lunes, 30 de julio de 2012

Audio de mi entrevista en el programa Efecto Mariposa de Radio Uruguay






Hoy en el Programa efecto mariposa de Radio Uruguay me entrevistaron para hablar sobre Pierre Michon y su libro El origen del Mundo, que reseñé hará unos meses en Revista de Letras. Puedes escuchar el audio clickando aquí

Más menciones a mi novela José García





El verano sigue siendo óptimo para José García. Caen las reseñas y aquí os dejo con dos más, si bien la primera no sé si merece llevar ese nombre porque más bien parece una recopilación de las opiniones vertidas en la contra del libro.


1.- La página de cultura dice lo siguiente

2.- Y Miguel Ares reseña el libro aquí

sábado, 28 de julio de 2012

El Gladiador silenciado disponible en La Central






Ahora que Loopoesía está de descanso veraniego,aunque volveremos en otoño para actuar en varias ciudades que no sólo serán Barcelona y Madrid, no está de más anunciar que es posible adquirir el poemario que articula el show de este año, El gladiador silenciado, en las varias La Central, bien sea acudiendo a la librería o encargándolo online. Para hacerlo sólo tienes que clickar aquí

viernes, 27 de julio de 2012

La soberbia y las burbujas en Granite and Rainbow




La soberbia y las burbujas, por Jordi Corominas i Julián

La soberbia es un vicio mal visto, casi peor que levantarle la novia al vecino. Ya lo sabían los reyes romanos. Uno de ellos, el último, recibió el apelativo que tanto nos preocupa y además se llamaba Tarquinio. Peor gusto y no nace. Su altivez comportó su caída y la eclosión de la República. Me encanta lo de la Historia se repite, y quiero que el mismo proceso acaecido en la Ciudad Eterna hace más de dos milenios tome cuerpo en España. Depende de los ciudadanos alterar el orden. Sí, estoy muy cabreado. Es martes veintinueve de mayo, pega un calor de mil narices visigodas y los millones que entre todos daremos a Bankia son una prueba horrenda de la prepotencia de los que mandan. ¿Lo toleraremos? ¿Os quedaréis en casa contentos sin más?

Las burbujas en España son una constante. Los antiguos consideraban que la humildad era un defecto, una intolerable muestra de hipocresía. El Cristianismo trucó el termómetro y desde ese instante fue bien vista, lo que debería ser delito. Lo políticamente correcto llena el vertedero de detritus que transforman las palabras en heces para retroceder. Otra cosa es la pedantería, que por otra parte también se halla en interminables monólogos de Facebook, que en lo literario es un ejemplo de lo que menciono, una burbuja de egos que se creyeron lo de Warhol sin pasar por Darwin. Los quince minutos de gloria y la selección natural no están tan lejos, el tiempo lo verificará. Miles de personas se han declarado creyentes de una religión como palestra de proyección pública. Milagro.


Te leerán, les sonará tu nombre y albergarás la esperanza de labrarte un futuro en las letras sin contemplar que vives en un país que se va a pique donde se publican más de cien mil títulos actuales. ¿Quién los compra? Seguirás en tu amanuense actividad en una bitácora, te comentarán los textos y sentirás un cosquilleo. Puede que al cabo de unos meses las energías desaparezcan y tanto aquí estoy yo te derrote, porque debes saber algo elemental. Aquí, así lo dicta la Historia, el dedo del azar no es casual. De nada vale criticar con ese goce de tertuliano. Lo único esencial es tener paciencia, trabajar con amor y ofrecer lo creado desde una sinceridad, lo contrario al efecto. Nuestros antepasados estarían de acuerdo. Su reloj era más lento y valoraban lo desprovisto de tendencia. Tenían la honestidad por bandera, y cuando se enzarzaban en debates literarios lo hacían con gracia infinita, con sátira, arte y razonamientos asesinados en un camino a principios del siglo XXI.

La palabra soberbia es bíblica, apocalíptica. Las burbujas me recuerdan a mi infancia y un sábado en la Fundació Miró de Barcelona. Un mago las generaba con artilugios verticales en una sala oscura con una luz rebelde que viraba de ángulo a ángulo mientras la música se sincronizaba con la deformación de las pompas, que tras alcanzar su cénit se contraían y empequeñecían hasta desaparecer. La metáfora de la anécdota es obvia y anticipa un estallido a lo Zabriskie Point de Antonioni con más de dieciséis cámaras para captar el estruendo, la horrenda belleza del colapso.

Será múltiple. Operación Triunfo acude a mi cabeza a la una y cuarenta y siete minutos de la madrugada. Los jóvenes aspirantes a cantantes de éxito atendían en insufribles colas, soltaban sus gallos o delicias y después recibían un veredicto. Un poco como Dios en las películas en blanco y negro. Bienvenido, es tu turno. No, no vales. Eso lo hace la vida y entre prosa, poesía, ensayo o lo que ustedes deseen la frontera también se fijará desde esas coordenadas. Vindràn els anys, i amb els anys la calma. Quedarán doce, dieciséis o un número multiplicado por cinco. La cifra disminuirá cuando estemos muertos.

La gigantomaquia es nociva, y entra en la línea del discurso. Hace poco más de un siglo que el Titanic finiquitó la arrogancia de la Belle Époque y su optimismo en un perpetuo progreso tecnológico y científico basado en una explotación de los desfavorecidos, del esclavismo a la clase obrera, del vagón de tercera clase a las grandes exposiciones universales. La época feneció con el atentado de Sarajevo y antes de apagarse propició las vanguardias desde la neurosis de lo común, que engendraron la rebeldía de unos pocos elegidos que mientras un modelo agotado y caduco se agotaba con la Primera Guerra Mundial triplicaron la apuesta hasta los topes. Cuando un cuerpo se pudre sólo hay que rescatar el esqueleto para que sus huesos sean arqueología de la ruta a trazar. Sin pasado no hay presente.

