COLORS una novela de Jordi Corominas i Julián
Por Judit Ortiz Cardona
VISIÓN
El otro día vi
un lenguaje sin ataduras
que respiraba calle, bar,
mente, paseos de todo
tipo mezclados en verbo
colectivo;
la unión de vocablos
lleva a la plasmación
de la realidad sin adornos,
como la escucho, la visiono,
la concibo, la invento
por deformación y en vuelo
libre de ataduras convencionales.
Me importa el todo, uno no sirve
si no es
plural.
Me muevo y escribo.
Efectivamente, Jordi Corominas no miente cuando dice en sus versos que él se mueve y escribe, que une palabras y así plasma la existencia sin adornos, la inventa libre de ataduras convencionales. Colors, su segunda novela, descansa encima de lo real y huye de las fórmulas de los best-sellers. Los protagonistas son anónimos y mundanos como nosotros mismos; el escenario, un envidiable y pacífico entorno rural. Los nombres que aparecen son coyunturales, la excusa para vestir esta obra llena de ideas y de personas que devienen un paseo de colores. Nuestro protagonista, el único sin nombre, el hombre del bañador, tiene el privilegio de entrar en un mundo que se escapa a todos los parámetros que rigen nuestras vidas. El lector podrá creer que, después del entierro de su ex y de decidir pasar el fin de semana en un pueblo, el hombre del bañador está soñando. O que alucina como consecuencia de algún delirio. O que ha tomado sustancias psicotrópicas. La verdad es que después de vivir una situación tan hilarante como trágica en el tren que le aleja de la ciudad, decide tomar un sendero, maleta en mano, y bañarse en un río idílico. Mientras ingenuamente nada, huye y entona canciones infantiles, olvidadas por el adulto, le roban el equipaje. Parece que su identidad se esfuma con el ladrón, y, así, en bañador y descalzo, descubre un pueblo insólito cuando atraviesa una frontera más que simbólica: cien escalones. Los personajes con los que se cruza, sus palabras, sus creencias, podrán parecer producto de una obra daliniana, pero sólo si el lector los quiere encajar en los estándares modernos, del siglo XXI. Quizá encontremos una pista si creemos a Corominas cuando dice que el surrealismo es puro y duro exceso de realismo.
El hombre del bañador va descalzo y semi-desnudo durante las más de diez horas en las que transcurre la acción. Camina sobre piedras, tierra y campos a punto de ser segados. Come verdura cruda y bebe agua fresca, símbolos de pureza. Escucha, primero sorprendido y después con afán, las palabras de los singulares habitantes del pueblo de los pueblos. Se empapa de todo lo que sus sentidos perciben.
La primera mujer que conoce, María, le enfrenta a sus limitaciones de animal urbano: le encomienda reconstruir un muro que tiene en el huerto después de alimentarlo a base de verduras crudas. A partir de aquí, y siempre bajo los colores que se mantienen de principio a fin, nuestro aventurero conocerá el mito convertido en realidad. El mito de las personas que viven del trueque: yo reparo tu puerta, tú me das alimento; de las personas que viven sin la tecnología punta porque es totalmente innecesaria; del pueblo que mantiene intactas sus tradiciones porque las vive y las hace perdurar en el tiempo.
¿Cómo empezó Colors?
Empecé escribiendo un poemario sobre el campo y a partir de este tema, hacer una reflexión más plural. Hay una frase en el libro, un canto que entonan los jóvenes segadores: la força del groc la fem amb la falç (la fuerza del amarillo la hacemos con la hoz) que juega con las palabras y su fonética. Eran unos versos que me dieron el primer apunte de la idea de los colores en un sentido narrativo.
En Colors, lo rústico está ensalzado y el hombre ideal también.
Así es, el protagonista huye de una realidad urbanita que le aplasta, necesita desintoxicarse, entrar en contacto con la naturaleza. De esta manera descubre cómo podría ser nuestro mundo si las ruedas del capitalismo no hubiesen arrollado con todo. Y aunque nuestro hombre del bañador es mero observador, no deja de ser la voz que cuestiona cada situación en la que se encuentra. Pone en evidencia las miserias humanas de nuestros días mediante los usos y costumbres de un pueblo utópico que está insertado en la realidad sin homologarse.
Tiene un punto de vista muy particular, sabe poner el dedo en la llaga, y un sentido del humor contagioso.
Además no es nada práctico, tiene mucha curiosidad y esto le aleja de llevar una vida funcional donde todo es previsible. Es muy receptivo pero, aunque haya perdido su vestimenta, no puede quitarse de encima sus patrones urbanos. Quizá su desnudez sea la consecuencia de querer vestir otro traje sin saber el material del nuevo ropaje.
Sí, sobre todo al ver por primera vez a Laia, una joven del pueblo.
