miércoles, 30 de octubre de 2013

Podcast de escritores ciegos en el Laberint de Wonderland



Hoy hemos hablado en el Laberint de escritores ciegos. La selección ha sido de lujo, pasando de Homero a Milton y de Galdós a Borges. Puedes escuchar la sección a partir del minuto 43 del enlace clickando aquí

martes, 29 de octubre de 2013

Miércoles 30, escritores ciegos en el Laberint de Wonderland



La semana pasada pensaba un tema para el Laberint y de repente se me encendió la lucecita de los ciegos. ¿Existirían muchos escritores con ese problema de visión? Busqué, pensé y al final podré presentaros cuatro casos emblemáticos, alguno menos conocido, casi sorprendente.

1.- Homero o la ceguera como conciencia colectiva de un pueblo.

2.- John Milton y su Paraíso perdido.

3.- Benito Pérez Galdós, de Marianela al padecimiento propio.

4.- Borges y la herencia genética






Cada miércoles a partir de las 14h

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domingo, 27 de octubre de 2013

Al envejecer, los hombres lloran de Jean-Luc Seigle





El destino y la verdad: Al envejecer, los hombres lloran de Jean-Luc Seigle, por Jordi Corominas i Julián


Jean-Luc Seigle, Al envejecer, los hombres lloran, Barcelona, Seix Barral, 2013
Traducción de Adolfo García Ortega

Desde la caída del muro de Berlín el reloj se ha acelerado en demasía. El fenómeno empezó antes, probablemente con el primer viaje en tren de la Historia. Desde entonces el progreso asociado a la tecnología de la modernidad causó daños irreparables que incrementaban la distancia entre generaciones y propulsaban nuevos mundos cada dos por tres.

La cronología de la Historia, es algo innegable, siempre se ha visto jalonada por guerras. Las nuevas hornadas las contemplan como acontecimientos lejanos, anécdotas que aparecen en los manuales. Nuestros antepasados las recordaban como símbolos que hilvanaban el relato y creaban esas metáforas de nudos que eran manos que se tocaban y con el tacto transmitían el pulso de una época a otra, estableciendo una cadena que mediante ese contacto abarcaba siglos.



La tierra era otro factor de permanencia. A ella se apega Albert, protagonista de Al envejecer, los hombres lloran de Jean-Luc Seigle, novela sorpresa de la temporada 2012 en Francia, premiada con el RTL-Lire, galardón que conceden libreros y lectores. Tanto consenso provoca, al menos para quien escribe, cierta sospecha antes de abrir el libro y disfrutarlo. Es posible que la corona, al menos por parte de los que se dedican a vender literatura, se deba al amor bibliófilo de Gilles, el benjamín de la familia Chassaing que se apasiona por la lectura, y ya saben que en esta época el tema causa furor en redes sociales y minúsculos colectivos, como si textos que mencionaran el amor por las letras fueran un maná esencial, algo así como el cartelito de reading is sexy.

Libreros aparte hay que considerar al lector francés una especie sabia que si ha elogiado la obra de Jean-Luc Seigle es porque ha captado en ella un vínculo emocional muy directo que remite a palabras que pasan de abuelo a padre y de padre a hijo. La elección de una jornada concreta para sintetizar el cambio de un universo antiguo a la modernidad en la Francia del general De Gaulle. El 9 de julio de 1961 la familia de Albert, residente en un pueblo de setenta y dos habitantes, se prepara para recibir a la televisión. El aparato irrumpirá en su casa porque así lo ha querido quien administra el dinero, Suzanne, esposa y madre nada abnegada que vive obsesionada por el dernier cri en su afán por desterrar lo rural y los vetustos objetos de su hogar, como el balancín estilo Luis Felipe de su  suegra. Ambos constituyen una presencia arcaica, muerte de una época desde la desmemoria y el olvido, defunción de un vaivén de sosiego.

El presente luce con la guerra de Argelia, donde el primogénito Henri acapara la atención de su madre. El resto del clan siente algo de envidia con el monopolio del interés y esa acuciante espera de la carta del día que sirve para que Suzanne llene un vacío que intenta compensar poniéndose guapa porque el mensajero, un tal Paul, es una llama de esperanza, otra treta para sacudirse el sopor que la aleja de los suyos, y de este modo el narrador, con cuatro pinceladas, ya ha marcado una línea de separación entre los partidarios de lo viejo y lo nuevo concentrados en cuatro paredes.



Pero esto no es todo. Albert ha decidido que esa calurosa jornada será la última de su existencia. Para ese luchador de la línea Maginot, preso durante cinco años en la Alemania nazi, sólo queda ajustar cuentas y dejar las cosas preparadas para que el futuro, que él considera casi obsceno con su perfidia acelerada, permita que todo siga en orden, por eso se preocupa por Gilles, a quien encomienda al nuevo vecino Antoine, un profesor jubilado, la formación de su amado retoño, con quien tiene una silenciosa complicidad.

La novela se estructura en las tres partes que dividen las 24 horas donde la condensación crea un calmado efecto dramático. Las acciones no son trepidantes, sólo cotidianidad y pensamiento donde el influjo del conflicto bélico del Hexágono con la colonia permite evocar otras experiencias similares que van desde la Gran Guerra hasta el drama de la ocupación de 1940 a 1944. Las viudas siguen llorando a sus hijas y ahora, en ese presente que a nosotros nos resulta tan lejano, la introducción de la sociedad de la imagen propiciará, ese es el colofón deseado, que una madre llore al ver a su favorito en la gran pantalla, cercano desde el abismo que es vestir como un soldado y pisar la hostilidad de la incertidumbre.

Jean-Luc Seigle ha escrito lo que puede considerarse una novela de toda la vida que cobra valor por cómo se ha tejido su textura, donde hay que prestar atención a lo sutil de una serie de paralelismos que surcan la trama, desde Balzac hasta los secretos que mente y aire guardan para configurar una atmósfera que contiene la explosión colectiva de esta novela tan europea, valiente y extraña apuesta de Seix Barral en un país que no es muy dado a entender mecanismos narrativos tan refinados, selectos en fondo y forma.