Picasso, Cocteau, Apollinaire eran soberbios buenos al tener plena conciencia que su propuesta asaltaba los parámetros de la normalidad, una dama monótona que llena demasiadas estanterías que protestan por el flagelo de la mediocridad al cuadrado, transmitida de generación a generación por individuos sin comprensión de una de tantas polisemias de la soberbia, la de errar en la percepción de lo que uno hace hasta sucumbir porque las pilas no están programadas para la misión.

martes, 24 de julio de 2012

El duelo y la fiesta de Jenn Díaz en Revista de Letras





Superar el reto de la segunda novela: “El duelo y la fiesta”, de Jenn Díaz

El duelo y la fiesta. Jenn Díaz
Principal de los Libros (Barcelona, 2012)




Si nos dieran los libros con una portada blanca todo sería muy diferente. En la actualidad la literatura española está representada por un amplio abanico de generaciones que van desde los veinte años hasta figuras casi centenarias como José Luis Sampedro. Los más jóvenes oscilan entre una actitud fotogénica y la solvencia de dedicarse a escribir con una profesionalidad sumamente adulta. Entre este último sector destaca sin lugar a dudas la figura de Jenn Díaz, quien a sus veinticuatro primaveras escribe con una envidiable madurez que ya apuntó en su primera novela, Belfondo, un texto coral con una trama ubicada en un pueblo ficticio que resumía con su esencia el conjunto de oficios y caracteres de la sociedad. El mérito de su ópera prima radicaba en un lirismo narrativo de alto voltaje y un fuerte dominio de la estructura, algo ciertamente al alcance de poca gente, pues no resulta sencillo encajar tantos cabos sueltos y convertirlos en un todo.

La autora barcelonesa ha evolucionado, y así lo demuestra su último manuscrito, El duelo y la fiesta, donde abandona lo utópico y se sumerge en la realidad. El salto de gigante es sutil, un progreso suave aunque contundente. De lo rural y la fantasía viramos a lo urbano encerrado en pequeños habitáculos, espacios cerrados que poco a poco convergen hasta crear una polifonía que sería imposible sin la abeja reina que vehicula el relato, la poetisa Blanca Valente, quien desde su lecho de muerte parece tener un poder supremo que hace bailar al resto de personajes, encabezados por su criada Luisa y Julio, un joven bibliotecario que desde su pasión por los versos de la agónica protagonista, muda en su cuarto y rimbombante por su resonancia, hará lo posible por acercársele mientras contagia con su pasión a su alumna adolescente, Candela. La dramatis personae se completa con Elías, un jovenzuelo que por orden del carismático Padre Damián acude al domicilio de la moribunda con el objetivo de darle confesión, Rosario, el marido de la sirvienta y un sinfín de voces anónimas que permanecen en escena pese a guardar silencio durante la mayor parte del relato.

Son presencias casi invisibles con un sentido que las hermana. El vínculo no sólo es la poetisa, sino más bien la figura materna que determina de un modo u otro la existencia de estos peones de la trama. Ya dice el refranero, y Rafa Nadal, que madre no hay más que una. Aquí Luisa lo es y sufre por ello, Blanca Valente lo es y atiende a la última, la que siempre nos lleva. Julio tiene una que corre por el barrio y la de Candela se preocupa por los trastornos de su retoña. Elías la tiene lejos, muy lejos, sobre todo en la conciencia del abandono. Todas influyen y han desbaratado la normalidad. Algunas han pagado el pato y lo saben. Otras siguen con la rutina, ajenas al dolor, ciegas al ignorar los mecanismos que generan una causa y un efecto en la doble intimidad de la relación materno filial y la carga que conlleva para los implicados.

Blanca Valente se inspira en la poetisa peruana Blanca Varela, quien expiró en 2009 y no concedía entrevistas. Aventuro que la anécdota puede haber ayudado a Jenn Díaz en la configuración de ese hermetismo simbolizado por la puerta de una habitación que divide a su inquilina de los que esperan con nerviosa parsimonia a escasos metros de distancia. El espacio está bien expresado porque cada pedacito del mismo contiene una clave interpretativa, y ello no se limita a la casa de la protagonista, centro neurálgico del relato, sino que se extiende por todo el perímetro del texto hasta generar una muñeca rusa de pisos que a su vez propulsan a sus ocupantes a otros sitios a través de palabras, fotos, casualidades y el capricho del destino.



Sería fácil hablar de vidas rotas que confluyen en una carretera trágica. Fácil y cierto, pero ahórrense lo lacrimógeno. El duelo y la fiesta es un ejercicio de pericia al servicio de la literatura que toma su modelo de referencias clásicas de las letras españolas, desde Ana María Matute hasta Carmen Martín Gaite con un punto de Delibes, buenas referencias para armar una prosa que tanto sabe usar la ironía enmascarándola de solemnidad y viceversa. Las situaciones humorísticas no aparecen de la nada, llegan porque así lo exige el transcurrir de los hechos y en ocasiones, sin ser gags de carcajada, nos arrancan buenas risas porque la autora ha sabido captar lo absurdo de ciertas situaciones de la cotidianidad, desde dudas maritales hasta señoras que se transforman por arte de birlibirloque en críticas de postín.

