lunes, 26 de diciembre de 2011
El año de la liebre de Arto Paasilinna en Revista de Letras
No se queden con la apariencia: “El año de la liebre”, de Arto Paasilinna. Por Jordi Corominas i Julián | Portada | 23.12.11
El año de la liebre. Arto Paasilinna
Traducción de Ursula Ojanen y Juan Carlos Suñén
Anagrama (Barcelona, 2011)
A mediados del pasado decenio la editorial Anagrama empezó a publicar en nuestro país las novelas del escritor finés Arto Paasilinna. Me fijé en ellas por sus hilarantes títulos que presagiaban una narrativa con tintes surrealistas, y no me equivoqué. Poco a poco fui haciéndome con su obra y comprobé que mi intuición no iba mal encaminada. El molinero aullador, Delicioso suicidio en grupo o La dulce envenenadora contienen en su interior historias divertidas y bien hilvanadas que van más allá de su supuesta ingenuidad hasta el punto de tratar con sanas dosis de humor temas específicos de nuestra sociedad, si bien los más quisquillosos podrían decir que esto no es así porque la mayor parte de los libros que podemos leer del autor escandinavo fueron publicados en los años setenta y ochenta de la anterior centuria, lo que implicaría un desfase que alejaría sus contenidos de la actualidad, que cambia rápido y sin avisar.
El año de la liebre no constituirá ninguna novedad para quienes ya conozcan la prosa y el estilo de Paasilinna, quien suele partir de una anécdota que rompe la normalidad para generar una serie de situaciones insólitas que enganchan y nos conducen a una especie de moraleja final. Respiramos tranquilos porque el ritmo es sosegado, hay constantes alteraciones y cambios de escenario que asumimos con naturalidad, tanto que hasta cerrar el volumen no nos damos cuenta del festival por el que hemos circulado, lo que en parte se debe a la estructura del relato, siempre dividido en capítulos que podríamos leer de manera independiente si no supiéramos el origen de todo el monumental lío en el que derivan las ocurrencias de este escritor de culto en su tierra, entregada por completo a la causa de agitar el árbol para no morir de aburrimiento, y en este sentido El año de la liebre es un ejemplo perfecto, tanto que algunos la consideran una obra maestra de su género, culminación de un modo de hacer literatura personal e intransferible donde el delirio se alía con la reflexión con crítica acidez. Eso sí, no se queden con adjetivos de mercadillo. Si optan por darle una oportunidad prescindan de ideas ecologistas o falsos progresismos. Hay ideas, pero esto es literatura, no un manuscrito a taxonomizar.
Vatanen es un periodista de éxito. La suerte le sonríe. Está casado, vive en Helsinki y su revista es lo más de lo más, una publicación puntera con la que se gana dinero a mansalva. Sin embargo, nuestro protagonista odia la deriva que ha tomado su existencia, y poco importan los viajes y el sueldo. Una tarde de verano, acompañado por un fotógrafo, conduce por una carretera secundaria y atropella a una liebre. Su compañero le deja tirado y él se queda cuidando del animal, que desde ese mismo momento será su amuleto, un talismán mascota que simbolizará su metamorfosis. En menos que canta un gallo retirará sus ahorros del banco, mandará su puesto laboral a freír espárragos, renunciará a sus posesiones y se separará de su mujer para emprender un viaje de rutina nómada con el lepórido, fiel discípulo que levantará pasiones entre campesinos, mujeres de diplomáticos y doctores chiflados.
¿Ich liebre dich? El animal que acompaña en sus andanzas a Vatanen es una metáfora de libertad recobrada al volver al origen y soterrar la farsa capitalista hasta el mínimo indispensable, lo que significa ganar dinero con alguna que otra faena y pasar el resto del tiempo en una plácida nebulosa campestre. El ideal sucumbe a las intenciones de la trama, porque una cosa es querer respirar sin trabas y la otra poder hacerlo. La renuncia al orden no significa evitarlo, pues está incrustado en todo rasgo humano. Vatanen no tendrá descanso en su Odisea al ser juzgado por los demás desde la normalidad. ¿Qué hace un chalado en un pajar con ese bicho? ¿Por qué nos pide cama el tipo del conejo? ¿Tiene el permiso para ir arriba y abajo con su mascota? ¿Puede vacunarla gratis?
Las distintas efemérides intentan remarcar que lo absurdo se basa en lo que consideramos digno de consideración y aceptamos sin rechistar. Las conductas de los que van con la ley en la mano, y no necesitamos leer la novela de Paasilinna para comprobarlo porque el problema sigue más vigente que nunca, rozan el esperpento. El narrador lo sabe y mezcla la buena fe con la maldad de los que supuestamente llevan razón para inventar desternillantes situaciones que ponen el dedo en la llaga, desde la mierda lepórida en una cena de gala por caprichos de los mandamases hasta la manía persecutoria de un cura que dispara a la rótula de Jesucristo.
La risa nunca debería ser inocente. Aquí, casi sin que lo sepamos, actúa de bálsamo calma histerias, pero a diferencia de otras novelas del finlandés su tono es más comedido, como si el autor quisiera que degustáramos el plato con paciencia hasta estallar una vez saciamos el apetito, que se compone de espera por la resolución de lo planteado y sólo cae en la carcajada cuando se ha expuesto el problema para que comprendamos su nada casual complejidad. Naturalmente cabe la opción de tomar lo escrito sin tanta profundidad y disfrutar con una trama que se puede devorar en una sentada. Lo serio deviene ligero, entra mejor y se introduce en nuestro cerebro con agrado, sin la pesadez de ciertos tostones que creen postular desde un púlpito inexistente que adormece hasta a las ovejas que contábamos de pequeños.
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1 comentario:
Tomo nota, tiene buena pinta. Penny Lane
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