viernes, 30 de enero de 2009

In search of a midnight kiss en Calidoscopio




In search of a midnight kiss de Alex Holdridge: desamor, asco y conciencia en L.A.





Sin que nos demos cuenta, las generaciones fílmicas avanzan y a partir de hermandades narrativas logran transmitir cómo hemos y nos han cambiado. La irrupción en 1995 de Antes del amanecer pareció un inocente juego cautivador para adolescentes, pero el juicio del paso del tiempo, y su éxito mediante un boca a boca de largo recorrido, la ha convertido en una de esas películas merecedoras del sinónimo generacional. La trama del filme era básica y efectiva. Un estudiante americano coincide en un tren con una joven francesa. Hablan, se gustan y deciden pasar horas inolvidables en Viena, con promesa final de un futuro encuentro en el mismo lugar seis meses después.
Olvidamos en demasía la importancia del contexto histórico. Antes del amanecer es encantadora, pero tiene una carga americana demasiado víctima de tópicos fílmicos. Entre sus elementos de seducción en un mundo aún no global figuraba la atmósfera europea, el amor entre dos naciones que se atraen y se repelen por igual y la pureza quebrada de la generación X, esos jóvenes que poblaban el planeta a principios de los noventa deseando ser duros para ocultar una blandura desprotegida que les permitiera escapar del aire plomizo. Ethan Hawke y Julie Delphy representaron a la generación que aún no ha entrado en la nueva era, que sueña románticamente y vive la existencia con ciertos miedos, entre los que cabría mencionar el SIDA, anulados hasta cierto punto por la creencia en la posibilidad del amor. Los tortolitos vieneses no han visto la caída de las torres gemelas e ignoran la futura importancia de Internet.

De 1995 a 2007 median doce años que por su velocidad tienen la solidez histórica de un siglo. Hemos alterado las formas de comunicación interpersonal, tenemos más información aunque vivamos desinformados y nuestra soledad se ha incrementado, como si la globalización diese la razón a Michelangelo Antonioni desde premisas modernas fruto del capitalismo salvaje y el auge tecnológico.
Blanco y negro en Los Ángeles. Ya no sorprende que en el celuloide aparezca la imagen de un casi treintañero masturbándose delante del ordenador mientras contempla su gran obra de arte, un fotomontaje erótico con el rostro de la novia de su mejor amigo. Wilson es guionista e inventa varias formas grotescas, aunque rutinarias en nuestra sociedad alienada, para matar las horas. El 31 de diciembre el hombre primitivo que hay en su interior decide socializarse para cumplir con una tradición de fin de año: besarse con una chica cuando lo viejo deje paso a lo nuevo.

Su problema es que no sabe con quién hacerlo. Pillado en plena faena por el novio de la fémina que enciende su lujuria, rebaja su erección y pide consejo. ¿Por qué no buscar una cita por internet? Wilson va a la red de redes, escribe que misántropo busca misántropa y suena el teléfono. Al otro lado de la línea una tal Vivian desea, con una clásica brusquedad verbal, conocerle.
La soltería de Wilson contrasta con la felicidad de su pareja amiga, donde el chico ejerce de fiel enamorado de una oriental con altos grados de sensualidad. El amor tendrá que concretarse ese día con el ofrecimiento de un anillo matrimonial cuando suenen las campanas de adiós a San Silvestre, momento que marca el ritmo narrativo de la historia al ser la clave que resuelve dos destinos diferentes con una igualdad de fondo. La consolidación del lazo y el anhelado beso, lo eterno y lo fugaz, son dos caras de la misma moneda, búsqueda incesante para anular la soledad y sentirse querido, deseo universal que en In search of a midnight kiss sirve como magnífica excusa para exponer metamorfosis generacionales de hondo calado a través de un paseo simbólico por la meca del cine, donde la rubia Vivian ve frustradas sus ansias de estrellato a cada paso que da. Quizá por eso organiza citas individuales por turno en la terraza de un bar, para notar cual es la sustancia del divismo, medida autodestructiva que cederá hacia otro estado al hablar con Wilson.
Desde ese momento, con leves desplazamientos hacia el intento de declaración del otro enamorado, el filme se centra en el paseo y el diálogo. La cámara capta la fealdad de Los Ángeles con belleza, otorgando al espacio una simetría con la vivencia de los protagonistas, seres desdichados que usan la ironía como método de defensa mientras avanzan por un desfile de sueños y muros propios que encubren inseguridad, doble moral adquirida y la tragedia de quien puede dar mucho y siempre recibe poco a cambio. A diferencia de la pareja de Antes del amanecer, Wilson y Vivian son conscientes de vivir en un mundo carente del idealismo de antaño, reflejado por Richard Linklater con la elección de Viena como escenario; la capital austriaca, junto al tono fotográfico de la película, se convierte en un carrusel de emociones que se incrementan con la beldad del marco urbano, algo que no encontramos en In search of a midnight kiss donde Los Ángeles son demasiado del presente, no al estilo de Crash, sino con la carga de ser una tumba que hunde ilusiones desde su superficie, plagada de nombres ilustres que ríen desde el pavimento la ruptura de la fábula de la existencia cuando alcanzas una edad y ves que el color de rosa sólo significa maravilla en canciones francesas. El blanco y negro de la fotografía es ausencia de color que alcanza remarcables cotas estéticas con simplicidad y un naturalismo sin aditivos.

