rol de sus componentes al tiempo que mostraba sin disimulo una invitación a sumergirse en la historia hasta escapar por la puerta de salida. Por lo tanto, Ricardo Menéndez Salmón propone al lector un viaje a un mundo muy concreto apartado de la realidad por mucho que se nutra de sus ingredientes.

Una representación de estas características tiene la virtud de congelar el espacio al condensarlo de manera simbólica. Un pueblo asturiano rodeado de montañas se aísla del mundanal ruido para crear su propio lenguaje, que ahonda en su primitivismo al contagiarse del aire de Guerra Civil que alimenta la atmósfera, siempre más lenta, como si una nube negra hubiese tapado el villorrio para generar un drama de irraciocinio repetido hasta la saciedad, drama que desde lo individual se infiltra en las venas de lo colectivo. La dimensión mítica del relato se corrobora por el fuego que inaugura y clausura la pieza. El reloj se para durante esas horas donde unas figuras arquetípicas centrarán nuestra atención. Están trazadas con una asombrosa economía de medios que facilita su plena comprensión. No importa su cuerpo porque oímos su voz mediante diálogos y el resto de recursos narrativos de vuelcan a desnudar con poética simplicidad el interior físico y mental de los personajes. Minúsculas pinceladas perfilan el todo y completan una imago mundi empleada para extender una metáfora de la pureza de nuestra especie, más directa y contundente si cabe al acaecer en una aldea desprovista, o casi, de las interferencias de la modernidad. El aroma antiguo anula lo superfluo en Promenadia, donde las almas se citan para ajustar cuentas y expiar pecados.


Sí. En los pueblos pequeños el infierno es siempre grande. Junten una niña asesinada y la condena que imprime la leyenda arcana en lo rural. Durante el primer tercio del siglo XX muchas regiones españolas seguían instaladas en una caverna ausente de cordura que estallaba sin limite cuando se perpetraban infanticidios. Se desataba la histeria popular hasta dar con el culpable, momento en que se procedía al aquelarre condenatorio para limpiar el lugar del mal. En Barcelona, Enriqueta Martí sería un buen ejemplo, aunque otros más desconocidos tiñeron de sangre el noreste de la Península, historias de vampiros, tuberculosos y pederastas que siguen horrorizándonos. La crónica de la época solía resaltar el desarrollo de las atrocidades, no así los implicados en resolver sus entresijos, que en La noche feroz cobran una importancia letal por su rostro y sus movimientos.

Son varios los que arden por atrapar al monstruo homicida, un punto lejano con cierto parecido a un miraje. La búsqueda la lidera un cura salvaje, una bestia ida en su delirio oportunista a la que acompañan el zapatero y el dueño del zapatero, La muerte. Lucen sus armas y transitan entre disparos intimidatorios y una información de cercanía. Dos forasteros inocentes han traspasado La Raya y pueden ser sospechosos. Dos bultos ideales para finiquitar culpabilidades y temores. Dos pobres inocentes vagando por la tierra sin luz, perseguidos por los cazadores, cuya presencia se intuye más que se palpa, poder armado inferior al del prestamista Irizábal, quien con la economía domina lo topográfico.

“Se atrevería a jurar que son hombres del Medievo, o más antiguos incluso, hombres que nada saben de la higiene, la electricidad o la imprenta, los que como sombras, entre el celaje sordo del otoño, salen a la caza de otros hombres”.

A medio recorrido se les unirá el amo, que esa noche ha acogido en su mesa al profesor Homero, al que llaman “catapotes” por su costumbre de cenar siempre en casa ajena. Es una figura ciega al llevar sus claves en el interior, con una apariencia que no desvela un sufrimiento que emergerá paulatinamente entre escritos, inquietud y conversaciones con todos los participantes en la acción. La escuela se convierte en el eje gravitatorio de la novela, centro del tablero donde convergen peones, torres y alfiles en pausas trascendentales, como si Homero fuera un oráculo al que formular cuestiones que aclaren el panorama o un recipiente que almacena los datos que pululan por el impreciso y fantasmagórico mapa. Inocentes, cazadores, amos y caciques llaman e intercambian opiniones que son interrogatorios donde las palabras bailan al son de la tensión que incrementa el silencio y lo lóbrego. La arquitectura de la escuela se altera en cada charla, las paredes mutan en comisarías, confesionarios, mentira, caridad y diván freudiano. Lo único inalterable en su estatismo es el profesor, un púgil derrotado que en cada intercambio verbal acrecentará su gota china de nervios y conflictos emocionales entre recuerdos del padre y un batiburrillo de encrucijadas oprimiendo las sienes.

