sábado, 30 de noviembre de 2013

Las bellas extranjeras, de Mircea Cartarescu


Las bellas extranjeras de Mircea Cartarescu, por Jordi Corominas i Julián

Mircea Cartarescu, Las bellas extranjeras, Madrid, Impedimenta, 2013
Traducción de Marian Ochoa de Eribe

Me aburren soberanamente las discusiones que se generan en las redes sociales días antes de algún premio importante, entre otras cosas porque transforman a los escritores en caballos de carreras, como si la literatura se hubiera transformado en una especie de obscena quiniela hípica. En todo caso recuerdo que poco antes del Nobel sonó Cartarescu y además de sorprenderme me alegré porque la academia sueca raramente concede su tan preciado galardón a autores menores de sesenta años.
Por otra parte creo que el rumano es un narrador magnífico, versátil y con un profundo amor a mostrar la esencia de la vida cotidiana mediante matices absurdos que nos rodean a todas horas y que muchos, sin entender su verdadero significado, desprecian como si fueran meras anécdotas sin importancia. Están muy equivocados. Estas efemérides del día a día revelan una cadena de disparates que al estar insertados en la normalidad parecen no molestar a nadie pese a que son decisivos para desbaratarla y exhibir su auténtica faz detrás de la máscara.

En las bellas extranjeras, volumen que acaba de editar en España la editorial Impedimenta, Cartarescu pone toda la carne en el asador desde sus propias experiencias, aunque en este punto el lector puede desconfiar con una sonrisa porque el engaño es parte del proceso. El escritor nos cuenta sus peripecias en tres momentos distintos. La primera historia, Ántrax, parte del contagio de la paranoia que inundó a más de medio mundo en otoño de 2001. Los atentados del once de septiembre siguieron en forma de envíos postales con sobres repletos de una mortal sustancia. Una mañana nuestro hombre recibe un aviso, va a buscarlo y al abrir su contenido se imbuye de la locura del mal. La carta es el mal y en su interior unos misteriosos polvos activan el mecanismo del temor. Cartarescu habla con su mujer y decide acudir a la policía, y aquí es donde el relato cobra sentido desde la crítica a un sistema anquilosado que tras la caída del Comunismo no ha logrado superar el estúpido y riguroso corsé de una eterna burocracia que alarga las horas hasta la extenuación entre esperas a ser atendido, pesquisas de pacotilla y una hilarante resolución que a su vez es un demoledor ataque al arte contemporáneo y sus múltiples astracanadas.

La segunda parte, que da título al volumen, es la apoteosis de los desbarajustes desde el árido asunto de la percepción del otro y la inevitable torpeza de los seres humanos. Cada año un país es seleccionado para pasear, nunca mejor dicho, por Francia lo más granado de sus letras. Sólo falta Jesucristo, porque el evento reúne a doce representantes de la afortunada nación de visita al Hexágono. Cartarescu figura entre los rumanos seleccionados y acoge el viaje con una mezcla de entusiasmo y precaución. Sabe que reencontrarse con París, más un estado de ánimo global que una ciudad, será hermoso, pero también es consciente que no es nada agradable transitar durante dos semanas con colegas que cuando no te ven clavan cuchillos verbales en tu corazón.



Las bellas extranjeras puede analizarse desde muchos prismas. Quien guste de verlo como una mera disección de lo patético del mundillo literario se quedará corto pese a lo divertido que resulta toparse con tanta sinceridad encubierta, porque el autor tiene mucho que decir al tiempo que sabe guardar la ropa. Lo interesante del texto consiste en su estilo, donde las elucubraciones, digresiones que cortan lo narrado para darle un nuevo sentido de relación desde lo vivido, aportan frescura y refuerzan las teselas de un alocado mosaico donde nada es estable, ni siquiera la habitación del Boulevard Raspail, espacio físico que ejerce de eterno retorno mientras la comitiva circula por una Francia donde identifican lo rumano desde lo tópico entre comidas y una manifiesta ausencia de traductores capaces. Los galos se contentan con exhibir sus tradiciones y cumplir con el expediente encomendado mientras sus huéspedes se preocupan por superar o agravar rencillas propias de los que se dedican a llenar páginas, leitmotiv que llena de surrealismo “El viaje del hambre”, última estación de la travesía. Aquí el joven poeta de la Rumania de los años ochenta ve una oportunidad para superar el sopor de la rutina gracias a un recital en una ciudad de provincias. La lectura es un desastre en una sala media vacía que se vuelve enorme porque el bardo lleva más de una jornada sin comer, necesitándolo con una premura que se vuelve cómica cuando los acontecimientos, varias sorpresas que los organizadores le han preparado, se vuelven en su contra en una odisea entre conmemoraciones bélicas, prostitutas eruditas y una olla con setas que anticipa el broche de oro, perfecta síntesis de la duda entre la fantasía y la realidad, fundidas en el universo de un narrador que yendo a su aire nada deja al azar, tanto en la forma como en el fondo desde una prosa que divierte e incita a la reflexión con naturalidad, sin barroquismos ni infumables aliños.

viernes, 29 de noviembre de 2013

Viernes 29, 19 horas: Presentación en Pequod de "Optimístico", poemario de Iñaki Echarte Vidarte



Esta tarde tendré el placer de presentar el poemario Optimístico, de Iñaki Echarte Vidarte, cuyos versos recorren Madrid entre cuerpos, pesadumbres y la misteriosa palabra que da título a la obra de este escritor navarro.



jueves, 28 de noviembre de 2013

Joyce en París o el arte de vender el Ulises



Tres matices del genio: Joyce en París o el arte de vender el Ulises, por Jordi Corominas i Julián

AA.VV., Joyce en París o el arte de vender el Ulises, Gallo Nero, Madrid, 2013
Traducción de Regina López Muñoz
Prólogo de Simone de Beauvoir 

Por suerte parece haber pasado la marea de las editoriales independientes, cuando sus publicaciones, un efecto producto de las redes sociales, amenazaban con copar el mercado y cualquiera de sus editores, unos más que otros, vendían la moto de un nuevo tipo de enfant terrible que anticipaba postureos y con tanta presencia ahogaba el contenido de los libros.

El paso del tiempo suele ser sabio y sitúa a cada uno en su merecido lugar. Desde que apareció el sello Gallo Nero, dirigido por la italiana Donatella Iannuzzi, intuí en sus títulos una vocación europea, selecta y muy cuidada que revisitaba un pasado que aporta al presente, de Fellini a Adrienne Monnier, de Malcolm Lowry a James Joyce, protagonista del volumen que nos concierne, centrado en sus últimos días parisinos y los difíciles caminos de su Ulises por los Estados Unidos de América.