La ausencia de una referencia espacial hermosa provoca el único verdadero punto de esperanza entre tanto malvivir contemporáneo. Al estar en una metrópolis gris, Vivian y Wilson entierran levemente su pesimismo al observar y compartir el espacio público desde una perspectiva intima que significa descubrirse al ser individuos en un espacio real, donde pese al espíritu de la época aún es posible comunicarse de forma palpable, sin lo líquido que empapa lo virtual. Seria demasiado fácil, después de la última frase, llegar a la conclusión que Alex Holridge pretende vendernos una armonía entre la red y la realidad. No nos engañemos. Todo es mucho más pensado. Al salir de sus casas en busca de ese beso de medianoche, los protagonistas de la película emprenden el camino, simbolizado por el paseo que es flujo, hacia el conocimiento, que duele por mucho que proporcione escasas alegrías. Este conocimiento es un rechazo al amor y a la apología de la individualidad homologada de la sociedad consumista. Su virtud es la de tomar conciencia y capacidad de decisión. Vivian tiene un novio maniático que amenaza con quemar su casa. Sus cuatro paredes no tienen valor, sólo pocos objetos y la marihuana contienen recuerdos y artimañas para escapar y emprender rutas que abran puertas.

Las campanadas de medianoche quitarán las mascaras de la hipocresía. El conocimiento pierde el zapato y se calza el equilibrio de las verdades del mundo externo, la imposibilidad de amar como otrora, y la nueva sapiencia del interior, que desde su conciencia besa, hace el amor y no espera contrapartida, conformándose con ver desde la ventana como la rubia cenicienta coge un taxi y desaparece. ¿Para siempre? La incertidumbre nos domina. No existen promesas austrohúngaras. El reloj corre. La vida sigue.
Es prematuro juzgar la trayectoria de Alex Holridge, pero viendo In search of a midnight kiss, uno puede albergar un cierto optimismo para un cine independiente americano donde se fundan tradiciones literarias, la idea del paseo como conocimiento o la importancia del espacio y su influencia en las personas, con uso de actores jóvenes, libertad fílmica y voluntad de crear obras que hagan que el séptimo arte pueda servir para ilustrar como somos y respiramos, celuloide de pensamiento que permita sueños para alterar el conformismo imperante de crisis más que económicas.

jueves, 29 de enero de 2009

Crónicas en Revista de Letras: la otra memoria històrica


La otra memoria histórica
Por Jordi Corominas i Julián | Portada | 28.01.09

memo1Vivo enamorado, desde la crítica al espíritu de la época, del presente y me fascina el pasado, un duende que da mucho que hablar sin abrir su verdadera boca. En España vive atenazado por las contradicciones propias de una sociedad hipócrita. Salvo gaviotas y obispos, nadie duda de la necesidad de una mejor ley de la memoria histórica, pero en escuelas y universidades se enseña poco y mal el período que pudo catapultar a Iberia y la hundió en una miseria de cuatro décadas. Ansía de justicia, ignorancia compartida. Fantástico.

Asimismo, somos un país donde simulamos dar mucha importancia a la tercera edad. Aprobamos leyes de dependencia inaplicables por ausencia de dinero y nos regodeamos de políticas sociales para los más desfavorecidos. El presente ignora a los ancianos. Los vemos en la calle acompañados de otra gente desfavorecida, sudamericanos que para ganar cuatro duros acompañan a nuestros mayores en paseos de supervivencia y despedida.

Otra vertiente de la contradicción hispánica pierde fuelle con el paso de los años. El freakismo tuvo su punto álgido con Crónicas marcianas y los hallazgos de Javier Cárdenas, proezas televisivas de escaso valor, pues presentaban figuras excepcionales desde una vertiente equivocada. Creyendo crear esperpento posmoderno, los reporteros basura denigraron a seres humanos normales que, perdidos en su marasmo vital, aceptaban los quince minutos de gloria sin ningún tipo de amor propio.