Al envejecer, los hombres lloran desencadena su desenlace sin prisas, como si la prosa se fundiera con la concepción del protagonista, humilde en una centralidad que da pie a que los demás piezas del tablero sean importantes, porque en el rompecabezas urdido por Seigle cada persona juega un papel que determina el comportamiento de las otras. Las conexiones se suceden con la naturalidad de un tiempo repleto de normalidad que aún no ha pervertido los segundos. Observamos paseos, flirteos, la inevitable comida que acreciente el malestar que flota y el retiro de la nocturnidad. La diferencia está en cómo se cuentan esas horas y en un epílogo magistral, erudito con mucha elegancia, donde los flecos pendientes se cierran y las reflexiones cobran un sentido definitivo que demuestra que, desde una extrema y profunda simplicidad, los hombres hacen la Historia y la actualidad la tergiversa porque con tanta prisa el tópico y el aburrimiento son socios, formidables y mediocres. Nunca minusvaloren el poder de las encrucijadas.

jueves, 24 de octubre de 2013

Como parecer un intelectual moderno en Todos somos sospechosos



En esta época el postureo afecta a cualquier cosa, y uno de los campos donde destaca más, quizá por la influencia de las redes sociales, es el de los supuestos intelectuales. De repente amaneció y muchos quisieron formar parte d esta categoría. En Todos somos sospechosos os damos consejos para serlo con nuestro análisis antropológico de la cuestión. Puedes escuchar la charla aquí

miércoles, 23 de octubre de 2013

Podcast sobre aspectos de Vázquez Montalbán en el Laberint de Wonderland


Hoy hemos dedicado el Laberint de Wonderland a Manolo Vázquez Montalbán mediante cuatro platos de su menú. Primero hemos hablado de su relación con el Raval, después hemos avanzado con su poesía y para terminar hemos comentado su colaboración con Dalí y la brillantez de su sátira "La aznaridad". Puedes escuchar la sección a partir del minuto 42 del enlace clickando aquí

martes, 22 de octubre de 2013

Miércoles 23, aspectos de Vázquez Montalbán en el Laberint de Wonderland


El pasado 18 de octubre se cumplieron diez años del fallecimiento de Manuel Vázquez Montalbán. Para conmemorar la efeméride en el Laberint hemos decidido abordar cuatro aspectos de su trayectoria. Son los siguientes:


1.- Manolo Vázquez Montalbán y el Raval

2.-  Vázquez Montalbán poeta

3.- Vázquez Montalbán y dALÍ

4.- La aznaridad


Cada miércoles a partir de las 14h

Radio Nacional- Rne4

100.8 fm Barcelona

En directo:Rne4

lunes, 21 de octubre de 2013

Sábado 26, 21h30: Loopoesía en La Mercería de Sevilla





Hemos descansado un mes que nos ha ayudado a preparar 2014, pero Los lotófagos aún siguen en marcha, el año no ha terminado y este sábado 26 Loopoesía vuelve al ruedo en Sevilla, ciudad que ya visitamos en junio. Como no queremos quitar público al clásico hemos optado por actuar a partir de las 21h30 minutos en La Mercería, donde desplegaremos nuestro show de 2013 por penúltima vez en España. Deseamos que venga mucha gente. Aquí tenéis los datos:


Loopoesía 2013 en La mercería

Sábado 26 de octubre, 21h 30 minutos

c/ Regina 10

41003 Sevilla ( Cerca de la Alameda de Hércules)

Entrada gratuita

domingo, 20 de octubre de 2013

Tiempo de encierro, de Doménico Chiappe



Desarrollos del íncubo, hecatombes del desastre: Tiempo de encierro de Doménico Chiappe, por Jordi Corominas i Julián

Doménico Chiappe, Tiempo de encierro, Madrid, Lengua de Trapo, 2013

Empecemos. Una pareja joven vive en un chalé de la periferia. Su mundo es idílico. Se conocieron, supieron construir una relación sólida y pasados los años optaron por adquirir un lugar donde crecer juntos, una burbuja alejada del mundanal ruido, metáfora perfecta de la desconexión inicial de Igrid y Maelo, satisfechos con su precariedad independiente, contentos con su vida a medias hasta que salten las alarmas definitivas.

Las primeras páginas, notables porque marcan con claridad el contraste entre el antes y el después, recorren este falso bienestar, incrementado con el embarazo de ella, tranquila en la casa mientras él trabaja lo que puede a la espera de la plaza que merece tras sacar buenas notas en las oposiciones. Sin embargo, una vez cerramos Tiempo de encierro de Doménico Chiappe, es inevitable pensar que el protagonista masculino de la trama es un  símbolo de destino, un elemento que en su interior atesora la frustración que vendrá entre su vida finiquitada en su lugar de procedencia allende el charco, la asunción de su talento limitado y la experiencia de ser un superviviente que aspira a más de lo que puede, y precisamente en esa idea es donde nace el desbarajuste que el autor plantea de modo interesante, pues sí, sabemos que los bancos son malvados y pérfidos, pero los ciudadanos también pecaron de ilusos durante la era del boom inmobiliario.


Los suicidios del presense se leen en mensajes de texto, son rastros del camino, noticias que afectan sin desmoronar porque el egoísmo prima sobre el colectivo, concepto que sólo afectará a los protagonistas cuando padezcan lo que otrora era un lejano rumor, una curiosidad más que puede verse en la colección, un capricho absoluto, vintage de pancartas del 15M, un museo de un presente que su criterio juzga pasado, doble crítica a la oportunidad perdida y a la excesiva velocidad con la que olvidamos hechos recientes.


Antes de la noticia, antes del puñetazo y el desconsuelo, Igrid carbura a todo gas. Sus ideas son brillantes y muy críticas con el mundo editorial, donde se ha curtido a base de observar vanidades, chiquillerías y mucha estupidez. Su libertad es la independencia del autónomo que abre el e-mail, atiende propuestas y deja que las jornadas tienten la suerte de un pelotazo que permita ir más allá. En su caso la preocupación monetaria es relativa porque Maelo es quien se ocupa de las cuentas, factor importante que acrecienta la sorpresa del mensajero con un doble sobre maldito que anuncia la decisión del desahucio por un retraso en el pago mensual de la hipoteca.




La situación deviene terrible por múltiples razones. En primer lugar implica la mentira de Maelo a Igrid. En segundo comporta una elección totalmente irracional de protección que casi nos recuerda a otras épocas. Ella opta por no salir de la casa pese a tener responsabilidades y la obligación de visitar a su ginecóloga. Su reclusión hará que él, más que nervioso por sus errores, emprenda la senda de buscar soluciones y ponga toda la carne en el asador para intentar apaciguar un fuego que pese a no quemar los cuerpos los amenazará hasta lastrarlos de por vida.

El encierro de Igrid tiene algo de paradoja coherente por su estado, con el feto convertido en un interlocutor privilegiado que capta la desesperación mediante palabras y gestos que agudizan el drama a medida que transcurren las semanas. Se comienza por prescindir de lo superfluo, se avanza al miedo de desplazar los utensilios fundamentales a la abandonada casa de al lado y se termina, quien diga que esto es un spoiler merece volver a la educación primaria, con el nacimiento del bebé y una mente que desde su lucidez delira por tanta soledad y un proceso que con su acumulación de frialdad, cinismo y desfachatez para el beneficio de unos pocos puede desquiciar a cualquier persona.

