domingo, 31 de marzo de 2013

El Pijoaparte y Accatone: visiones de la periferia




El Pijoaparte y Accatone: visiones de la periferia, por Jordi Corominas i Julián
“Estamos como en una gran sala de espera de estación, todo es provisional…”
(Juan Marsé, Encerrado con un solo juguete)

El paso del tiempo cambia los barrios y altera la significación de los espacios mediante prostituciones del pasado. El Carmelo de Barcelona sigue siendo para muchos habitantes de la Ciudad Condal territorio comanche, zona agreste desconocida que no conviene pisar para mantener una especie de pureza hipócrita y burguesa de gente bien que no se mezcla con lo ajeno. Un monte que no pertenece a la ciudad en el imaginario colectivo, que ignora tanto a Marsé como a las relativamente loables reformas que el Ayuntamiento de la capital catalana ha emprendido para dar un aire moderno al barrio, repleto de calles con nombres izquierdistas que renuevan el panorama y hunden un poco su originalidad de fincas antiguas e iglesias de aislamiento que no figuraban en el elenco de Últimas tardes con Teresa.

En Roma, el Pigneto ha sufrido un proceso más que parecido. De suburbio desdeñado se ha metamorfoseado en lugar de moda para cineastas y supuestos bohemios. Las ventajas de este enclave otrora chirriante por los raíles del tren consiste en sus casas bajas y una atmósfera apartada del mundanal ruido urbano, un pequeño país de las maravillas cercano al centro y perfecto para evocar un Et in Arcadia ego de avenidas casi peatonales y leyendas del celuloide más radical.

Ambos topónimos emergieron en los sesenta desde una consideración bien distinta a la actual. Se lo debemos a dos nombres célebres. Juan Marsé, por raíces y experiencia vital, sacó de la oscuridad al Carmelo y sus aledaños. Pier Paolo Pasolini hizo lo mismo con la periferia de la Ciudad Eterna. Si quieren, el friulano antecedió al autor de Si te dicen que caí en unos años entre novelas- Ragazzi di vita y Una violenta- y películas en las que participó como guionista, desde la Notte Brava hasta Morte d’un amico, donde ese tercer mundo dentro del primero emergía para el espectador, demasiado acostumbrado a prescindir de una cotidianidad tan abrupta a la vuelta de la esquina.



En principio las coincidencias, que nunca son casuales, deberían terminar en este punto, pero si analizamos en profundidad las dos obras cumbres del transalpino y el español comprobaremos que hay muchas más similitudes que traspasan la superficie y se adentran en una senda sociológica que sirve para comparar la evolución de aquello que denominamos lumpen en el primer lustro de la década de los sesenta del fenecido siglo XX.

Accatone y el Pijoaparte son personajes prototípicos de una época y un lugar. El primero es un pobre desgraciado que se gana la vida como chulo de putas y sólo aspira a mejor convirtiéndose en ladrón. Se levanta por la mañana, tiene una mujer que le hace la comida y la jornada se desarrolla bajo parámetros que incluyen charlas en el bar de siempre, correrías delictivas con sus amigos, rondas nocturnas de control y la esperanza de mejorar en lo laboral sin insertarse ni por asomo en la clase media. Un buen día conoce a Stella y cree enamorarse, pero su concepción del flechazo no es muy normal. Cuida a su musa, intenta integrarla en su hábitat y la lleva a bailar donde al principio de la película asombró a propios y extraños: El Ponte Sant’Angelo, línea divisoria entre lo sagrado y lo profano, frontera que marca las mutaciones del personaje, resignado con la luna de fondo, desesperándose con el rostro lleno de sucia arena al entender que su redención consiste en abandonar su faceta de comerciante de carne femenina, que quería perpetuar con su nueva novia, y dedicarse a robar, exiguo rescate personal que, como veremos, le acarreará problemas mortales.




Accatone desciende poco a la Roma turística, templo de consumo e Historia. Visita ruinas y comercios cuando necesita con urgencia dinero o soluciones rápidas. Sin embargo quien haya visto el filme no podrá recordar ninguna escena que  transcurra en sitios emblemáticos: lo máximo que visualizamos es algún cachito del Trastevere, concretamente la Iglesia de Santa Cecilia, que tampoco es figure en la mayoría de guías. Es un hombre que prefiere irse con la música, clásica en las imágenes para dar trascendencia a lo vulgar, lo más lejos posible de corbatas y trajes, lo que le distancia del Pijoaparte, devoto de la Rambla por exigencias de su guión existencial. El chico que soñó con el lujo francés desde la infancia por culpa de unos franceses es un lince pispando motocicletas que usa para su propia distracción o para vender a su padre adoptivo, el Cardenal. Otra motivación para escapar de la miseria de las alturas es ir a verbenas vestido con inigualables galas que en casa del rico son sospechosas. Ése San Juan, un jardín y mil besos apasionados con una sensación de triunfo que se desvanece al pasar los meses, parar en una calita de Blanes, vislumbrar a la chica de aquellos ósculos y descubrir que no es la dueña sino la criada. Maruja y su fogosidad sexual, libertad que contrasta con las proclamas ideológicas de hijos de papá de los universitarios de 1956, son un pasaporte para seguir en el mismo peldaño de la escalera y Manuel, hermano de Accatone hasta en lo de tener un seudónimo, quiere dar el gran salto que le catapulte a la vera de los que él juzga honestos.



Por eso la enfermedad de Maruja será una bendición. Accatone da con su mujer del mañana en un descampado donde ésta limpia botellas. El Pijoaparte, más frío y calculador, sabe quién es desde el minuto cero. La rubia Teresa y sus vestiditos es una utopía que cobrará visos de realidad en la clínica de rompe y rasga, en el silencio de la zona alta y una habitación de intimidad que se trasladará a bares, charlas y amor de verano. Por una vez pobres y ricos no huirán de la ciudad, puta desangelada hasta el encuentro que hace colisionar a dos almas de Blanes y el Carmelo hasta una encrucijada que respira Barcelona por todos los poros. El movimiento de las fichas en el tablero se amplía pese a que el viaje sea en todo momento interior. Besos, playas, copas y el miedo a preguntar por un puesto noble. A ver qué puede hacer tu papá, a ver cómo acepta esta unión de antípodas y me da para un digno aguinaldo.