La calle rebosa de gente desdichada, despojos del olvido, figuras ausentes por su autenticidad. Pasead por cualquier ciudad del mundo y los encontraréis. Están entre vosotros, son de carne y hueso. Han pasado miedo y peores cosas. Algunos dementes, una buena porción del pastel social, no los entienden porqué no conocen su calibre, la importancia de tener más de sesenta años y circular por el asfalto urbano con la ilusión de caminar cuando el futuro sólo ofrece una puerta cerrada.

memo2Estos seres humanos son la verdadera voz del pasado. Sus experiencias no saldrán en libros de historia y, sin embargo, pueden ayudar a entender cómo hemos evolucionado desde una óptica cotidiana a través de perspectivas con tiempo lento, cuando el tren era el medio de locomoción hegemónico y el teléfono se usaba en casa.

Empecé a tomar conciencia de estos nobles marginados un domingo de San Valentín. Entré en un bar. Un viejito calvo, bajito y sin dentadura bebía vino de Gandesa. De vez en cuando se giraba, cerraba su mano derecha, alzaba el brazo y entonaba su mantra: toma Castaña. Era muy gracioso. Me hice una foto con él y mi memoria depositó la anécdota. Cuando volví a encontrarme con Domingo Blanco observé que a su alrededor se generaba un jolgorio colectivo de características insanas. Domingo nació en Zamora el 14 de julio de 1930 y no ha visto mundo. Sus recuerdos de infancia transcurren entre campos de zarzas y largas caminatas por la montaña para satisfacer a su madre. Un día, como muchos, cogió un tren y llegó a Barcelona, donde se casó, tuvo una hija y enviudó. Trabajó de paleta durante más de medio siglo, hasta que un resfriado a la edad de 76 años lo apartó de arreglos y noches. La noche y toma castaña. Anda que no. Ay que niña más guapa. Que salao. Un traje negro, camisa blanca y un clavel rojo, para ir elegante.

Hablé varias noches con él sin la presencia de los burlones, de la juventud inconsecuente con el pobre hombre que por rechazo adoptaba la máscara del desfasado sin fin. Domingo bailaba con chicas guapas. Le seguían el juego. Los hombres lo miraban como un vestigio sacado de una chistera marca Paco Martínez Soria. La miseria se expresa desde múltiples formas y una de ellas es la voluntad de desconocimiento. Quédate con lo externo. No preguntes.

Ahora Domingo ya no sale de fiesta. Su última enfermedad se complicó al no querer ver ni en pintura al médico de cabecera. Perdió 11 quilos y sale, solo y sólo, por las mañanas a tomar el sol de la plaza del Diamante. Aún así transmite una energía diferente, cómo ocurre con nuestro segundo homenajeado: José Luis. Nacido el día de la bomba de Hiroshima, se presentó una madrugada con su extraña pronuncia rusa y elevadas dosis de histrionismo. Luego comprobé que era un método de autodefensa, la constatación de un sentimiento de no pertenencia o, demos más en el clavo, una señal de extrema lucidez al saber que en nuestra sociedad el ruido es efectivo para llamar la atención. José Luis a veces me pregunta qué es un freakie. Le digo que no piense en eso, que él es otra cosa. Lo grotesco es lo externo desde un punto de vista mediocre. Pulsando las teclas del diálogo aprendí y aprendo con José Luis vivencias que rozan el umbral de lo verosímil. Seis hermanos, un padre duro y una madre blanda, tres matrimonios con mujeres muy distintas entre sí…y vida, mucha vida, simbolizada en encuentros casuales con figuras célebres.

memo3José Luis tiene 64 años, parece un galán setentero y se ha cruzado con toda la población de Barcelona. Lo atestiguan sus paseos en solitario, alma invisible que pisa la capital catalana para viajar por el universo. No ha salido de España y aún así sabe más que la mayoría políglota y cosmopolita. Sus relatos son drama y alegría. Es auténtico, y eso le acarrea problemas. Habla, y mi cerebro engulle peleas con Charlie Rivel vestido de paisano o una manía persecutoria contra una vagabunda que disturbaba la paz de un local que regentó, primer salto antes de portar maletas, reparar coches y ganar dinero con el éxito efímero de la arquitectura de madera.

Con José Luis, como con Domingo, aparece el temor de su desaparición. No es un viejo al uso. Sale hasta las tantas, bebe cerveza negra y fuma como un carretero. Nunca pierde la sobriedad. Es una esfinge expresiva, un don del recuerdo desde el reloj palpable.

