domingo, 1 de julio de 2012
Bajo la tierra de Jiri Orten en Sigueleyendo
Los nueve puntos de Jiri Orten, por Jordi Corominas i Julián
I
Hay libros que se resisten, los tienes cerca, quieres leerlos y por algún extraño motivo no llega el momento, como si tuvieran un imán negativo que alterna miedo, respeto y reverencia por lo que uno se puede encontrar en las páginas. El caso extremo es Cesare Pavese. Mi primer contacto con su obra fue maravilloso. Diálogos con Leucó fue un aprendizaje extraordinario de síntesis y poesía, pero al afrontar sus novelas observaba la estantería y las manos se desplazaban a otros volúmenes hasta que la valentía venció tanto reparo y el goce se instaló en el cerebro.
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II
Lo mismo acaeció con Bajo la tierra de Jiri Orten, poeta checo que vivió veintidós años y tuvo la mala suerte de transitar por el Planeta durante el auge del nazismo y topar con la incompetencia de las democracias europeas para con su Nación, vendida al Führer por menos de cuatro monedas en el infame Pacto de Munich de 1938. Orten fue un mártir atropellado por una ambulancia que se sentía, así lo denotan sus versos, un muerto en vida, un ser erróneo en el caos de una cárcel sin barrotes.
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III
Y ahí es donde debe situarse su afirmación “Soy un Rimbaud que no se ha convertido en tal. Soy un Rimbaud que ha tenido otro valor.” Los poetas jóvenes mueren por compararse con la bestia de las Ardenas. Orten asumió la diferencia desde una dualidad perniciosa. El autor de Una temporada en el infierno dejó de escribir porque quiso. Él debía escribir para plasmar su malestar. El niño revolucionario abandonó París y voló libre hasta Etiopía, desmarcándose de la pesadilla. Él debía permanecer en su puesto, inmóvil por obligación, preso de la Historia. Tanta lucidez no deja de ser un aviso para navegantes de proporciones casi bíblicas para que no se mencione el sacrosanto nombre de Arthur Rimbaud en vano.
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IV
“Tan cruelmente joven y ya maduro.
Me río hasta sangrar y lloro lágrimas de sangre
Y abandonado de Dios y a Dios abandonado,
Le escribo, Karina, y no sé si estoy vivo…”
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V
No hay esperanza en los versos de Jiri Orten, quien en el infierno mutó de la infancia a visitar la orilla de la guadaña en un abrir y cerrar de ojos, de la independencia del Imperio Austrohúngaro al cinismo estético del yugo nazi y su opresión sin contemplaciones. Ser judío y meditar elegías era una forma de resistencia con vistas a preparar un funeral individual y colectivo plagado de una dureza sin felicidad, que sufrió por un destino jamás vislumbrado.
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VI
Publicar Bajo la tierra en medio de una crisis sistémica es tener agallas, y estas pertenecen a un triunvirato que debemos celebrar. Pablo Mazo es un buen editor de narrativa que prescinde de tendencias y que con los años ha acumulado un buen plantel de narradores. Su apuesta, presente en otros sellos con más billetes en el banco, de dar una oportunidad a la poesía en una editorial conocida por sus textos en prosa debería ser la normalidad que permitiera al verso apartarse de lo marginal. Para ello cuenta con dos expertos que hacen de la colección un rincón que mezcla varias vertientes de lo lírico, desde Juan Perro hasta Jiri Orten, quien bien sabía de la importancia de Beethoven, de su esencia absoluta.
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VII
“Que no hay sinfondo, sólo sin esperanza,
Que tras el fin el amor está, tras la verdad la fe,
Y tras el infinito queda aún la Novena…”
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VIII
Y la novena es la de la libertad, no la de la alegría. Saber que tras nuestra desaparición queda ese anhelo es un alivio estupendo marcado a fuego como una reivindicación mitteleuropea formulada por todos aquellos sin raíces prusianas que aspiraban a consagrar una unidad desde el arte que simboliza en su máxima expresión el edificio Secesión de Viena y su interior, con el asombroso y provocador fresco de Klimt dedicado a Beethoven para atacar con lo sublime la neurosis de los poderosos.
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IX
Bajo la tierra tiene aire de derrota e inteligencia de legado. Orten sabe, con un pesimismo que traspasa lo cósmico, que no estará para presenciar la liberación, pero una necesidad superior le impulsa a registrar una advertencia de belleza desoladora, un mensaje en una botella violeta que debe empujarnos a metamorfosear sus llanto en acción para, el tópico suele ser cierto, que su historia no se repita.
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