Mientras leía la introducción de Simone de Beauvoir conecté la estructura del libro con un recuerdo en la ciudad de la luz. Hace años, quizá ya demasiados, di con el libro Entretiens avec James Joyce de Arthur Power, acompañado por los recuerdos de Philippe Soupault. Intenté que un sello español lo publicara y no hubo manera. Quizá por eso al detenerme en las páginas de la compañera de Sartre sentí una extraña felicidad, como si con la publicación de esta compilación de textos alguien me diera un poco de razón y un rayo de esperanza al ver que en España cabe la posibilidad de publicar libros sobre clásicos modernos, obras que hablen de autores que revolucionaron la literatura y se estampan escasamente en camisetas.

De Beauvoir es lúcida al advertirnos de su ateísmo para con los paraísos perdidos. Cuando se introdujo en el fabuloso mundillo de las letras parisinas de los años treinta, que tenía uno de sus epicentros en las librerías de la rue de L’Odéon, todos los íconos que entonces eran carne viva le resultaban monstruos sagrados que, sin embargo, eran accesibles en sus visitas a Sylvia Beach y Adrienne Monnier. En el célebre establecimiento de esta última la joven fotógrafa Gisèle Freund presentó sus retratos proyectados sobre una pantalla. Los contempló el Tout Paris de esa Edad de oro.



¿Figuraba Joyce entre los asistentes? La autora de Los mandarines no lo menciona, pero la anécdota da pie para adentrarnos en la segunda parte del volumen, donde Freund nos explica su experiencia con el irlandés, avejentado y lastrado por sus problemas de visión, reacio a ser inmortalizado hasta que se convenció de la calidad de las imágenes de la alemana, quien nos brinda un retrato melancólico y certero de su objeto de atención, preocupado por la inminencia de la muerte y la difusión de su último monumento: Finnegans Wake.

Primero llegaron las instantáneas en blanco y negro, realizadas en mayo de 1938, y luego llegó el turno del más difícil todavía en color para la portada de la revista Time, sesión repleta de efemérides que nos muestran a un Joyce supersticioso como buen arquetipo de su nacionalidad, supersticioso y generoso. Por aquel entonces el color no era la norma y suponía un reto. Freund se esmeró en su labor y las prisas por contentar a la revista más emblemática del siglo XX condujo, nunca mejor dicho, a un accidente automovilístico. Se rompió su cámara y pidió una segunda sentada para reparar su error. El milagro fue que las imágenes de la primera se salvaron, con lo que el repertorio se amplió de la nada para encumbrarla y regalar al mundo un par de series que la catapultaron a una merecida fama que durante muchos años fue anónima, pues la eclosión de la Segunda Guerra Mundial hizo que muchos medios publicaran las fotos sin aludir a su creadora.

La última parte del libro trata sobre los dimes y diretes que padeció el Ulises en Estados Unidos hasta su definitiva publicación legal. Catherine Turner traza un amplio panorama del sinfín de calamidades, conflictos y publicidades que generó el libro, desde su entrega por capítulos de la mano de Ezra Pound en la Little Review, algunos de ellos confiscados en 1919 por el Servicio Postal norteamericano, pasando por el contrabando morboso de los ejemplares editados por Sylvia Beach, la piratería del manuscrito y su definitiva normalización cuando Cerf lo editó en Random House, que a partir de ese instante empezó a cobrar notoriedad. La prohibición de la novela se levantó el seis de diciembre de 1933, un día después que se derogara la Ley Seca.



Lo más divertido del asunto es observar cómo de 1922 hasta 1934, cuando la obra vio la luz en el mercado, se habló y mucho del Ulises, tanto desde una perspectiva publicitaria como de otra crítica. La apoteosis que mezcló ambas artes fue el anuncio de Sussman, donde se insistía en su dificultad de lectura y se proporcionaba una guía válida para no sucumbir en el intento. Su idea fue brillante porque abrió una brecha donde salió a relucir la importancia del crítico pese a que al mismo tiempo se había superado la barrera entre lo erudito y lo culto.

Ochenta años después de todo el embrollo sería interesante plantearnos en qué estado estamos más allá de endogamias y tuits que se esfuman en un periquete.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Podcast de mentiras sobre escritores y escritores mentirosos en el Laberint de Wonderland


Hoy en el Laberint hemos hablado de mentiras sobre escritores y escritores mentirosos. Por la sección, más corta de lo habitual en un programa cargado, han desfilado Valle-Inclán, Carlos Barral y Gabo, Enrique Vila-Matas y Franz Kafka y Luis Buñuel como estupendo cierre que seguirá la semana que viene con el especial que le dedicaremos. Puedes escuchar la charla a partir del minuto 48 del enlace clickando aquí

martes, 26 de noviembre de 2013

Cápsula del tiempo de Fnac Castellana




El pasado viernes participé junto a Eduardo Laporte en el ciclo "Por el camino menos transitado" de Fnac Castellana. Antes de empezar la charla Marina Sanmartín nos filmó mientras respondíamos al test de la cápsula del tiempo, donde las preguntas, comprometidas hasta cierto punto, ofrecen una visión de pasado, presente y futuro.

Miércoles 27, Escritores mentirosos y mentiras de escritores en el Laberint de Wonderland



¿Mienten mucho los escritores? Sí, sin duda, pero asimismo los críticos y la rumorología también ayudan a clavar picas en ese particular Flandes. Como el tema es muy extenso nos centraremos en cuatro historias de mentiras y mentirosos:


1.- Los mitos de Valle-Inclán

2.- ¿ Rechazó Barral la publicación de Cien años de soledad?

3.-  Los originales falsos o "Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, fui a nadar." entre Kafka y Vila-Matas.

4.- Luis Buñuel y sus mil sanas mentiras





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lunes, 25 de noviembre de 2013

Muerte súbita, de Álvaro Enrigue



Replantear la modernidad hablando de su origen: Muerte súbita de Álvaro Enrigue, por Jordi Corominas i Julián

Álvaro Enrique, Muerte súbita, Anagrama, Barcelona, 2013
Premio Herralde de Novela 

De repente, en la página doscientos de Muerte súbita, el lector que es crítico literario se da cuenta que Álvaro Enrigue nos ahorra mucho trabajo porque él mismo, en su novela poliforme, nos desvela claves interpretativas.

“No es un libro sobre Caravaggio o Quevedo, aunque es un libro con Caravaggio y Quevedo. Ellos dos, pero también Cortés y Cuauhtémoc, Galileo y Pío IV. Individualidades gigantescas que se enfrentan. Todos cogiendo, emborrachándose, apostando en el vacío. Las novelas aplatanan monumentos gracias a que todas, hasta las más castas, son un poco pornográficas.”

La novela no morirá, pero pese a las mil y una proclamas que quieren vendernos pelotazos está en un momento de duda, paralizada en la cronología a la espera de una nueva revolución. He repetido mil veces la frase de una entrevista donde un autor me dijo que quería escribir diferente porque entregar otra Madame Bovary a las estanterías no tiene ningún tipo de sentido, es prolongar una farsa ya superada. Tenía razón. A lo largo del año aparece el mismo libro con la misma estructura. Supuestamente varia la historia por imperativos del guión que cada prosista elige, sólo eso, porque al fin y al cabo los textos guardan demasiadas similitudes entre sí.