El caso más válido en pos de realizar un análisis social del pasado es el señor Carlos. Tiene casi setenta años, viste estrambótico, a lo Julio Iglesias con chupa de cuero, y es homosexual. El sábado en que Ronaldinho fue ovacionado en Chamartín, tuvo un acceso de euforia etílica y se me declaró. Domingo estaba a mi lado y se rió desde su óptica trasnochada de condena al maricón. Rechacé su propuesta y con los meses vi que sentía una atroz debilidad por los veinteañeros, como si esa atracción fuera una lucha para superar el peso de no poder ir hacia atrás como las tortugas y recuperar el tiempo perdido.

Carlos sufre el mismo mal que José Luis y Toma Castaña: tiene plena conciencia de no pertenecer al momento. Por eso acentúa rasgos grotescos, simula voz gangosa y repite que nos dirá una frase que no olvidaremos en nuestra vida. Una de ellas fue que cuando las mujeres ven follar a sus hijos y son madres, se callan la boca. Otra versión de tan redundante máxima era que la experiencia del fornicio desde los ojos maternos era una delicia. Risas. Cachondeo. Y seriedad de quien tiene poco y no pide casi nada, sólo distracción y un oído donde depositar su desasosiego, la imposibilidad de no volver a volar en los cielos cotidianos, algo que conoce muy bien una mujer que unía a la santa trinidad de este texto: Elsa, contrapunto cubano que ofrece amor a raudales, se enfada por minucias y llora en silencio después de cantar en su bar cubano. El público calla y la escucha, pero los rostros indican una dualidad de respeto y desdén. Lo primero por su chorro de voz, lo segundo por observar la decadencia de una antigua diva que, carente de Sunset Boulevard, no quiere el cierre del telón y por eso canta para cuatro parejitas y quince borrachos.

Cuando se cierran las luces nocturnas y llega el silencio, turbado sólo por clásicos ruidos metropolitanos, es un placer escuchar la voz del pasado desde la humanidad y las ansías de aprehender. Se descubren facetas y detalles que nadie podrá contarnos. Ningún manual puede ofrecer recuerdos de una textura tan precisa, única en su género. Estos Eleanor Rigby de 2009 son necesarios como motores válidos que el escritor tiene que asumir para trazar unas líneas que no sean pasto de cinco minutos. Su punto aún se vislumbra en el horizonte. Cuando desaparezca perderemos un tesoro que sólo su memoria histórica, la de todos, podrá preservar.

Jordi Corominas i Julián
http://corominasijulian.blogspot.com


http://www.revistadeletras.net/la-otra-memoria-historica/

lunes, 26 de enero de 2009

Guía para aceptar las nuevas Barcelonas BCN WEEK 71



Editoriales de guías de viaje, dejad de contratar a jóvenes talentosos para que encuentren lo más rebuscado, cool y oculto de la ciudad condal, la sorpresa que haga de vuestra brújula textual una rareza sin par. Con Rutas metropolitanas por la nueva Barcelona el MACBA, en colaboración con el Ayuntamiento, decide dar el necesario paso al frente de reflexionar prescindiendo de tópicos típicos mediante el análisis de la transformación socio-urbanística de la capital catalana. La apuesta es interesante al situar BCN, el modelo que venden las autoridades, dentro de la Barcelona auténtica, la que respira y palpa las calles.
Para ello, los varios autores del pequeño y caro libro, 18 euros, han optado por dividir sus investigaciones en tres apartados. El primero, Trabajos y poderes centra su atención en varios fenómenos locales que nacen a partir de las premisas de la globalización, como ocurre con la transformación del espacio industrial, el nacimiento de nuevos centros de poder económico representados en nuevas construcciones, el elitismo educativo o las nueves redes sociales producto de la inmigración.
Confluencias y dispersiones abarca nuevas realidades que se insieren silenciosamente e ignoramos por inercia. La Rambla ha mutado y se ha transformado en una triste zona low cost, los centros comerciales anticipan una sociedad dentro de la sociedad con aires a 1984, bien distinta a la prolija presencia de los chinos en el tejido vital y económico de la ciudad donde los ricos y los pobres sólo coinciden en un aspecto: viven- unos por elección, otros por obligación–en la periferia.
El último apartado, Representaciones, constituye una revisión y un gran interrogante. Algunos lugares típicos de la ciudad viven bajo el mito renovado, el Raval, la transformación inventada, el Gótico, el peligro de la desaparición, la Barcelona industrial, o el ejemplo de crecimiento urbano: La Gran Vía que siempre amplia sus tentáculos. Son escenarios que inician e incitan una profunda reflexión sobre si lo viejo caerá sepultado bajo lo nuevo, sobre si BCN aceptará a Barcelona sin engullirla en la metamorfosis. Deseo no amanecer como insecto.