Manuel tiene tan clara su voluntad de eliminar lo pretérito que hasta finiquita su afán rufianesco para adaptarse a lo que vendrá. Ello comporta volver al Bar Delicias, donde les recomiendo ir para devorar sus magníficas patatas bravas, y embolsarse bastantes duros con las timbas de cartas. Su desesperación por ser decente sólo ofrece algunas grietas de tentación en casa del Cardenal, donde Hortensia, alias la Jeringa, guarda un asombroso aire a Teresa pero en la nada y la podredumbre. Caen las hojas, Pandora sigue con su machacona melodía que precipita la caída con la muerte y con ella el retorno al orden de tú a Boston y yo a California, el mar y las alturas que nadie frecuenta. Cupido de canícula no fue un miraje: hay cartas y un vagar de continuidad.

El Pijoaparte vuelve a las andadas. Se agencia una moto en la Plaza Sanllehy y encara el Litoral rumbo a su princesa. No sabe que el doble siempre tiene en su seno una promesa de venganza. Le da gas al manguito e imagina a Teresa en la cama, y hasta el propio Marsé en un fragmento impagable nos engaña con habilidad y cinismo. ¿Amor consumado? ¿ Prueba superada?

Accatone nota en el cogote ojos a lo Eisenstein. Divisa una motocicleta que ya intuíamos por las migajas de pan que Pasolini nos ofrece para la correcta comprensión del discurso, y arranca. Sus amigos corren. Ponte Testaccio, marca de dos junglas. Una natural en su barbarie. Otra abrupta y fina en su civilización americanizada.



El Pijoaparte se da de bruces en medio de una persecución policial. Su anhelo queda aparcado con unas manillas y los barrotes en el horizonte. La quimera de derribar el muro de las barreras de clase se ha quedado en eso.

Vittorio desaparece. Retumba Bach, a todo volumen. De repente, un sonido nos indica que su ilusión se ha quebrado. Sus allegados alcanzan el fatídico asfalto y escuchan la frase. Bueno, estoy bien. Último suspiro. Muerte para el italiano, cancelación de vida para el murciano. Parecidos razonables y una cruel daga exprimida en dos genialidades ciertamente inmortales. Leer y visualizar para aprender y maravillarse. 