Jenn Díaz deja que sus creaciones hablen solas, que es lo que debería hacer cualquier escritor: trabajar mientras los hijos siembran sus frutos. Seré demasiado optimista, pero una actitud así me parece una excelente noticia de esperanza, un signo de inteligencia que gana enteros al cobijarse en el manto de la tradición para intentar generar novedad. No creo que El duelo y la fiesta sea, ni mucho menos, la novela definitiva de la barcelonesa, sino simplemente una piedrecita más en una senda que auguro larga y exitosa.

lunes, 23 de julio de 2012

De monjas y modernos en"Peligro de extinción" de Bcn Mes





De monjas y modernos, by Jordi Corominas i Julián


Es curioso que Pio XII muriera en 1958. Su sucesor fue Juan XXIII, el Papa de la sonrisa, hijo de campesinos que vivió demasiado poco para que su ideario surgiera efecto en las polvorientas estancias vaticanas, que siempre han gozado de cierta policromía por los atuendos de las monjas. Caminar por Roma y contemplarlas es tentador en un sentido conceptual de locos. En ocasiones paseaba por las calles de la Ciudad Eterna y pensaba que, en realidad, tan religiosas hermanas declaraban con sus maravillosos tocados la invención del Pop de los sesenta. Fíjense en ellas. Verdes, rojas y amarillas, como las pastillas pero ungidas por la divina providencia.


Si quieren observarlas deberán trasladarse a la capital italiana, porque en Barcelona hace tiempo que son una curiosidad, y les puedo asegurar que Nietzsche nada tuvo que ver con su desaparición. El esplendor de las señoras con cofias llegó a su punto álgido en el siglo XIX, cuando nuestra urbe rebosaba de cofias y conventos que desaparecieron entre desamortizaciones, medidas reales para erradicar la insalubridad e incendios de nuestros antepasados, gente indignada capaz de arrasar con todo para reivindicar mejoras sociales y denunciar milenarios privilegios. El culmen del proceso acaeció en 1909 con la Semana Trágica, una de esas revueltas que aún transcurrían en verano porque no existían vacaciones pagadas y el calor encendía más los ánimos de la multitud. Ese mes de julio la ira estalló por una guerra injusta y el cinismo de los ricos, felices de regalar rosarios y cigarrillos a los pobres soldados que embarcaban por no poder pagar las mil quinientas pesetas, el sueldo de todo un año, que automáticamente te eximían de la leva.


Las monjas se escondieron y los obreros se preocuparon de sacar algunos cadáveres de las iglesias y colocarlos en las esquinas con cigarrillos en la mano y otras lindezas. En julio de 1936 el odio de este proletariado vanguardista se cebó otra vez con tan pías mujeres, eternas víctimas del río político, tanto que poco antes Alejandro Lerroux, el maquiavélico emperador del Paralelo de los primeros años del siglo XX, había abogado claramente por su violación al sugerir que los jóvenes levantaran sus hábitos y las elevaran a la categoría de madres.


¿Cómo es que había más monjas que negros? Eso era en mi infancia. Ahora es más fácil hablar con gente de color, horrible eufemismo, que con sor Mercedes, por soltar un nombre cualquiera. Estoy triste y deprimido, sé que mi vida ya nunca será lo mismo sin el consuelo de esas damas del sagrado corazón. Siempre nos quedarán las modernas.


Sí, un fantasma recorre Babilonia, el fantasma de ese nuevo género que suele identificarse con lo cool pese a su estética vintage. Modelos imposibles, gafas de nerd y vacuo léxico. Bienvenidos al parque temático donde todos quieren ser diferentes pese a vestir igual con ligeros matices. El panorama de las modernas ha resucitado el uniforme desde lo laico. Los flequillos son las nuevas cofias, y de las estampitas han cedido su lugar a Instagram. Lo más interesante es que ambos grupos coinciden en determinados aspectos, que van desde defender unos postulados nimios que son incapaces de defender hasta el placer de circular en grupo para resaltar su estéril notoriedad.

Una diferencia de peso radica en su estatus. Las siervas de Cristo, entregadas a la devoción por fe o necesidad, están en grave peligro de extinción, mientras que la estupidez de sus sucesoras ya es un símbolo fatuo de la mediocridad de nuestra época, donde prima, además de la de riesgo, lucir palmito, dárselas de cutre intelectual a la última y esputar vocablos ingleses para renunciar a lo patrio, que para esta secta es algo casposo y patético. Perdón, execran lo patrio y lo europeo. El paraíso está en lo anglosajón, factor que apunta a otro factor de identificación con sus antecesoras de oración y virginidad: la alienación absoluta de la realidad. Unas por creer en un ser superior que hemos inventado los humanos, otras por creer que viven en L.A. o en un episodio de Mad Men. Ninguno de los dos colectivos analizados en este artículo ha logrado dejar atrás la infancia, eso está claro. Decía Elvira Lindo que muchos escritores españoles quieren ser americanos, lo que les lleva a adoptar una narrativa que traiciona el contexto en que viven, absolutamente desdibujado en sus textos porque es un artificio que en nada corresponde al aire que respiran. Las modernas también tienen eso, su vida es una tómbola de luz y de color. ¿Qué quedará de vuestras fotos cuando seáis viejas?

Ilustración: Nil Bartolozzi

viernes, 20 de julio de 2012

El nomenclátor, la Canadenca y la closca pelada dels cretins en Bcn Mes






El nomenclátor, la Canadenca y la closca pelada dels cretins, by Jordi Corominas i Julián


Hace dos semanas quedé en la Plaza del Molino con un grupo de señoras interesadas en conocer la historia del Paralelo, una arteria desaprovechada desde que se apagaron los focos de los teatros y cabarets que la convirtieron en un gran centro de ocio popular durante gran parte del siglo XX. El tiempo y el cambio en las diversiones han alterado su aspecto físico, tanto que para quien no conozca nada de antigua fama puede resultar sorprendente saber que, además de un templo del liguero y la picaresca, fue un importante enclave obrero.


Entre los números 64 y 80 de la avenida se acumulaban bares proletarios sin puertas ante la inexistencia de horarios. El más célebre fue el café La tranquilidad, irónico nombre para un negocio por donde desfilaron, entre otros, Lluís Companys, Francesc Layret o Salvador Seguí, políticos que pisaban la calle y hablaban con las personas, seres transparentes para los que mentir era una blasfemia.