Chiappe juega bien sus cartas. La evolución del desahucio es una notificación bancaria y judicial con su lenguaje seco, con esa aridez incomprensible que acatamos como una condena que se sirve a cuentagotas y contrasta con la vivacidad de la única esperanza de luz para Igrid, su colaboración con la superartista, una aspirante a Wagner del siglo XXI, Bi, trama dentro de la historia que sirve para plantear la oposición de un mundo que pese a su integración en la realidad la aliena: el universo de nuestros perfiles en redes sociales y su potencia para exhibir con rotundidad los males del individualismo, la fachada y lo que en términos casi de argot posmoderno se conoce como postureo, barrera insalvable si se quiere practicar la acción que navegue hacia el mar del cambio, ajeno a la vacuidad contemporánea y, por lo tanto, utópico.

Si fuéramos muy escrupulosos podríamos criticar con razón estos fragmentos de Bi, útiles para presentar el laberinto emocional de Ingrid y exponer tesis que el narrador pone en boca de sus personajes. Tales pensamientos, argumentados sin tapujos, quizá merecerían más espacio y bien podrían constituir el embrión de un ensayo que sólo se esboza en la novela, si bien en la misma tiene una función importante para apuntalar defectos de una época donde el ego niebla la perspectiva del horizonte.

Tiempo de encierro se enmarca en lo que podríamos definir una segunda fase de lo que en un futuro definirán como narrativa de la crisis. Cuando estalló la depresión la confusión sumió a los escritores residentes en España en el silencio que se rompió a partir de mayo de 2011, cuando la ocupación de las plazas generó una empatía generacional en muchos que sacaron sus libros basándose en causas y consecuencias de movimientos sociales, de Alberto Olmos a Pablo Guitérrez centrados en Ejército enemigo y Democracia en una inspiración clara, diferente a la de otros nombres como Kiko Amat, Juan Francisco Ferré o Isaac Rosa, quien tras La mano invisible complementa su visión en La habitación oscura. De la imprecisión inicial de este tipo de literatura de crisis hemos pasado a tener ejemplos que abordan el tema con un respiro más consistente, desde Todo lo que era sólido de Antonio Muñoz Molina hasta En la orilla de Rafael Chirbes. El ensayo del ubetense y la novela del prosista valenciano son impecables porque encajan en la coherencia de sus respectivas trayectorias, no son artefactos que supongan un giro ni textos creados para la ocasión.

Tiempo de encierro de Doménico Chiappe es digna de elogio porque no especula, hilvana una ficción desde una historia real y no se va por las ramas con nimias florituras. Su uso de distintos lenguajes plasma las actuales antípodas entre el pueblo y los que están en el vértice de la pirámide. Lo hace bien y sólo cae en la retórica cuando a Igrid, algo que al fin y al cabo hacemos todos, le da por ponerse mitinera.

La conclusión obvia es que la estela del desastre impulsa un determinado género del período donde ya se pueden, y aquí acaece, desgranar los hechos con una mínima perspectiva y no a trompicones para destacar y formar parte del club de los que hablaron de ello. Los testimonios para ser válidos deben desterrar los fuegos artificiales, basta con ser fiel a la realidad, no tenerle miedo y saber que lo escrito deberá trascender la mera inventiva para exigir reflexión al lector. Aquí se logra, y bien, un parto que supone irse no es casual.

sábado, 19 de octubre de 2013

El coleccionista apasionado de Philipp Blom




Un espécimen verdaderamente especial: El coleccionista apasionado de Philipp Blom, por Jordi Corominas i Julián

Philipp Blom, El coleccionista apasionado, Anagrama, Barcelona, 2013


Philipp Blom es un ensayista que sabe leer los códigos del género, adaptándolos a nuestra modernidad desde una prosa fluida y una gran versatilidad en la elección de los temas que propone al lector. Su pluma ha circulado por muchos territorios narrados con vigor y unas estructuras textuales que no rehúyen la linealidad pese a gustar del giro imprevisto desde anécdotas o pequeños detalles que enhebran las partes de sus composiciones.

En esta ocasión Anagrama presenta en España un libro que el historiador alemán publicó en 2002. El coleccionista apasionado es, en apariencia, una obra sobre el vicio humano por la acumulación que deriva en agudas observaciones que muestran la evolución del fenómeno.

En algún momento de la Historia un hombre decidió coleccionar. Blom obvia la génesis que sería la Antigüedad y se centra en los últimos cuatro siglos, entre otras cosas porque ya se habían descubierto grandes extensiones del orbe y eso permitía un enfoque distinto para los amantes de recopilar, seres humanos permanentemente insatisfechos que tras una nueva adquisición siempre piensan en la siguiente, insaciables en su afán de la pieza que mejore el conjunto, del capricho que potencia su vanidad.
Los primeros coleccionistas modernos tenían el criterio de cuanto más mejor, carecían de medios idóneos para conservar su material y se resignaban con el anhelo, insistimos en el punto ególatra de la cuestión, de ser inmortales porque su empeño les sobreviviría. Eran nobles y príncipes que aumentaban su excentricidad con sus selecciones de reliquias religiosas, animales o cuernos de unicornio.



A partir de la última mitad del siglo XVII empieza a intuirse un atisbo de las luces de la siguiente centuria. Los coleccionistas ya no se conforman con tener y aceptan que lo taxonómico debe imponerse por rigor científico y lógica elemental del orden que venza al caos. Sin embargo el desorden puede llegar por otros derroteros que alertan de lo pérfido de nuestra especie. Durante la ilustración y buena parte del siglo XIX nació la moda de la taxidermia que no sólo se aplicaba en animales. Aquí en España tenemos varios ejemplos que el autor no menciona. El negro de Bañolas y sus viajes de África a un museo provinciano son un magnífico ejemplo comparable al caso de Solimán, el africano de Viena, donde también es posible encontrar esa fascinante cámara de nuestra frialdad, todo por el estudio y lo insólito, que es el Josephinum.
En el Ochocientos un cambio decisivo, que aún impregna la senda de la que hablamos, es la irrupción consolidada del Estado-Nación y su voluntad de elaborar proyectos museísticos. Napoleón Bonaparte lo refleja desde la ambición desmedida del derecho de conquista con el arte que pasó a engrosar las colecciones nacionales hasta que la epopeya terminó y muchas de las aportaciones usurpadas en campañas militares volvieron a su país de origen. De todos modos la idea, si olvidamos las comprensibles devoluciones tras los tratados de paz, aborda la labor que hizo surgir los mil y un museos que pueblan el Planeta, instituciones que suelen adoptar las coordenadas racionales que comentamos en el párrafo anterior.