Santa María de Palautordera, Julio de 2012

sábado, 30 de marzo de 2013

Diálogo con Lluís Bassets en Revista de Letras


Diálogo con Lluís Bassets, por Jordi Corominas i Julián

Por  | Portada | 30.03.13
En cualquier época son necesarias personas autocríticas, coherentes y conscientes de su papel para con la sociedad. En ella, desde hace dos siglos, el periodismo juega un papel importante. Ahora cambia por mil y un factores que Lluís Bassets disecciona en El último que apague la luz (Taurus), libro dividido en cinco partes de lúcido pesimismo.
Sería fácil pensar que el cambio de paradigma es consecuencia de la irrupción del universo digital, que derrota al papel. Las consecuencias de la crisis del periodismo deben explicarse desde una perspectiva más amplia. Por eso siento mucha curiosidad por lo que deparará la charla. Llego a la sede barcelonesa deEL PAÍS, espero en una sala, me llevan a otra y las botellas de agua huelen a punto y final. Me siento, y al cabo de unos minutos aparece Lluís. Nos damos la mano, charlamos brevemente de cuatro cosas y enciendo la grabadora.
Lluís Bassets (foto: Taurus)
Lluís Bassets (foto: Taurus)
No te negaré que soy lector de EL PAÍS desde que tengo uso de razón. Sin embargo, creo que apuntas bien en tu libro que mi generación diversifica los canales de información. En mi caso empecé a desconfiar de la prensa escrita a partir del 15M, entre otras cosas por el espacio que se dedicó al asunto los primeros días, más bien escaso, casi como si se ocultara lo que sucedía.
Aquí hablas de la dualidad entre prensa digital y prensa en papel. Son dos mundos diferentes que coinciden, entre otras cosas porque contamos la misma realidad. Son dos cosas contradictorias.
¿En qué sentido?
Una va contra la otra, eso es la contradicción. Si haces periodismo digital liquidas al analógico, y si haces periodismo analógico en papel en algún momento te confrontas con el periodismo digital. ¿Seguirá así? No lo sé, pero el mundo gira en una sola dirección, que es la digital. Estamos en un cambio de época.
¿Y la velocidad es el principal punto de fricción?
Hay muchas cuestiones. Las gafas de la simplificación no sirven para entender lo que está ocurriendo. Lo podemos entender desde el punto de vista de la tecnología, pero sería reduccionista. La tecnología siempre ha sido un instrumento de democratización, en lo bueno y en lo malo. Democratiza la violencia. Permite matar en masa, hasta en eso es más democrática.
Tecnología para el progreso, así, entre comillas.
Ahora sabemos que el progreso es ambivalente. Sabemos que existe uno regresivo para el bienestar de las personas y que existe otro progresivo. Todo avance tecnológico comporta una democratización que implica pérdida de poder para unos y ganancia del mismo para otros, por su desplazamiento. Cuando la tecnología se acciona y afecta de verdad es a partir de la crisis financiera de los últimos tiempos.
La tecnología cambió el periodismo hace treinta años, pero el cambio de ahora parece más importante, casi letal.
Exacto. Esta crisis es el instante de un cambio geopolítico que también explica la metamorfosis del periodismo. A nivel histórico el mundo vira hacia la multipolaridad. El periodismo es una institución de la democracia occidental, y desde ahí podemos relacionar ambas crisis. Quizás son obviedades, pero creo que era necesario reflejarlo en mi libro.
No son obviedades. Estamos en una época donde el exceso de información genera desinformación. Relaciono este concepto con el capítulo dedicado a Julian Assange. Él mismo, con toda su egolatría, necesitó de los periodistas para ordenar y seleccionar bien la información. El periodista siempre será un preceptor.
Sí, y nos lleva otra vez a la dualidad de digital y papel. Una ha salido de la otra, pero llegará un momento en que el papel quedará arrinconado, creo que tiene un tiempo limitado en el periodismo. Puede que no sea así con libros y revistas, hasta pienso que un cierto tipo de publicación, como las grandes obras culturales, siempre prevalecerá en papel, como la Biblia o la literatura francesa del siglo XIX, se retornará al libro como objeto sagrado, como revelación.
Aquí entra en juego la visión romántica. A los lectores de periódicos nos gusta salir a comprar cada día la información por mucho que sepamos que las noticias ya no son de última hora, como antes, donde leer el periódico daba la sensación de saber todo lo que ocurría en el mundo.
El problema es que a la hora de analizar cómo será el futuro no podemos engañarnos pensando que como a nosotros nos gusta comprar el periódico eso es algo generalizado. No es el caso. Pero sospecho que sí puede darse con el libro resacralizado. No es tanto el libro como objeto de arte, más bien como objeto sagrado, la letra impresa como un valor inmortal. La literatura clásica tiene un factor sagrado, sea dios, musa o mera inspiración. Tiene un elemento exterior que convierte a los libros en algo mágico, aunque no se lean.
Pero esto será para una inmensa minoría.
Sí, pero las grandes colecciones de libros prevalecerán. Los libros de consumo directo se leerán en tableta, conservados en su archivo, como una opción.
Eso es un pensamiento interesante, es como cuando hablamos del cine de los cincuenta y decimos que es maravilloso. Lo es porque a nuestros tiempos ha llegado lo esencial, hemos eliminado toda la producción que no merece ser considerada.
Es una especie de selección natural, es inevitable.
En el libro mencionas que el periodista en nuestros tiempos siempre es más personalista. ¿En qué sentido derivará esta apreciación?
Debe tener un perfil único para encontrar un público, un perfil que no sea exclusivista, que genere un público en función de lo que escriba, eso creará un interés para un determinado número de lectores. La firma, que ahora es la marca, es fundamental. Cuidar la propia imagen de prescriptor de la realidad será básico, y creo que el futuro del periodismo se enfoca desde esta visión, más hacia lo individual, menos hacia el corporativismo. La gente requiere voces personales, identificables, con un rostro, una psicología y un carácter. En el periodismo, las cosas nuevas que sucederán ya están pasando. Hace cincuenta años era impensable que la prensa publicara las columnas con el rostro del columnista, ahora es imprescindible.
Y la aparición de esta característica me turbó, fue un cambio pequeño, pero significativo.
El periodismo va por ese camino. La dificultad para orientarnos en un mundo tan caótico es enorme, porque provenimos de un mundo ordenado y cartesiano, con prensa, radio y televisión, con centralidad de una prensa de referencia. Cada ciudad y país debían tener dos periódicos de referencia. Daban armonía. También eran necesarios los telediarios, y su presentador se convertía en una especie de voz del pueblo, como Walter Cronkite, el anchorman por excelencia. Todo eso se ha acabado.
¿Podemos datar el principio del fin con la caída del muro de Berlín?
El mundo bipolar aguantaba muy bien lo que explicaba. Ahora tendremos un mundo donde los instrumentos de comunicación serán muy variados, estratificados y con gran variedad de orientación.
Y siguen el camino del mundo. De la bipolaridad a la atomización.
Caminamos hacia un mundo multipolar y no hallaremos enfoques hegemónicos, ni siquiera en las sociedades, que serán mucho más polifónicas y exigentes, lo que creará dificultades al ciudadano.
Sociedades más parceladas.
Con una exigencia mucho más alta para la ciudadanía. Quien no quiera convertirse en objeto pasivo, por lo tanto manipulable, deberá realizar un esfuerzo político e intelectual muy importante.
Y aquí volvemos a lo que comentábamos de la selección de la información.
Y puede ser que muchos ciudadanos entren en una zona oscura donde desaparezcan las luces de la Ilustración, con un retorno a visiones sectarias, poco racionales, donde la información verificada no importará. Eso ya existe o existió en mundos totalitarios, también en mundos donde la necesidad es absoluta, en esos lugares hablar de democracia e información es irrelevante.
Que tengamos esta charla indica donde estamos, podemos tenerla porque el periodismo es democracia.
Exacto. El reto que tenemos por delante los ciudadanos de este siglo es luchar para ganar otra vez el mundo para la causa de las Luces: parcela a parcela, persona a persona. Son sociedades mucho más difíciles de gobernar, donde también corremos el riesgo de encontrar fuertes dosis de populismo. Ahora es omnipresente.
Pero de momento lo resistimos bastante bien, de Laporta a Mas, por poner dos ejemplos. En otras partes del mundo no sé si la cosa va tan bien.
Ahora tenemos el problema chipriota, donde se junta un populismo de derechas con uno de extrema izquierda. Uno que defiende los derechos de los oligarcas rusos y el otro, que ataca a la Unión Europea porque cree que se dedica a empobrecer a los más pobres. Esto es muy peligroso.
El último que apague la luzHablar de Chipre me sirve para introducir dos cuestiones. La primera es que, lo dices en el libro, la baja calidad democrática significa menor calidad periodística. La segunda es que la ausencia de recursos produce errores garrafales en los periódicos, algo impensable hace años. El mismo EL PAÍS dijo, seguramente por un error de Word, que el ministro chipriota de Finanzas se llama Richard Harris.