La tranquilidad, para más INRI, estaba en el número 69, al lado del Teatro Victoria. Un poco más abajo, mientras el barrio descubría desde el puerto la cocaína y el jazz, destacaban las tres chimeneas de la Canadenca, fábrica que durante decenios fue la mayor productora y distribuidora de energía eléctrica en el área metropolitana de nuestra ciudad. Este skyline compite en el recuerdo colectivo con el de Sant Adrià del Besós, salvado mediante un referéndum popular del que informamos en su momento. La diferencia principal entre los dos sitios es que en el del Paralelo tenemos un ejemplo de lucha que el Ayuntamiento dirigido por Xavier Trías intentó cancelar sin éxito hace bien poco.


Barcelona es una ciudad con muy pocas placas conmemorativas en comparación con otras capitales europeas, algo curioso si pensamos en la mentalidad que se nos atribuye a los catalanes, más germánicos que latinos, disciplinados y concienzudos con el recorrido de nuestros antepasados. ¿Seguro? No, más bien en este aspecto parecemos los vagos del sur, que diría Angela Merkel. Hay escasos rótulos que informen de hechos pretéritos.


Si somos precisos matizaremos mejor la poca vergüenza, y el miedo que implica su acción, del gobierno del hombre que erre que erre pronuncia esa letra con peculiar dicción. Para apreciar la estafa que se quería perpetrar conviene penetrar en la Plaza de las tres chimeneas, foro público con bancos de cuarta mano y un escenario al que, obviamente, no se le da uso útil. Mientras vislumbramos la platea avanzaremos y el siempre informativo nomenclátor nos comunicará que estamos en el Passatge de la Canadenca. Si leéis la explicación comprobaréis que sí se alude a la huelga de 1919 que paralizó la ciudad durante dos meses y propició por la presión obrera la consecución de las ocho horas laborales, un triunfo proletario que venía reivindicándose desde finales del siglo XIX.


Y diréis vale, está muy bien que el paseante pueda retener datos de suma importancia. El problema es que el 19 de mayo del presente año EL PAÍS publicó un artículo del polipoeta Xavier Theros, quien cada verano nos deleita con su sabiduría de las partículas elementales de Barcelona. El texto era brillante y comentaba el cambiazo. Durante una cantidad de meses que no podemos cifrar con exactitud, entre otras cosas porque nadie comunicó el cambiazo, desapareció de la placa del Passatge de la Canadenca la mención a la huelga revolucionaria y como contrapartida surgió una explicación más que neutra donde se especificaba que la emblemática fábrica fue fundada en 1911 por Frederick Stark Pearson, un señor fallecido en el hundimiento del Lusitania al que ya se rinden honores en la zona alta con una estatua y una conocida avenida de Pedralbes.


Pearson no es la cuestión. El tema es la manipulación del nomenclátor por parte del Ayuntamiento para anular y borrar del mapa una molestia de la curiosidad, como si cancelando la ineludible referencia al conflicto de 1919 este desapareciera también para siempre, por el bien del parque temático y su pavor, pueden estar tranquilos, a que los jóvenes decidieran imitar a sus abuelos.

El caso es que ardía en deseos de relatar a mis queridas señoras la sibilina maniobra. Mi decepción fue tremenda. Tras el eco que tuvieron las reflexiones de Theros, el ayuntamiento, en otro gesto cargado de secretismo, aceptó que había hecho el ridículo y volvió a colocar la placa original. Aquí no ha pasado nada. Total, sólo un periodista y sus seguidores se han cabreado con la chapuza, gravísima por su maquiavélica voluntad ideológica.




¿Por qué es básico con la que cae recordar a los héroes de 1919? Los empresarios catalanes se lucraron con la neutralidad española durante la Primera Guerra Mundial. Cuando cesaron las hostilidades su burbuja se deshinchó y la crisis por la disminución de ese maná de trinchera comportó en la empresa Riegos y fuerzas del Ebro, filial de la compañía canadiense, modificaciones en las condiciones laborales del personal de facturación. Se recortaron sueldos y los trabajadores pidieron asesoría al Sindicato único de agua, gas y electricidad de la CNT. La empresa reaccionó a la presión con ocho despidos. Los obreros siguieron acudiendo puntualmente a su tarea, pero aumentaron la apuesta con una huelga de brazos caídos que comportó ciento cuarenta despidos más. El reto llegó a su paroxismo cuando, finalmente, todos los asalariados abandonaron sus puestos y Barcelona se vio sumida en la más completa oscuridad. Los tranvías dejaron de funcionar, muchas fábricas tuvieron que cerrar y un apagón informativo, porque las rotativas estaban inhabilitadas, cuadró el círculo.


El gobierno, estupefacto ante la deriva de los acontecimientos, reaccionó tarde y mal. Encarceló a tres millares de valientes y la huelga específica pasó a ser general en toda Catalunya. Lo local adquirió dimensión nacional y se armó el rosario de la aurora que engendraría, pese a la conclusión feliz de este tramo de la disputa, la semilla que crecería hasta 1923 en la ciutat on es matava pel carrer porque la Patronal no se quedó parada y lanzó un ordágo que hizo de Barcelona un Chicago europeo donde el capital contrataba sicarios para ajustar cuentas con los que se oponían a su fascismo económico.

Pero eso ocurrió más tarde. La lección de la huelga de la Canadenca fue plantar cara a los malos de la película con pacifismo y un temple sensacional. Dos meses de paro total, no tonterías de una jornada con pancartas y tambores. Y en estas Xavier Trías o quien sea de su consistorio aprieta un botón y con su matamoscas aplasta al insecto estático que amenaza con volver si alguien lo lee.

