viernes, 29 de junio de 2012

Pensar el siglo XX de Tony Judt en Revista de Letras





“Pensar el siglo XX”, de Tony Judt (con Timothy Snyder),por Jordi Corominas i Julián | Reseñas |


Pensar el siglo XX. Tony Judt
(con Timothy Snyder)
Traducción de Victoria Gordo del Rey
Taurus (Madrid, 2012)



“La razón por la que necesitamos a los intelectuales, así como a cuantos más periodistas de valía podamos, es llenar el espacio que va creciendo entre las dos partes: los gobernantes y los gobernados”. Tony Judt

Siempre me ha parecido clave el modo en cómo se enseña la Historia. A veces, o casi siempre, soy muy pesado al referirme al perjuicio que la velocidad causa en la mente. Acelerar la máquina forma parte del proceso. Lo trágico es olvidar los motivos que han producido el cambio y la trascendencia que las acciones de nuestros antepasados tienen en nuestras vidas.

Nací en 1979 y aún en ocasiones, pues tengo la suerte de dar clases de Historia para adultos, me sorprendo en clase al referirme al siglo XIX como el siglo pasado, lo que no deja de ser bueno, porque alude a mi conciencia de un hilo cronológico donde se alternan a partes iguales Historia y memoria. La primera, que siempre se escribe, pone las bases para que la segunda no sea una mera colección de imágenes y fechas, y además permite analizar los hechos mediante una estructura que analiza la evolución, no siempre positiva, de la sociedad.

Lo triste, por el afán posmoderno de potenciar una cultura sintética, es que acontecimientos recientes parecen muy lejanos, y así se hincha la bola de amnesia colectiva y del desconocimiento llega el control. Hasta las mismas teorías surgidas tras la caída del Comunismo pretendieron finiquitar el tiempo, decapitar a Clío para establecer el sistema que unos pocos adoran, el mismo que ahora mismo nos arruina una vez se decapita pasito a pasito el Estado del Bienestar.




Pero para llegar a este trágico punto y poder subvertirlo hay que dotarse de una serie de herramientas relacionadas con el conocimiento de lo pretérito. Pensar el siglo XX las aporta haciéndolas accesibles a la mayoría, que probablemente no leerá el libro, y no sabe lo que se pierde, porque en su interior se condensa con buena prosa y mejores ideas la esencia del Novecientos entre errores, aciertos y soluciones que podemos hallar echando la vista atrás. Les juro que no es tan complicado, menos aún si el volumen mezcla una autobiografía hablada de Tony Judt y una charla del malogrado historiador con Tim Snyder, deslumbrante heredero que ha demostrado su buen hacer en trabajos como Tierras de sangre, uno de los mejores libros que servidor haya devorado sobre la Segunda Guerra Mundial.

Tan original formato se debe a que Judt iba apagándose mientras las charlas transcurrían. Urgía combatir la enfermedad degenerativa que paralizaba el cuerpo del intelectual y recoger sus palabras para dejar un legado válido para todos, y la labor de esos meses de intercambio entre maestro y alumno dio como resultado un bloque conceptual que no se limita a plasmar la centuria que dejamos atrás hace poco más de una década.

El contexto importa. Por eso cada capítulo de Pensar el siglo XX se introduce con una introducción donde Judt recuerda el nomadismo voluntario de su propia singladura, desde los orígenes familiares en Europa del Este hasta su crítico arraigo en Estados Unidos. Entre medias figuran su nacimiento en el Londres de 1948, la intensidad de la experiencia del kibutz hasta el desengaño, su bagaje académico en universidades anglosajonas y su éxito como voz lúcida contraria a los postulados del poder, ente demasiado feliz con vender milongas proclives a sus intereses, cuentos chinos estériles para alguien con tablas para combatir tanta desfachatez.




Estas introducciones biográficas sirvieron a Snyder para profundizar en determinados temas que configuran un sólido corpus filosófico del siglo XX y sus circunstancias. Es curioso comprobar, y quien escribe lo nota más a través de obvias analogías, cómo los hombres del tiempo previo a 1914 gozaban de una intensa contradicción entre un bienestar sin fronteras, los pasaportes surgieron después de la Primera Guerra Mundial, y el ahogo de pertenecer a Imperios que fomentaban una burbuja neurótica donde el crecimiento económico y el optimismo ocultaban la posibilidad de un colapso. Aquella época queda bien reflejada en El mundo de ayer de Stefan Zweig, piedra miliar que abre y cierra el volumen al ser una obra que explica con claridad lo que ha desaparecido del horizonte, pero también disfrutaban de un universo donde los valores decimonónicos aún servían para abrazar ríos de esperanza en una humanidad no violenta y con códigos de conducta basados en cauces éticos donde primara la nobleza.