La noche feroz tiene ecos pavesianos y algunas imágenes que evocan a Goya en la barbarie original, en lo primigenio de una furia que vuela más cómoda cuando lo bélico campa a sus anchas. El comedido lirismo de la novela va de la mano con un ritmo que nos adentra y transporta en la trama para que cada lector cifre en su minutero la duración de lo acaecido, y quizá este factor fuera mi segunda baza para corroborar lo teatral de esta obra del autor gijonés, editada por KRK en 2006 y que ahora recupera Seix Barral.

La recuperación de la trayectoria previa de Ricardo Menéndez Salmón conduce casi irremisiblemente a delinear una radiografía que diagnostique continuidades y cambios. No escribir más de lo necesario y la novela de ideas se enmarcan en lo primero. En lo segundo, y es harto comprensible, se vislumbra una evolución que hasta nueva noticia cierra La luz es más antigua del amor, más ambiciosa y exuberante en temáticas y giros que sus predecesoras, que por ambiente y construcción son primas hermanas de La noche feroz, que en absoluto es un mero ejercicio de estilo o una anécdota dentro de la que se supone una larga singladura con múltiples Promenadias. Se defiende a las mil maravillas y nos captura con su desfilar hacia la agonía en un frío instante de noviembre.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Belfondo de Jenn Díaz en Literaturas.com


Belfondo de Jenn Díaz, por Jordi Corominas i Julián


El proceso por el que transita un libro antes de ser abierto por el lector tiene su miga. Belfondo llegó a mi casa hace meses, lo coloqué en un castillo espontáneo de lecturas pendientes y dejé que el tiempo le diera su oportunidad. El título de esta ópera prima de Jenn Díaz evocaba en mi mente desprovista de información la figura de Jean Paul Belmondo, pero las críticas indicaban otra cosa. No se trataba de Pierrot le fou, sino de una novela joven sin los típicos aspavientos y ademanes que en nuestra actualidad literaria implica la promoción de un veinteañero. La acogida era excelente por carecer de estruendo, instalándose su repercusión en una óptica positiva por sincera, como si el libro gustara sin ningún dañino añadido de cara a la galería.

Una tarde de la semana pasada procedí a penetrar en Belfondo y me comí mi magdalena de Proust. Recordé un verano de 2005 que empleé en escribir una novela centrada en un pueblo inventado, con personajes simbólicos, espacios poéticos y gestos que resumían un mundo imaginario que sintetizaba la realidad. Los niños comían verdura cruda por pureza y las chicas guapas desaparecían en la nada mientras la taberna acogía estatismos de almas petrificadas y moscas zumbando en un tiempo congelado, atemporal por caduca parálisis. La principal voz narrativa era un observador externo, marioneta de los habitantes, víctima de un pensamiento cartesiano que provocaba su sorpresa por la estructura social del villorrio.
Jenn Díaz ha cruzado la misma frontera abordándola con sabias maniobras. En vez de introducir una primera persona que domine el curso del relato ha elegido un tono de narradora clásica que hace de Belfondo un magma uniforme, donde el protagonismo recae en todos y cada uno de los aldeanos. Estamos ante una construcción utópica donde el malvado podría ser el amo, supremo creador y artífice de un enclave ubicado en desconocidos parajes, demiurgo que desde su kilómetro cero posee la magia de generar algo propiamente suyo en un gran tablero con seres humanos, polichinelas con cerebro y una lenta adquisición de conciencia.