El siglo XX añade múltiples factores a la ecuación. El mundo se ha ensanchado porque la velocidad ha dado un impulso que ha acortado distancias. Los espacios se volvieron más accesibles y la era de la reproductibilidad técnica hizo que se transformara la mentalidad del coleccionista, que más que por lo único fijó su mirada en las series. Asimismo esta metamorfosis del paradigma conllevó la desaparición de la exclusividad, tanto del objeto como de sus empecinados amantes. La belleza estética dejó de ser un componente esencial y el kitsch, propiciado hasta cierto punto por el taylorismo, hizo que gente de toda clase se aficionara  a acumular cachivaches, desde envoltorios de comida hasta vasos de Nocilla. Esta democratización del coleccionismo debe generar en recodos privados una pléyade de absurdidades que algunos querrán equiparar con el síndrome de Diógenes. Puede ser, pero no hay que ser tan previsible. Blom, que nunca omite ninguna minucia por minúscula que sea, tanteó también este aspecto, y por eso en los capítulos finales de su ensayo traza un hipotético y bien justificado retrato del coleccionista, a quien paragona con Casanova, lo que incide en la seducción, el deseo, la pericia y las carencias que llevan a emprender la aventura de dedicar tiempo a acumular y hacerlo con tino.

Por último es curioso que en El coleccionista apasionado no aparezca un lugar maravilloso que sintetiza muy bien lo explicado en el volumen. Hace siglos en el barcelonés Museu Frederic Marès se celebraban los juicios de la inquisición. Hoy en día aún es visible en su exterior el escudo del santo oficio, símbolo de miedo que pierde su condición cuando el visitante accede al interior del establecimiento y se sorprende con la doble colección. Una, la más convencional, es un extraordinario  recorrido por la estatuaria catalana del Medioevo. La otra ocupa dos plantas del edificio y es la recopilación de los objetos cotidianos, de cromos a anuncios pasando por chapas, pipas o juguetes que el escultor Frederic Marès juntó a lo largo de su existencia y donó a la Ciudad Condal.

Su gabinete es la victoria de un interés que de lo personal se transfiere al colectivo. El triunfo consiste en ver el entusiasmo de las personas que contemplan esa infinita miríada de chismes que en algún sirvieron a nuestros antepasados. Los rostros de asombro apuntan a un funcionamiento ininterrumpido de una cadena mágica de conocimiento y transmisión que vira del egoísmo a la generosidad, reversos de la moneda de la vida a la muerte.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Podcast dedicado a las placas de la ciudad de Barcelona en el Laberint



Hoy en el Laberint hemos hablado de las placas de la ciudad de Barcelona. Son poco uniformes, necesitan una buena limpieza y tener más presencia, pero obviamente hay muchas, y de todas hemos seleccionado algunas de personajes que merecen mucho la pena entre los que cabe mencionar a Joan Salvat Papasseit, Santiago Russinyol, Joan Miró, el Pescaílla y Joan Manel Serrat. Puedes escuchar el audio a partir del minuto 38 del enlace clickando aquí

martes, 15 de octubre de 2013

Miércoles 16, Placas que sí están en Barcelona en el Laberint de Wonderland






Hace poco el ayuntamiento de Barcelona tuvo a bien de colocar una placa de homenaje en el lugar donde nació, concretamente en el 93 de la calle Urgell, el poeta Joan Salvat Papasseit. El gran vanguardista catalán tenía una en la casa de la calle Argentería que le vio morir, pero no en el lugar donde vio la luz.

Barcelona es una ciudad rara en el tema de las placas, ni son uniformes ni el Ayuntamiento parece esforzarse en equipararse en ese detalle de homenaje e historia con Paris, Londres o Madrid. Sin embargo hay más de las que suele pensar el ciudadano y en el Laberint hablaremos de las siguientes.


1.- Santiago Rusiñol y la calle Princesa

2.- Joan Miró y el pasaje de la Banca

3.- El Pescailla y la calle Fraternitat

4.- Joan Manel Serrat i el poeta Cabanyes.


La semana que viene hablaremos de las que no están, que también son muchas.











Cada miércoles a partir de las 14h

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lunes, 14 de octubre de 2013

El otoño del comisario Ricciardi, de Maurizio de Giovanni





La cosa se complica, Luigi Alfredo: El otoño del comisario Ricciardi de Maurizio de Giovanni, por Jordi Corominas i Julián

Maurizio de Giovanni, El otoño del comisario Ricciardi, Barcelona, Lumen, 2013
Traducción de Celia Filipetto 

Para los que disfrutamos con novelas que mezclen acción y reflexión insertadas en un contexto bien construido la saga del comisario Ricciardi urdida por Maurizio de Giovanni es oro puro. Durante muchos meses pensé que la cuarta entrega de la serie significaría su final, pero tras leer El otoño del comisario Ricciardi he investigado un poco, descubriendo que en Italia el filón ha generado dos nuevas novelas que perpetúan las varias intrigas de la serie, desde los amoríos de su principal protagonista hasta la lucha contra la obesidad de su lugarteniente Maione.



Esta cuarta entrega sucede entre la última semana de octubre y la primera de noviembre de 1931. Nápoles sigue siendo una ciudad incontrolable que necesita orden porque en breve llegará de visita oficial Benito Mussolini y claro, nada puede fallar. Por ello la presencia de Ricciardi y sus extrañas pesquisas suponen un problema para sus superiores, impacientes por agasajar a los jerarcas fascistas y ganarse su beneplácito, que poco importa al comisario, obsesionado con un defecto de su marca de fábrica consistente en ver la última escena vital de los moribundos y escuchar sus últimas palabras. Esta danza infinita con los fantasmas no se produce un día en que debe acudir a la escalera de Capodimonte, donde han encontrado a un pobre niño muerto del que no oye nada, lo que le hace suponer que tras el hallazgo de su cadáver hay gato encerrado.

Y si Ricciardi lo piensa así es, no les quepa la menor duda. Las pesquisas llevan a un peculiar cura muy amante del dinero que acoge a chavales pedigüeños y les brinda cama y una pequeña educación a cargo de las mujeres que sustentan económicamente su iniciativa. ¿Quién es el muerto? Un tartamudo de siete años  que por las mañanas acompañaba a un ladrón de guante blanco que engañaba a las pobres señoras del vecindario. No se imaginen a un caco elegante. Piensen en la miseria y encontrarán miseria. No hay más.

El difunto siempre iba acompañado por un perro que ahora sigue a Ricciardi, quien con tanta insistencia terminar por molestar a sus jefes, intrigados ante tanta búsqueda de un caso que, en apariencia, no la merece. Además la inminente visita del dictador aconseja cautela, por lo que el barón oculto con grandes dotes detectivescas recibirá un permiso de una semana de vacaciones que cambiará su existencia.
Este descanso obligado hace que converjan muchas situaciones. La viuda Vezzi, bella y adinerada pretendiente del comisario, moverá mas y tierra para conquistar a su pretendiente. Los acontecimientos históricos le darán oportunidades porque ella se encargará de organizar una fiesta donde asistirá la fiesta del Duce, y claro, en ese sentido que un hombre del cuerpo la ayude puede ser de gran ayuda.