En este sentido la Gran Guerra, ya lo intuyó a la perfección Eric J. Hobsbawm, dio el pistoletazo de salida a un período histórico que recogió las lecciones más negativas del Ochocientos y eliminó de cuajo cualquier atisbo de paz y armonía, sobre todo en Europa Central, transformada de golpe y porrazo por la conjunción de dos nefastas características: la lucha ideológica y el antisemitismo, factores que barrieron del mapa un orden casi milenario, la primacía del alemán en ese territorio y la normalidad del judaísmo en la zona, y notificaron el suicidio del Viejo Mundo, aquejado de muchos males que Versalles, el proteccionismo, Wall Street y Adolf Hitler incrementaron hasta lo intolerable.

El segundo tramo de Pensar el siglo XX transita por campos aparentemente más metodológicos que, sin embargo, son de sumo interés al plantear con firmeza cual es el papel del historiador y el intelectual en nuestra era. El ataque, siempre razonado, contra aquellos miembros de la comunidad favorables al efectismo denota un amor a las cosas bien hechas y a la necesidad de una pedagogía que no dé nada por supuesto y sirva para que la gente opte a los rudimentos útiles para la comprensión histórica. La otra faceta de esta reflexión incide en la metamorfosis de la figura del intelectual desde el caso Dreyfus hasta nuestros días. La tecnología, el medio de transmisión, ha condicionado el contenido, haciéndolo más reducido y, aunque no debería ser así, de peor calidad. De los artículos de Zola y la radio hemos virado a la televisión y finalmente a Internet, pero la cuestión va más allá y expone sin tapujos la urgencia de la intervención de verdaderos intelectuales para terminar con la tomadura de pelo a la que nos vemos sometidos. La guerra de Irak y la falacia de sus argumentos para llevarla a cabo es el perfecto ejemplo para presentar un sector político y financiero que bajo el manto de una supuesta democracia ejerce el fascismo con descaro y sin temor a las consecuencias, todo por el interés, y sin el pueblo, abandonado a la inercia histórica y demasiado acomodado por los años de prosperidad, como si la inacción del Estado lo convirtiera, y así es, en un huérfano que para recuperar a su padre debe preguntar qué ha fallado y cuáles son los intereses de los que han urdido la quiebra. El desinterés democrático es la cuna de la dictadura, que sin ropajes militares puede funcionar igualmente bien si nadie reacciona.

Tony Judt falleció en agosto de 2010. Pensar el siglo XX es su testamento, y su mensaje es prístino y a contracorriente. El desafío es invertir los términos del discurso dominante para que el paisaje recupere la cordura del compromiso desde la derrota de la ignorancia y una firme voluntad que enlaza libertad con conocimiento, única vía para ubicar la deriva del laberinto hacia una línea recta donde todos podamos caminar sin cadenas.

jueves, 28 de junio de 2012

Lee las primeras páginas de mi novela José García




Hoy la buena noticia es que acaba de aterrizar en librerías mi novela José García, editada por Barataria. Si quieres puedes leer las primeras páginas clickando aquí

miércoles, 27 de junio de 2012

Podcast del Laberint sobre mi novela José García


Desde hoy está en todas las librerías mi novela José García editada por Barataria. Para cerrar la temporada del Laberint hablamos de ella. Puedes escuchar el podcast a partir del minuto 41 del enlace clickando aquí

martes, 26 de junio de 2012

Miércoles 27, Mi novela José García en el Laberint de Wonderland



Este miércoles cerramos la segunda temporada de el Laberint de Wonderland. Prometemos volver en septiembre, pero antes cerraremos la estación con un programa muy especial que dedicaremos a hablar de José García, que estará en librerías a partir del jueves 28.


Cada miércoles a partir de las 15h

Radio Nacional- Rne4

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En directo:Rne4


lunes, 25 de junio de 2012

Sábado 30, 22h 30 minutos: Loopoesía 2012 en Porta 4






Tras un lógico parón de un mes tras el tute de abril-mayo, Loopoesía 2012 vuelve al ruedo en verano, y lo hace en un lugar excepcional, El Espai Porta 4 del barrio de Gràcia. Como siempre presentaremos el show y antes, durante y después del mismo quien quiera podrá adquirir el Gladiador silenciado, poemario que articula todo el conjunto. En el cartel realizado por Nil Bartolozzi tenéis toda la info del evento.

miércoles, 20 de junio de 2012

Podcast de periodistas escritores en el Laberint de Wonderland





El tema que tratamos la semana pasada daba mucho de sí, por lo que hemos decidido continuar con el ciclo de escritores periodistas. Los protagonistas de nuestro Laberint de hoy han sido George Orwell, Tom Wolfe, Hunter S. Thompson y Tintín. Puedes escuchar la sección a partir del minuto 36 del podcast clickando aquí

Miércoles 20, Periodistas escritores y periodistas personajes en el Laberint de Wonderland





Este miércoles seguiremos con los periodistas escritores, pero también hablaremos de un personaje universal relacionado con nuestro tema. A lo largo del programa hablaremos de George Orwell, Tom Wolfe, Hunter S. Thompson y...Tintín









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martes, 19 de junio de 2012

Berlín 1961 de Frederick Kempe en Revista de Letras






La Historia es la mejor novela: “Berlín 1961″, de Frederick Kempe
Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 18.06.12


Berlín 1961. Kennedy, Jrushchov y el lugar más peligroso del mundo. Frederick Kempe
Traducción de Carles Andreu
Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores
(Barcelona, 2012)




“La introducción del control fronterizo reinstauró el orden y la disciplina de los habitantes de la Alemania del Este; los alemanes siempre han apreciado la disciplina”.