Lo quimérico y la inexistencia de un punto en el mapa confieren empatía al texto con el lector y un positivo apremio a su imaginación, también a la de la autora, que de este modo, pues ella es la parca que hila la trama, saca de su chistera otro requisito básico en este tipo de experimentos iniciáticos: una poética que aproveche el descalabro de la visión tradicional de la imago mundi para formular pequeñas epifanías, milagritos que en la narración son viables porque los personajes son bebés en una especie de caverna donde su luz es sombra. Sus pasos son balbuceos. Es un Génesis de libertad vigilada, donde el mandamás es visible e invisible, un hombre que pasea, ordena y manda mientras impregna el aire de su esencia y condiciona la escena. Sus decretos tienen el lirismo de lo improvisado. El ciego del pueblo será el cura. El que redacte mejores epitafios el enterrador. Cuca, que lee los labios y es estudiosa, recibirá el encargo de marcar las horas con las campanas. Los pianos se concederán a los más interesados. La esposa del profesor es analfabeta. Cada oficio da pie a un episodio, cada designio activa una celda de la casa de muñecas hasta configurar un conjunto donde los problemas, tensiones y citas secretas de cualquier civilización salvo en la relatividad de lo establecido.

Belfondo evoluciona como un edificio que de la base escala cimientos que advierten de sus límites temporales, precarios porque a nadie le gusta estar en una nube sin ver el sol. Es un pueblo con inicio y finitud simultánea con muros de cartón piedra que se respetan seguramente porque desde la prostituta Beremunda hasta la mujer del amo crecen en la marea que supone cumplir un ciclo de descubrimiento. De la infancia a un estado adulto. Cobrar identidad y madurar, educarse y confirmar en el instante justo el valor de la experiencia.

La alegoría y la sentencia conclusiva, que quizá lleve a la carretera de la parábola, son arquetípicos en una narración con estas características. Su mejor ejemplo es italiano y lleva el nombre de Cesare Pavese, que en sus diálogos con Leucó supo trazar una insuperable línea mediante diálogos que perfilaban horizontes conceptuales con un toma y daca cancelado con una frase letal que finaliza la partida. En el caso del volumen editado por Principal de los libros el umbral entre su cuadratura del círculo o un mero buen intento se cifra en la consecución de una virtud indispensable. Crear un universo y contarlo es un reto que debe complementarse con un mensaje metafórico para que el pueblo se aposente en la realidad que analiza sin mencionar, y sí esto se consigue el lector hará sus cábalas sobre lo que el libro nos ha transmitido, meditándolo desde su globalidad, juntando sus cachitos para encontrar su filosofía que no pretende ser definitiva, por lo que su campo interpretativo se expande hasta el infinito desde unas coordenadas de inconformismo y esperanza cargadas de racionalidad.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Diàlegs al voltant de Franz Kafka: Jueves 3, Kafka Cinema i literatura




Durante tres semanas de jueves moderaré los diálogos alrededor de la figura de Franz Kafka. Este jueves inauguramos el cicloen la Biblioteca Francesca Bonnemaison con un debate sobre Kafka/Cine y literatura.

Podcast sobre la metodología de los poetas en el Laberint de Wonderland con Juan Vico y Álex Chico




Hoy en Rne4 se ha producido un milagro cósmico. Tres Delaonion estaban en el estudio de Wonderland para participar en el Laberint, Juan Vico y Álex Chico invitados y yo en mi habitual rol en el programa. Hemos charlado durante 15 minutos sobre poesía y métodos, además de otras cosas. Quien quiera puede escuchar el audio a partir del minuto 38 clickando aquí

martes, 1 de noviembre de 2011

Miércoles 2, Metodología de los poetas con Juan Vico y Álex Chico en el Laberint de Wonderland




Si en anteriores semanas comentamos la metodología de algunos narradores este miércoles hablaremos con Juan Vico y Álex Chico sobre su forma de abordar la creación de un poema intentando, sabemos que es difícil, descubrir el proceso que conduce a los versos.





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