Sí, que dice que tiene piernas de modelo y boca italiana. En este pueblo de pueblos, no saben qué son piernas de modelo, tampoco les hace falta. Pero, fíjate que en el fondo Laia simboliza el ideal de belleza y el hombre sin nombre y los habitantes del pueblo lo saben, hasta Quim el herrero insiste en decir que su desaparición es más que eso: una pérdida. La belleza perdura por encima de los parámetros con que la valoremos.
¿Podríamos decir que Colors es una novela de ideales?
Más que de ideales es de ideas, cuando la belleza desaparece del pueblo éste recibe su condena. Muestra la necesidad de que el hombre recupere la humanidad perdida, que es pureza, belleza, una manera diferente de hacer las cosas. No es nada casual que el libro empiece con el gramsciano Pessimismo della ragione, ottimismo della volontà. Es como veo las cosas, pero no estaría de más cambiarlas. Tampoco es nada casual que en un momento concreto pensara en titular el libro Colors (la invenció de la puresa) No existe la pureza, como mucho se puede inventar, que es lo que hacen los habitantes del pueblo de pueblos.
Está llena de símbolos...
Sí, es una novela simbólica. Después de intentar el hiperrealismo en Una dona que sap jugar amb els peus necesitaba abrir una nueva página. Durante el verano de 2006 leía demasiado a Elio Vittorini y a Cesare Pavese. Me influenciaron mucho. Algunos lectores han criticado el uso de un catalán anómalo, pero es que eso es otra pieza más dentro de la idea simbólico-alegórica que va desvaneciéndose a medida que avanza la trama. La realidad es el motor de Colors, desvelarla a partir de un espacio y un tiempo concretos para lograr que el universo simbólico adquiera totalidad y sirva para reflexionar sobre nuestro mundo. Me obsesiona de manera enfermiza la idea de unidad en cualquier obra que escribo, fotografío o documento.
En su deambular, el hombre de ciudad que ha perdido el norte, oye hablar a los otros sobre las desapariciones. Son las personas que dejan el pueblo sin avisar, quieren conocer mundo u olvidar su origen. Los habitantes lo asumen con naturalidad y no les culpan por su ausencia. A partir de aquí, nuestro protagonista, empezará a dudar sobre la historia de la aldea e interrogará sin piedad al falso cura. El final empieza a precipitarse cuando, al irse, conoce a un personaje metrosexual-rural, estudiante de historia, que le despierta de la utopía. Así, nuestro hombre sabe que las implacables ruedas del capitalismo son sabias y esperan con paciencia. Con mucha habilidad, Corominas plantea dos finales: uno bien decadente para el hombre sin nombre, que se marcha en busca de un recuerdo infantil en Francia y acaba en brazos de la lujuria; y otro, duro y aplastante para el pueblo de pueblos en su lucha por sobrevivir.
¿Los colores son símbolos también?
Cada color del libro marca un estado de ánimo, el negro inicial es el luto por el entierro de un ser querido, después viene la esperanza vestida de verde, cuando el protagonista ya entra en el pueblo. El amarillo es el campo, la pureza, la belleza. Y el rojo llega cargado de pasión y conflicto. Al final, el gris es la resolución, mediocre: no ha cambiado nada en el mundo, todo sigue igual. Los colores son importantes porque aportan matices que desvelan misterios y establecen paralelismos.
En el argumento, los colores, además de dar título a los capítulos, son los hilos que el lector puede seguir de una acción a otra.
Dan mucho juego, cuando en el tren se topa con el hombre que lleva un chándal violeta y unos zapatos amarillos y con el que viste chaqueta policromática, camiseta rosa y pantalones azul celeste, no deja de ser una situación cómica, aunque esconda una desgracia. Los colores están en todas partes, sólo hace falta nombrarlos para acentuar lo paradójico de ciertas situaciones.
¿Y el color del cielo también es importante?
Hasta el punto que el astro rey tiene la osadía de tomar el puesto de narrador. Tiene una visión aventajada y única sobre nosotros los mortales. En Colors, el espacio también es protagonista, se encuentra en la naturaleza y necesita una voz, sutil, la del sol. No es casual la repetición de la frase: El cel era rogent, sense núvols (El ciero era rojizo, sin nubes) al final de cada capítulo. El lector sabe que tiene que pasar algo. Es una advertencia.
Con un uso del lenguaje libre de las ataduras convencionales y excepcional, Jordi Corominas, consigue darle a la novela un ritmo rápido, de lectura fácil, pero no por ello superficial. Al contrario, el autor nos conduce a reflexiones inteligentes salpicadas de un humor sano, un sarcasmo punzante y un magnífico ingenio. Como bien nos dice él:
PALABRAS
Nos han
malacostumbrado
a creer en la unidad
a través de la línea recta.
Los enlaces se descubren al pasar página.
Jordi Corominas i Julián (2008)
1 comentario:
Gràcies 1000!
Judit
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