Nikita Jruschov.

Una de las grandes tristezas de nuestro tiempo es la victoria de la velocidad sobre el pasado. Los barceloneses y extranjeros que circulan por las Ramblas no tienen ni idea de su trascendencia revolucionaria. Sus piedras callan ante la profusión de sombreros mexicanos y lo mismo hacen los cimientos de la Potsdamer Platz, símbolo del Berlín moderno, espacio que en su enésima transformación suele identificarse con lo cool y lo alternativo. Si se quiere, la actual capital de Alemania siempre tuvo ese aire corrosivo en bares, atmósfera que combinó a lo largo del siglo XX con ser el lugar más peligroso del Universo, el epicentro donde se condensaban los males que condicionaban el presente y marcaban el futuro. En 1923 fue el pan a tres billones de marcos. Una década después Hitler anunció infaustos porvenires con su nómina a canciller del Reich. En 1945 los mil años quedaron en la ruina, y aquí empieza la historia que lleva a 1961, el muro y el ensayo histórico que Frederick Kempe ha escrito con extraordinaria habilidad, casi como si la profusión de datos correspondiera a una apasionante novela destinada a ser un éxito de ventas. La culpa es de la Historia, construcción que suele aglutinar en sus páginas relatos auténticos que superan sin problemas a la más rebuscada ficción.

Kempe ha sabido leer la aceleración de la Guerra Fría al estructurar la obra en varios campos de acción de manera simultánea. Moscú, Kennedy, Adenauer y la RDA. Jrushchov, Washington, la RFA y Ulbricht. La inminencia de un muro. El check point Charlie, un día de octubre y la culminación del miedo con los tanques de dos grandes superpotencias cara a cara y un silencio congelado con lo nuclear en la mente de todos.


¿Cómo se llega a un punto de no retorno? Los manuales dicen, y con razón, que los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial y el espectacular avance del ejército rojo en el Este de Europa determinaron la división del continente en dos bloques. Los soviéticos, y así fue consentido por Eisenhower, ocuparon Berlín y a posteriori la urbe prusiana fue dividida en cuatro zonas de ocupación que en realidad eran dos. La simbología adquirió concreción geo-política con el bloqueo de 1948 y el puente aéreo norteamericano, antesala de la creación de dos Alemanias como metáfora de un conflicto. La Guerra Fría se disputó en muchos enclaves del globo, pero ninguno reunió la energía de Berlín, donde la tensión podía estallar en cualquier momento, sobre todo desde que el milagro económico de la reconstrucción hizo entender que los habitantes de cada lado del telón de acero vivían en condiciones muy dispares, con prosperidad occidental y penurias orientales.

Este desnivel generó sueños de huida que en 1961 adquirieron proporciones colosales. Los súbditos de la RDA escapaban en masa y tanto como Jrushchov como Ulbricht entendieron que debían tapar ese enorme agujero para frenar el colapso del sistema para evitar lo que acaeció, y así el destino del Comunismo se demoró casi tres décadas, en 1989.








Por eso desde la misma toma de posesión de Kennedy la cuestión berlinesa se erigió en la protagonista de las relaciones bilaterales entre los EE.UU. y la URSS. La faceta novelística de la musa Clío se aprecia hasta en la construcción de los personajes. Nikita Jrushchov y John Fitzgerald Kennedy eran antitéticos. Uno fanfarrón para disimular su pavor a perder el poder, que agarraba con fuerza desde su triunfo en el congreso del PCUS de 1956. Su apariencia de solidez contrastaba con la frágil popularidad de su rival, novato, católico y condenado a una inercia negativa en su etapa inicial en la presidencia por herencia de Eisenhower y titubeos que costaron desastres en frentes de vital importancia. El descalabro en Bahía Cochinos, la humillación de la cumbre de Viena y la incapacidad de hacer prevalecer la advertencia de su superioridad atómica sobre el enemigo hicieron que su administración fuera ninguneada tanto por la vieja guardia del Capitolio como por la cúpula del Kremlin.

Lo nuevo pregonado con tanta convicción por JFK olvidó que en política las perspectivas topan con la realidad. No es lo mismo desear la revolución que poder hacerla, y el desdén por lo viejo fue un error letal que resquebrajó la experiencia de lo elemental y la unión de los aliados. Kempe sostiene con informaciones de alto vuelo y anécdotas cotidianas que el muro podía haberse evitado con una acción estadounidense simple, pues el límite entre las dos partes tenía una frágil defensa sin pólvora. El espectáculo de eficiencia de Ulbricht, eficaz en su trato con Jrushchov, para instalar alambre con púas y hormigón en un visto y no visto, se alejaba en exceso de la estupidez de Kennedy y Adenauer en su opereta del joven con prejuicios y el viejo autócrata que no se habla con el recién llegado por una rabieta infantil.