El ardid no ha surtido efecto y han imitado a los cangrejos, lo que no evita que les hayamos pillado- primero con la metamorfosis, luego con la restauración del contenido inicial de la placa- con las manos en la masa en su fechoría de querer liquidar lo acaecido. En la era de la desinformación por exceso de fuentes no estaría de más enhebrar un manual que nos ayude a comprender las gestas y las actitudes de los que nos precedieron. Así seria más fácil darle razón a Karl Marx y gritar bien alto, por mucho que les fastidie a las autoridades, que sí, que la Historia, en mayúsculas, se repite.

jueves, 19 de julio de 2012

Laura Fernández reseña mi novela José García en El Mundo




José García sigue cosechando buenas reseñas en este julio de locos. En esta ocasión es Laura Fernández quien habla de mi novela en la edición digital del periódico El Mundo. Si quieres leer su crítica clicka aquí

martes, 17 de julio de 2012

Entrevista para el Blog Iletradoperocuerdo






Hace algo más de una semana la gente del Blog Iletraperocuerdo me propusieron una entrevista en la que hablar de muchos y variados temas, desde José García pasando por Loopoesía hasta llegar al estado de la crítica y otras cosillas interesantes. Acepté encantado y podrás leer el resultado si clickas aquí

lunes, 16 de julio de 2012

Primera reseña dedicada a mi novela José García en Revista de Letras


Hoy ha aparecido la primera reseña dedicada a mi novela José García, la ha escrito Anna María Iglesia para Revista de Letras. Puedes leerla clickando aquí

Testimonio en Chicago de Allen Ginsberg en Revista de Letras





Burla del poder, represión paranoica: “Testimonio en Chicago”, de Allen Ginsberg, Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 9.07.12


Testimonio en Chicago. Allen Ginsberg
Prólogo de Fernanda Pivano
Traducción de Julia Osuna
Gallo Nero (Madrid, 2012)



Desde hace más de un año pienso, y no creo que nadie pueda alterar esa opinión, que las revueltas de mayo de 1968 y las actuales se parecen bien poco. Las primeras respondieron a diversas motivaciones que, pese a estar hermanadas en el malestar, diferían en función del lugar donde se encendía la llama. Lo mismo si quieren ocurre ahora mismo, pero el aire entonces no estaba enrarecido por el desmantelamiento del Estado del Bienestar, aún espléndido a finales de los sesenta. Las protestas abarcaron un sinfín de grupos y personas más que determinadas por el contexto, que en el caso estadounidense ofreció un panorama explosivo.

La muerte de Martin Luther King, el asesinato de Robert Kennedy y la crisis moral como consecuencia de la intervención norteamericana en Vietnam agitaron el patio hasta límites insospechados. La juventud, motor decidido de la rebelión, accionó algunas palancas que catapultaron el nacimiento de nuevas asociaciones dispuestas a luchar contra la injusticia. A diferencia de los movimientos actuales, estos grupos sí contaban con líderes definidos que a su vez eran respaldados por figuras de la intelectualidad alternativa, desde Norman Mailer y Terry Southern hasta Allen Ginsberg, protagonista de Testimonio en Chicago, volumen editado por Gallo Nero que condensa en sus páginas las claves para comprender un episodio fundamental con regusto a cargas policiales y censuras políticas muy recientes en nuestra memoria.



La celebración en Chicago de la convención Demócrata inspiró a los ideólogos del Youth International Party, entre los que cabe destacar a Jerry Rubin y a su cómplice Abby Hoffman, a organizar un Festival de la Vida que coincidiera con tan importante cita política. Para ello movilizaron a más de una veintena de organizaciones con el fin de convocar una manifestación que rompiera moldes y celebrara el desencanto desde una perspectiva festiva. A la iniciativa se sumaron objetores al reclutamiento obligatorio, radicales militantes, pacifistas, agitadores, feministas, hippies, comunistas y la flor y nata de la literatura yanqui comprometida. Sin embargo, al llegar la gran jornada sólo llegaron a la capital de Illinois cinco mil de los cien mil participantes previstos, lo que no impidió que el poder desplegara un contingente policial que generó en el desalojo del Parque Lincoln, agresiones a periodistas, múltiples detenciones, muchos cráneos abiertos y una violencia estatal que culminó en el proceso de los siete de Chicago, definido por el periodista William Barry Furlong como una comedia de los hermanos Marx con guión de Salvador Dalí.

Los cabecillas de la gran coalición disidente se sentaron en el banquillo de los acusados mientras por el estrado desfilaban mil y un nombres para dar testimonio de lo acaecido en esas calurosas jornadas de agosto de 1968. El problema es que el jurado popular no servía para nada, condicionado como estaba por el juez Hoffman, burlón y cínico en su obcecación por condenar hasta el zumbido de una mosca. La legislación estadounidense contemplaba normas letales que facilitaban su trabajo. La Anti-Riot Act consideraba que una revuelta era toda reunión de tres o más personas en la que una de ellas amenaza o daña al resto. El recorte de libertad de expresión en la realidad se trasladó a los juzgados donde Allen Ginsberg respondió con diligencia a las preguntas de la defensa y la fiscalía.

Antes de llegar al punto clave del manuscrito tenemos la suerte de poder documentarnos con el magnífico prólogo de Fernanda Pivano, donde la escritora fallecida en 2009 explica de manera prístina los acontecimientos que llevaron a la farsa de Hoffman y sus secuaces. Tras su ensayo, porque así debemos calificarlo, una declaración pública de Jean Genet, también presente en los disturbios, alimenta más aún nuestra curiosidad. ¿Sirve de algo quejarse en un parque y usar la poesía? ¿Es suficiente?

Cualquier estamento daría una respuesta negativa, y hasta yo mismo me atrevería a decir que se necesitan más cosas para dar un giro de ciento ochenta grados al curso de la Historia. En estos tiempos que corren cada vez se escucha más la teoría del miedo. Si quieres que te respeten debes darlo, porque de otro modo los que mandan seguirán impunes en su barra libre de desprecio al ciudadano. Pues bien, el Festival de la Vida de Chicago logró atemorizar a los mandamases hasta llegar al extremo de montar una opereta con culpables de antemano por lo inexistente de la presunción de inocencia.