En el caso chipriota los medios tradicionales, pese al gazapo, son los fiables. Sabes que no te contarán mentiras.
Es un asunto que tengo que seguir en la prensa, pero seguramente los chipriotas lo siguen por Twitter.
Probablemente.
En 2011 cambia todo, es cuando notas que algo ha pasado. Creo que desde entonces el periodismo ha empezado a leer mejor su tiempo histórico.
Aprendemos constantemente. El ejercicio elemental es leer la realidad, intentar comprenderla. Esto también tiene que ver con la tecnología, pues forma parte de la realidad. No podemos despreciar las redes sociales, debemos comprenderlas, pero sobre todo entender qué está pasando. Antes de 2011 ya entendimos nuestra crisis periodística, interrogándose a fondo desde la crisis tecnológica de principios de siglo. Luego llegó la recesión actual y nos dimos cuenta de que la crisis de los medios era muy profunda. Lo advertíamos desde 2004 en Norteamérica. Ellos lo vieron antes por la muerte de los anuncios por palabras. En 2001 desaparecen de la prensa de Estados Unidos. Después Google se lo lleva todo, pero primero fueron los anuncios por palabras.
Todo forma parte de un proceso.
Y somos muy conscientes. En 2011, y ahí te doy la razón, tuvimos dificultades para entender la importancia de los movimientos sociales. Es un problema de interpretar y leer los acontecimientos. Pasó lo mismo con las revueltas árabes. Su acogida en la prensa occidental fue de gran prevención. Primero no pasaba nada, después se consideró que era irrelevante, finalmente se vio desde un prisma negativo, sobre todo en la prensa de derechas.
Una prevención negativa.
Totalmente negativa. Esto es una dificultad del periodismo, porque significa que nos hemos vuelto muy reaccionarios y tenemos hostilidad para con la novedad, una negatividad con la noticia. Vamos detrás de las falsas noticias, y eso es un error. No hay que gastar recursos y energías en informaciones inútiles.
Como noticias rosa que antes era imposible encontrar en los periódicos.
Somos hostiles a las noticias históricas y en cambio mostramos amabilidad para con las falsas noticias. Por eso estamos en decadencia, nos hemos convertido en una especie de monstruo por no entender lo que nos rodea.
Hace dos semanas estuve en un congreso de revistas digitales. Uno de los ponentes hablaba de la importancia de la imagen, y no niego que sea importante, pero desde mi punto de vista una de las claves del futuro del periodismo radica en elevar el listón de la calidad siempre a más.
Hay mucha gente que no desea tomar esta dirección, pero también muchas otras luchamos para que la calidad prevalezca. El problema es la cultura ambiental, la organización del gremio y cómo está montado el negocio.
Y un periodista de mi edad aún aspira al papel, pero quizás un chaval de aquí a veinte años sólo querrá lo digital.
Pero eso es porque asocias el papel con un determinado impacto, sobre todo con gente a partir de cuarenta años, que asocian el papel con un impacto en la sociedad. Cuando se produzca el relevo generacional, cuando el papel sólo quede para los jubilados, la cosa cambiará.
Hace poco salí en dos periódicos de papel y en un medio digital. La gente de mi edad leyó lo digital. Me sorprendió, porque para mí el prestigio era salir en EL PAÍS o El Mundo.
Claro, porque es la tendencia que cambia.
Pero la periodista que escribió la noticia en digital seguro que no ganó un duro con su artículo.
Eso es otro problema. Y si la evolución sigue así y se produce el relevo general, el papel entra en crisis y no hay un modelo de negocio sufriremos mucho, tendremos un problema brutal.
Creo que la prensa digital debe aprender del papel y viceversa. En lo digital no hay publicidad y muchos redactores no reciben nada. Eso no puede perpetuarse eternamente.
La publicidad tendrá que ser un elemento marginal. Aquí lo importante será hacer que los contenidos generen ingresos, un negocio determinado por la compra de contenidos. La gratuidad ahora es la pulsión predominante, pero hay que matizarla. Siempre encontraremos a gente que busque lo gratis, pero hay que encontrar mecanismos que difieran ese momento y lo compliquen. Al mismo tiempo hay que crear un atractivo para el contenido pagado, contenido que obviamente deberá ser de altísima calidad.
También tenemos que ser conscientes, sobre todo en Cataluña, que los grandes mercados globales serán los que crearán buenos modelos de negocios. Los medios catalanes bilingües deberán gestionar muy bien esta riqueza, ahogada y mal explotada en muchos casos.
Y muchas veces la sociedad no entiende lo que dices.
Me considero muy catalanista, cultural y lingüístico, he escrito en castellano porque no tuve ofertas para vivir decentemente con el periodismo en catalán. Me hubiera gustado. Para la literatura catalana quedar encapsulada como una pequeña literatura nacional al lado de la lituana, la eslovena y la estonia…
Es una derrota.
Una derrota absoluta. Si se proyectara como una literatura hermana de las literaturas hispánicas sería algo extraordinario.
Es el cambio que hemos visto estos días, de la Feria de Frankfurt de 2007 con sólo escritores que escriben en catalán al Salón de París de este año, con pleno bilingüismo.
Y es una suerte que Jaume Cabré pueda ir de la mano de Javier Cercas y Eduardo Mendoza, escritores que escriben en castellano pero que son catalanoparlantes en su día a día.
No tiene sentido privilegiar el catalán, no tiene sentido obviar la otra lengua.
Al catalán que eso le provoque problemas le diría que en vez de fijarse en Jiménez Losantos mire a México, a Colombia o a los hispanos de Nueva York. ¿Queremos que lean a Pla y a Rodoreda o sólo queremos que estos libros sean para filólogos? Hay una diferencia importante entre una cosa y otra.
Has resumido en pocas palabras el porqué de los malentendidos catalanes. Todo sería más fácil si pensáramos como dices.
Y sobre todo entra el juego de lo global. Los grandes negocios saldrán de lo global, y el mundo local tendrá muchos problemas si no adopta la coyuntura mundial, donde las grandes lenguas se llevarán la palma. Si ahora fuera un joven periodista intentaría escribir en inglés. No puedo hacerlo ahora, pero lo haría.
Te daría otra perspectiva de negocio.
Escribo de asuntos internacionales. Tenemos muy buenos periodistas de este tema en las redacciones nacionales, pero casi no existen para el resto del mundo.
¿Y podrán existir periodistas locales como Gaziel en el siglo XXI?
Creo que el periodismo local debe tener un papel fundamental. La democracia empieza en la ciudad. Sin periodismo en la ciudad no tenemos democracia. Todo se inicia en el barrio, con sus administraciones, leyes, urbanismos y dificultades. ¿Cómo podrá el periodista local insertarse en el mundo económico? No creo que el periodismo ciudadano resuelva las necesidades del periodismo local, porque necesitará más profesionalidad, lo que implica inversión.
Y hay que encuadrar eso en nuestro contexto histórico. El periodista ciudadano está en movimiento, interesa, informa, pero quizás no genere una crónica con un formato y una estética.
Puede que no tenga medios económicos para hacerla. Pero sí que puede escribirla, claro. El periodismo aficionado ha sido siempre muy importante en la historia de la profesión. En los sesenta el periodismo de barrio era sensacional. No ha nacido ahora, el periodismo ciudadano.
Es como lo que dices en el libro sobre Assange, que no ha inventado la sopa de ajo por mucho que se lo crea. Me pregunto si el periodismo ciudadano podrá mantener la importancia que le concedemos después de la crisis.
El problema es cómo insertas este periodismo local con grandes negocios, de gran potencia, que permiten contenidos de gran calidad, corresponsalías y un largo etcétera de cosas. Imagino grandes instrumentos globales de comunicación con lenguas importantes. Eso da la posibilidad de crear clientes, lectores, por todo el planeta. Los franceses lo tienen, también los alemanes, los rusos y los árabes, pero por ejemplo Italia lo tendrá difícil, porque su lengua, como el holandés, está encapsulada. El catalán está en un peldaño inferior.
Las minorías deberán aceptar la existencia de mayorías en los mecanismos de comunicación.
Las lenguas pequeñas, como el checo, tendrán grandes dificultades para adaptarse al nuevo tiempo.
¿Cuándo dejaremos de llevar el periódico en la mano?
Como negocio está sentenciado. Ponle una década. En los próximos años, mientras avance la crisis, que avanzará más, veremos cómo se irá disolviendo esta época del periodismo.
Me parece muy valiente que alguien que está arriba, en la cúpula del periodismo plantee así la problemática, debe resultar deprimente ser tan consciente del problema.
La clave radica en gestionar bien la agonía, y hay que ser realista para gestionarla con corrección, no hacer como Zapatero y simular que ignoramos el problema.
Al fin y al cabo siempre será necesaria la figura de un periodista que analice, diseccione y plasme la realidad en artículos.
Sí, pero el negocio virará hacia otra dimensión, hay que aceptarlo.