Todo era fachada, de los gobiernos hasta el muro. Las pequeñas cosas, hilillos casi invisibles, decantaron la balanza de una auténtica partida de ajedrez con un tablero oscilante por las decisiones de cada contendiente, jugadores con una mente múltiple en la que daban su opinión antes de mover ficha embajadores, espías, antiguos prohombres y periodistas dispuestos a obtener la exclusiva definitiva. El lance se dirimió en despachos y en la calle. Los hombres encorbatados meditaban entre humo y gritos mientras algunos soldados y transeúntes apretaban teclas inesperadas, lo que hizo del duelo un caos en el que no bastaba ordenar ideas y aplicarlas a rajatabla. Cada jornada deparaba un sobresalto, cada hora contenía en su simiente un órdago para potenciar la absurdidad y la precipitación.

Jrushchov apretaba una palanca y Kennedy cedía, y así fue desde enero de 1961. Las señales de humo soviéticas se confundieron al aterrizar a las barras y estrellas. El hombre del zapatazo en la ONU presionaba con sus modos de campesino y la sofisticación de JFK flaqueaba, atónita y desesperada, estéril ante un vendaval al que no sabía ubicar pese a las toneladas de información de los servicios secretos. En este sentido la mansedumbre se expresa en la violación de los acuerdos de posguerra y el desprecio por todos aquellos que anhelaban abandonar la zona Este de Berlín para abrazar Occidente y una existencia con más recursos e imposiciones menos gravosas. La pasividad del presidente de los Estados Unidos, por su ético horror al imaginar una conflagración termonuclear, valló y reafirmó el status quo del Telón de Acero, que desde el 13 de agosto de 1961 también fue palpable. Si en 1956 los yanquis se lavaron las manos en Hungría, lo de un lustro más tarde fue la rúbrica de lo estático, aumentado y propulsado por apuestas de pocos que molían la esperanza de muchos. Los bloques estaban para quedarse. La Historia se congeló y entretanto sus vedettes desaparecieron. Kennedy asesinado, Jrushchov destituido. Las frases y la leyenda ofuscaron su legado. Pasaron las generaciones y la luz no se encendió para los berlineses hasta noviembre de 1989. Sería discutible analizar hasta que punto la desaparición del Comunismo ha sido positiva para los intereses del Planeta, pero lo que sí queda claro tras la lectura del ensayo de Kempe es que la incompetencia es más importante que soltar un Ich bin ein berliner para que te aplaudan, eso y la calamidad de poseer un infinito arsenal de destrucción masiva y no imponer su pánico al oponente aun sin apretar el botón de muerte universal.

sábado, 16 de junio de 2012

El Gladiador silenciado en Veus Anónimes






Hoy estuve junto a Dani Ramos, poeta y editor de Versos&Reversos, en el programa de Radio Sabadell Veus anónimes, dedicado a la poesía. Durante una hora hemos hablado de El Gladiador silenciado y otros temas. Si quieres escuchar el Podcast sólo debes clickar aquí

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viernes, 15 de junio de 2012

El intelectual en "Peligro de Extinción" de BcnMes





El intelectual, by Jordi Corominas i Julián


En Barcelona la movida literaria es fecunda. Proliferan libros, revistas y mil grupos que se reúnen en bares, librerías y antros de mala muerte. En este sentido la historia es la misma que en cualquier lugar del mundo. Lamento que no se produzcan escenas míticas como las que protagonizaba Joan Salvat-Papasseit junto a su troupe en el Céntrico de la Rambla, pero sé que la ciudad siempre será receptora de todos aquellos jóvenes ilusionados con labrarse un porvenir en el universo de las letras, jóvenes que en sus animadas charlas no hacen sino reproducir el aire que enmarca su época, tiempo catastrófico donde se echa mucho de menos la figura del intelectual, muerto con la caída del muro de Berlín sin merecer siquiera una triste necrológica.


El contexto es importante, y quizá pueda explicar la ausencia de tan destacada figura y la desesperanza de encontrarla desde una perspectiva de compromiso social, de agitador que con sus palabras logre erigirse en voz crítica contra lo establecido con palabras capaces de aunar a la mayoría del tejido social. Hace meses que no salgo tanto, y cuando asisto a fiestas de escritores me divierto sin más, aunque en ocasiones recuerdo que buena parte de los diálogos se centran en tal u otra novedad, sin olvidar chismorreos de Facebook, útil y dañino porque está generando una especie de burbuja artificial muy peligrosa, como si de repente en España existiera una gran comunidad de literatos surgidos de la nada, lo que no significa de por sí bonanza, sólo la constatación de algo que se ha producido siempre. Chicos y chicas con aspiraciones que ahora tienen la posibilidad de tener más visibilidad, factor que no usan para generar debate, sólo basta visitar las bitácoras más comentadas y darse cuenta que los comentarios de los usuarios son críticas más parecidas a Sálvame que a otra cosa.