Ginsberg no suele dejar indiferente. El autor de Aullido recitó, contó con afán pedagógico sus experiencias indias y hasta se atrevió a recitar poesías y mantras para asombro de propios y extraños. Su testimonio no choca al lector porque se inserta en la normalidad del espíritu beat. Cabal aunque irreverente. Al fin y al cabo la pantomima en la que se vio metido era un enfrentamiento, una especie de Guerra Civil burguesa entre lo viejo y lo nuevo, conflicto donde el bastón de mando no toleraba ningún comportamiento o prédica que se alejara lo más mínimo de lo políticamente correcto al considerarla corrosiva, peligrosa por romper un lenguaje establecido que perdía adeptos a paso de gigante por la lógica que siempre emana de la cronología y las transformaciones generacionales de la sociedad.

A veces, mientras leemos las palabras bajo juramento de Allen Ginsberg, tenemos la sensación de asistir a una obra de teatro cómica, con los togados en el papel de bufones y los demás como portavoces de una razón muda al no ser escuchada por nadie. La resolución final fue sobreseída, lo que no impidió que durante el juicio el esperpento alcanzara cotas insuperables a manos de los que debían moderar y preservar la objetividad para que la sentencia fuera justa. El prefacio de Jason Epstein cierra una obra muy bien estructurada y útil para entender cómo el sistema manipula desde su invulnerabilidad y la creencia que el castillo de naipes es imposible de derrumbar.

sábado, 14 de julio de 2012

Las novelas tontas de ciertas damas novelistas en Literaturas.com




Las novelas tontas de ciertas damas novelistas de George Eliot, por Jordi Corominas i Julián



Las cosas, por mucho que nos empeñemos, cambian de uvas a brevas. Recuerdo mis paseos de hace más de una década, y no sé porqué, pero mi memoria ha retenido varios quioscos que siempre se cruzaban en mi camino. Uno estaba en la Via Panisperna de Roma. La mujer que lo regentaba esperaba con paciencia que los clientes compraran periódicos y revistas, bien visibles a ambos lados del establecimiento. En los laterales destacaban un montón de novelas de vaqueros y amoríos que esperaban su hora. Acumulaban polvo porque su tiempo, o eso creía quien escribe, ya había pasado. Obviamente su éxito no era el de tiempo atrás, aunque a buen seguro aún tenían su público, pues siempre lo han tenido, al menos mientras la sociedad no fue digital y las diferencias de género y educación eran más notorias, un peligro que ahora amenaza con volver.

El ocio lector contemporáneo y su oferta para propios y extraños dio sus primeros pasos en la Inglaterra victoriana, el reino de la doble moral donde la realidad había de ser ficción para propiciar una neurosis más cuerda que reprimiera los impulsos. La época, y así sucedía en toda Europa, no aceptaba a las mujeres como escritoras de postín. Mary Anne Evans fue una de esas féminas que debieron adoptar un seudónimo para poder desarrollar una carrera de prestigio en las letras. Su fama no se extinguió con su siglo, aún hoy en día Martin Amis y otros ilustres nombres consideran algunas de sus novelas como lo mejor que se ha escrito nunca en el Reino Unido. Se convirtió en George Eliot y deslumbró con su prosa hasta Virginia Woolf, quien la consideraba una de las pocas autoras dignas de merecer consideración en el Ochocientos británico.

Las novelas tontas de ciertas damas novelistas es una novela que confirma con creces tal impresión y que seguramente surgió de la rabia de Eliot por la mediocridad de un cierto tipo de literatura destinado a paliar el aburrimiento de algunas damiselas postradas en su hogar. La fórmula, ya lo hemos visto, es inmortal y cosechará fortuna mientras se quiera embaucar al género femenino con un mundo inexistente que alienta sueños y provoca golpes duros, de excepción.

Es lícito imaginar a cualquier señora de clase alta, el analfabetismo entre el proletariado era más que considerable por aquel entonces, leyendo esas novelillas con el corazón en un puño. Eliot critica la enajenación de esos textos con habilidad y ejemplos clarísimos, como cuando transcribe las palabras de un niño de cuatro años que parece hablar como Lord Nelson o Benjamin Disraeli, con vocablos elevados de una pomposidad infumable. Asimismo los tópicos en la trama y en la caracterización de los personajes eran constantes, desde la mención a los clásicos grecolatinos al uso de unos adjetivos determinados, invariables sin importar la firma del texo, rúbrica que en este caso si reconocía el sexo, lo que incrementó la ira de la ensayista, feminista avant la lettre que juzgaba el publicar una responsabilidad moral, algo aplicable también a los hombres y a nuestro país en la actualidad, donde el mercado vive inundado por una absurda proliferación de libros que contrasta con el escaso número de lectores reales de los mismos.

Por otra parte Eliot reivindica a la mujer desde la calidad, de ahí su enfado con esos volúmenes de alienación y estupidez. Mary Anne Evans fue una mujer que supo vivir su existencia con una insólita libertad para su época, y eso fue fruto de su criterio, que siempre es capacidad de discernir hasta consolidar una serie de elecciones. Es muy fácil decir que uno/a es escritor/a, otra cosa es serlo, y por lo que se ve la tontería no es algo que sólo nosotros hayamos fomentado. El interés monetario y el control, la sumisión de un dominio masculino que se presumía eterno, seguramente ayudaban a la creación de tales boberías. El arte según la autora del pequeño y precioso volumen editado por Impedimenta merecía llenarse con elementos adecuados: observación genuina, humor y pasión. Cualquier otro intento estaba condenado al fracaso de esas patéticas novelas tontas, cultura popular para el engaño de una masa selecta encadenada, prosa mezquina y ligera que en su testamento no dejó herederos a sabiendas que recoger su testigo es pan comido que proporciona pingües beneficios comerciales. Bridget Jones, Sexo en Nueva York y otros productos, como bien expone la traductora Gabriela Bustelo en el prólogo, lo demuestran con holgura.

miércoles, 11 de julio de 2012

Viernes 13, 19h 30 minutos, Loopoesía en el jardín del Olokuti


¿Quien dijo que segundas partes nunca fueron buenas? Loopoesía regresa al jardín del Olokuti, lugar de uno de los mejores shows de todo su periplo. La cita, sin que nos parezca nada digno de mal fario, es el viernes 13 a las 19h 30 minutos en el barrio de Gracia.