AAVV, Rutas metropolitanas por la nueva Barcelona, MACBA, Barcelona, 2008.

Jordi Corominas i Julián




Foto: Albert Uriach

miércoles, 21 de enero de 2009

Matar en Barcelona/Bcn week 71

Muerte en el Maremagnum

by Jordi Corominas i Julián

A veces no sirve de nada ser licenciado en Derecho. En el año 2000, Wilson Pacheco decidió abandonar su Ecuador natal para emigrar a la madre patria. Dejaba atrás mujer y tres hijos que esperaban la prosperidad del Paterfamilias, quien al llegar a España trabajó en un almacén de frutas sin tener los papeles en regla.

La noche del sábado 27 de enero de 2002, Wilson, su hermano y dos amigos se reunieron para salir de fiesta. Eligieron el Maremagnum, complejo entonces festivo que simbolizaba ciertos errores post-olímpicos de la ciudad de los milagros. La zona estaba concurrida por turistas, españoles y miembros de la naciente comunidad sudamericana, no muy bien recibida por los porteros de la zona, quienes acumulaban varias sanciones por discriminación racial.

Tres y media de la madrugada. El preludio de la muerte llevaba signo alcohólico. La víctima llegó a la puerta de la discoteca Caipirinha con 2,30 gramos de etanol por litro de sangre. No le dejaron entrar por su evidente estado de ebriedad, aunque sus acompañantes siguen afirmando que todo se debió al color de la piel. Instantes después del rechazo, Wilson cogió un objeto y lo lanzó. Cayó al suelo y echó a correr. Cuando la presencia de numerosos vigilantes dio la sensación de esfumar el altercado, Pacheco reapareció con una botella de cerveza con la que hirió en la mano a su verdugo: James Anglada, 29 años, cargado de antecedentes penales.

Alea Jacta Est. Se inició una fatídica persecución de 326 metros por la Rambla del Mar. Anglada llegó rezagado, tenía que ponerse las gafas, por lo que la primera parte del trabajo sucio la hicieron F. Quincoces, de profesión vigilante, y Mariano Romero, portero del local Mojito. Golpearon al ecuatoriano y prepararon el terreno para que su colega del Caipirinha rematara la faena. El norteamericano de apellido catalán levantó a Pacheco por los hombros con la intención de llevarlo con sus amigos, que esperaban al otro lado del puente. Las crónicas dicen que alguien le incitó a darle un chapuzón, y Anglada obedeció.

Pacheco, quien según sus amigos sabía nadar muy bien, cayó al mar en una zona donde este tiene diez metros de profundidad y cincuenta centímetros de lodo. El exceso de ropa y alcohol lo sumergieron. Los vigilantes de seguridad se marcharon sin mirar atrás, tranquilos. Diez o más personas observaban en silencio. Nadie movió un dedo y, aunque siempre conviene dudar de las palabras de un asesino, hasta uno de los implicados declaró que la policía portuaria optó por no intervenir al ser el hombre al agua un sudaca de mierda. El cuerpo sin vida fue rescatado a primera hora de la mañana.

El primer crimen mediático de un inmigrante tuvo ciertas consecuencias. La Generalitat decidió regular el sector en 2004. Quien quiera trabajar como portero de discoteca tiene que realizar un curso de cuarenta horas. Poca cosa, pero algo es. Así lo ha considerado la Comunidad de Madrid, émula de la catalana desde que el pasado mes de noviembre la muerte de Álvaro Ussía, presuntamente a manos de tres porteros, empañara la fiesta en la discoteca El balcƒn de los Rosales. La historia se repite.


Guió: Jordi Relaño // Dibuixos: Iván Córdoba

lunes, 19 de enero de 2009

BCN WEEK 71


Ya estamos aquí otra vez. En este caso las líneas de margen centran nuestra atención, destacando el artículo principal; Raúl sorprende con sus comentarios de las noticias que no salen en los periódicos, Simon entrevista con su habitual maestría, Collserola da miedo y el Maremagnum, con comic incluido, más aún. Quien quiera ver la agenda mensual tiene que visitar el listing y quien quiera disfrutar con la lectura espero que encuentre placer leyendo Bcn Week.


