lunes, 10 de septiembre de 2012

De Rusia a América en Sigueleyendo






De Rusia a América, por Jordi Corominas i Julián

En verano soy un viajero pendular, quizá siempre lo he sido. La diferencia estriba es que en época de canícula mis desplazamientos son relativamente placenteros en el tren, que siempre va peor por culpa de los recortes, pero que no deja de tener el encanto de la Humanidad concentrada en lo minúsculo, desde los niños que cantan de manera robótica canciones de campamento hasta los ancianos que protestan por cualquier tontería y permanecen ajenos al paisaje de la periferia.

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Del pueblo a Barcelona hay cincuenta minutos que son cuarenta y pico kilómetros muy útiles para devorar libros. Además, este verano me ha dado por obras dedicadas al viaje. La culpa, todo hay que decirlo, la tiene Anthony Beevor con su magnífico ensayo sobre la caída de Berlín. De las ruinas de la capital del Reich pasé a lo ruso por la conexión lógica de los triunfadores y su carácter hasta que en un momento de pausa se me encendió la lucecita y decidí preparar un breve artículo sobre dos itinerarios opuestos de dos personalidades que deberían ser más conocidas por el público español. La coincidencia de ambas mentes, Maiakovski y Chaves Nogales, radica en su infinita curiosidad por lo desconocido en un mundo que iba empequeñeciéndose pese a conservar la magia de la distancia de antaño, cuando visitar países no era cuestión de ofertas de agencias y sí una operación delicada al alcance de muy pocos.

En la segunda mitad de los años veinte Europa ya no era la de Stefan Zweig y su libre circulación sin pasaportes. La Primera Guerra Mundial y el desmembramiento del Imperio Austrohúngaro provocaron un brutal auge del proteccionismo económico y un mayor control de fronteras que dificultó aún más la tarea para los intrépidos aventureros que osaban ir más allá de la convención en forma de provincia y terruño.

En 1925 Maiakovski era poeta, publicista y recibía parabienes que le llevaron de julio a octubre a recorrer América. Su experiencia, editada en 2011 en España por Gallo Nero, está supeditada a su afiliación bolchevique. El cronista es crítico con lo estadounidense aún estando, como por otra parte era comprensible dada la dominación económica de los de las barras y estrellas, en Cuba o México, pero en ocasiones da la sensación que calla la boca para no lanzar halagos a tanto progreso y opulencia. Sin embargo, los vítores son puntuales y flotan en una vertiente estética de profunda admiración ante lo gigantesco de Nueva York y sus rascacielos. El modelo de vida capitalista es criticado por la penuria de los trabajadores en comparación con las clases privilegiadas, y siempre que puede el revolucionario saca a relucir de su chistera una anécdota, real o inventada, para dar ritmo a un texto bastante ágil donde las impresiones prevalecen sobre la teoría, y aquí la lírica es una vía de escape al control político y a la mirada de Stalin a la espera de un diagnóstico.

Si comparara a Maiakovski con García Lorca, que en Nueva York dejó de ver el cielo y se sorprendió con la locura del crack del 29, hallaría una afinidad electiva del extranjero con una capacidad exclusiva para captar epifanías. El georgiano es frío y debe acompañar su prosa de mecanismos reguladores del entusiasmo. El granadino se revoluciona y juega a hilvanar metáforas espectaculares, como la de los negros de Harlem y los gitanos de Sacromonte en su apuesta musical como método de identificación grupal. El poeta del Romancero volaba libre, sin ninguna traba expresiva y su experiencia fue impagable para desplegar unas alas vanguardistas que ya poseía en grado sumo.

Maiakovski se suicidó, o lo asesinaron, justo un año antes de la proclamación en España de la Segunda República. Por lo que sabemos no se cruzó en la Unión Soviética con Manuel Chaves Nogales, periodista que más de media centuria después de su fallecimiento se ha puesto repentinamente de moda entre la élite cultural, y la razón de tanto aprecio no es otra que la recuperación de muchos de sus escritos por parte de Libros del Asteroide, una editorial que merecería mucho más reconocimiento en el universo de las editoriales independientes.




En ocasiones no veo muertos, sólo aprecio que la revalorizada reputación de Chaves Nogales enlaza con el aire de ausencia de libertad que respiramos, y lo más chocante es que el hispalense realizó su iter europeo con destino a la tierra de los Soviets durante la dictadura de Primo de Rivera, que para algunos asuntos era muy restrictiva y para otros exhibía una cierta tolerancia que con toda probabilidad se enfocaba a generar una imagen que descartara lo absolutista.