Por eso Muerte súbita de Álvaro Enrique merece un aplauso cerrado. Ha tomado la novela como campo de juegos, como certera excusa para armar un cuerpo único que, sin deberle nada, tiene un aire vilamatiano de ensayo escondido, de materia que lleva una máscara muy rotunda y hace bailar a quien la lee. Si nos guiáramos por preceptos clásicos diríamos que el Premio Herralde de 2013 usa el Tenis como punto de partida para abarcar determinados conceptos que viajan a la época de la contrarreforma y desde ahí convergen en dos figuras claves: Caravaggio y Quevedo. La explicación sería insuficiente. El pintor y el poeta dirimen un duelo épico entre raquetas y resacas en la Piazza Navona. Ambos han coincidido en la noche de la Ciudad Eterna. Uno, obsesivo y pendenciero, la domina como nadie. El otro, fugándose a la espera de un retorno a la normalidad, la observa y sucumbe a su delirio. A la mañana siguiense te enfrentan y nosotros, que nos dejamos guiar por lo que nos cuentan, contemplamos el evento como algo surrealista porque ignoramos que un hecho como el que describe Enrigue podía darse a principios del siglo XVII. Demasiado Nadal y poca curiosidad. Para eso están los exploradores y la trascendencia del Claroscuro.



“Tampoco es un libro sobre el nacimiento del tenis como deporte popular, aunque definitivamente tiene raíz de una investigación muy larga que hice sobre el asunto con una beca de la Biblioteca popular de Nueva York. La hice después de darle muchas vueltas al hallazgo de un dato fascinante: el primer pintor propiamente moderno de la Historia fue también un gran tenista y un asesino. Nuestro hermano.”

Nuestro hermano, precursor del tiempo de violencia y deporte aunque, y es importante, el autor del San Mateo más maravilloso fue el sucesor de Miguel Ángel y supo dar una vuelta de tuerca a su legado. La faceta artística es una e interesa mucho a Álvaro Enrigue, que la disecciona desde una admiración que plantea preguntas porque ha comprendido que en Caravaggio asoman las contradicciones que darán paso a la modernidad. No es el clásico artista cumplidor a secas. Es un hombre libre difícil de domar, un grito a la independencia enclaustrado en universo que no está exactamente preparado para su presencia. La confluencia del tenis sirve al narrador para un peloteo imprevisto en una esencia demasiado olvidada por muchos: el contexto. ¿Qué haríamos sin él? Sucumbir mil y una veces, morir en la orilla por incapacidad de enmarcar acciones. En este caso el contexto es otra treta del partido. Con la cancha nos trasladamos al embrión de la crisis con Enrique VIII y la decapitación de Ana Bolena, sus cabellos, un coleccionismo casi benjaminiano y la bola que rueda de una mano a otra hasta aterrizar en el destino que sirve al titiritero.

“No es un libro sobre la contrarreforma, pero sucede en un tiempo que ahora llamamos así y por eso es un libro en el que aparecen curas torcidos y sedientos de sangre, curas sexópatas que se la metían a niños, curas rateros que incrementaron su peculio obscenamente gracias a los diezmos y las limosnas de los pobres de todo el mundo. Curas que fueron unos cerdos.”



Con la iglesia hemos topado. Con Pío IV y su papel de encrucijada, con Carlo Borromeo y su maldita santidad. Hasta con Sixto V, que no tiene sucesor en el elenco papal porque los que mandan en la religión de la cruz carecen de ironía y no rinden homenaje al urbanista frustrado, a la bestia que usaba los materiales de construcción de la antigua Roma para glorificar sus proyectos. Enrigue los usa con otro estilo, desde la reflexión de la metamorfosis de lo viejo y lo nuevo y otro objeto, que no sólo sirven en las tramas detectivescas, que conecta Europa con América desde una doble óptica. Por una parte la presencia de Hernán Cortés se percibe como la capacidad de los mediocres para alterar el mapa, que arde por ambición, vanagloria e incomprensión de lo vivido. En medio de la dualidad se salva Vázquez Quiroga, quien supo intuir desde la utopía de Tomás Moro una sociedad que no dañaría lo indígena, dándole frutos brillantes. Por la otra está la descendencia que conduce a Osuna y Quevedo.

En Cortés hay otro punto que resume uno de los sentidos de Muerte súbita. En el juego de la pelota se cortaba la cabeza al ganador. El soldado que le acompaña dice que hay que enseñarles que se le corta al perdedor. La distancia y el choque se han consumado.

El Premio Herralde de Novela siempre es un escaparate de polémica, ideal para las tertulias, siempre más aburridas, de literatos y gente del mundillo. Aquí, si quieren discutir, tienen un ejemplar diverso, una creación auténtica que intuye que debemos dar un viraje a la modernidad mientras habla de sus orígenes con originalidad y un punto de vista que se aleja de lo convencional. ¿Quién da más? La contienda es inagotable.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Podcast de la entrevista con Jaume Collell en el Laberint de Wonderland



Hoy ha pasado por el Laberint de Wonderland Jaume Collell, autor de "El músic de l'americana vermella", biografía de Joan Viladomat, melodista entre otros temas de Fumando espero, El tango de la cocaína y El vestir d'en Pascual. Con el autor del libro hablamos del música y de aquella Barcelona de los años veinte del siglo pasado. Puedes escuchar la charla a partir del minuto 41 del enlace clickando aquí

Antropología del fútbol en Todos somos sospechosos



Esta madrugada en Todos somos sospechosos Laura González y servidor nos hemos dedicado a desgranar las esencias del deporte rey para intentar averiguar cómo y porqué nos transforma. Puedes escuchar la charla clickando aquí

martes, 19 de noviembre de 2013

Miércoles 20 de noviembre, Entrevista a Jaume Collell en el Laberint de Wonderland






Este miércoles en el Laberint tendremos la suerte de contar con Jaume Collell, autor del libro "El músic de l'americana vermella", Joan Viladomat, compositor de melodías que traspasaron su radio de acción en el Paralelo de Barcelona y devinieron famosas mundialmente. La más célebre sigue siendo Fumando espero, pero también cabe mencionar El vestir d'en Pascual, El tango de la cocaina o el Foxtrot de las campanas.

Viladomat representa una Barcelona loquísima que tuvo su apogeo durante los años veinte del siglo pasado, período del que también hablaremos con Jaume Collell.








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lunes, 18 de noviembre de 2013

Viernes 22 de noviembre, 19 horas: Por el camino menos transitado en Fnac Castellana



Este viernes 22 llega mi turno en el ciclo Por el camino menos transitado que organiza Fnac Castellana con la vista puesta en los escritores de la generación de los setenta y toda la nueva literatura española en general. A diferencia de otras tendencias, más centradas en intentar inventar generaciones, la propuesta junta a diversos autores para hablar de temas concretos. De este modo el público se hace una idea nítida de cómo está el patio a partir de la charla y la exposición de temas a partir de un debate razonado. En mi caso hablaré del pudor autobiográfico junto a Eduardo Laporte, autor de Luz de noviembre, por la tarde.


