viernes, 30 de enero de 2009

In search of a midnight kiss en Calidoscopio




In search of a midnight kiss de Alex Holdridge: desamor, asco y conciencia en L.A.





Sin que nos demos cuenta, las generaciones fílmicas avanzan y a partir de hermandades narrativas logran transmitir cómo hemos y nos han cambiado. La irrupción en 1995 de Antes del amanecer pareció un inocente juego cautivador para adolescentes, pero el juicio del paso del tiempo, y su éxito mediante un boca a boca de largo recorrido, la ha convertido en una de esas películas merecedoras del sinónimo generacional. La trama del filme era básica y efectiva. Un estudiante americano coincide en un tren con una joven francesa. Hablan, se gustan y deciden pasar horas inolvidables en Viena, con promesa final de un futuro encuentro en el mismo lugar seis meses después.
Olvidamos en demasía la importancia del contexto histórico. Antes del amanecer es encantadora, pero tiene una carga americana demasiado víctima de tópicos fílmicos. Entre sus elementos de seducción en un mundo aún no global figuraba la atmósfera europea, el amor entre dos naciones que se atraen y se repelen por igual y la pureza quebrada de la generación X, esos jóvenes que poblaban el planeta a principios de los noventa deseando ser duros para ocultar una blandura desprotegida que les permitiera escapar del aire plomizo. Ethan Hawke y Julie Delphy representaron a la generación que aún no ha entrado en la nueva era, que sueña románticamente y vive la existencia con ciertos miedos, entre los que cabría mencionar el SIDA, anulados hasta cierto punto por la creencia en la posibilidad del amor. Los tortolitos vieneses no han visto la caída de las torres gemelas e ignoran la futura importancia de Internet.

De 1995 a 2007 median doce años que por su velocidad tienen la solidez histórica de un siglo. Hemos alterado las formas de comunicación interpersonal, tenemos más información aunque vivamos desinformados y nuestra soledad se ha incrementado, como si la globalización diese la razón a Michelangelo Antonioni desde premisas modernas fruto del capitalismo salvaje y el auge tecnológico.
Blanco y negro en Los Ángeles. Ya no sorprende que en el celuloide aparezca la imagen de un casi treintañero masturbándose delante del ordenador mientras contempla su gran obra de arte, un fotomontaje erótico con el rostro de la novia de su mejor amigo. Wilson es guionista e inventa varias formas grotescas, aunque rutinarias en nuestra sociedad alienada, para matar las horas. El 31 de diciembre el hombre primitivo que hay en su interior decide socializarse para cumplir con una tradición de fin de año: besarse con una chica cuando lo viejo deje paso a lo nuevo.