La palabra intelectual nace en 1898 de la mano de un prodigio humano, el periodista y, posteriormente Primer Ministro francés, George Clemenceau, bestia que se alineó con el famoso J’accuse d’Emile Zola, carta de presentación de lo que debería ser este elemento necesario en su empeño de denunciar injusticias, el caso Dreyfus lo era de manera flagrante, y abrir la puerta de una conciencia colectiva.


La correspondencia vienesa de Zola era Karl Kraus, quien durante casi cuatro décadas se convirtió en el azote de la neurosis de su patria con Die Fackel, revista autoeditada donde nadie quedaba a salvo de la ira de un hombre tan odioso como admirable por transcribir en palabras la potencia de su afilada lengua. Un intelectual de su categoría suponía una molestia para el establishment y su brindis a la convención. Sus ataques, razonados y rabiosos, vertían en la atmosfera el miedo que ahora les falta a los sinvergüenzas que comandan el barco, que al pisar el ring notan que aún no hay un adversario en la esquina, por lo que ejecutan su melodía recortada con impunidad al no temer reacciones sólidas que desmonten su farsa.


En Pierrot le fou se menciona con ácido humor la inminencia de la civilización del culo. De ella hemos evolucionado a la del Photocall de lo vacuo, donde sin asistir a ningún evento ya se luce palmito y eso es lo que cuenta. Hay muchas formas de entrar en el juego, y seguramente un 99% de ellas guarda relación con la ausencia de contenidos y dar la razón a Warhol. La ilusión de quince minutos de gloria supera a la de la responsabilidad para con nuestros semejantes, si bien hay excepciones que tienen en su cerebro sobradas neuronas para revertir la situación.


El movimiento se demuestra caminando y no deja de asombrarme que haya sido nonagenarios los que han medio encendido una mecha que aún requiere de mucha lumbre para que el proceso adquiera cohesión. Hessel y Sampedro son luchadores de otra etapa que se cabrean al ver lo desértico del valle. Los medios recogen sus impresiones, manipulan a la ciudadanía con el vocablo indignados y nos quedamos tan panchos, aceptamos el invento y nada, a continuar, que son cuatro días y no importa que los jóvenes salgan a las plazas. ¿Dónde están las referencias actuales? ¿Por qué el discurso se basa en un ombliguismo preocupante cada vez más provinciano? Nos llenamos la boca con la globalización y la reducción de las distancias, nos creemos modernos por reeditar maravillosos clásicos, pero estamos tan ciegos que al divisar el horizonte lo hacemos en silencio, sin protestar por la deserción de una esencia intelectual que debe resucitar con nuevos brios para combatir una inercia de infamia que nos desarbola a su antojo mientras los bares no cierran y los me gusta llenan la pantalla de una satisfacción de duros a cuatro pesetas. Peinaremos canas y ya será demasiado tarde, y no, no es el medio, ciento cuarenta caracteres dan para mucho, sino la actitud.

Ilustración de Nil Bartolozzi

jueves, 14 de junio de 2012

Crítica en Grund de Ana Rodríguez Callealta sobre El Gladiador silenciado





Hoy he llegado a casa y la revista Grund me ha dado un alegrón con la crítica que Ana Rodríguez Callealta ha escrito sobre El Gladiador silenciado. Para leerla sólo debes clickar aquí

miércoles, 13 de junio de 2012

Podcast sobre escritores periodistas y periodistas personajes de novelas





Hoy en el Laberint hemos hablado de escritores periodistas y periodistas personajes de novelas. Nuestro cuarteto iba de Truman Capute y Richard Kapuscinski hasta Bel Ami de Guy de Maupassant y Dog Soldiers de Robert Stone. Puedes escuchar la sección a partir del minuto 40 clickando aquí

martes, 12 de junio de 2012

Escritores periodistas y periodistas personajes de novela en el Laberint de Wonderland





Este miércoles dejamos atrás las generaciones y nos centramos por un momento en los periodistas, pero no desde un ángulo normal. Dividiremos la sección en dos partes. En la primera hablaremos de escritores periodistas. La lista podría ser infinita, pero hemos decidido comentar la andadura de Truman Capote y su A sangre fría y las peripecias de Ryszard Kapuscinski.

El segundo tramo versará sobre dos periodistas que aparecen en novelas. El primero es el protagonista de Bel Ami de Guy de Maupassant y el segundo es John Converse del estupendo Dog Soldiers de Robert Stone.





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lunes, 11 de junio de 2012

Jueves 14 de junio,20h30 minutos, presentación de Oceanografías en el Bar Malverde





Oceanografías aparece en un momento raro, entre el buen caminar de El gladiador silenciado y la inminente salida de José García. Y es una lástima,porque es un libro, escrito en 2010, que parece encajar con todo el proceso que estamos viviendo. Es un poemario contundente, para leer con calma, gota a gota.


