El asesinato de Road Hill
Kate Summerscale
Lumen, 2008 (traducción: Roberto Frías Llorens )
Jordi Corominas i Julián
Antes que Jack el destripador irrumpiera en 1888, antes que la ciencia forense pudiese encontrar agujas en pajares criminales mediante la ciencia, hubo un período en que la ingenuidad de la nueva ciencia detectivesca aliada con los naciente influencia de los rotativos lograba mantener en vilo un país durante días, semanas, meses y años.
El 29 de junio la mansión de la familia Kent en Road, un pueblo del centro de Inglaterra, se despertó agitada. La niñera Elisabeth Gould fue a la cuna del pequeño Saville y comprobó que estaba vacía. Las puertas se cerraban por las noches en ese casorio donde dormían doce personas más. La búsqueda concluyó dramáticamente. El niño de cuatro años tenía hundida su cabeza en el retrete del jardín. Ojos cerrados. Sangre en el rostro. Cuello degollado. ¿Quién cometió el crimen?
La luctuosa efeméride fue real, y sin embargo se nutrió de elementos propios de una novela de Agatha Christie. Un espacio cerrado. Muchos seres humanos con motivos para asesinar y vengarse. La segunda mujer. Los hijos del primer matrimonio. ¿Un lío de faldas del señor Kent con su nueva sirvienta? El misterio estaba servido y la sociedad victoriana se relamió ante las noticias llegadas de la provincia. Scotland Yard mandó al más brillante de los hombres de su flamante cuerpo de detectives para investigar. Jonathan Whicher hizo su trabajo con diligencia, sacó sus conclusiones, pero la incompetencia, el celo pueblerino, los medios y la moral, ¿cómo podía una adolescente matar a sangre de su sangre?, ignoraron sus sabias dosis de raciocinio.
El asesinato de Road Hill de Kate Summerscale es una investigación sobre el primer crimen mediático de la Historia. Algunos periodistas disfrazados de críticos han querido vender la obra como una novela de no ficción al mejor estilo de Truman Capote, cuando se trata, simple y llanamente de un ensayo criminal estructurado inteligentemente para mantener la vivacidad del ritmo narrativo. La autora aprovecha la coincidencia del asesinato con los primeros pasos de la ciencia detectivesca para alternar episodios en que se explica la influencia y fascinación que despertaron los investigadores en la época victoriana y mostrarnos sus métodos, basados más en la intuición y el análisis del comportamiento humano que no en laboratorios y huellas dactilares. Por eso cuando el libro llega al lugar del crimen podemos imaginar los movimientos de Wicher, su modus operandi al abordar un caso tan extraño que llegó a calificarse como el más misterioso ocurrido hasta la fecha.
El uso de un cierto estilo propio de la ficción, no tiene por qué engañar al lector. Son tretas narrativas válidas, con cierto tufo a bestseller, para vigorizar el texto; la misma autora explica en la nota final, que en realidad es la introducción a la edición original, que su obra pretende atenerse a los hechos. El problema surge al querer englobar El asesinato de Road Hill dentro de un género. La comparación con la omnímoda A sangre fría es demasiado simple, es buscar en la no ficción una especie de manantial que concierna todo lo investigativo. En ocasiones da la sensación que vender un simple ensayo criminal riguroso con su cometido sea el verdadero crimen. Catalogaciones absurdas que no hacen sino confundir al lector, como si el público cayese en las redes mercadotécnicas que en ocasiones representa la catalogación de un género conveniente para la venda de ejemplares, triste problema cuando la misión de la literatura es el goce y el aprendizaje a través de su magia.
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