lunes, 18 de mayo de 2015

Sumisión, de Michel Houellebecq





Sumisión, de Michel Houellebcq, por Jordi Corominas i Julián


Michel Houellebecq, Sumisión, Anagrama, Barcelona, 2015
Traducción de Joan Riambau

A veces la realidad genera caprichos donde la literatura gana el territorio de la polémica. Con o sin ellos Michel Houellebecq sabe crearla para estar siempre en la picota, como si fuera bien consciente de la importancia de tener una presencia para favorecer la expansión de su obra.
No sé cuál debe ser su sensación con su última novela. Sumisión apareció en las librerías del Hexágono justo el día de los atentados yihadistas de enero y la bomba informativa se disparó aun más de lo normal entre el temor por la seguridad de la estrella francesa y el contenido que vertía en su texto, analizado con cuatro pinceladas magníficas para llenar titulares.

Tras la excelente El mapa y el territorio, obra con un sinfín de matices, parece que ahora ha llegado el turno de otra entrega provocadora teñida de una confusión. El protagonista de confusión es el prototipo de un sistema universitario decrépito donde los entusiasmos iniciales conllevan una posterior desilusión de inercia. Su especialidad en Joris Karl Huysmans es perfecta para trazar un paralelismo con la actualidad. Ambos son funcionarios que alcanzan un cénit desde el que es muy difícil dar una vuelta de tuerca de satisfacción. Este factor condiciona sus existencias desde la limitación humana. Se buscan otros alicientes, pero el mundo es pequeño y escasas las posibilidades.

También en ambos casos, desde las distintas perspectivas de sus siglos, la religión juega un papel esencial. Si Huysmans termina clausurado, François siente un súbito interés por la política desde la inseguridad de su posición. Sólo queda la funcionalidad del sexo y llenar las horas con la mediocridad del microondas, anhelos de rutina y un vacío muy amargo al ser consabido. Si en American Psycho Bret Easton Ellis activaba el mecanismo del aburrimiento en Bateman aquí la implosión de la nada se expresa con el temor a un cambio de época a partir de una serie de carambolas pausadas y apocalípticas. En la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2022 los Hermanos Musulmanes quedan en segunda posición por detrás del Frente Nacional y de este modo irrumpe en escena la posibilidad de su triunfo en el último round de los comicios.

Esta hipótesis de realidad es se palpa en un ambiente dividido entre lo que exponen los medios y la verdad de la calle, donde los ciudadanos se han habituado a escuchar detonaciones y contemplar el fuego en pleno París. La inestabilidad se palpa y François la condensa en todo su paroxismo mediante un juego donde Houellebecq ha escogido con mucho tino a ciertas fichas clave entre las que figuran su amante judía con ganas de acompañar a sus padres en el éxodo hacia Israel, un profesor experto en León Bloy con conexiones en redes identitarias y un miembro del servicio secreto que, casualidades de la vida, es el marido de la Decana de su facultad. Esta trilogía sirve al narrador para tejer una serie de hilos muy propicios para encajar la intención de su relato, conductista desde las premisas que vinculan al profesor con su objeto de estudio, su único motivo de interés desde su antológico sopor, frontera que ciñe su universo a un cinturón demasiado lúcido y estrecho, lúcido por el cinismo de sus pensamientos, estrecho por la ausencia de combate siquiera consigo mismo.

El pánico y el silencio de la víspera electoral, los tumultos del domingo de la fiesta republicana y lo previsible de los posteriores acontecimientos adentran Sumisión en una senda donde Houellebcq pretende explicarnos una revolución de duro terciopelo mediante el conformismo imperante. La desaparición de prendas sensuales, la adopción de atuendos musulmanes y la instauración de la media luna se producen sin estruendo en esa atmósfera sedada de marionetas consumistas sin capacidad de protesta. Los intelectuales se convierten sin rechistar y el frenesí capitalista se adapta a las circunstancias porque, pese a todo, el Dios dinero domina el panorama con más tablas por los petrodólares.

Una lectura distópica dará como fruto un despropósito que indignará a muchos ante ese cuadro del mañana. Otra de tipo metafórico puede apuntar más bien a una crítica incomprendida de un presente poco halagüeño desde la pasividad absoluta, el poder de cuatro consignas banales y la asunción del nihilismo como triste forma de resistencia ante los sistemas hegemónicos, engranajes empeñados en dominar sin aplicar ninguna contrapartida positiva, sólo desde esclavismos económicos y estéticos. La negatividad de Sumisión es constatar la hecatombe por la nula intención de proponer soluciones de ningún tipo, como si todo estuviera perdido, como si en realidad hubiéramos alcanzado el fin de la Historia y no nos hubiéramos enterado.

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