Lo presento el jueves 14 en el Bar Malverde, un lugar pequeño. No será una presentación al uso. Leeré algunos poemas, firmaré ejemplares para quien así lo desee y luego beberemos a la salud del recién nacido.


Las coordenadas son las siguientes:


Presentación de Oceanografías

Jueves 14 de junio, 20 horas treinta minutos

Bar Malverde

Calle Abat Safont 11

Barcelona (Metro Paral.lel)


viernes, 8 de junio de 2012

La muerte y la dolce vita de Stephen Gundle en Revista de Letras







Algo más que un asesinato: “La muerte y la dolce vita”, de Stephen Gundle
Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 4.06.12



La muerte y la dolce vita. Stephen Gundle
Traducción de Pedro Donoso
Seix Barral (Barcelona, 2012)




El mar es sabio y su inmensidad hace pensar a los hombres que la muerte te escapará entre sus aguas. El mapa del crimen de cualquier gran ciudad lo tiene en consideración, y en Roma la cosa tiene desde la noche de los tiempos proporciones hiperbólicas. En la urbe los asesinatos nunca son una anécdota y se relacionan con el contexto histórico. La playa nos trae al recuerdo el adiós de Pier Paolo Pasolini, misterio clásico que puede servir para entender el punto de partida de La muerte y la dolce vita de Stephen Gundle, magnífica investigación sobre un caso nunca resuelto que terminó desvelando la vida oculta del poder en aquellos locos años cincuenta de Via Veneto, maggiorate y especulación immobiliaria.




La protagonista indiscutible del asunto era una chica de veintiún años que soñaba con las divas del celuloide, América y una vida lejos del suburbio y la modestia. Wilma Montesi era prototípica en ingenuidad católica y aspiraciones banales. La década que marcó el ecuador del siglo XX fue un momento anómalo, donde los mayores perpetuaban la tradición decimonónica y los jóvenes aún no habían comprendido que la novedad estaba a la vuelta de la esquina, preparada para provocar un terremoto. Wilma Montesi salió de su casa en Via Tagliamento el 9 de abril de 1953 y no volvió. Su cuerpo fue hallado en la orilla de Torvaianica treinta y seis horas más tarde.

Bien, una chica se ahoga, engullida por las aguas. La familia, modesta y sin muchos recursos económicos, inventó que la joven fue al litoral para darse un baño de pies, explicación absurda. Cerrar el embrollo, pasar página para no sufrir. ¿Por qué el cadáver carecía de liguero y presentaba magulladuras? ¿Por qué se aceleró el proceso de la autopsia y se corrió un tupido velo tan contundente? Wilma Montesi podía ser bien inocente, pero no así los chacales que en la oscuridad alentaban la ilusión de riquezas fáciles y fama instantánea.

Antes de Londres y los sesenta, Roma fue la capital de moda, el paraíso terrenal de diversión simbolizado en Via Veneto y sus terrazas plagadas de divas del celuloide y reyes desterrados, carne perfecta para los paparazzi y el curioseo de la gente normal, que de ningún modo podía permitirse esos lujos en la dura posguerra y se conformaba con alimentar la imaginación leyendo revistas, fotonovelas y asistiendo religiosamente al ritual del cine, puerta de lo imposible.

El país estaba dividido en dos facciones. Coppi y Bartali en lo popular. Democracia Cristiana y Partido Comunista en el poder. Las huestes de Andreotti y compañía monopolizaban las instituciones y tejieron una red sibilina con ayuda de la Iglesia y otros mandamases con los que convenía pactar. La mafia hacia de las suyas y el dinero corría con corrupta libertad.






¿Y Wilma? ¿Qué pinta en todo eso? El delito Montesi es apasionante porque en su interior confluyen los males de la Italia de esa época. Dar carpetazo no sirvió de nada. En una nación de porteras era lógico que alguien hablara y accionara una caja de truenos, rayos y centellas. Cerca del fatídico enclave un arribista tenía una casa donde se realizaban orgías con cocaína y mujeres de rompe y rasga. Ugo Montagna era su propietario y mantenía amistad con Piero Piccioni, hijo del Ministro de Asuntos Exteriores. Ambos se situaron en el punto de mira de la investigación como consecuencia de las pesquisas de un periodista que aprovechó la oportunidad para desatar un escándalo que amenazaba con sacudir el plácido orden de los que dirigían el tinglado tricolor con plena impunidad, sin miedo a condenas ni juicios sumarísimos porque el partido estaba amañado.