Foto de portada: Jordi Corominas i Julián

lunes, 12 de enero de 2009

Entrevista/ Reseña de Colors en Calidoscopio por Judit Ortiz Cardona

COLORS una novela de Jordi Corominas i Julián

Por Judit Ortiz Cardona

VISIÓN

El otro día vi
un lenguaje sin ataduras
que respiraba calle, bar,
mente, paseos de todo
tipo mezclados en verbo
colectivo;
la unión de vocablos
lleva a la plasmación
de la realidad sin adornos,
como la escucho, la visiono,
la concibo, la invento
por deformación y en vuelo
libre de ataduras convencionales.
Me importa el todo, uno no sirve
si no es
plural.
Me muevo y escribo.

Efectivamente, Jordi Corominas no miente cuando dice en sus versos que él se mueve y escribe, que une palabras y así plasma la existencia sin adornos, la inventa libre de ataduras convencionales. Colors, su segunda novela, descansa encima de lo real y huye de las fórmulas de los best-sellers. Los protagonistas son anónimos y mundanos como nosotros mismos; el escenario, un envidiable y pacífico entorno rural. Los nombres que aparecen son coyunturales, la excusa para vestir esta obra llena de ideas y de personas que devienen un paseo de colores. Nuestro protagonista, el único sin nombre, el hombre del bañador, tiene el privilegio de entrar en un mundo que se escapa a todos los parámetros que rigen nuestras vidas. El lector podrá creer que, después del entierro de su ex y de decidir pasar el fin de semana en un pueblo, el hombre del bañador está soñando. O que alucina como consecuencia de algún delirio. O que ha tomado sustancias psicotrópicas. La verdad es que después de vivir una situación tan hilarante como trágica en el tren que le aleja de la ciudad, decide tomar un sendero, maleta en mano, y bañarse en un río idílico. Mientras ingenuamente nada, huye y entona canciones infantiles, olvidadas por el adulto, le roban el equipaje. Parece que su identidad se esfuma con el ladrón, y, así, en bañador y descalzo, descubre un pueblo insólito cuando atraviesa una frontera más que simbólica: cien escalones. Los personajes con los que se cruza, sus palabras, sus creencias, podrán parecer producto de una obra daliniana, pero sólo si el lector los quiere encajar en los estándares modernos, del siglo XXI. Quizá encontremos una pista si creemos a Corominas cuando dice que el surrealismo es puro y duro exceso de realismo.
El hombre del bañador va descalzo y semi-desnudo durante las más de diez horas en las que transcurre la acción. Camina sobre piedras, tierra y campos a punto de ser segados. Come verdura cruda y bebe agua fresca, símbolos de pureza. Escucha, primero sorprendido y después con afán, las palabras de los singulares habitantes del pueblo de los pueblos. Se empapa de todo lo que sus sentidos perciben.
La primera mujer que conoce, María, le enfrenta a sus limitaciones de animal urbano: le encomienda reconstruir un muro que tiene en el huerto después de alimentarlo a base de verduras crudas. A partir de aquí, y siempre bajo los colores que se mantienen de principio a fin, nuestro aventurero conocerá el mito convertido en realidad. El mito de las personas que viven del trueque: yo reparo tu puerta, tú me das alimento; de las personas que viven sin la tecnología punta porque es totalmente innecesaria; del pueblo que mantiene intactas sus tradiciones porque las vive y las hace perdurar en el tiempo.

¿Cómo empezó Colors?
Empecé escribiendo un poemario sobre el campo y a partir de este tema, hacer una reflexión más plural. Hay una frase en el libro, un canto que entonan los jóvenes segadores: la força del groc la fem amb la falç (la fuerza del amarillo la hacemos con la hoz) que juega con las palabras y su fonética. Eran unos versos que me dieron el primer apunte de la idea de los colores en un sentido narrativo.
En Colors, lo rústico está ensalzado y el hombre ideal también.
Así es, el protagonista huye de una realidad urbanita que le aplasta, necesita desintoxicarse, entrar en contacto con la naturaleza. De esta manera descubre cómo podría ser nuestro mundo si las ruedas del capitalismo no hubiesen arrollado con todo. Y aunque nuestro hombre del bañador es mero observador, no deja de ser la voz que cuestiona cada situación en la que se encuentra. Pone en evidencia las miserias humanas de nuestros días mediante los usos y costumbres de un pueblo utópico que está insertado en la realidad sin homologarse.


Tiene un punto de vista muy particular, sabe poner el dedo en la llaga, y un sentido del humor contagioso.
Además no es nada práctico, tiene mucha curiosidad y esto le aleja de llevar una vida funcional donde todo es previsible. Es muy receptivo pero, aunque haya perdido su vestimenta, no puede quitarse de encima sus patrones urbanos. Quizá su desnudez sea la consecuencia de querer vestir otro traje sin saber el material del nuevo ropaje.