viernes, 29 de marzo de 2013

Corominas i Coromines en la Revista Bagant




Corominas i Coromines, per Jordi Corominas i Julián
El meu nom és Jordi Corominas i Julián. Quan marxo fora de Catalunya explico amb orgull que la i entre els dos cognoms és quelcom característic de la nostra terra. La gent m’escolta atenta, pren nota i entén les meves paraules. Després, torno a Barcelona per feina, vaig a sopar al restaurant del CCCB i em trobo l’heretgia d’una placa on posa Plaça Joan Coromines. Coromines? No senyors, qui ha posat el cartellet s’ha equivocat de ple. L’il.lustre filòleg, amb el que no tinc res a veure, és deia Corominas, i no passa res perquè hi hagi una a, que hi sigui no significa cap mena de segrest lingüístic ni res per l’estil.

La Història és una dama massa oblidada que molts cops flirteja amb la geografia. El meu cognom es pot deure a mil petits detalls. Un d’ells és que el seu origen sigui de la franja. L’altre, que tampoc vull descartar, és que el nom s’hagi castellanitzat amb el pas del temps entre guerres i altres mogudes que farien d’aquest article una peça massa llarga. I bé?

Per circumstàncies de la vida a vegades el meu nom surt a cartells, diaris i llocs on s’informa a la gent de la meva activitat. A vegades trobo que em cerquen amb el cognom amb la maleïda e, com si pel fet de ser català fos obligatòria dur-la al meu cognom. Sí, sóc català, espanyol, europeu i ciutadà del món. No crec en les fronteres, i tampoc m’agrada que es manipuli la realitat. I la meva, com la de tots, comença per com em coneixen els demés. Serveix per a identificar-me, per a que no em confonguin amb ningú, doncs que jo sàpiga és bonic sentir que qualsevol ciutadà és únic.

Per això declaro ben clar que em dic Jordi Corominas i Julián, que quan algú escriu el meu cognom malament m’emprenya i que la persona que ho fa demostra una ignorància que no només es ortogràfica. Va més enllà, parla de poca tolerància, menys vista i un sentit comú imbècil que implica manca de respecte. S’ha de respectar la provinença de les coses. Qui no ho fa és feixista perquè imposa normes inexistents que desafien la lògica, una mica com tota la colla de polítics desgraciats que ens porten a l’abisme si és que no ho evitem abans. Ho farem? Jo continuaré dient-me Corominas. Gràcies. Bona nit.