Por el camino menos transitado: El pudor autobiográfico

Fnac Castellana

Viernes 22 de noviembre, 19 horas

Paseo de la Castellana 79

Entrada gratuita

viernes, 15 de noviembre de 2013

Decálogo de Juan Marsé en Número Cero



A lo largo de las últimas semanas tuce la suerte de leer Señoras y señoras, reedición de los retratos que Juan Marsé publicó en su momento tanto en el periódico El País como en la revista Por Favor. Ahora Alfabia junta los más destacados en un volumen, una excusa más que perfecta para que servidor formulara al autor de Últimas tardes con Teresa diez preguntas muy concretas. Puedes leer la charla clickando aquí

jueves, 14 de noviembre de 2013

Balance del año loopoético en la web de V&R




Tras el cierre de la gira española, y justo antes de ir a Chile, mi editor Daniel Ramos ha escrito en la web de Versos&Reversos un pequeño balance del año que casi termina, excelente para Loopoesía en todos los sentidos. Puedes leerlo aquí

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Podcast de epitafios de escritores en el Laberint de Wonderland



Hoy en el Laberint de Wonderland hemos hablado de epitafios de escritores, y hemos elegido cuatro nombres más bien festivos con un final de órdago en un recorrido donde han aparecido Molière, el marqués de Sade, Vicente Huidobro y Enrique Jardiel Poncela. Puedes escuchar la sección a partir del minuto 41 del enlace clickando aquí

martes, 12 de noviembre de 2013

Miércoles 13, Epitafios en el Laberint de Wonderland




De repente nos dimos cuenta que se nos había pasado el día de los muertos y hemos decidido enmendar el error con un Laberint dedicado a epitafios. Hay muchos, pero hemos optado por los de Molière, el marqués de Sade, Vicente Huidobro y Enrique Jardiel Poncela.


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lunes, 11 de noviembre de 2013

Fragmento de Los lotófagos



Loopoesía 2013 cerró el pasado sábado en Zaragoza su gira española. Ahora nos queda disfrutar de cruzar el charco, presentar el proyecto en Chile y ya preparar todo el dispositivo del quinto cumpleaños y su poemario "Al aire libre". La semana pasada en la web de Versos&Reversos colgamos un fragmento inicial de Los lotófagos, suite que ha vertebrado Loopoesía a lo largo del año que va cerrando sus puertas. Puedes leer los versos clickando aquí