Pero ese hombre tiene otros planes amorosos. Su enamorada de la ventana, Enrica, ha dado saltos de alegría con la notita que le ha mandado. La correspondencia entre ambos se incrementa con timidez y un rayo de esperanza asoma en el horizonte de su, hasta ese instante, inexistente relación porque la tata de Ricciardi desea que todo llegue a buen puerto. ¿Lo conseguirá?

La única cosa clara es que nuestro héroe no quiere sus días libres para repanchingarse en el sofá. Ha asumido que nadie le dará cobertura en el asunto del chiquillo muerto, pero él quiere saber la verdad y meter las narices donde nadie le llama. Acudirá al centro religioso, preguntará y será el mayor inquisidor con la ayuda de muchos amigos y de su particular Sancho Panza: Maione hará el trabajo sucio y acudirá a hablar con el travesti nenita para sonsacarle información de los bajos fondos que propicie avanzar en el embrollo, maldito hasta extremos inimaginables.

Como pueden observar la trama se nutre de diversas capas que generan una densidad que nunca pierde ligereza y velocidad. Tras cuatro novelas De Giovanni maneja con garantías las teclas que mueven a sus personajes y es un perfecto capitán del barco, que en esta ocasión acelera y viola, como siempre, la previsibilidad del guión, desbocado en la evolución de los hechos y fulminante en el múltiple desenlace que dejará sin aliento a los seguidores del misterioso napolitano que nunca lleva sombrero y deja que la lluvía empape su ropa y sus pensamientos.

Con El otoño del comisario Ricciardi confirmamos algo que ya auguramos en la primera entrega, en aquel no tan lejano invierno en la ópera: el personaje principal es excepcional, uno de los mejores de los últimos años en su género, brillante por mostrar la dualidad del detective y la del ser humano con muchas sombras que espera ver la luz cuando libere su conciencia de las tinieblas que le atenazan, lúcido por ser la irreverencia que topa con el conformismo de esa época de la historia italiana, inteligente por el defecto que le confiere originalidad y perfecto porque los secundarios proporcionan la energía necesaria para que la maquinaria nunca se agote.

La saga ubicada en la capital campana no tendrá el experimentalismo, extraordinario y vanguardista, del red riding quartet de David Peace, pero es precisa y estimula de modo que sus volúmenes son devorados con suma facilidad hasta querer que la siguiente cita con la ciudad partenopea llegue lo antes posible. Esperemos que no haya quinto malo.