jueves, 28 de marzo de 2013

Diálogo con Rafael Chirbes en Revista de Letras


Diálogo con Rafael Chirbes, por Jordi Corominas i Julián

Por  | Destacados | 27.03.13
Se habla mucho en estos últimos tiempos de novela de crisis, y muchos son los que han intentado el reto. Pienso, aunque alguno de ellos lo negará, en Isaac RosaAlberto  OlmosPablo GutiérrezJuan Francisco Ferré y se me apuran, en modo delirante pero preciso en ciertos aspectos, Kiko Amat con su Eres el mejor, Cienfuegos. Sin embargo, estos retratos de un mundo en descomposición eran demasiado literarios, con mucho fuego artificial y soluciones en la mayoría de casos algo descabelladas en claro, desde mi humilde opinión, desajuste con la realidad.
En la orilla (Anagrama) no es en su intención inicial una novela de crisis, entre otras cosas porqueRafael Chirbes es un escritor con una admirable coherencia en la secuencia de su literatura, que es una sola obra repartida en muchos libros, unidad que constituye una reflexión sobre la Historia de España desde un tablero que reúne todo tipo de fichas. Hace años escribí en un largo artículo que su prosa sabe hundirse en las heces de la superficie con absoluta sinceridad, plasmando desencanto y una deriva letal en la que circulan generaciones que van enlazándose novela tras novela, una trágica comedia humana o una versión española en la contemporaneidad de la saga Rougon-Macquart de Zola.
La prosa de Chirbes es precisa y poética de manera natural. Estas cualidades, propias del tan denostado y necesario realismo que siempre se transforma, son parte de un estilo que también luce al fijarse en pinceladas que, juntas, configuran una de las partes del lienzo que el novelista valenciano pinta desde Mimoun. Me parece bien que, alcanzada nuestra época, la capte desde su normalidad y recoja sus matices como ha hecho siempre. Si ha escrito la novela de la crisis, yo apuesto por pensarlo, es porque además de destreza con las palabras sabe dotarlas de concepto, sin adornos, sin rizar el rizo, las cosas como son. Mejor que hable el autor. Nos sentamos en una mesa de reuniones en un hotel. Hay botellas de agua por todas partes. No las podemos abrir. No nos pertenecen. Reímos. La sala es inmensa. Enciendo la grabadora.
Rafael Chirbes (foto: Hpschaefer/wikipedia)
Rafael Chirbes (foto: Hpschaefer/wikimedia)
Ahora que comienza a publicarse tanta novela de crisis, En la orilla es un continuum de lo que tú siempre has escrito.
Exacto. No me gustan las etiquetas. Es una novela de todo lo que está pasando, como todas las que he escrito. En En la lucha final salía Roldán diez años antes. Todas mis novelas parten de mi propio malestar, y de ver qué hago yo en el mundo y dónde estoy y afronto mis contradicciones escribiendo. Es una manera de lavarme.
Una expiación.
Una expiación con un proceso de autocastigo que me limpia. Esta es una más de ellas.
Además la ubicación geográfica en tus novelas suele ser mínima, un microcosmos muy concreto.
Sí, porque en La larga marcha o en La caída de Madrid hay personajes que vienen de este mundo. Nunca me plantee crear un espacio mitológico como el de Faulkner. Las cosas pasan como ciclos, dicen. Yo no he escrito un ciclo…
Pero sí que tu obra tiene algo de Comedia Humana, hay muchas conexiones.
Hay guiños, me gusta poner algún detalle de la novela anterior en la novela siguiente, pero lo hago casi para jugar conmigo y con el lector, triquiñuelas mías, bromas privadas con los apellidos y otras cosas por el estilo. Creo que en una literatura donde yo no soy una pieza aparte del mundo. Para analizarme y resolver mis contradicciones me vuelvo al exterior. Hace unos días leí unas líneas en las que se volvía a hablar con una cansinísima historia contra el realismo. Se le acusa de copiar la realidad, de que la imita, de carecer de altura estética. Creo que  sólo la ignorancia o la mala fe pueden dar pie a estas observaciones. Copiar El Escorial es hacer un Escorial al lado. Cuando pasas la cosas a palabras hay una elaboración estética, un punto de vista, una intervención: estás creando una novela. En la orilla viene de la novela. Mi modelo literario no es ni Esteban el carpintero ni Bertomeu el constructor. Son Musil,ProustRoth
Miras la calle…
Exacto, la miro armado con eso y construyo.
Tienes unas herramientas.
Eso, todo lo dicho, es muy importante, porque a veces parece que la novela realista surja de la nada, como si fuera algo de autodidactas y ellos tuvieran el don literario. Esta novela no existiría sin Proust,Mann o Döblin
Hay una tradición, algo que me parece más que lógico.
Ahí voy, a la que uno se acoge y le da el instrumental. Luego siempre dicen que el realismo es una cosa nacional, como castiza. Al decir eso prolongan la estupidez de Benet, que hablaba de Galdós sin leerlo, obviando a uno de los mejores novelistas europeos y mundiales, que sigue tan vigente como Balzac oEça de Queirós, o más. Benet tergiversa, o ignora, que Galdós era el más cosmopolita y Clarín era el hombre más en contacto con Europa de su tiempo. O Max Aub, que escribió toda su obra en el extranjero. Decir que es una cosa demodée es absurdo. Tenemos a MarséMauvignierMailer,Updike, Roth, Carrère
Al principio te preguntaba por lo de la crisis. Algunas novelas que intentan basarse en ella noto que usan unos mecanismos que quieren huir del realismo puro y duro. Porque con el realismo, a partir de su teórica simpleza, ya adquieres las herramientas y la complejidad para narrar el presente.
Debemos contar lo que está pasando sin necesidad de alegorías. Me entraron muchas dudas con las voces. No quería crear una trama. Creo más en la intensidad de la voz. Si lo hizo Dos Passos, ¿por qué no intentarlo? Al final metí las voces a capón. No veía nada clara esta novela. Ahora, con el libro en la mano, empiezo a leerla y la entiendo mejor.
Todo se alambica con naturalidad, casi crea un flujo de conciencia colectivo, las voces se entremezclan.
Sí. Siempre me ocurre lo mismo, y en eso soy muy proustiano. Me importa mucho el tono de la novela.Mimoun ya era una novela de tono. Siempre me interesa que lo de menos sea la anécdota y que la tensión esté en el lenguaje.
¿Y el conjunto de anécdotas genera la novela?
No, perdona, he dicho anécdota y quería decir trama. La trama me interesa poco. Me pasa en las películas, cuando descubro quién es el asesino ya me he aburrido.
Importa más cómo se cuenta.
Eso intento en mis novelas. No hacer la trampa al lector de ponerle la carnaza de la trama siguiendo el hilo…
Pero aquí juegas.
En el primer capítulo.
Sí, y el lector se pregunta qué pasará, hay intriga…
Y no pasa nada. Pongo el juego pero luego tienes que sostenerlo a puro huevo.
Luego la vida pasa.
A partir de la página cien sabes que se va a suicidar.  Ya sabes que el cadáver es él. ¿Por qué sigues leyendo? La trama ya no importa.
En ese sentido tiene algo de Sunset Boulevard.
Película maravillosa. En la novela quería poner en antena a todos. Se habla de todo y de todos. Lo que menos importa es lo que le pasa a Esteban. Hablan de aceite, putas, coca, dinero, orígenes, de todo. Tenía en la cabeza el Cuento de una barrica de Swift. Un libro donde no cuenta nada.
Pero sin contar nada, cuentas todo, por una cuestión de detalle.
Eso es.
En la orillaEn esta novela percibo más voluntad de mostrar los cambios, como cuando Esteban a sus setenta años sabe cómo ligar por internet o en el fragmento donde dices eso de que se habla de colaboración ciudadana, antes se llamaba delación.