jueves, 7 de noviembre de 2013

Diálogo con Isaac Rosa en la Microrevista





Entrevista a Isaac Rosa

A las cuatro y cuatro minutos de la tarde Isaac Rosa llega en tren a Barcelona. Poco después sigo sus pasos en la estación de Sants, la dejó atrás y busco la calle Numancia, donde hemos quedado para aprovechar un paréntesis de media hora en nuestras vidas. Cuando termine nuestra charla él irá a grabar para televisión y servidor, esto sucedió ayer, se levantará para pasear a un grupo por la montaña de Montjuic.
El tiempo, creo que se ha entendido sin muchas complicaciones, apremia. Llego al hotel, veo varias posibilidades de bares con mesa y elijo la primera. Al fondo, acompañado de una de las chicas de prensa de Seix Barral, diviso al autor de La habitación oscura. Me gusta que el diálogo se produzca un mes después de la salida del libro. La velocidad actual genera un exceso de información que deriva en una extraña sensación, como si el calendario pasara las hojas con la manivela que aparece en la novela de Isaac. Sólo han transcurrido treinta días desde su publicación, pero parecen muchos más, una quiebra de la normalidad cotidiana que comentamos antes de empezar con las preguntas y cerrar el brevísimo prolegómeno. Ya de noche, mientras recordaba la jornada, juzgué todo efímero e intenso. Me dejé varias cuestiones en el tintero, pero siempre hay tiempo de volver a los interrogantes. El principal que olvidé en esa mesa se basa en la idea que La habitación oscura, por planteamiento espacial e ideas esparcidas a lo largo del texto, bien podría ser una futura obra de teatro rabiosamente moderno. Dejemos las especulaciones. Entrevistador y entrevistado sabían que el reloj corría. Sólo quedaba encender la grabadora.
Jordi Corominas i Julián: Hoy he leído en el periódico que el Tribunal Constitucional avala que las empresas controlen el correo de los trabajadores.
Isaac Rosa: Es increíble. Era una de los temas que me interesaba abrir con el libro. Sólo se habla del espionaje en el ámbito del trabajo cuando hay una sentencia, que casi siempre son por revisiones del correo electrónico o seguimientos de GPS. Se publican un par de artículos y luego el tema desaparece. En la novela es un tema colateral, es una trama secundaria, pero me interesa mucho porque casi parece que aceptemos que nos espíen los gobiernos. Hay una cantidad de aplicaciones y programas que usan las empresas para controlarnos, pero aún así no existe un debate entre trabajadores, sindicatos y partes perjudicadas por la cuestión.
Entre los trabajadores se adopta esta forma de aceptarlo y no darle importancia porque de este modo la cuestión desaparecerá, como si el mutismo propiciará su evaporación.
Hay una parte de ignorancia. Las empresas legalmente tienen que comunicarlo a los trabajadores. En muchos casos no se produce esta comunicación y luego hay mil y una aplicaciones que, enmascaradas bajo otra función, se usan para que los trabajadores se sientan controlados u observados, que es la verdadera perversión.
Eso enlaza con El país del miedo.
Es el panóptico de Bentham, una cárcel donde lo importante es que creas que te pueden observar en cualquier momento, y eso hoy en día implica la sensación que la empresa puede controlarte mediante las pulsaciones del teclado, pantallazos, el GPS u otras opciones. Eso hace que trabajes de otra manera, que seas más sumiso. Hay muchísimos otros casos de espionaje puro y duro, pero aquí no hay debate. Cuando me documentaba para el libro sí me di cuenta que en Francia hay más debate, con artículos, informes de sindicatos y discusión social.
¿A qué atribuyes la diferencia?
Los franceses nos llevan bastante ventaja en cuanto a derechos sociales, conciencia social, debate ciudadano…
Quizá aquí la cultura de la velocidad ha cuajado mejor en España porque aquí no tenemos el espíritu reflexivo francés, como en la novela y el episodio del vídeo  que en dos minutos sintetiza años de existencia colectiva.  Correr para no pensar.
Es correr para no caerte, seguir corriendo en todo momento y si te caes sigues, no dejas de dar pedales para que la máquina no pare.
La metáfora del tablero donde sólo puedes avanzar. Cuando no lo consigues surge la frustración y el miedo de volver a la casilla inicial.
El malestar en el que vivimos va mucho más allá de la crisis, el paro y la bajada de salarios. La precariedad no es sólo laboral: es vital. Mi generación, tu generación, los que estamos entre los veinte y los cuarenta hemos crecido en ella, no hemos conocido otra cosa que la precariedad en nuestras vidas, no nos ha venido de golpe.
La habitación oscura es un título y un espacio que da pie a mil metáforas. Tu como autor de la misma, ¿con cual tiendes a asociarla?
Tienes razón. El título tiene un poder simbólico muy fuerte y una capacidad metafórica  que yo reconozco que me desborda incluso como autor. A lo largo de este mes he leído mil interpretaciones de críticos y lectores que van mucho más allá de donde yo creía que estaba escribiendo. La habitación oscura enfrenta dualismos como la oscuridad y la luz, el interior y el exterior, el enfrentamiento entre identidad y anonimato, ver y no ver. Da para muchas metáforas. Inicialmente comencé viendo las posibilidades de las mismas y otras las han añadido otros a posteriori. Al principio La habitación oscura era algo que yo quería interponer entre el lector y la realidad de la que yo quería hablar. Podía haber escrito una novela que mostrarse el derrumbe de la vida de los personajes con el paso de los años, pero la habitación oscura introduce un elemento de extrañeza. Me interesaba crear un espacio físico que cambiara con los personajes, que pasa de ser un sitio de diversión a un escondite y se deteriora con los que la frecuentan. De fascinante pasa a ser inquietante, de sentirse a salvo los personajes pasan a notar una permanente inseguridad.
El espacio cambia por el movimiento.
Y se altera su atmósfera. La habitación oscura es el refugio, la evasión de la realidad, querer esconderte, el buscar formas de comunidad, buscar un lugar al que pertenecer y estar con los demás, aunque sea de forma engañosa.
Pero ellos sí tienen muchos vínculos, o al menos luchan por tenerlos.
No encuentran la posibilidad de construir una comunidad fuera de la habitación oscura, por lo que construyen un sucedáneo de comunidad donde encuentran elementos de seguridad que alejan las incertidumbres del exterior.
isaac3
Y ese exterior parece un espectro o un páramo, porque en los escasos momentos donde aparece nunca hay nadie por la calle y los escenarios son desoladores, desde no lugares hasta espacios que inspiran puro desconsuelo. En la habitación oscura se concentran las emociones.
Es el sitio más cálido y humano de la novela, en el que prefieres estar, sobre todo porque, como dices, el exterior no invita en exceso. Precisamente con el paso de los años este exterior va filtrándose en la habitación, que deja de ser un sitio seguro y pierde su función de refugio que nos construimos para desaparecer de ese exterior que no tiene afuera, del que no podemos salir nunca . Otra interpretación en este sentido es el de la visibilidad y la invisibilidad. Nuestra época es de híper visibilidad absoluta, es muy difícil dejar de ver y ser vistos,  es muy difícil cerrar los ojos, estar a oscuras porque estamos constantemente expuestos a la vista de los demás y de nuestra propia intimidad, algo que facilitamos no sólo con las redes sociales. Basta salir a la calle, donde nos exponemos mucho. Estamos permanentemente a la vista y estamos viendo todo el tiempo.
Somos vistos constantemente y vemos, pero al mismo tiempo esta relevancia visual nos convierte en irrelevantes.
Lo vería más desde un punto de vista de identidad frágil. Identidades precarias que son intercambiables. Me interesaba de la habitación oscura la oscuridad por oposición a la luminosidad, esa hípervisibilidad del exterior, donde todo está a la luz o aparentemente bajo su aura, como si todo estuviera a la vista y viviéramos en un tiempo transparente, como si yendo un paso más allá con Wikileaks desaparecieran los secretos diplomáticos y políticos, y no es cierto, pero es uno de los espejismos de nuestra época, pensar que la hípervisibilidad se ha generalizado y que todo es transparente y podemos verlo según suceden los acontecimientos, en tiempo real. La habitación oscura permite salir del mundo…
Y marcar un tempo de acción más lento, cada uno de ellos decide en que momento acude a la habitación oscura, no hay normas para asistir al espacio, algo que choca en un mundo donde nuestra generación va con la agenda marcada, como si cada segundo fuera oro.
Sí, y en ese sentido los miembros de la habitación redactan sus propias reglas que no apelan a las leyes ni a las tensiones del exterior. Inicialmente lo plantean así.
Pero cuando llegan las normas el sexo está en el centro y la reflexión en el lateral, en este sentido si encaja con la sociedad actual.
Claro, el sexo es un tema importante en la novela porque esa híper visibilidad de la que hablábamos antes está muy presente en lo sexual. Me encuentro con muchos lectores que me dicen que hay mucho sexo en la novela. Al final les demuestro que ellos han visto más del que hay en realidad. Hay muchas formas de contar el sexo en la novela que son a oscuras y muchas otras que sugieren más que muestran.
Hay más erotismo que sexo.
Eso es. Me interesaba demostrar cómo el discurso del sexo hoy está dominado y contaminado por el discurso hegemónico del porno. Los que frecuentan la habitación oscura recurren a los esquemas narrativos del porno para imaginar sus sensaciones. Son víctimas de la dominación de este tipo de discurso.
Y se menciona la comparación de la habitación oscura como un club de intercambio de parejas íntimo y privado.
Como un cuarto oscuro clásico.
En la novela uno de los personajes acude a un cuarto oscuro gay y se da cuenta que no es lo mismo que la habitación.