¿Donde?


En la calle Asturias 38, justo al lado del Metro de Fontana.

La entrada es gratuita y antes y después del show estaré a vuestra disposición para firmar ejemplares de El gladiador silenciado.

lunes, 9 de julio de 2012

miércoles, 4 de julio de 2012

Viernes 6, 22 horas: Noche audiopoética en Inusual Project




En Loopoesía tenemos un inicio de verano movidito, como nos gusta. La segunda piedra de toque del mismo será el viernes 6 de julio con la organización de una noche audiopoética en Inusual Project. Primero te pasamos la info básica del evento y más abajo puedes leer datos de los grupos que participarán.

Noche audiopoética en Inusual Project

Viernes seis de julio a las 22 horas

Calle de la Paloma 5 ( al lado del MACBA)

Ingreso; 3 euros


Participarán los siguientes grupos

***re(d)acció d'urgència #0
poesia escènica

les parets parlen el que la gent calla, diu una pintada en algun carrer d'una ciutat desconeguda. les parets parlen i ens inciten. i encara trobem una estona, i fullegem, o un temazo a la ràdio, o l'amiga erudita que cita, i arxivem i, de tant en tant, evoquem. i l'abisme. la possibilitat. la urgència. llavors imaginem trobades. reaccionem. i re(d)accionem.

re(d)actor Fèlix Pons
urgent Lali Álvarez

Wireglass es un grupo formado por Glass Hat y Ari Ann Wire, provinentes de dos mundos aparentemente distintos; las salas de fiesta (Dj. Glass Hat) y la literatura (www.elrumordelhilo/blogspot.com). Presentan un espectáculo llamado "Amígdalas efervescentes", puzzle compuesto por poemas e imágenes de la autora, AAW, y por mezcla compuesta y seleccionada por Dj. GH. Un cocktail estridente, contradictorio, incandescente y original.


Loopoesía 2012

lunes, 2 de julio de 2012

La contabilidad privada de Christie Malry en Revista de Letras






La ira del outsider: “La contabilidad privada de Christie Malry”, de B. S. Johnson
Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 29.06.12



La contabilidad privada de Christie Malry.
B. S. Johnson
Prólogo de John Lanchester
Traducción de Marcelo Cohen
Libros del Silencio (Barcelona, 2012)


B. S. Johnson fue víctima de su talento. Se suicidó en 1973 tras una década en la que su hiperactividad agotó los adjetivos. No sería en absoluto osado decir que su energía navegaba al ritmo de los sesenta, donde todo parecía posible y experimentar, en principio, era una opción acorde con los tiempos, si bien siempre lo ha sido, aunque a muchos les parezca algo extremo que al nadar contracorriente merece silencio o desdén, sobre todo si se practica en varios campos y se conjuga con un discurso que expone los motivos de la disidencia.

Tras leer el prólogo de John Lanchester que abre La contabilidad privada de Christie Mary, dan ganas de leer más novelas del malogrado escritor británico, quien a lo largo de su breve pero prolija trayectoria jugó con la novela desde la conciencia de su necesidad de renovación para adaptarse a las transformaciones que la tecnología ofrecía. Ya dijo Antonioni que narrar en la modernidad merecía otro tratamiento desde la perspectiva que nuestros pensamientos y sentimientos son los mismos que en la época de Homero con el ligero y decisivo cambio de una mutación debida a la aceleración del proceso vital.

Y la novela, como las demás artes, no podía seguir igual. Aún hoy en día intentamos adaptarla a las nuevas realidades y alzamos la voz para debatir sobre su muerte o resurrección. Lo importante es trabajarla y burlarse de lo convencional desde la razón, sabiendo que al fin y al cabo la literatura es un juego donde explorar una serie de recursos y revolucionar el patio si así nos lo pide el cuerpo.

Y así lo hace B. S. Johnson en La contabilidad privada de Christie Malry, prosa de muchos quilates que bebe en grandes cantidades de ironía y un manifiesto aire Pirandelliano de personajes que intervienen y que saben en todo momento, y así el lector entra en su representación, que sus vivencias se insertan en un libro donde nada es utópico y se quiebran las normas con alegría para beneficiar el desarrollo de la trama y acortarla para armar un artefacto divertido, corto y brutal.

Christie Malry es un jovencito del barrio de Hammersmith, el mismo que vio nacer al autor. Sus aspiraciones vitales contemplan la seguridad de la época, donde podías trabajar durante cuarenta años en una empresa y recibir una digna jubilación. Su debut laboral se produce en un banco, lugar que le permite entender determinados mecanismos económicos y albergar la esperanza de enriquecerse con relativa facilidad para caminar sin estar encorsetado por los que pagan el aguinaldo.

El contexto, como siempre, es fundamental. Christie Malry es un adolescente de los setenta. La felicidad de la beatiful people ya es un miraje. Los Beatles se disolvieron, se terminó el gobierno laborista y el malestar de los setenta se instaló en el inconsciente colectivo. En este sentido la decisión del protagonista, su gran genialidad, es consecuencia de esa etapa histórica, que encaja con la nuestra. Hastiado de dar sin compensación se inspira en la doble contabilidad para hilvanar un debe y haber que compense agravios y recompensas en su relación con los demás.