sábado, 12 de octubre de 2013

Diálogo con Ricardo Piglia en Microrevista

Entrevista a Ricardo Piglia

Recibí El camino de Ida tres semanas antes de confirmar que me encontraría por segunda vez con Ricardo Piglia. Mi método de lectura  para las entrevistas consiste en apurar el tiempo, casi como si las charlas fueran una misión. Me dan la fecha, la apunto en mi agenda mental y leo el libro apurándolo hasta poco antes del diálogo para conservar mejor su contenido. En este caso la espera fue tensa. Deseaba devorar la última novela del autor argentino y comprobar que Emilio Renzi seguía en plena forma, como siempre.
Me puse con la novela, la devoré y en el tren camino de Barcelona repasé todas las cajas que ocultan sus páginas, donde los diversos niveles de lectura se convierten en un reto más que estimulante para el lector, detective dentro y fuera de una investigación ambientada en la década de los noventa del siglo XX que, sin embargo, muestra problemáticas más propias de nuestra época, como si ese final de centuria preludiara todos nuestros males.
Llego al lugar de la cita, abro la puerta y a lo lejos diviso a Ricardo Piglia enfrascado en una intensa pero calma conversación con Miqui Otero. Me siento a esperar, escucho lo que dicen y luego, como favor por el tiempo transcurrido le pido al autor de Hilo musical que nos saque una foto para ilustrar el reportaje. Nos despedimos con la promesa de quedar pronto, saco mis bártulos y, finalmente, enciendo la grabadora.
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Jordi Corominas i Julián: Empecé a leer la novela y sentí que estaba dentro al pensar que habías generado al lector la sensación de ser un detective, algo que también incide en la banalización contemporánea de las personas, tipificadas hasta la caricatura.
Ricardo Piglia: Desde luego el detective sería un ejemplo de alguien que siempre mira al otro como más interesante y más peligroso de lo que es. Eso le mejora la mirada, porque no puede sintetizar a la persona con un rasgo, que es lo que ahora circula en la cultura, las personas se definen por un matiz. También es verdad que Renzi está en un mundo muy enigmático, y hasta que se adapta tiene la mirada de alguien que está atento.
Sí está atento, pero el lector husmea y no se fía de lo que nos cuenta Renzi, porque ve que ese orden muy marcado, seguramente por la estructura del campus, oculta un caos muy fuerte.
Desde luego, y puede decirse de cualquier relato que parezca demasiado estabilizado, es normal sospechar que se trastocara por un motivo u otro. En El camino de Ida hay varios signos, como la misteriosa llamada o ciertos golpes con el lenguaje. Cuando empecé la novela tenía claras un par de cosas: que Renzi estaría asombrado, con una mirada excesiva sobre los hechos por su condición de extranjero, y que tendría una relación con la muchacha, con Ida, metáfora de la ilusión de escapar de ese mundo.
La idea del extranjero se nota hasta en las clases que da sobre William Hudson, sobre todo en la metáfora de los anteojos. El aborigen se los pone y de este modo pasa a adquirir totalmente la condición de colonizado por quien se los da.
Renzi también está colonizado, esa era la idea, bien visto. Lucha contra esquemas y me interesaba este juego múltiple donde también interviene el lenguaje. Muchas de las cosas que están ahí salen en mi diario. He encontrado ese momento donde uno fija una experiencia mientras sucede como elementos interesantes para poner en una novela, algo que ni siquiera se ha elaborado, que simplemente está ahí. Todas estas cuestiones eran las que me interesaban y le daban imaginariamente el tono que quería para el libro, con Renzi medio perdido en el campus.
Y esa sensación de ir perdido se produce porque todo lo que tiene le es dado.
Sí, es verdad. Aterriza en la casa del otro, tiene un auto que no es suyo y funciona como alguien que parece el hombre invisible.
Está de paso, en un extraño tránsito. Él asume que la situación no es en absoluto estable.
Tampoco sabe qué hacer. Tenía más o menos la intención de buscar cómo se construía esa situación, sabía de la relación con Ida y que iba a morir. Esos eran los puntos claros. Avanzada la novela apareció lo de Unabomber, pero en los primeros capítulos pensé en un crimen en el interior del campus, y luego nació otra posibilidad.
Durante los primeros capítulos el lector cree que todo lo que ocurre en el campus es trascendente, hasta la relación de los tres estudiantes que siempre van con él y tienen, así se menciona, un triángulo más que amoroso.
En algún momento pensé en ese juego con los estudiantes que se convertían en asesinos, pero los libros se escriben con la metáfora del mapa, como si conocieras la primera ciudad y luego avanzaras poco a poco. A medida que progresaba la narración y surgían mundos apareció la idea de la violencia y así localicé el camino del personaje.
No tenías una carretera marcada.
No. La novela gira sobre la relación posible entre Ida y Thomas Munk y si ella estaba implicada en actos terroristas.
Algo que desvelas casi al final.
Claro. El viaje de Renzi para conversar con el convicto me pareció el punto hacia el cual iba el libro.
Y todos los viajes que emprende Renzi son para encontrarse a sí mismo, el último es un coast to coast.
Va hacia ese punto pero no encuentra respuestas. Son cuestiones de lo que uno imagina que tendría que ser una novela: plantea problemas y no los resuelve.
Y en algún momento se menciona que las buenas novelas siempre terminan mal.
La idea que las cosas se cierran de un modo perfecto es una ilusión. Siempre quedan incógnitas. Me parece importante que una novela ponga al lector en la decisión en torno a lo que sucede en la narración.
Es lo que hablábamos al principio. El lector participa y como detective debe intentar comprender el porqué cuando abre una caja aparece otra y así sucesivamente.
En mis libros siempre hay alguien que investiga algo, y en este caso concreto las pesquisas estaban conectadas con algo personal, Renzi se implica en la investigación y en un sentido tenía relación con el  impacto que le había producido la cultura norteamericana, y de ahí se llega a una violencia que no había previsto.
A lo largo de la novela se remarca mucho la alienación…
Un poco.
Y el dualismo de la cultura norteamericana.
Son cosas que surgen y que también son modos de discutir cuestiones que están en el debate general, no sólo en Estados Unidos.
Sí, pero enfocas el debate en los años noventa, justo después de la Guerra Fría, cuando estos temas de discusión no estaban tan presentes.
Empezaban a surgir tras un momento de ilusión donde pareció que todo se iba a calmar. Para mí era importante que el 2001 y las torres gemelas no formaran parte de la cronología del libro.
Son esos finales de siglo que si los analizas en perspectiva comprendes que nadie podía pronosticar el futuro.
Sí, todo el mundo cavilaba. ¿Te acuerdas? Todos haciendo pronósticos.
Estados Unidos ganó la Guerra Fría y se hablaba del Imperio único y del fin de la Historia.
Parecía que todo funcionara al unísono.
En la novela mencionas y fundes la victoria norteamericana con su máximo enemigo cuando hablas que los estadounidenses si se miran al espejo pueden ver la Unión Soviética.
¡En muchos aspectos! La sociedad de vigilancia y la idea de psiquiatrizar a quien políticamente toma decisiones que no son comprensibles para los mecanismos del sistema.
En la Unión Soviética quien disentía estaba condenado por locura.
Sí, por eso en parte puse un personaje que aparece desde el principio. En Princeton me hice muy amigo de una mujer mayor rusa que en El camino de Idaes la vecina Nina. Quería que mi amiga apareciera en un libro y en este caso hizo entrar la problemática rusa como trasfondo y la idea de Tolstoi, importante porque tanto él como Hudson fueron pioneros en tomar decisiones sobre el mundo industrial y se quejaron del mismo: preparan la plataforma para la aparición de Munk porque anticipan sus ideas, como por otra parte también hizo Thoreau.
Mientras se produce esta crítica surge una mezcla, porque la universidad puede recordar por su estructura a un claustro medieval, un reducto que es un punto de control.
Sí, está todo muy ordenado y las vidas están regladas. La otra cosa que tenía presente era la cuestión de las vidas posibles, las series que uno vive, como decías tú hace un momento con Miqui (ndlr: Otero) desde la dualidad de la profesión y la amistad, campos donde se producen conversaciones distintas en función del contexto. Esta combinación de posibles es más interesante cuando las dos facetas, porque así lo intentan las personas, no se tocan entre sí, algo que ocurre sobre todo en lugares y profesiones cerradas.
Es un tema muy actual porque la vida pública es una y luego intentamos proteger nuestra parcela privada.
Y de ahí nació la idea de la clandestinidad erótica y la clandestinidad política.
Piglia2
Y el limbo es el hotel.
Esos hoteles increíbles donde parece que nunca haya nadie.
Como hoteles de aeropuerto.
Sí, lugares rarísimos. En Nueva Jersey son frecuentes, supongo que serán para convenciones, citas y crímenes.
Y ni en esos no lugares hay escapatoria, porque en un momento Renzi está solo en el hotel y le ofrecen una carta de chicas para tener sexo.
Eso demuestra lo que decía, son sitios para sexo o para crímenes. También están dispuestos espacialmente del mismo modo para que la gente si se levanta de noche sepa dónde está el baño. Los que están habituados a estos establecimientos saben que el pasillo lleva al baño y tienen memorizados todos los recovecos del lugar.
Y esto podemos relacionarlo con la acción de Thomas Munk y la matemática de la arquitectura.
Entiende lo que ocurre en los lugares porque las corporaciones construyen del mismo modo las cosas.
Y se repiten las puertas, las ventanas y los ascensores en todo el país. La homologación.
El intento de espacializar y homogeneizar las experiencias.
La rutina de falsa igualdad.
Todo el mundo hace lo mismo en formas distintas y repite situaciones y hechos.
Por eso surgen necesidades de aislamiento como la de Ida o Munk.
Es verdad eso, no lo había pensado. Es muy intrigante la idea de la gente que se retira. El otro día leí la historia de un soldado japonés que se escondió veinte años en una isla porque pensaba que la guerra no había terminado.
Aquí en España se dieron casos que duraron décadas después de la Guerra Civil.
Algo me contaron. Son como Robinsones, organizan un inimaginable universo de vida cotidiana.
Curiosamente al principio de la novela Renzi encuentra que su casa del campus tiene comida como para sobrevivir a un holocausto nuclear, resistirlo por acumulación de alimento.
Sí, es curioso, es una pista más.
Que luego confluye en Munk. Es legítimo compararlo con los anarquistas del siglo XIX, porque adopta tácticas basadas en la propaganda por el hecho.
La comparación es válida, cito al ácrata Piotr Kropotkin y su idea de la individualidad como un sujeto múltiple. Mucha gente vuelve a leer esos textos como alternativas. Lo más interesante que tienen los anarquistas es que tratan que su vida sea como la sociedad que imaginan.
Munk es un heredero contemporáneo.
Sí, tiene algo de lo que tenían esos anarcos. En Argentina hay una historia increíble. Simón Radowitzky, un anarquista ucraniano, vino a la Argentina a matar al jefe de policía que había masacrado a unos obreros en el sur. Fue a una pensión, le dieron apoyo, pero trató de no conectar para no implicar a otros, cumplió su misión y pasó treinta años en una prisión y luego volvió a Europa.
En la Semana Trágica de Barcelona en julio de 1909 condenaron a cinco personas que no estaban implicadas directamente en los hechos porque no sabían a quien arrestar.
La individualidad múltiple bien representada porque no se pudo identificar a los verdaderos activistas por la acción de otras personas.
Exacto, no podían identificar a personas en concreto. Munk actúa solo, pero sus actos están enfocados para el bienestar del colectivo.
Está claro que tiene una idea de la presencia de los matemáticos y los científicos en la organización de la construcción básica del sistema. Hasta en el caso de Unabomber no se sabe hasta qué punto estaba solo. Resulta intrigante que pudiera liberarse del control del FBI, y al final cae porque el hermano lo delata.
¿Por qué te fijaste tanto en Unabomber?
La motivación para escribir una novela es tratar de entender a alguien que está haciendo algo ajeno a mi experiencia y a la de los lectores. Me ocurrió con Plata quemada, y en este caso el desafío, como siempre, era la tentación de ver si era posible trabajar con personajes con experiencias más allá de las normales, de la cotidianidad manida que tanto usa cierta literatura. Aquí también busqué entender porque alguien actuaba así. Por otra parte el personaje tenía dos aspectos que me interesaron mucho.
¿Cuáles?
Que leyera The secret agent de Joseph Conrad, actuándola, y que lo delatara su hermano, algo muy dostoievskiano.
Y el poder ante amenazas invisibles nada puede hacer, el resorte que produce el fallo es fraternal.
El FBI se gastó mucho dinero en encontrarlo y empleó una barbaridad de personas en encontrarlo. Era algo muy novelístico y encima el aparato de control no funcionaba.
Y se enmarca en unas coordenadas que se repiten a lo largo de los siglos, desde el Nuevo Testamento y antes.
Y con Snowden ocurrió lo mismo, porque lo delató un amigo hacker.
Lo enmarcas en los años noventa pero los temas tratados se corresponden con las problemáticas actuales.
En ese período histórico estaba todo implícito, las cosas no surgen de la nada.
También expones muy claramente un sistema de redes que no es Internet, está insertado en la realidad.
Sí, desde el campus que tiene una especie de estructura similar a la red hasta por los mecanismos de control propios del gran hermano donde se conecta todo.
En algún momento, y es una intuición de Munk, aparece una reflexión donde se expone que la gente más cultivada también puede ser la más peligrosa.
Has leído bien la novela, es una de las migajas de pan que dejo por su camino. La Universidad también implica, aunque hay gente extraordinaria, el riesgo de aislar la cultura. También tiene que ver con la formación de los matemáticos y los físicos, a los que aíslan de la experiencia, como si se les protegiera para que no se distraigan y carezcan de pasiones, algo que también se aplica en el campo de las ciencias sociales.
De hecho en la novela se menciona que los matemáticos son creativos hasta los 25 años.
Sí. Hay un deseo de perpetuar esto porque así ni crecen ni se enamoran.
Y así leen a Wittgenstein y el Finnegans Wake de Joyce.
Son como ex boxeadores. No producen nada nuevo a partir de cierta edad y sólo pueden enseñar algo. Después de ese tiempo de productividad tan intenso se alimentan con alta literatura.  Se abren a la cultura y a la discusión.
Su productividad es muy interesante para nuestro tiempo, porque se preguntan cuestiones de lenguaje, que es matemática y por desgracia se manipula.
Sí, y sin duda el tema del lenguaje es fundamental junto al de la violencia, donde podríamos incluir también la cuestión de la normalización del lenguaje.
Y llegas a lo políticamente correcto.
Que es la base sobre la que se construye ese mundo que por abajo está lleno de controles y violencia bien visible.
Que no escandaliza a nadie porque se asume.
Así es.
La violencia se muestra muy sutilmente, sin excesos.
Intenté no sobrecargar la novela de aquellas cosas que el lector debía terminar de construir.
¿Qué pasará con Renzi?
Pensé que al final su amigo lo esperaba con una botella de cerveza, pero después la saqué. Ya veremos. No se sabe.