Sí, es como lo de “antes la fidelidad es lo que se premiaba”. Antes todos estábamos al mismo nivel. Ahora unos van al supermercado y otros husmean en los contenedores. Y esta dinámica aparece en la novela.
El paradigma de todo esto es el final y el dualismo de lo sólido y lo líquido a partir de las manos, se insiste mucho en ellas.
La metáfora de la carpintería y la desaparición de los viejos trabajos y los antiguos valores. También está la sorpresa del padre, que de repente lees sus diarios y es un hombre muy razonable, amargado por la bilis de haber perdido la guerra, pero aquí el verdadero chisgarabís es el héroe de nuestro tiempo, Francisco.
Tanto Esteban como Francisco son unos desgraciados.
Son las dos caras de mi generación, el que se atrevió y el que no dio el paso. El que dio la patada a quien fuera y el que no lo hizo. Ella en medio. Con sus decisiones.
De todos modos ambos coinciden en que carecen de toda moral. Es el retrato de la agonía de tu generación.
El tema es ese. Las dos caras de mi generación y el fracaso de ambas, uno en un yate y el otro en la carpintería.
Suelo ser más optimista en vida y pesimista en Historia…
Yo soy las dos. (Se ríe).
Tu visión histórica de España es que cada generación ha fracasado.
Y fue así. La de mis padres fue a la guerra y la mía a la del liberalismo por todos los medios. Ahora vivo en un pueblo y ahí permanece todo igual por abajo, son del año cincuenta.
Uno de los centros neurálgicos de la novela es la charla de bar, algo que contrasta con algunas novelas que quieren ser modernas introduciendo informática o tecnología, pero es lo que dices tú, la sociedad en muchos segmentos se articula como hace cinco décadas, al menos en lo elemental.
Bancos, paseos, trabajos. Lo único que tuve claro es que tenía que empezar en un pantano. Toda la trasera del Mediterráneo ha sido un pantano que se ha ido desecando y en algunos sitios ha permanecido. Me parecía que era la otra cara frente al desarrollismo. Por una parte la permanencia y por otra la degradación. Eso era lo único que tenía claro cuando empecé la novela.
Lo sólido y lo líquido. Una vez desecas el pantano sale toda la mierda.
En la novela se dice que cada vez que miran en una charca salen escopetas, coches, metralletas de rusos. Eso puedes leerlo en las hemerotecas.
Y el pantano es una metáfora del país.
El país entero, no sólo Olba, vete a Lloret. Metáfora de algo que viene de lejos y se acaba degradando y al mismo tiempo tragándoselo todo. Hablo de milenios y tumbas de gigantes. Es como el país, se hace y se deshace al mismo tiempo, se lo traga y se corrompe como los asbestos. En Tavernes había un tipo de Fuerza Nueva. Cuando llegó un alcalde comunista se fue y puso la fábrica justo en la frontera del pueblo de al lado para no pagar impuestos en Tavernes. Era de telas asfálticas y las tiraba en el marjal. Lo sé por una historia de familia. Fueron al marjal y así pudieron impermeabilizar una terraza.
Antes hablaba del bar, pero si piensas en Liliana, Esteban y su padre observan el contraste entre un exterior de chismorreo y tirarse flores y el interior, que es la amargura. Aquí remarcas este dualismo más que en otras novelas.
Los comentarios del bar. Tremendos. Quería que estuviera de dentro y fuera lo de la inmigración y los españoles. La novela es una especie de trituradora general.
A veces para reflejar una época, no son necesarias las florituras y es más simple mostrar los datos que la misma cotidianidad te sirve.
Los diálogos en el bar son descabellados, pero es lo que hay. Y sale todo. Que si los moros, los asesinatos, la violencia doméstica, la pederastia…
Y el televisor del bar como hilo musical.
Los cadáveres que salen en televisión, los cretinos que quieren conseguir la fama. Nadie puede permitirse un filete en el mercado, pero esos los dan gratis. Marta Sanz decía que hay partes de la novela donde se percibe esta atmósfera de bodegón barroco.
Es esa cosa absurda de un inglés que llega a España y alucina con los jamones colgando detrás del dueño.
La hija de unos amigos hizo un intercambio con una niña americana. La cosa duró tres días, hasta que la americana tuvo la ocurrencia de abrir la despensa de la casa y vio una pata de cerdo colgada, y corrió a llamar a sus padres diciendo que estaba viviendo entre caníbales. (Nos reímos).
Hay algo de canibalismo en la novela, lo mencionas.
Cuando nos besamos tenemos voluntad de comernos. Eso es de Lucrecio, es muy lucreciana, la novela. ¿Por qué se ha puesto de moda el canibalismo? Fernando Bovaira, de la productora de Crematorio, está haciendo una película que se titula Caníbal y se desarrolla en Granada.
¿Y por qué se ha puesto de moda? ¿Porque nos comemos entre nosotros?
Esta especie de desesperación por comunicarse ya es comerse unos a otros. Nada es estable. Lo único que puedes hacer para tener a una persona es comértela, de otro modo no la tienes.
Hay un contraste brutal entre la exhibición de algunos de los personajes y una especie de malestar congelado que flota a lo largo de la novela. Eso también provoca el canibalismo.
Los mismos hijos de puta desde hace cuarenta años en la misma partida del bar. Se ven en los entierros y en los encierros, por la calle.
La repetición provoca liturgias.
El libro está lleno de ellas. Y tópicos que generan los personajes. Querer abandonar el lugar y volver, cosas así.
Esteban es el gran frustrado.
En sus relaciones sentimentales. Si puede va de putas cada quince días. Es cazador. Un ejercicio solitario. Se busca compañía y tener una excusa para almorzar.
La gran frustración es amorosa.
Pero yo creo que es una mentira, no creo que pueda serle fiel a una mujer tanto tiempo, más sin verla durante años como es su caso. Es querencia al corral. Se lo ha inventado para justificar lo que dice. ¿No te da la impresión que Esteban no es su hijo de su padre?
Podría ser. El hijo de Liliana no es de su marido.
Lo de Liliana lo escribí como homenaje a Manuel Puig. Muy así, de coña. Liliana es buena. También es ingenua, se topa con la realidad y sirve para plantear que la moral es algo que sólo está a la altura y sirve a determinadas capas sociales. Por debajo de esa capa lo que hay es técnico. Con el dinero te humanizas y empiezas a plantearte otras cosas.
La moralidad sale a relucir en los diarios del padre. Hay otro lenguaje, parece el protector de una moralidad que ha desaparecido.
Ha desaparecido y el hijo quizás la añora, cuando casi se tocan las manos y es un poco el símbolo de la derrota de Esteban.
¿Cómo continuaría esta novela? Hablo desde un punto de vista moral.
Se abre un nuevo ciclo. De momento hay más delación. Quedarán los rumanos para hacer de peones camioneros, el resto en la cárcel, después no quedará hilo de cobre y adoptaremos fórmulas casi olvidadas.
¿Y el pantano será un cementerio?
Ya lo es en la novela. Lo tiene todo. Enterraron a los que se escaparon, a los fusilados de la guerra. Está lleno de cualquier cosa, y también están enterrados los protagonistas de mi generación, el pantano se los ha tragado.
Una especie de destino colectivo.
De los que carecen de ambiciones y aspiraciones. Pedrós y Francisco triunfan. Sigue la rueda. Sexo, poder y dinero. Siempre ha sido así. Seis mil años documentados.
Lo demás es observar.
Y que tengamos para aire acondicionado. (Risas).