Su problema es que no sabe con quién hacerlo. Pillado en plena faena por el novio de la fémina que enciende su lujuria, rebaja su erección y pide consejo. ¿Por qué no buscar una cita por internet? Wilson va a la red de redes, escribe que misántropo busca misántropa y suena el teléfono. Al otro lado de la línea una tal Vivian desea, con una clásica brusquedad verbal, conocerle.
La soltería de Wilson contrasta con la felicidad de su pareja amiga, donde el chico ejerce de fiel enamorado de una oriental con altos grados de sensualidad. El amor tendrá que concretarse ese día con el ofrecimiento de un anillo matrimonial cuando suenen las campanas de adiós a San Silvestre, momento que marca el ritmo narrativo de la historia al ser la clave que resuelve dos destinos diferentes con una igualdad de fondo. La consolidación del lazo y el anhelado beso, lo eterno y lo fugaz, son dos caras de la misma moneda, búsqueda incesante para anular la soledad y sentirse querido, deseo universal que en In search of a midnight kiss sirve como magnífica excusa para exponer metamorfosis generacionales de hondo calado a través de un paseo simbólico por la meca del cine, donde la rubia Vivian ve frustradas sus ansias de estrellato a cada paso que da. Quizá por eso organiza citas individuales por turno en la terraza de un bar, para notar cual es la sustancia del divismo, medida autodestructiva que cederá hacia otro estado al hablar con Wilson.
Desde ese momento, con leves desplazamientos hacia el intento de declaración del otro enamorado, el filme se centra en el paseo y el diálogo. La cámara capta la fealdad de Los Ángeles con belleza, otorgando al espacio una simetría con la vivencia de los protagonistas, seres desdichados que usan la ironía como método de defensa mientras avanzan por un desfile de sueños y muros propios que encubren inseguridad, doble moral adquirida y la tragedia de quien puede dar mucho y siempre recibe poco a cambio. A diferencia de la pareja de Antes del amanecer, Wilson y Vivian son conscientes de vivir en un mundo carente del idealismo de antaño, reflejado por Richard Linklater con la elección de Viena como escenario; la capital austriaca, junto al tono fotográfico de la película, se convierte en un carrusel de emociones que se incrementan con la beldad del marco urbano, algo que no encontramos en In search of a midnight kiss donde Los Ángeles son demasiado del presente, no al estilo de Crash, sino con la carga de ser una tumba que hunde ilusiones desde su superficie, plagada de nombres ilustres que ríen desde el pavimento la ruptura de la fábula de la existencia cuando alcanzas una edad y ves que el color de rosa sólo significa maravilla en canciones francesas. El blanco y negro de la fotografía es ausencia de color que alcanza remarcables cotas estéticas con simplicidad y un naturalismo sin aditivos.

La ausencia de una referencia espacial hermosa provoca el único verdadero punto de esperanza entre tanto malvivir contemporáneo. Al estar en una metrópolis gris, Vivian y Wilson entierran levemente su pesimismo al observar y compartir el espacio público desde una perspectiva intima que significa descubrirse al ser individuos en un espacio real, donde pese al espíritu de la época aún es posible comunicarse de forma palpable, sin lo líquido que empapa lo virtual. Seria demasiado fácil, después de la última frase, llegar a la conclusión que Alex Holridge pretende vendernos una armonía entre la red y la realidad. No nos engañemos. Todo es mucho más pensado. Al salir de sus casas en busca de ese beso de medianoche, los protagonistas de la película emprenden el camino, simbolizado por el paseo que es flujo, hacia el conocimiento, que duele por mucho que proporcione escasas alegrías. Este conocimiento es un rechazo al amor y a la apología de la individualidad homologada de la sociedad consumista. Su virtud es la de tomar conciencia y capacidad de decisión. Vivian tiene un novio maniático que amenaza con quemar su casa. Sus cuatro paredes no tienen valor, sólo pocos objetos y la marihuana contienen recuerdos y artimañas para escapar y emprender rutas que abran puertas.

Las campanadas de medianoche quitarán las mascaras de la hipocresía. El conocimiento pierde el zapato y se calza el equilibrio de las verdades del mundo externo, la imposibilidad de amar como otrora, y la nueva sapiencia del interior, que desde su conciencia besa, hace el amor y no espera contrapartida, conformándose con ver desde la ventana como la rubia cenicienta coge un taxi y desaparece. ¿Para siempre? La incertidumbre nos domina. No existen promesas austrohúngaras. El reloj corre. La vida sigue.
Es prematuro juzgar la trayectoria de Alex Holridge, pero viendo In search of a midnight kiss, uno puede albergar un cierto optimismo para un cine independiente americano donde se fundan tradiciones literarias, la idea del paseo como conocimiento o la importancia del espacio y su influencia en las personas, con uso de actores jóvenes, libertad fílmica y voluntad de crear obras que hagan que el séptimo arte pueda servir para ilustrar como somos y respiramos, celuloide de pensamiento que permita sueños para alterar el conformismo imperante de crisis más que económicas.

1 comentario:

Laia dijo...

Ara la vull veure...en fin...stas infiltrat en lo de la setmana de novel.la negra a bcn?! he sentit campanes...i com la teva propera sera negra jijiji!
Ptons!!
L.