El enviado especial del Heraldo de Madrid inició un periplo que de Madrid a Moscú le llevó por las principales capitales europeas en un instante decisivo, donde nadie fue capaz de vislumbrar la que se avecinaba. En agosto de 1928 el Viejo Mundo rebosaba optimismo. Atrás quedaba la tortura de la posguerra. El crédito fluía, París era una fiesta y Alemania marcaba la pauta en lo novedoso a través de su República de Weimar. Chaves Nogales accedió a ese falso esplendor, hundido poco después tras el jueves negro de la bolsa neoyorquina, y lo escribió para sus lectores con ojos atentos, pupilas que pese a su brillantez no escapaban de un cierto aroma hispano propio de su época al no comprender muy bien la creciente mezcla de negros y chinos en el barullo urbano. Su Occidente para los occidentales, además de denotar una estrechez de miras más que notable, es la única tacha de un volumen extraordinario, donde el reportero se preocupa por reunir un mosaico que a buen seguro creó un fuerte impacto en la opinión pública nacional, poco acostumbrada al nudismo berlinés, lo multirracial de sus cabarets o las certeras pinceladas de lo cotidiano en el Estado Comunista.

El periodista sevillano no se contenta con narrar lo vivido, sino que, como debería hacer todo profesional incluso en nuestros días, enfoca las cuestiones tratadas con un exquisito contesto que cumple su función informativa, pues de otro modo entender los varios procesos sería utópico, y no importa la ubicación de su pluma. Sea en Leningrado, Praga o Venecia sabe cómo seleccionar sus contenidos y alimentarlos con la nota justa que alterna la efeméride con lo trascendental sin apartar la belleza, que no sólo percibe en monumentos. Mientras escribo este texto imagino la velocidad de los vetustos trenes rusos y la odisea de cruzar un continente bajo la bandera de la hoz del martillo, y también recuerdo la conversación del articulista con Ramón Casanellas, el asesino de Eduardo Dato, exiliado en Moscú. Estas dos menciones no son las más importantes del volumen. Es una suerte gozar de una crónica total que tiene su valor en no imponerse barreras físicas de ningún tipo. Un País no se conoce con dos o tres ciudades, conviene pisar montañas, barrancos, plantaciones petrolíferas y conversar hasta con las piedras si es necesario. Chaves Nogales lo hace y con su testimonio da lustre a un oficio maravilloso, siempre a reivindicar, sobre todo ahora que la manipulación ya ha traspasado el horizonte y se planta en cada casa con desmedida arrogancia.




Mi aproximación a Estados Unidos y la Unión Soviética se ha centrado en los años veinte, y por lo tanto no pretende ser completa al cien por cien. Me faltan, por ejemplo, el Diario de un viaje a Rusia de Lewis Carroll, editado en 2010 por Nocturna, a buen seguro imprescindible porque el autor de Alicia en el país de las maravillas sólo salió esa vez de la Gran Bretaña, por lo que sus opiniones sobre los dominios zaristas, en el alba de su desarrollo industrial, deben ser oro puro. Lo mismo puede decirse del Diario de Rusia realizado al alimón por dos monstruos del siglo XX como John Steinbeck y Robert Capa. Ambos hombres transitaron por la contradicción de una Unión Soviética que había vencido al nazismo y que presentaba su candidatura a máxima potencia del Planeta con permiso de los Estados Unidos, pero que estaba arruinada por el esfuerzo de la guerra patriótica para derrotar a la bestia fascista. Con veinticinco millones de habitantes menos y las urbes desoladas, es normal hallar en el volumen editado por Capitan Swing, otro sello que siempre se supera en la selección de lo publicado, mucha poesía tanto visual como escrita a partir de la ruina de 1948, con Stalingrado como paradigma de una reconstrucción obligada a conservar el pasado reciente, los vestigios de la destrucción y la famosa fuente, y erigir un nuevo futuro al lado de montones de hierros oxidados que simbolizaban el esfuerzo consagrado a terminar con la amenaza hitleriana.

La idea de viajar con los libros es eterna, y 2012 nos brinda la oportunidad de hacerlo en castellano y a través de una extensa cronología que por la diversidad de sus firmas puede ocupar todo el verano. I’m back in the USSR. You don’t know how you lucky you are, boy. Back in the USSR, yeah. Anímense. No será por falta de oportunidades.

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