Sí, sobre todo al ver por primera vez a Laia, una joven del pueblo.
Sí, que dice que tiene piernas de modelo y boca italiana. En este pueblo de pueblos, no saben qué son piernas de modelo, tampoco les hace falta. Pero, fíjate que en el fondo Laia simboliza el ideal de belleza y el hombre sin nombre y los habitantes del pueblo lo saben, hasta Quim el herrero insiste en decir que su desaparición es más que eso: una pérdida. La belleza perdura por encima de los parámetros con que la valoremos.

¿Podríamos decir que Colors es una novela de ideales?
Más que de ideales es de ideas, cuando la belleza desaparece del pueblo éste recibe su condena. Muestra la necesidad de que el hombre recupere la humanidad perdida, que es pureza, belleza, una manera diferente de hacer las cosas. No es nada casual que el libro empiece con el gramsciano Pessimismo della ragione, ottimismo della volontà. Es como veo las cosas, pero no estaría de más cambiarlas. Tampoco es nada casual que en un momento concreto pensara en titular el libro Colors (la invenció de la puresa) No existe la pureza, como mucho se puede inventar, que es lo que hacen los habitantes del pueblo de pueblos.

Está llena de símbolos...
Sí, es una novela simbólica. Después de intentar el hiperrealismo en Una dona que sap jugar amb els peus necesitaba abrir una nueva página. Durante el verano de 2006 leía demasiado a Elio Vittorini y a Cesare Pavese. Me influenciaron mucho. Algunos lectores han criticado el uso de un catalán anómalo, pero es que eso es otra pieza más dentro de la idea simbólico-alegórica que va desvaneciéndose a medida que avanza la trama. La realidad es el motor de Colors, desvelarla a partir de un espacio y un tiempo concretos para lograr que el universo simbólico adquiera totalidad y sirva para reflexionar sobre nuestro mundo. Me obsesiona de manera enfermiza la idea de unidad en cualquier obra que escribo, fotografío o documento.
En su deambular, el hombre de ciudad que ha perdido el norte, oye hablar a los otros sobre las desapariciones. Son las personas que dejan el pueblo sin avisar, quieren conocer mundo u olvidar su origen. Los habitantes lo asumen con naturalidad y no les culpan por su ausencia. A partir de aquí, nuestro protagonista, empezará a dudar sobre la historia de la aldea e interrogará sin piedad al falso cura. El final empieza a precipitarse cuando, al irse, conoce a un personaje metrosexual-rural, estudiante de historia, que le despierta de la utopía. Así, nuestro hombre sabe que las implacables ruedas del capitalismo son sabias y esperan con paciencia. Con mucha habilidad, Corominas plantea dos finales: uno bien decadente para el hombre sin nombre, que se marcha en busca de un recuerdo infantil en Francia y acaba en brazos de la lujuria; y otro, duro y aplastante para el pueblo de pueblos en su lucha por sobrevivir.

¿Los colores son símbolos también?
Cada color del libro marca un estado de ánimo, el negro inicial es el luto por el entierro de un ser querido, después viene la esperanza vestida de verde, cuando el protagonista ya entra en el pueblo. El amarillo es el campo, la pureza, la belleza. Y el rojo llega cargado de pasión y conflicto. Al final, el gris es la resolución, mediocre: no ha cambiado nada en el mundo, todo sigue igual. Los colores son importantes porque aportan matices que desvelan misterios y establecen paralelismos.

En el argumento, los colores, además de dar título a los capítulos, son los hilos que el lector puede seguir de una acción a otra.
Dan mucho juego, cuando en el tren se topa con el hombre que lleva un chándal violeta y unos zapatos amarillos y con el que viste chaqueta policromática, camiseta rosa y pantalones azul celeste, no deja de ser una situación cómica, aunque esconda una desgracia. Los colores están en todas partes, sólo hace falta nombrarlos para acentuar lo paradójico de ciertas situaciones.

¿Y el color del cielo también es importante?
Hasta el punto que el astro rey tiene la osadía de tomar el puesto de narrador. Tiene una visión aventajada y única sobre nosotros los mortales. En Colors, el espacio también es protagonista, se encuentra en la naturaleza y necesita una voz, sutil, la del sol. No es casual la repetición de la frase: El cel era rogent, sense núvols (El ciero era rojizo, sin nubes) al final de cada capítulo. El lector sabe que tiene que pasar algo. Es una advertencia.