Claro, entre otras cosas porque no son oscuros, o no tienen la oscuridad absoluta de la habitación que permite diluirse del todo, que las relaciones no tengan consecuencias, mientras en los cuartos oscuros de clubes hay penumbra, no oscuridad total.
isaac2
Antes de empezar a leer el libro pensé que su título encajaba muy bien con el mito de la caverna. Parece la metáfora más evidente pero al mismo tiempo encaja bien con lo que se cuenta, como si los personajes fueran como los esclavos ajenos a una realidad que no aprehenden.
Hasta el momento he leído un par de críticas que hilvanan ideas parecidas a la que acabas de comentar. La verdad es que no estaba entre mis intenciones. Asumo que es una lectura posible, entre otras cosas porque la novela puede hablar de las representaciones de la realidad, las representaciones que nos asedian.
Ellos se dejan llevar por la vida durante mucho tiempo, hasta que llega la crisis. Ése fue un problema de nuestra generación. Antes del estallido vivíamos ajenos a la tormenta. Con esta la habitación cambia de sentido y la novela da un giro radical. Personajes como Silvia y Jesús ganan peso y otros más anecdóticos retroceden.
Inicialmente iba a contar la historia de la habitación y de cómo se transformaba el espacio. Cuando el exterior se vuelve más inseguro es porque ellos se sienten más vulnerables y convierten la habitación en un refugio. Por el camino decidí meter esta otra trama que confiere más solidez narrativa a la novela que me permitía reflexionar sobre el espionaje y el mundo del trabajo y al mismo tiempo introducir el tema de la protesta ciudadana, con sus límites, lo que viene después y la impaciencia de los que piensan que esto no sirve para nada y debemos adoptar medidas más fuertes. Esa otra reflexión no estaba en mis propósitos. Fue cogiendo cuerpo porque me permitía enfrentar al lector con sus propias dudas, incluso dudas sobre el comportamiento de los personajes.
Sí, porque vas mezclando voces, hay un juego muy fuerte entre el yo y el nosotros, que es el dilema actual del ciudadano con conciencia social.
Sí. Lo que me interesaba era situar a los lectores con ese dilema. En que momento estamos. Cuantas Silvias hay entre nosotros. Cada vez oigo más eso de el miedo debe cambiar de bando. ¿ A qué estamos dispuestos?
Queda muy bonito decirlo.
 Efectivamente. ¿De qué estamos hablando? ¿Cómo vamos a repartir el miedo? ¿Cómo vamos a lograr que los otros lo tengan? Lo interesante sería que nosotros tuviéramos menos miedo, algo que está en nuestra mano, mucho más que ese 1% no afectado por la crisis sienta miedo.
El discurso de Silvia se centra en meter miedo a ese 1% para equilibrar la balanza.
Claro, pero para equilibrarla también puedes quitar miedo a tu parte, algo que me parece más interesante, trabajar para crear nuestra propia seguridad, construir espacios de seguridad y confianza para sentirnos menos inseguros, como puede ser la gente que apoya a los demás frente a un desahucio.
El vuelco social que da la novela también muestra a partir de Silvia y los demás miembros del grupo algo que normalmente no se menciona en exceso: los implicados en intentar cambiar la situación son poquísimos.
Los propios inquilinos de la habitación oscura participan en la lucha política, de ahí a lo que decía antes de las dudas en el lector. Están movilizados mediante una lucha discontinua. Silvia cruza la línea roja y muchos pueden empatizar con ella.
Hay dos puntos en lo que dices. Los discontinuos que acuden a las manifestaciones casi para tomar una caña con los amigos y los comprometidos como Silvia. Pero cuando los verdaderamente comprometidos alzan la voz los de la caña se echan para atrás, les entra miedo.
Claro. No creo que ocurra ningún estallido social, pero sí creo que surgirán pequeños focos y gente a quien le podrá la impaciencia, la rabia, la fatiga de la propia movilización y que optará por romper y emprender acciones que no necesariamente serán como las de Silvia y Jesús. Me interesaba plantear donde nos situamos nosotros, que consideramos aceptable, donde ponemos la línea roja, hasta donde estamos dispuestos a llegar. ¿Seguimos pensando que hay que respetar una serie de reglas aunque otros las pisoteen? ¿Tenemos que jugar al mismo juego con las mismas reglas aunque la casilla ya no esté ahí?
Además para mucha gente que juega la aspiración no es progresar, es simplemente volver a la casilla de inicio.
Esa es la crítica que hace Silvia a los otros. De nada sirve tener una crítica muy encendida al sistema si no quieres romper nada. Pero claro, como no hay una alternativa sólida al sistema no queremos romper pese a seguir perdiendo durante un tiempo. Eso es un engaño porque no existe un después de la crisis, forma parte de un relato de inicio y fin. Cae Lehman Brothers y empieza la crisis, pero si aceptamos que hay una cronología en las enciclopedias encontraremos un punto y final. Hemos interiorizado ese relato. Pensamos que esto acabará desde unas coordenadas lógicas, pero empezó antes, el discurso oficial sólo vende la moto de una falsa esperanza.
El diálogo no termina aquí, pero algo pasó que escapa a la lógica. Lo transcrito hasta el momento abarca veinticinco mininitos de una charla que duró treinta y dos. Lo recuerdo con precisión porque siempre compruebo el cronómetro de la grabadora antes de pulsar el botón de stop y así asegurarme que ninguna tontería me hace perder el archivo. El tema principal que cerraba la última parte de la conversación versaba sobre otro de los puntos calientes de la novela y la evolución de la habitación oscura. Maldigo a mi grabadora, pobrecita. Tanto Anna, la chica de prensa, como quien escribe nos preocupamos de ahuyentar a los gritones de los teléfonos móviles para que luego no me costara transcribir las palabras de Isaac, y ya ven. De todos modos queda algo de memoria humana, de esa que no se guarda en ninguna máquina y albergamos en el cerebro.
En fin, durante los últimos siete minutos de charla desaparecida por azares de la tecnología, todo más que sospechoso, hablamos de cómo los vigilados pasaban a ser vigilantes de los poderosos, pero sólo de un grupo perteneciente a la clase media alta de este sector de la pirámide, lo que no excluye que ahora mismo la informática pueda violar la privacidad de figuras más importantes como, recuerdo que fue el mencionado para la ocasión, Mariano Rajoy. ¿Podía resultar efectivo atemorizar a los gerifaltes mostrando imágenes de su intimidad como se desarrolla en la novela? ¿Cambiaría el miedo de bando? Fuimos hilvanando reflexiones y en algún momento nos paramos en que una acción aislada nada consigue aunque, en cambio, sí podría resultar efectiva una cadena de vigilados que se aliarán en este sentido para poner contra los cuerdas a los de más arriba mostrando que ellos también pueden ser víctimas de su propio sistema de control hasta crear un status quo. Snowden, contó Isaac, es un ejemplo de cómo una persona que no está en un escalafón muy alto puede acceder a datos fundamentales. De ahí avanzamos y pregunté a Isaac si esa perspectiva, la de la alianza de los pequeños a través de una cadena, podía trasladarse a otro campo de protesta que trascendiera lo tecnológico. Dimos vueltas a la cuestión y salió la comparación de los grupos actuales con los brigadistas de los setenta. Estos, sin la informática, seguían e investigaban al enemigo para, una vez recabados los suficientes datos, desgranar su conducta y poder pasar a la acción, que al principio se limitó a leves secuestros donde el cautivo posaba con lemas revolucionarios y a posteriori ganar sofisticación y eficacia.  Luego, pido disculpas por no recordar todo lo que perdí por culpa de la nada, abordamos la metáfora del polvo y las ratas. La habitación oscura es, durante gran parte de la novela, un espacio inviolable que también podría servir como metáfora de la sociedad. A veces pensamos que nada ocurre y mientras nuestra mente se acomoda a lo previsible el polvo llena estanterías y recovecos, el aire se vuelve más pesado y la asfixia provoca que sintamos las cosas que nos rodean de manera distinta. Lo mismo acaece con la habitación, derrotada y sin encanto por la evolución de los hechos y las circunstancias. Su impenetrabilidad queda descartada hasta por las ratas que desde la calle acechan sus ventanas y desean acceder al interior. ¿ Esas ratas son los poderosos? Ellos penetran en la privacidad de nuestras existencias sin el esfuerzo que emplean los vigilados, ellos acceden a cualquier información de nuestro ser porque tras la fachada han urdido mecanismos, desde el móvil hasta las cámaras de la calle, para saber de nosotros sin que se note, y esta actividad impregna todo el tejido social, inocente en su prisión sin rejas donde la violencia más contundente que se ejerce sobre las personas no es física y usa técnicas que desgastan a cualquiera.
La fase de los roedores preparaba, entre otras cosas porque ambos sabíamos que debíamos cortar la conversación para encaminarnos a nuestros respectivos destinos, la traca final. Recuerdo una broma sobre las ratas mordiendo a los de la habitación oscura mientras practicaban sexo, pero eso no aparece en la novela, fue una mera ocurrencia no tan descabellada si contemplamos a los que mandan como esos animales. Concluimos con palabras desesperanzadas que eran un broche de oro. Las que cerraran este diálogo no serán tan completas. Aún así es estimulante ver que en España se escribe literatura que prescinde del yo y piensa en los demás, literatura de alta gama de una generación que debe actuar con los recursos que disponga para no caer en el conformismo al que quieren habituarnos. Isaac Rosa y La habitación oscura nadan contracorriente. Quizá los demás deberían tomar nota y dejar de mirarse el ombligo. Por una vez no me hubiese importado saber que alguien nos estaba grabando. Señor vigilante, si tiene la cinta con el audio de nuestra charla le ruego me lo envíe. Gracias.