Podcast de literatura de ladrones en el Laberint de Wonderland



Ayer en el Laberint de Wonderland hablamos de Literatura de ladrones. Empezamos con una anécdota de un robo ruso basado en Conan Doyle para enlazarlo con Arthur&George, seguir con El lladre d'ombres de Jaume Cela y terminar con La calle de los ladrones de Mathias Enard. Puedes escuchar la charla a partir del minuto 32 del enlace aquí

martes, 26 de marzo de 2013

Poema "Visión de la ciudad en el retorno"




Visión de la ciudad en el retorno
Una ciudad de cobardes nacionalistas
donde las novias meten los cuernos
a sus parejas y las obras sirven a chicas
que se sacan fotos en los lavabos
por la ilusión de última moda,
pero no son nada, sólo belleza marchita
en la flor de la vida, comida rápida
que no entiende de frenos, carne fresca
que perdió la brújula del museo
en la basura de lo contemporáneo,
sutil en su adoctrinamiento,
el sexo así es simulacro,
minucia de paupérrimas momias
de cuatro gatos, no salen de casa,
la porcelana ahora prescinde de cajas,
está anclada en la pantalla, su cutis
es un pixel sin emociones,
por eso hay que salir a la calle,
queda cursi decirlo, lo sé,
se trata de una ecuación lógica,
charlar en bares, flirtear con sonrisas,
acercarse, pedir teléfonos
o actuar en el acto, el coito
es más longevo que un me gusta
y la apariencia de lo efímero,
puede que no me veas nunca más,
no importa, el recuerdo de fundirnos
en un lapso concreto, sellar anhelos
entre gemidos, besos y fluidos
de pura humanidad,
de repente todos somos etarras,
actué en el piso de abajo
del zulo del marido
de Cifuentes, que me cabrea
con sus palabras, pero no soy pirómano,
me gustaría sacar fuego de los ojos,
acabo de comprar huevos de oca,
uno sirve para que coman tortilla
dos comensales, es la gloria,
una apoteosis económica de pueblo,
con la crisis el bolsillo es un compartimento
ordenado, sin embargo, dejo la cautela
en la sala de espera, siempre avanzo
asumiendo riesgos, aburrirse es una excusa
de inopia, una mala puta de feria,
prefiero disparar inteligencia en el centro,
desde el lateral, siempre somos periféricos
y muchos son homeopáticos,
se creen su cantinela en cápsulas patéticas,
no saben que jugar se hace el aire libre
para luego recoger la cosecha en versos
que escribo sólo para divertirme
en la pausa del té de las siete,
sigo con resaca del viaje,
no me duele la cabeza, dejé
las estrellas en un cajón, juré
cambiar de lengua por un homenaje
y notar como ya nada me oprime,
aislado como un ermitaño,
abierto al mundo eternamente,
pesco en el río y la literatura
repite esquemas del respirar, savia
que deja flotar imperfecciones,
engulle sensaciones ignoradas
y crea un estilo propio ajeno
a fachadas que caerán en menos
de lo que canta un gallo, enemigo
de los farsantes de la romería.