Lo que no impidió una mancha enorme que salpicó ese vestido impoluto. Montagna y Piccioni jugaron el papel de los ricos lujuriosos, cabezas de turco que tapaban vergüenzas mayoritarias de la clase política y empresarial. Las fiestas, que tanto recuerdan a las de Berlusconi y sus compinches en Villa Certosa, accionaban mecanismos donde lo humilde encajaba desde el abuso y el engaño. La mezcla de anhelo, sexo, drogas y jazz era un habitual coctel explosivo para aristócratas, trepas y bohemios, socios del oasis de vicio que entre bambalinas modelaba un oculto que se hizo público con el asesinato de Wilma Montesi. Los testimonios de varias jóvenes implicadas en los saraos, entre las que destacó Anna Maria Moneta Caglio, apuntaban a la enésima tomadura de pelo en la esquizofrenia de lo de arriba y lo de abajo. La moralidad predicada por el Papa y el gobierno era una farsa más para someter a un férreo control al resto de la población, entusiasmada en el tránsito de lo rural al consumismo, perdida en lo más profundo en la confusión entre las raíces y el dólar.

Y sin embargo, pese a su función catártica de desvelo de la mentira, nadie reaccionó ante tanto scoop mediático. La prensa en su afán de vender publicaba cualquier rumor, desde cábalas de tarotistas hasta opiniones de reputados expertos que no sacaron nada en claro de esa agonía judicial que duró un lustro y dio carta de legitimidad al universo del ocio romano como paradigma de un relativismo que ahondaba en la creación de una sociedad del espectáculo donde el oropel tenía siempre las de ganar.




El libro de Stephan Gundle entronca con la cada vez más frecuente tendencia del género ensayístico a dejarse leer como si de una novela se tratara, algo meritorio cuando, y aquí sucede, el texto demuestra estar bien documentado y el autor goza de una capacidad de análisis que se alía sin problemas con una prosa fluida que da más valor si cabe a un conjunto que vuela del neorrealismo a la asunción burguesa de la sociedad italiana. Visualicen películas, comparen a los personajes del Sordi de los primeros cincuenta con los chicos de Poveri ma belli y observen los omnipresentes trajes de 1962 en L’eclisse de Michelangelo Antonioni. Doce años cambiaron el rostro de la bota y el Affaire Montesi fue, como quien dice, la advertencia de que nada volvería ser igual por mucha miseria, bloques de pisos y pocilgas que la periferia acogiera. Lo importante era la luz positiva, la idea de prosperidad y el foco en Olimpiadas, belleza y exhuberancia. Wilma Montesi fue un estorbo, y puede que por ese mismo motivo nunca sepamos las verdaderas circunstancias de su homicidio.



En 1960 Federico Fellini rodó la que quizá es la mejor película de la Historia del cine, un monumental fresco de tres horas donde todo lo expuesto por Gundle se mostraba sin tapujos y con deprimente crueldad. Los hipócritas protestaron, las salas habilitaron cortinas que bajaban para tapar las escenas más fuertes. Educar en la represión cuando se vendía el despilfarro desde una óptica de ensueño era el acabose. Llegó la crisis y el miraje de esplendor fue despedido para quedar en la memoria con tonos agradables, sin partes sangrientas que ocasionalmente resucitan, como si así algunos quisieran precisar que algunas anécdotas son trascendentes al avisar del mal, aficionado a dejar indicios de su podredumbre sin que reaccionemos.

miércoles, 6 de junio de 2012

Podcast sobre generaciones literarias españolas en el Laberint de Wonderland




Hoy en el Laberint hemos hablado de cuatro generaciones literarias españolas, desde la generación del 98, pasando por la del 27 y el 50 hasta llegar a Nocilla y el siglo XXI. Puedes escuchar el Podcast a partir del minuto 37 clickando aquí

martes, 5 de junio de 2012

Miércoles 6, Cuatro generaciones españolas en el Laberint de Wonderland



Tras hablar la semana pasada de novelas generacionales prometimos hablar de una generación en concreto, pero la lógica nos indicó que lo mejor sería enfocar bien un arco literario, por lo que este miércoles las protagonistas serán cuatro hornadas españolas.


1.- La generación del 98

2.- La generación del 27

3.- La generación del cincuenta

4.- La "generación" Nocilla, de la que comentaremos si en realidad pertenece a este grupo o no.



Cada miércoles a partir de las 15h

Radio Nacional- Rne4

100.8 fm Barcelona

En directo:Rne4

lunes, 4 de junio de 2012

El arte del ruido de Luis Gámez y Conversaciones con John Coltrane en Revista de Letras





Miniaturas musicales: “El arte del ruido”, de Luis Gámez y “Conversaciones con John Coltrane”
Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 28.05.12



My favorite things:
Conversaciones con John Coltrane.
Michel Delorme (Ed.)
Traducción de Isabel Núñez
Alpha Decay (Barcelona, 2012)




El arte del ruido.
Luis Gámez
Alpha Decay (Barcelona, 2012)




Durante unas exequias papales pensé en el silencio absoluto que interrumpían las campanas, símbolo de comunicación que marca buena parte de la Historia de Occidente. Antes del Novecientos el ruido cotidiano importaba, pero mantenía una calma que seguía la corriente social de un mundo pequeño, reducido porque las distancias eran enormes y la técnica sólo había llamado parcialmente a la puerta. Sí, la primera Revolución industrial llenó la atmósfera de humos y dio el pistoletazo de salida con el tren y su pitido, que fracturó un mapa convencional del ruido para anticipar el estallido tecnológico que invadió hogares y calles a principio del siglo XX. La Historia, con el movimiento, se aceleraba, y la misma velocidad tumbaba eternas certezas. Freud, Nietzsche y el estruendo de una nueva Humanidad que mediante el arte intentó condensar un cambio radical, tanta expansión en tan breve lapso de tiempo.

