lunes, 4 de junio de 2012
El arte del ruido de Luis Gámez y Conversaciones con John Coltrane en Revista de Letras
Miniaturas musicales: “El arte del ruido”, de Luis Gámez y “Conversaciones con John Coltrane”
Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 28.05.12
My favorite things:
Conversaciones con John Coltrane.
Michel Delorme (Ed.)
Traducción de Isabel Núñez
Alpha Decay (Barcelona, 2012)
El arte del ruido.
Luis Gámez
Alpha Decay (Barcelona, 2012)
Durante unas exequias papales pensé en el silencio absoluto que interrumpían las campanas, símbolo de comunicación que marca buena parte de la Historia de Occidente. Antes del Novecientos el ruido cotidiano importaba, pero mantenía una calma que seguía la corriente social de un mundo pequeño, reducido porque las distancias eran enormes y la técnica sólo había llamado parcialmente a la puerta. Sí, la primera Revolución industrial llenó la atmósfera de humos y dio el pistoletazo de salida con el tren y su pitido, que fracturó un mapa convencional del ruido para anticipar el estallido tecnológico que invadió hogares y calles a principio del siglo XX. La Historia, con el movimiento, se aceleraba, y la misma velocidad tumbaba eternas certezas. Freud, Nietzsche y el estruendo de una nueva Humanidad que mediante el arte intentó condensar un cambio radical, tanta expansión en tan breve lapso de tiempo.
Dentro de todos los ismos de esa gran época el más rotundo en sus postulados fue el Futurismo. El manifiesto de 1909, firmado por Filippo Tommaso Marinetti en la portada del prestigioso diario Le Figaro, denostaba la belleza de la Victoria de Samotracia en contraposición a los coches, ardía en deseos de quemar los museos y amaba la guerra, suprema expresión moderna de destrucción, de enterrar lo viejo para instalar lo nuevo.
Los futuristas son conocidos sobre todo en lo pictórico, lo que no impidió que uno de los miembros más destacados del grupo escribiera un texto, L’arte dei rumori, donde se exalta el triunfo del ruido desde que las máquinas se inventaron, mutando el aspecto sonoro del ambiente. Las palabras del italiano sirven a Luis Gámez (Córdoba, 1981) para conjugar en un pequeño volumen una serie de ideas sobre lo que significa la aparición del ruido en la música contemporánea. Sus tesis, divididas en dos bloques, son interesantes e invitan a debates que introduce con un contexto histórico bien desarrollado que en ocasiones, por la necesidad de condensar gran cantidad de datos en un espacio limitado, deviene farragoso, no tanto por el contenido, sino por el estilo, que fluye cuando el autor se olvida de adoptar un estilo académico y deja volar sus reflexiones sobre la toma de conciencia y superación de límites musicales y la polémica, que vira el espectro del siglo XX hacia una cierta muerte de la élite y la eclosión de una cultura popular fruto del consumo, sobre el jazz propiciada por Theodor Adorno. Una música divertida no debe pensarse. Lo concreto estaba a la vuelta de la esquina.
Edgar Varese afirmaba que el compositor es un organizador de sonidos, y su frase va a las mil maravillas como resumen del último tramo del trabajo de Gámez, centrado en la imposibilidad de integrar el ruido espontáneo a una pieza grabada, ya que al formar parte de la obra pierde su naturalidad y se integra en un conjunto, por lo que no puede asesinar a la tradición, la perpetúa desde otras vías que, al incrementarse la aceptación de una imaginaria línea roja de volumen, han dejado de ser molestas.
Las legendarias improvisaciones de John Coltrane, como toda anomalía genial, padecieron la ira de los críticos conservadores hasta que su fuerza las erigió en clásicos del jazz. Resulta curioso que My favorite things recoja tres entrevistas que el músico de color concedió en Francia a Michel Delorme y a otros fanáticos expertos de esas mágicas bandas llegadas del otro lado del océano. El tríptico dialogal constituye una exquisita recopilación estructurada de manera perfecta. La primera charla muestra el apogeo de un monstruo, mientras la segunda exhibe preocupaciones compositivas dentro del orden de la estabilidad y la última la crisis, el bloqueo con tintes religiosos de no poder o saber ir más allá en la víspera del último suspiro.
La edición de Michel Delorme y la publicación en España de esta minúscula joya me parece un acierto y un salto en lo concerniente a presentar al público textos accesibles de alto nivel, pues las entrevistas a Trane son profundas y probablemente más entendibles para los que conozcan los mil dimes y diretes del jazz y su evolución. Me confieso acólito del autor de A love supreme, por lo que escarbar en el interior de sus respuestas me ha incitado a querer tener más información. La del volumen contentará a los connaisseurs y alentará a los que sólo disfrutamos sin enmarcar con plenas garantías el porqué de esos sonidos en ese preciso instante de la cronología.
Otro punto a favor, impagable broche de oro, es la carta de Coltrane a Don DeMichael que cierra el libro. En ella, ese artista obsesivo y en apariencia taciturno se sincera e hilvana pasión y declara su amor, tras leer una biografía de Vincent Van Gogh, una declaración de amor a la urgencia creadora, bellísimo pasaje donde el saxofonista disecciona con lucidez la incomprensión del creador avanzado al tiempo que le ha correspondido vivir.
Los dos minis musicales de Alpha Decay se complementan, como si del ensayo al coloquio mediara un paso, vaso comunicante que los hermana. Leí ambos en un avión y dejé reposar sus páginas en mi mente. El único pecado de una cápsula teórica como El arte del ruido de Luis Gámez es su involuntaria densidad, que se corresponde con el formato de esta propuesta de la editorial barcelonesa. No es la la primera vez que detecto demasiada concentración en los libros de esta colección. La intención es buena, pero las ideas, sobre todo si son de hondo calado, necesitan un poco más de aire para respirar, lo que no acaece con Coltrane, preciso hasta en la sinceridad, vanguardista y rotundo en la elegancia.
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