jueves, 10 de octubre de 2013

Recopilación de artículos sobre la obra de Cocteau traducida al castellano




Este verano dediqué una serie en Revista de Letras a la figura de Jean Cocteau, escasamente conocida en España pese a su importancia para comprender las vanguardias del siglo XX y la versatilidad en las artes. Los artículos hablaron de todas sus obras recientemente traducidas al castellano por editoriales independientes. Aprovechando que hoy se cumple medio siglo de su fallecimiento las junto en una misma entrada para que el futuro visitante las descubre en sus viajes por la red.


1.- El Potomak

2.- La gran separación 

3.- Thomas el impostor 

4.-  El diablo en el cuerpo de Raymond Radiguet 

5.- La crida a l'ordre

6.-  El libro blanco

7.- La dificultad de ser 

8.- La corrida del 1ero de mayo

9.-  El cordón umbilical 

Inventos españoles en Todos somos sospechosos



Esta madrugada en Todos somos sospechosos hemos hablado de inventos espaoñoles. Somos un país que, pese a la situación actual, tiene gran inventiva, y para muestra los chismes que hemos inventado a partir de palos, pero no sólo hemos logrado tamañas hazañas: la capacidad hispánica de parir nuevos utensilios es infinita. Compruébalo escuchando el enlace

miércoles, 9 de octubre de 2013

Podcast de Literatura y perros en el Laberint



Hoy en el Laberint hemos abordado el tema de literatura y perros. Del coloquio de los perros de Cervantes hemos avanzado por El perro del hortelano de Lope de Vega, El perro de los Baskerville de A. Conan Doyle y La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa. Puedes escuchar la charla a partir del minuto 44 del enlace clickando aquí

martes, 8 de octubre de 2013

Miércoles 9, Literatura y perros en el Laberint de Wonderland




Por una vez hemos decidido ir al grano y vamos a tratar un tema esencial de la cultura de todos los tiempos: la literatura y los perros. ¿Qué les voy a contar? Para tan magno evento hemos preparado una cata de excepción consistente en los siguientes manjares perrunos:


