domingo, 3 de noviembre de 2013

La cartera del cretino, de Kurt Vonnegut




El testamento: La cartera del cretino de Kurt Vonnegut, por Jordi Corominas i Julián
Kurt Vonnegut, La cartera del cretino, Malpaso, Barcelona, 2013
Traducción de Ramón de España

Me llega La cartera del cretino a casa y no la tiro a la basura, no piensen mal, es de Vonnegut, es inédita y merece reposo; decía el emperador Augusto aquello de apresúrate lentamente y, créanme, para cuestiones lectores conviene hacerle caso. Luego diremos que sí, devoré el libro, y suele ser cierto, pero también hay que degustar las páginas, captar su sabor porque forman parte de un conjunto en principio coherente, con una línea común y unas ideas que reflejan el pensamiento de su autor.

Abro el volumen e intento no distraerme con la belleza del naranja que envuelve su diseño. Tengo experiencias con el escritor norteamericano, sucumbí a su Matadero 5 y al Desayuno de los campeones, pero no sé tanto como Laura Fernández, que siempre me menciona algo del bueno de Vonnegut, como si fueran amigos de toda una vida. Su entusiasmo, del que suelo fiarme, fue una de las razones por las que afronté esta nueva lectura con muchas ganas, y debo decir que la prueba se ha superado con holgura.
En primer lugar por determinados juegos que son de mi agrado. La cartera del cretino es una colección de relatos que culminan con un ensayo que es todo arrojo y otro cuento incompleto, su última pieza de ciencia ficción. La compilación inicial está dividida en episodios que muestran una especie de unidad invisible entre las partes, unidad que si existe es temática y de estilo a partir de determinadas obsesiones y rasgos inconfundibles del escritor de Indiana.

Entre tibio y Tombuctú es un delirio de empecinamiento de un pintor que tras perder a su mujer y salvar la vida de su vecino se pregunta, mediante el capricho de un médico, si es cierto aquello que cuando casi te vas al otro barrio te pasa toda la vida por delante. Para comprobarlo fríe a preguntas al pobre galeno e idea un endiablado sistema que para funcionar requerirá casi que los astros se alineen y desafíen la conflagración del absurdo, siempre presente en nuestra existencia a partir de pequeños detalles capaces de alterar el panorama con un soplido. Lo mismo ocurre en Roma, relato donde una obra de teatro topa con la machacona insistencia de un padre corrupto que controla los movimientos y las costumbres de su hija, a la que impide desarrollar con naturalidad la afición que la liberara del tedio.

Esa voluntad de escapar del aburrimiento asoma en Paraíso junto al río, narración con trampa donde un chico y una chica coinciden mientras golpean una piedra. El encuentro conduce, algo que suele ser frecuente pese a que nos fijemos poco en la minucia, a otro lugar donde la historia recibirá justa rúbrica, bien diferente a la del cuento que da título al volumen. La cartera del cretino, con un final sutil e imprevisto como marca de fábrica de Vonnegut, donde un estudiante de teología perderá el oremus y querrá dilapidar la fortuna legada por sus padres en pocos días. ¿Las causas? Eso mismo se pregunta su experto consejero, quien con afán detectivesco seguirá a su cliente para meternos en un embolado caricaturesco, no tan pronunciado en Señorita Snow, está despedida. Aquí la clave, que revela una honda observación de la psicología de mediocres en altos puestos laborales, es la belleza de una jovencita, obstáculo insalvable para alguien que ya tuvo que vérselas con el exceso de guapura de una mujer. La cosa deriva en un episodio fuera de la oficina para corroborar la simpleza de todos y la profunda soledad del hombre contemporáneo.



En París, Francia vemos como la vejez puede tener múltiples rostros que van desde las famosas viruelas hasta una negatividad que Vonnegut decide enfocar desde el surrealismo que es mero reflejo de la realidad y sus excesos. El viaje de una pareja a la capital de las Galias le sirve para inmiscuir a otro matrimonio retrógrado y a una pareja de enamorados que levantan envidias en los viajeros del tren rumbo a París. La desgracia, la calamidad y las apariencias vertebran esta apoteosis de cotidianidad llevada a la hipérbola para que riamos y el narrador se divierta con sus marionetas.

Sin embargo este disfrute, que en muchos casos a lo largo de su trayectoria se ha visto como indudable cinismo, contiene un poso de amargura que transmite el último capítulo que constituye el ensayo titulado El último de Tasmania. ¿Quién era? Los habitantes de esta isla se extinguieron porque los colonizadores los juzgaron demasiado feos como para irse a la cama con ellos. Así desapareció un cachito de humanidad. El escritor de origen alemán insiste en este potente texto en cómo el hombre blanco, y no es nada casual la constante mención al día de la basura, perpetua la sumisión del otro e intenta excusar con lustrosas reflexiones encuadernadas y de venta en librerías. Los dos conceptos que resumen el pensamiento expuesto son el que nace de la metáfora de los dos Heinrich. El primero se apellidaba Himmler y mientras amaba a los animales se dedicaba a exterminar sin piedad a sus semejantes. El otro era escritor de los buenos, se apellidaba Böll y opinaba que el gran error de los humanos, su principal defecto, ha sido, es y será la obediencia.


Y de ella deriva el grito mudo de la excavadora que todo lo alisa, segundo gran pensamiento a tener en cuenta, simbolizada en nuestra era contemporánea, hay que tener en cuenta que el ensayo fue escrito en 1992, por la televisión, invento que no se añade a las pocas fechas clave que debemos aprender para simular tener una visión del universo porque sería demasiado poco pudoroso hacerlo, el dominio debe ser sigiloso, los artefactos ya ejecutan su melodía, inacabada en el caso de Vonnegut con su La ciudad robot y el señor Caslow, aunque la sensación de terminar de leer sin ver un punto y final tiene algo de reconfortante porque la imaginación es inagotable y continuar esa línea es un acicate más, otra muesca oculta del revólver. 

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo tengo en casa pegándome unos gritos que ahora se han amplificado.

Anónimo dijo...

Lo tengo en casa pegándome unos gritos que ahora se han amplificado.

Jordi dijo...

Se lee con mucha tranquilidad, el maldito fluye y fluye, seguramente eso es lo que pedimos,no???