Cómo ser un hippie rojo en el siglo XXI en Todos somos sospechosos




¿Quieres ser un hippie rojo? ¿Deseas que tus amigos te consideren un adalid de la progresía? En todos somos sospechosos Laura González y servidor tenemos la solución con mil respuestas para tu voluntad revolucionaria de fachada. Si quieres puedes escuchar la charla en el enlace clickando aqui

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Podcast de duelos literarios en el Laberint de Wonderland



Hoy en el Laberint hemos hablado de duelos literarios. Empezamos con el clásico Góngora-Quevedo, pasamos a la desgracia de Pushkin, avanzamos con Gabo y Vargas Llosa y, finalmente, terminamos con Marsé y Camilo José Cela. Puedes escuchar el la charla a partir del minuto 43 del enlace clickando aquí

martes, 5 de noviembre de 2013

Sábado 9, 22 horas: Loopoesía en Zaragoza



2013 va cerrando sus puertas. En el caso de Loopoesía llega el final de nuestro tour por España. Ha sido un año muy intenso que a nivel nacional cerraremos en Zaragoza el sábado 9 acompañados de Experimentos in da notte. En diciembre, a la espera de inaugurar 2014 con el nuevo poemario "Al aire libre", nos espera Chile. De momentos os dejamos con los datos de este fin de semana.



Loopoesía+Experimentos in da notte

Sábado 9 de noviembre, 22 horas

La Ley Seca

Calle Sevilla 2, Zaragoza

Entrada 4 euros




Miércoles 6, Duelos literarios en el Laberint




A lo largo de la historia hay muchos escritores que se han enemistado con otros. La lista sería interminable y por eso en el Laberint hemos optado por cuatro casos muy concretos.


1.- Quevedo y Góngora, el clásico

2.- Pushkin y su duelo

3.- Gabo y Vargas Llosa o el puñetazo.

4.- Marsé y Cela




Cada miércoles a partir de las 14h

Radio Nacional- Rne4

100.8 fm Barcelona

En directo:Rne4

domingo, 3 de noviembre de 2013

La cartera del cretino, de Kurt Vonnegut




El testamento: La cartera del cretino de Kurt Vonnegut, por Jordi Corominas i Julián
Kurt Vonnegut, La cartera del cretino, Malpaso, Barcelona, 2013
Traducción de Ramón de España

Me llega La cartera del cretino a casa y no la tiro a la basura, no piensen mal, es de Vonnegut, es inédita y merece reposo; decía el emperador Augusto aquello de apresúrate lentamente y, créanme, para cuestiones lectores conviene hacerle caso. Luego diremos que sí, devoré el libro, y suele ser cierto, pero también hay que degustar las páginas, captar su sabor porque forman parte de un conjunto en principio coherente, con una línea común y unas ideas que reflejan el pensamiento de su autor.

Abro el volumen e intento no distraerme con la belleza del naranja que envuelve su diseño. Tengo experiencias con el escritor norteamericano, sucumbí a su Matadero 5 y al Desayuno de los campeones, pero no sé tanto como Laura Fernández, que siempre me menciona algo del bueno de Vonnegut, como si fueran amigos de toda una vida. Su entusiasmo, del que suelo fiarme, fue una de las razones por las que afronté esta nueva lectura con muchas ganas, y debo decir que la prueba se ha superado con holgura.
En primer lugar por determinados juegos que son de mi agrado. La cartera del cretino es una colección de relatos que culminan con un ensayo que es todo arrojo y otro cuento incompleto, su última pieza de ciencia ficción. La compilación inicial está dividida en episodios que muestran una especie de unidad invisible entre las partes, unidad que si existe es temática y de estilo a partir de determinadas obsesiones y rasgos inconfundibles del escritor de Indiana.

Entre tibio y Tombuctú es un delirio de empecinamiento de un pintor que tras perder a su mujer y salvar la vida de su vecino se pregunta, mediante el capricho de un médico, si es cierto aquello que cuando casi te vas al otro barrio te pasa toda la vida por delante. Para comprobarlo fríe a preguntas al pobre galeno e idea un endiablado sistema que para funcionar requerirá casi que los astros se alineen y desafíen la conflagración del absurdo, siempre presente en nuestra existencia a partir de pequeños detalles capaces de alterar el panorama con un soplido. Lo mismo ocurre en Roma, relato donde una obra de teatro topa con la machacona insistencia de un padre corrupto que controla los movimientos y las costumbres de su hija, a la que impide desarrollar con naturalidad la afición que la liberara del tedio.

Esa voluntad de escapar del aburrimiento asoma en Paraíso junto al río, narración con trampa donde un chico y una chica coinciden mientras golpean una piedra. El encuentro conduce, algo que suele ser frecuente pese a que nos fijemos poco en la minucia, a otro lugar donde la historia recibirá justa rúbrica, bien diferente a la del cuento que da título al volumen. La cartera del cretino, con un final sutil e imprevisto como marca de fábrica de Vonnegut, donde un estudiante de teología perderá el oremus y querrá dilapidar la fortuna legada por sus padres en pocos días. ¿Las causas? Eso mismo se pregunta su experto consejero, quien con afán detectivesco seguirá a su cliente para meternos en un embolado caricaturesco, no tan pronunciado en Señorita Snow, está despedida. Aquí la clave, que revela una honda observación de la psicología de mediocres en altos puestos laborales, es la belleza de una jovencita, obstáculo insalvable para alguien que ya tuvo que vérselas con el exceso de guapura de una mujer. La cosa deriva en un episodio fuera de la oficina para corroborar la simpleza de todos y la profunda soledad del hombre contemporáneo.



En París, Francia vemos como la vejez puede tener múltiples rostros que van desde las famosas viruelas hasta una negatividad que Vonnegut decide enfocar desde el surrealismo que es mero reflejo de la realidad y sus excesos. El viaje de una pareja a la capital de las Galias le sirve para inmiscuir a otro matrimonio retrógrado y a una pareja de enamorados que levantan envidias en los viajeros del tren rumbo a París. La desgracia, la calamidad y las apariencias vertebran esta apoteosis de cotidianidad llevada a la hipérbola para que riamos y el narrador se divierta con sus marionetas.