Dentro de todos los ismos de esa gran época el más rotundo en sus postulados fue el Futurismo. El manifiesto de 1909, firmado por Filippo Tommaso Marinetti en la portada del prestigioso diario Le Figaro, denostaba la belleza de la Victoria de Samotracia en contraposición a los coches, ardía en deseos de quemar los museos y amaba la guerra, suprema expresión moderna de destrucción, de enterrar lo viejo para instalar lo nuevo.

Los futuristas son conocidos sobre todo en lo pictórico, lo que no impidió que uno de los miembros más destacados del grupo escribiera un texto, L’arte dei rumori, donde se exalta el triunfo del ruido desde que las máquinas se inventaron, mutando el aspecto sonoro del ambiente. Las palabras del italiano sirven a Luis Gámez (Córdoba, 1981) para conjugar en un pequeño volumen una serie de ideas sobre lo que significa la aparición del ruido en la música contemporánea. Sus tesis, divididas en dos bloques, son interesantes e invitan a debates que introduce con un contexto histórico bien desarrollado que en ocasiones, por la necesidad de condensar gran cantidad de datos en un espacio limitado, deviene farragoso, no tanto por el contenido, sino por el estilo, que fluye cuando el autor se olvida de adoptar un estilo académico y deja volar sus reflexiones sobre la toma de conciencia y superación de límites musicales y la polémica, que vira el espectro del siglo XX hacia una cierta muerte de la élite y la eclosión de una cultura popular fruto del consumo, sobre el jazz propiciada por Theodor Adorno. Una música divertida no debe pensarse. Lo concreto estaba a la vuelta de la esquina.

Edgar Varese afirmaba que el compositor es un organizador de sonidos, y su frase va a las mil maravillas como resumen del último tramo del trabajo de Gámez, centrado en la imposibilidad de integrar el ruido espontáneo a una pieza grabada, ya que al formar parte de la obra pierde su naturalidad y se integra en un conjunto, por lo que no puede asesinar a la tradición, la perpetúa desde otras vías que, al incrementarse la aceptación de una imaginaria línea roja de volumen, han dejado de ser molestas.








Las legendarias improvisaciones de John Coltrane, como toda anomalía genial, padecieron la ira de los críticos conservadores hasta que su fuerza las erigió en clásicos del jazz. Resulta curioso que My favorite things recoja tres entrevistas que el músico de color concedió en Francia a Michel Delorme y a otros fanáticos expertos de esas mágicas bandas llegadas del otro lado del océano. El tríptico dialogal constituye una exquisita recopilación estructurada de manera perfecta. La primera charla muestra el apogeo de un monstruo, mientras la segunda exhibe preocupaciones compositivas dentro del orden de la estabilidad y la última la crisis, el bloqueo con tintes religiosos de no poder o saber ir más allá en la víspera del último suspiro.

La edición de Michel Delorme y la publicación en España de esta minúscula joya me parece un acierto y un salto en lo concerniente a presentar al público textos accesibles de alto nivel, pues las entrevistas a Trane son profundas y probablemente más entendibles para los que conozcan los mil dimes y diretes del jazz y su evolución. Me confieso acólito del autor de A love supreme, por lo que escarbar en el interior de sus respuestas me ha incitado a querer tener más información. La del volumen contentará a los connaisseurs y alentará a los que sólo disfrutamos sin enmarcar con plenas garantías el porqué de esos sonidos en ese preciso instante de la cronología.

Otro punto a favor, impagable broche de oro, es la carta de Coltrane a Don DeMichael que cierra el libro. En ella, ese artista obsesivo y en apariencia taciturno se sincera e hilvana pasión y declara su amor, tras leer una biografía de Vincent Van Gogh, una declaración de amor a la urgencia creadora, bellísimo pasaje donde el saxofonista disecciona con lucidez la incomprensión del creador avanzado al tiempo que le ha correspondido vivir.

Los dos minis musicales de Alpha Decay se complementan, como si del ensayo al coloquio mediara un paso, vaso comunicante que los hermana. Leí ambos en un avión y dejé reposar sus páginas en mi mente. El único pecado de una cápsula teórica como El arte del ruido de Luis Gámez es su involuntaria densidad, que se corresponde con el formato de esta propuesta de la editorial barcelonesa. No es la la primera vez que detecto demasiada concentración en los libros de esta colección. La intención es buena, pero las ideas, sobre todo si son de hondo calado, necesitan un poco más de aire para respirar, lo que no acaece con Coltrane, preciso hasta en la sinceridad, vanguardista y rotundo en la elegancia.