1. El coloquio de los perros de Miguel de Cervantes

2. El perro del hortelano de Félix Lope de Vega

3. El perro de los Baskerville de Arthur Conan Doyle

4.- La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa






Cada miércoles a partir de las 14h

Radio Nacional- Rne4

100.8 fm Barcelona

En directo:Rne4

lunes, 7 de octubre de 2013

Las arpías de Hitler, de Wendy Lower





Las arpías de Hitler de Wendy Lower, por Jordi Corominas i Julián 

Wendy Lower, Las arpías de Hitler, Crítica, Barcelona, 2013
Traducción de Núria Pujol 

A lo largo de los últimos meses he detectado un fuerte interés por la figura de Hanna Arendt entre muchos de mis amigos, bien pesados al preguntarme cada dos por tres si ya había visto una de las películas de la temporada. Mi respuesta siempre era negativa, les contestaba, aunque cambiaré de actitud cuando nadie me interrogue sobre el tema, que me bastaba con el libro La banalidad del mal. Al fin y al cabo me daba la impresión que la gran mayoría de mis allegados mostraban veían en Eichmann un motivo de fascinación más allá de la filosofa norteamericana nacida en Hannover. El hombre juzgado en Jerusalén como eterno estereotipo del funcionario obediente que minimiza al demonio, al tiempo que lo engrandece hasta límites obscenos, desde la más absoluta normalidad.

Han pasado casi setenta años desde  la conclusión de la Segunda Guerra Mundial y nuestra idea de sus millones de muertos suele asociarse con acciones masculinas.  Si repasamos las imágenes de mujeres durante el conflicto las encontraremos entre la población civil y en escasos escenarios de combate. Me vienen al recuerdo las partisanas italianas, las resistentes francesas que raparon a las colaboracionistas y las soviéticas dirigiendo el tráfico motorizado en Berlín tras el final de la contienda. Son imágenes que mezclan tragedia y esperanza. En las mismas no hallamos atisbos de sed de sangre. Destacan los llantos y las sonrisas desde una cierta anomalía que explica más bien poco del papel de las mujeres a lo largo del conflicto.
Las estadísticas mencionan que en las sociedades no genocidas los hombres cometen, de media, un 90% de los crímenes violentos. Las mujeres que les siguen la estela lo hacen en el marco de la violencia doméstica y casi siempre contra individuos del género masculino. Se atribuye la preponderancia masculina a un mayor nivel de autoestima y a la arrogancia del ego que contrasta con los patrones de inseguridad, falta de reafirmación y ciclos depresivos de las hembras, que cuando suelen matar siempre aparecen destacadas en los medios de comunicación por lo excepcional del asunto.



En el Tercer Reich la importancia de la mujer se cifraba en su capacidad reproductora. Dar hijos a la patria era su deber de buenas alemanas. Cuando las tropas nazis invadieron Polonia la situación cambió ligeramente. Desde el ascenso al poder de Adolf Hitler en enero de 1933 se habían realizado ingentes esfuerzos para dotar al cuerpo de funcionarios de una importante presencia femenina. Se formaba a las aspirantes en diferentes escuelas que les proporcionaban posibilidades de tener una carrera como secretarias o enfermeras, las profesiones más codiciadas para las mujeres en el sueño nazi de ocupar el Espacio Vital del Este de Europa, donde cualquier persona capacitada sería bienvenida para la causa.

La idea de la expansión hacia el Este tenía para los jerarcas nazis connotaciones legendarias muy influidas por la epopeya norteamericana de la conquista del Oeste. Hitler y sus secuaces fueron grandes lectores de las novelitas de vaqueros de Karl May y aprovecharon la coyuntura para adoctrinar a sus ciudadanos con dogmas de conquista, superioridad aria y otras consignas que se consolidaron en la mente de los elegidos para emprender la aventura genocida iniciada el 22 de junio de 1941 con la invasión de la Unión Soviética.
Y bien, vayamos al grano. Cuando uno ve un libro titulado Las arpías de Hitler piensa que en su interior encontrará un espeluznante catálogo de horrores, y sí, una vez instalados en los territorios del Este lo acaecido fue de todo menos bonito. Los nuevos ocupantes se comportaban como modernos señores feudales, con una finca, mucho terreno que administrar y unos esclavos a los que desproveer de toda humanidad.



¿Por qué no hemos sabido hasta ahora de casos de asesinas nazis durante la ocupación? Por tres motivos básicos. El primero ya lo hemos mencionado: la historia visual y escrita ha excluido al género femenino del mal en la guerra. El segundo radicaba en la ausencia de archivos disponibles, problema paliado a partir de la caída del Comunismo en Europa Oriental. El tercero era consecuencia de la Guerra Fría y estribaba en el escaso número de condenas femeninas por actos de guerra, más numerosas en la República Democrática Alemana, donde la vergüenza del holocausto se tapó menos que en su vecina federal, donde los nazis, tras un leve período de justicia objetiva, salieron bien librados de sus fechorías porque el nuevo Estado requería funcionarios capacitados para reflotar la nave tras el naufragio.

Estos tres motivos dificultaron el conocimiento de los crímenes femeninos. Wendy Lower se centra en pocas asesinas y disecciona con acierto sus existencias antes, durante y después de la encrucijada que supuso la Segunda Guerra Mundial. La mayoría, dentro de sus lógicas diferencias, tenían en común una aplastante rutina cotidiana que combinaba deseos adolescentes de prosperidad y el desarrollar su vida en el Tercer Reich, factor que obviamente la condicionó hasta terribles extremos. La obra de la autora estadounidense puede leerse desde el prisma morboso de comprobar cómo los asesinatos perpetrados por las nazis fueron fríos, cínicos y calculados, pero también puede abordarse, y ella lo remarca muy bien en los puntos clave de su manuscrito, como la quiebra invisible de la normalidad, tanto que ni sus protagonistas se enteraron de su violación de la misma. Eran esposas, enfermeras, secretarias y agentes del Reich y sólo cumplían su deber. Haciéndolo en una época demencial determinados códigos de conducta se consentían. No infringían ninguna ley porque sus superiores aprobaban su conducta por muy anómalo que fuera disparar a judíos desde un balcón o presenciar, en pleno embarazo, una matanza vestida con uniforme para mimetizarse con los verdugos.



El análisis de Lower es irreprochable. Las arpías de Hitler vivieron la posguerra, salvo una excepción que confirma la regla, desde la tranquilidad exterior y el remordimiento interno. Llegará un momento en que su perfidia pase a la televisión. Cuando lo haga sería interesante que no llegara desde los tópicos que permiten altos índices de audiencia. Series como Hijos del Tercer Reich han enfocado la cuestión con sensibilidad. Sería deseable que futuros productos sigan esa tendencia para no caer en sensacionalismos baratos tan propios de nuestra era, tópicos de manipulación y conformidad con un paso aprendido de oídas.