Con un uso del lenguaje libre de las ataduras convencionales y excepcional, Jordi Corominas, consigue darle a la novela un ritmo rápido, de lectura fácil, pero no por ello superficial. Al contrario, el autor nos conduce a reflexiones inteligentes salpicadas de un humor sano, un sarcasmo punzante y un magnífico ingenio. Como bien nos dice él:

PALABRAS
Nos han
malacostumbrado
a creer en la unidad
a través de la línea recta.
Los enlaces se descubren al pasar página.

Jordi Corominas i Julián (2008)



http://www.panfletocalidoscopio.com/2009/01Enero/Letras02.html

miércoles, 7 de enero de 2009

Enero en www.panfletocalidoscopio.com





calidoscopio panfleto_cultural

Como en un Calidoscopio te ofrecemos pequeñas cuentas que satisfagan o piquen tu curiosidad.
Sin el apremio de agendas culturales, pero con la vista puesta en horizontes llenos de modernidad, y con la tranquilidad de quien revisa lo pasado. Visiones caleidoscópicas de nuestra cultura, eso es lo que pretendemos mostrar.

sumario



Diario del aburrimiento
Por Luciana Ferrando


El anatema de Zos
Por Ana Ciurans





Antes de la medianoche
Por Julián Caro



La mayoría... necesitamos los huevos
Por Adrià Garriga Far





Sobre el chocolate
Por Clare Gaunt



Colors
de Jordi Corominas i Julián
Por Judit Ortiz Cardona





Noticias del norte
Escríbeme esta noche
Por Parisicilia



Nunca llueve sobre el Sáhara
de Pedro M. Martínez
Por Víctor Montoya





Entre dos Takeshi
Por Anna Maria Iglesia



Espacio inventado
poesía y cuadros de
Alexandra Domínguez

domingo, 4 de enero de 2009

Colors en literaturas.com


Colors

Jordi Corominas i Julián

Abadía Editors, 2008



Jean Martin du Bruit




En segunda novela, y última en catalán según el autor, Corominas da un paso al frente, abandona la autobiográfica Barcelona de su debut, Una dona que sap jugar amb els peus, e inventa una historia alegórico-simbólica con resonancias del Vittorini de Conversación en Sicilia y el Pavese.de Diálogos con Leuco. Un hombre decide pedir prestadas las llaves de una casa de campo a un amigo después de asistir al funeral de su ex. Ya en plena naturaleza le robarán la maleta mientras se baña en un río, caminará casi desnudo y llegará a un extraño pueblo con pavimento antiguo de manchas naranjas. La fantasía simbólica del lugar ubica un espacio conceptual dentro de la realidad.. Sus habitantes van descalzos, no existen comercios capitalistas, se habla una lengua anacrónica, el cura es elegido por ser el más sabio y el alcalde, invisible, además de ciego es relojero. El hombre del bañador dudará ante la sorpresa y sólo al final del relato descubriremos el motivo de su sospecha.

Corominas juega y nos sumerge en un universo metafórico válido que como mayor defecto tiene el poder dar lugar a múltiples interpretaciones sobre qué desea expresarnos, pues el lector tanto puede pensar que la pureza del pueblo es denuncia de nuestros excesos, una queja utópica o algo oculto y amenazante. La división en colores obedece a los varios cambios de ese 14 de julio de cielo rojo sin nubes y a la evolución de la trama mediante puntos concretos del extraño pueblo. La visión unitaria del autor, donde el espacio tiene igual importancia que el protagonista al condicionar el comportamiento humano, se refleja en el doble final y en la presencia de una segunda voz narrativa, el cielo, magma de advertencia que capta y piensa los momentos en que el principal personaje se encuentra ante un instante decisivo que ignora.

Colors constituye un pequeño gran reto poético que sólo podía escribirse en catalán por lo especial del lenguaje y su contexto geográfico en esa imaginaria Cataluña profunda donde el autor condensa ideas, voces y desapariciones de la belleza en forma de chica que huye de su origen. Sin belleza no hay esperanza y por eso tiene que ser necesario encontrar un nuevo Prometeo que de humanidad perdida a la humanidad presente. Ese es el verdadero fuego del libro. Advertir mientras se juega a una prueba literaria no tan inocente como plantearían esas personas que comen verdura cruda y se conforman con los frutos de la tierra.

Y cuando la tierra limita, conviene escapar de ella. Quizá por eso Corominas haya decidido pasarse definitivamente al castellano, como si su lengua materna no le aportara la suficiente capacidad para volar libre, sin aprietos ni absurdas discusiones. Esperemos que el viaje sea prolijo. Suerte, amigo.

www.literaturas.com