Visto así seria todo muy inocente. La elegancia de B. S. Johnson radica en el planteamiento de su propuesta, desprovista de cualquier tipo de solemnidad y repleta de humor que desdramatiza pese a la gravedad de las intenciones de Christie, quien tras abandonar el banco ingresa en una empresa de alimentación que usa como plataforma para sus fechorías, gotas satíricas de terrorismo urbano que combina con un secretismo absoluto para con su plan. Es un ser aislado contra todos y ninguno, una bestia en libertad que se mueve por el Londres previo a las alarmas y las cámaras, donde impactar con maniobras rústicas no era un sueño y sí algo muy factible.

Johnson no se conforma con las maldades de su antihéroe, a quien concede una novia con ingente apetito sexual, un amigo amante del alcohol y una existencia desdichada que solventa mediante sus fechorías y la adicción al riesgo que queda impune, fenómeno que le impulsa a franquear barreras sin pensar en ningún límite desde una infelicidad crónica que no disminuyen esos leves momentos de calculada enajenación.

La prosa de Johnson contiene en su interior partículas de un vértigo lingüístico que Marcelo Cohen ha sabido reflejar en su traducción, donde los giros, los dobles sentidos y lo cáustico brillan con luz propia para mayor gloria de una novela que asimismo es notable más allá de sus cualidades formales al enseñarnos que la indignación no nació anteayer. Sólo esperamos que la nuestra no termine como la de ese decenio donde el fracaso del 68 derivó en Brigadas Rojas, Baaders Meinhofs y otros grupúsculos que Christie Malry preludia con sutil descaro y mordaz aplomo.

domingo, 1 de julio de 2012

Bajo la tierra de Jiri Orten en Sigueleyendo





Los nueve puntos de Jiri Orten, por Jordi Corominas i Julián


I

Hay libros que se resisten, los tienes cerca, quieres leerlos y por algún extraño motivo no llega el momento, como si tuvieran un imán negativo que alterna miedo, respeto y reverencia por lo que uno se puede encontrar en las páginas. El caso extremo es Cesare Pavese. Mi primer contacto con su obra fue maravilloso. Diálogos con Leucó fue un aprendizaje extraordinario de síntesis y poesía, pero al afrontar sus novelas observaba la estantería y las manos se desplazaban a otros volúmenes hasta que la valentía venció tanto reparo y el goce se instaló en el cerebro.

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II

Lo mismo acaeció con Bajo la tierra de Jiri Orten, poeta checo que vivió veintidós años y tuvo la mala suerte de transitar por el Planeta durante el auge del nazismo y topar con la incompetencia de las democracias europeas para con su Nación, vendida al Führer por menos de cuatro monedas en el infame Pacto de Munich de 1938. Orten fue un mártir atropellado por una ambulancia que se sentía, así lo denotan sus versos, un muerto en vida, un ser erróneo en el caos de una cárcel sin barrotes.

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III

Y ahí es donde debe situarse su afirmación “Soy un Rimbaud que no se ha convertido en tal. Soy un Rimbaud que ha tenido otro valor.” Los poetas jóvenes mueren por compararse con la bestia de las Ardenas. Orten asumió la diferencia desde una dualidad perniciosa. El autor de Una temporada en el infierno dejó de escribir porque quiso. Él debía escribir para plasmar su malestar. El niño revolucionario abandonó París y voló libre hasta Etiopía, desmarcándose de la pesadilla. Él debía permanecer en su puesto, inmóvil por obligación, preso de la Historia. Tanta lucidez no deja de ser un aviso para navegantes de proporciones casi bíblicas para que no se mencione el sacrosanto nombre de Arthur Rimbaud en vano.

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IV

“Tan cruelmente joven y ya maduro.

Me río hasta sangrar y lloro lágrimas de sangre

Y abandonado de Dios y a Dios abandonado,

Le escribo, Karina, y no sé si estoy vivo…”

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V

No hay esperanza en los versos de Jiri Orten, quien en el infierno mutó de la infancia a visitar la orilla de la guadaña en un abrir y cerrar de ojos, de la independencia del Imperio Austrohúngaro al cinismo estético del yugo nazi y su opresión sin contemplaciones. Ser judío y meditar elegías era una forma de resistencia con vistas a preparar un funeral individual y colectivo plagado de una dureza sin felicidad, que sufrió por un destino jamás vislumbrado.

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VI

Publicar Bajo la tierra en medio de una crisis sistémica es tener agallas, y estas pertenecen a un triunvirato que debemos celebrar. Pablo Mazo es un buen editor de narrativa que prescinde de tendencias y que con los años ha acumulado un buen plantel de narradores. Su apuesta, presente en otros sellos con más billetes en el banco, de dar una oportunidad a la poesía en una editorial conocida por sus textos en prosa debería ser la normalidad que permitiera al verso apartarse de lo marginal. Para ello cuenta con dos expertos que hacen de la colección un rincón que mezcla varias vertientes de lo lírico, desde Juan Perro hasta Jiri Orten, quien bien sabía de la importancia de Beethoven, de su esencia absoluta.

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VII

“Que no hay sinfondo, sólo sin esperanza,

Que tras el fin el amor está, tras la verdad la fe,

Y tras el infinito queda aún la Novena…”

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VIII

Y la novena es la de la libertad, no la de la alegría. Saber que tras nuestra desaparición queda ese anhelo es un alivio estupendo marcado a fuego como una reivindicación mitteleuropea formulada por todos aquellos sin raíces prusianas que aspiraban a consagrar una unidad desde el arte que simboliza en su máxima expresión el edificio Secesión de Viena y su interior, con el asombroso y provocador fresco de Klimt dedicado a Beethoven para atacar con lo sublime la neurosis de los poderosos.

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IX

Bajo la tierra tiene aire de derrota e inteligencia de legado. Orten sabe, con un pesimismo que traspasa lo cósmico, que no estará para presenciar la liberación, pero una necesidad superior le impulsa a registrar una advertencia de belleza desoladora, un mensaje en una botella violeta que debe empujarnos a metamorfosear sus llanto en acción para, el tópico suele ser cierto, que su historia no se repita.