Sin embargo este disfrute, que en muchos casos a lo largo de su trayectoria se ha visto como indudable cinismo, contiene un poso de amargura que transmite el último capítulo que constituye el ensayo titulado El último de Tasmania. ¿Quién era? Los habitantes de esta isla se extinguieron porque los colonizadores los juzgaron demasiado feos como para irse a la cama con ellos. Así desapareció un cachito de humanidad. El escritor de origen alemán insiste en este potente texto en cómo el hombre blanco, y no es nada casual la constante mención al día de la basura, perpetua la sumisión del otro e intenta excusar con lustrosas reflexiones encuadernadas y de venta en librerías. Los dos conceptos que resumen el pensamiento expuesto son el que nace de la metáfora de los dos Heinrich. El primero se apellidaba Himmler y mientras amaba a los animales se dedicaba a exterminar sin piedad a sus semejantes. El otro era escritor de los buenos, se apellidaba Böll y opinaba que el gran error de los humanos, su principal defecto, ha sido, es y será la obediencia.


Y de ella deriva el grito mudo de la excavadora que todo lo alisa, segundo gran pensamiento a tener en cuenta, simbolizada en nuestra era contemporánea, hay que tener en cuenta que el ensayo fue escrito en 1992, por la televisión, invento que no se añade a las pocas fechas clave que debemos aprender para simular tener una visión del universo porque sería demasiado poco pudoroso hacerlo, el dominio debe ser sigiloso, los artefactos ya ejecutan su melodía, inacabada en el caso de Vonnegut con su La ciudad robot y el señor Caslow, aunque la sensación de terminar de leer sin ver un punto y final tiene algo de reconfortante porque la imaginación es inagotable y continuar esa línea es un acicate más, otra muesca oculta del revólver. 

Berlín secreto, de Franz Hessel



La formación desde el triángulo: Berlín secreto de Franz Hessel, por Jordi Corominas i Julián
Franz Hessel, Berlín secreto, Madrid, Errata Naturae, 2013
Epílogo de Walter Benjamin
Traducción de Eva Scheuring

La lectura de un libro tiene muchos ingredientes esenciales que marcan el destino de la relación de las páginas con quien las devora. Cuando cerré Berlín secreto empecé a ver claro. La obra me formulaba preguntas, y eso seguramente indica su vigencia tras tantas décadas trascurridas desde su publicación.
Mientras lo leía pensaba en la descripción que Chaves Nogales, al que casi me sabe mal citar porque ahora está de moda hacerlo, hizo de la capital alemana en los años veinte, que es donde sitúa la acción Franz Hessel, algo más que el padre del hombre que acuñó el término indignado en sentido posmoderno para que la prensa pudiera ahorrarse mencionar a los ciudadanos al informar de protestas y malestar. El periodista español, moderno y pacato, describía la urbe prusiana como un aquelarre donde negros y judíos recitaban en bares poco aconsejables, inequívoco signo de modernidad que él, hombre de su tiempo por muchos halagos que le brindemos, temía desde una sagaz incomprensión.

Obviamente quien vive en el lugar sabe más, y eso se percibe en la novela de Hessel, intelectual a reivindicar por su influencia en Walter Benjamin, quien cierra el volumen con revelador epílogo, con quien tradujo La recherche proustiana. En este caso percibimos en el narrador de Stettin la impronta del flaneur baudeleriano por su obsesión en centrar la trama desde un paisaje urbano que domina con una mirada inusual y una serie de personajes que sirven de excusa para adaptar literariamente un hecho personal que marcó el matrimonio de Franz y Helen y culminó con el retorno de la mujer al hogar familiar tras un leve idilio viajero con el escritor Thankmar Münchhausen.



La esposa volvió disgustada porque su marido no actuó con virulencia ante su arrebato ni se rebeló con violencia. Simplemente esperó, aceptando que esa locura pasajera desaparecería para consumar el retorno a la normalidad, y más o menos es lo que hace el profesor Clemens de Berlín secreto con su Karola, apasionada del joven Wendelin, un rico sin rumbo que ha nacido para ser amado, una especie de Terence Stamp de Teorema de Pasolini pero sin la capacidad de seducción del actor británico. Lo suyo son las incertezas que permiten a la historia progresar por una senda donde el autor nos lleva de su mano por la capital alemana en ese instante de esplendor donde la calle mostraba una cosa y penetrar en el interior de los locales otra bien distinta.

La preocupación de Wendelin, amargado por el mar de dudas que taladra su cabeza ante la inminencia de partir y la posibilidad del amor, contrasta con la desenfadada alegría de sus compañeros de aventuras, frívolos y relajados, como si con su desparpajo bohemio reflejaran la calma de un país aliviado por haber superado la hiperinflación y toda la serie de peripecias que tanto dificultaron la vida de los germánicos tras la paz de Versalles.

En 1924 el ambiente que caracterizó aquellos años disparatados ya se instalaba en determinados sectores una sociedad ávida de fiesta y excentricidad. Ahondar en la literatura que habla de esa época desde una conciencia de presente es sumergirse en la voluntad de diversión para quebrantar las normas e imponer nuevas costumbres para remarcar el cambio de época que se vislumbraba y no se llegó a completar por culpa del crack del 29 y el ascenso de los fascismos en Europa.

La juventud de Berlín secreto se parece, aunque con pose más petulante, a la parisina que Cocteau plasmó en La gran separación, donde el movimiento entre ocio, amor y conflicto configuran un coctel explosivo quizá más intenso porque, como bien dice Walter Benjamin, la historia trazada por su amigo es una partida jugada por héroes griegos vestidos con trajes modernos. Wendelin quiere a Karola porque no sabe qué atajo tomar para llegar a la meta. Su ignorancia por inexperiencia le lleva a activar palancas erróneas, como si las prisas le hicieran tropezar con obstáculos que él juzga lógicos cuando sólo son confusiones de la ruta, piedras que surgen porque el paseante no sabe conducir su propio vehículo y por eso hasta comenta con el adversario los entresijos del duelo.



Al fin y al cabo Wendelin, como el resto de caracteres del relato, es una marioneta en manos de su inventor, que sigue unas constantes propias del período, bastante obsesionado en centrar la acción en una sola jornada, condensación de la existencia en veinticuatro horas para así mostrar como la aceleración de la modernidad propiciaba resoluciones histéricas, desde Veinticuatro horas en la vida de una mujer de Stefan Zweig hasta el celebérrimo, y seguramente poco leído, Ulises de James Joyce. El protagonista gozará de estos segundos del reloj para dilucidar su destino en medio de una numerosa compañía de almas solitarias que sucumben al bullicio de la gran ciudad donde el anonimato hace que la idea de integración suene más asequible cuando en realidad las circunstancias impulsan redes individuales de desconsuelo.


Wendelin en su bildungsroman de millonario esperara su oportunidad. Las cartas siempre se reciben al final y el amor, tan importante para todos, suele apuntar más allá de flechazos.