lunes, 9 de febrero de 2009
Vivamente poseído en Revista de Letras
Vivamente poseído
Por Jordi Corominas i Julián | Portada | 8.02.09
Absurdo, da
(Del lat. absurdus).
1. adj. Contrario y opuesto a la razón; que no tiene sentido. U. t. c. s.
2. adj. Extravagante, irregular.
3. adj. Chocante, contradictorio.
4. m. Dicho o hecho irracional, arbitrario o disparatado.
Realidad
1. f. Existencia real y efectiva de algo.
2. f. Verdad, lo que ocurre verdaderamente.
3. f. Lo que es efectivo o tiene valor
Borracho, cha
(De borracha)
1. adj. ebrio (‖ embriagado por la bebida). U. t. c. s.
2. adj. Que se embriaga habitualmente. U. t. c. s.
3. adj. Dicho de algunos frutos y flores: De color morado. Pero borracho Zanahoria borracha.
4. adj. coloq. Vivamente poseído o dominado de alguna pasión, y especialmente de la ira.
Durante la Guerra Civil el Departamento de orden público aragonés hizo circular un cartel que alentaba la eliminación de los borrachos. Esta comunidad autónoma tiene una larga tradición cultural obsesionada por la ebriedad. Mi abuela era de Fuentes de Jiloca, un pueblo con una iglesia preciosa, y de pequeño me enseñó aquella maravillosa canción de pobrecitos los borrachos que están en el camposanto, que Dios los tenga en la gloria por haber bebido tanto. Los bebedores jugaban al mus, no como ahora, donde este colectivo global combina el alcohol con drogas de todo tipo y voz gangosa en ambientes cargados de humo sin domino ni cinquillo. Perdonen, he sido clasista. También hay reservados donde el tabaco parece oro del Nuevo Mundo. Sin embargo, esos sitios imposibles con espejos listos para la acción no contienen lo interesante de las grandes turcas de la Historia humana, donde lo real se mezcla con el absurdo para generar una combinación explosiva, alto voltaje de facciones cotidianas.
¿A qué viene tanta historia con los dipsómanos? Desde hace varias semanas pienso en demasía en los acciones ajenas que contemplo mientras paseo. Sin ir más lejos hoy por la mañana he visto a una esforzada de la ruta que subía Mayor de Gracia protegida por una estampita de Teresa de Calcuta, reluciente y casta en su manillar. Eso ocurre cuando brilla el sol. Salvo en Liverpool, donde es posible ver a etílicas parejas a las cinco de la tarde sin muerte taurina, no es usual contemplar a gente con copas de más antes del atardecer. Volvamos al cancionero, ideal para refrescar y activar lo que vendrá. En la fiesta de Blas, en la fiesta de Blas, todo el mundo salía con unas cuantas copas de más. No sé si es por el ritmo o por la peculiar, por no decir otra cosa, voz del líder de Formula V, pero ese hit ibérico tiene el color de la luna, con una puerta que se cierra como anticipo del asfalto urbano, solitario, borroso y beodo sin catar una sola gota, cansado de acoger almas con ganas de agua matinal.
Lo mejor de todo este embrollo es no planificar nada. Querido lector, sé que usas el móvil o el Facebook a la espera de mensajes que te indiquen una dirección, como si salir de casa sin brújula fuera un sacrilegio de comportamiento ocioso. Te equivocas. Deja tu Inbox para mañana. Coge las llaves, ponte la bufanda, deja la tarjeta de crédito tranquila y aventúrate. Si programas caerás en las garras de lo previsible y proseguirás en lo anodino de la jornada. Tus horas de fiesta no son reuniones de cuatro a seis. No tienen hora ni recorrido, sólo, que ya es bastante, la realidad que te acoge y quiere romper tus esquemas. Vayamos con algunos ejemplos prácticos.
couture_the_romans_of_the_decadencePrimer caso, o de cuando la realidad es tan absurda que no entiendes lo ocurrido hasta unas horas después: A las tres de la madrugada del pasado sábado, Jordi Corominas y algunos amigos iban a tomar la última en la Plaza Rius y Taulet, Ríos y tablas en argot. Confiaban encontrar al gran galán Delon pakistaní, rey de la cerveza beer, clásico barcelonés de la posmodernidad. Un euro, dos charlas, tres paradas de metro y la cama. La plácida vigilia del sueño se interrumpió al irrumpir en escena un señor de metro y medio que tiraba billetes de cincuenta euros al suelo. Iba casi desnudo y sus movimientos eran más propios de un orangután en celo que no de otra cosa. Bueno, si. Una manera popular de entender su baile sería recordar a Chiquito de la calzada avanzo y retrocediendo con sus sonidos guturales; mi borracho era aún más tremendo: cogía los billetes, soltaba incomprensibles improperios, iba atrás como los cangrejos, daba un saltito, observaba el vil metal mojado y miraba desafiante al respetable. El público se congregó a su alrededor. El debate era obvio. ¿ Era lícito robar al calamocano? La duda se esfumó cuando el pobre hombre decidió revolcarse por el pavimento. Cuando se irguió, para destrozar con débil furia las rosas de los maceteros públicos, tuvo tan mala suerte que olvidó dieciséis mil de las antiguas pesetas. Una rubia cogió el botín y marchó sin decir ni por ahí te pudras. Los que nos quedamos en el recinto del extraño suceso seguimos con la duda, acrecentada por una insana curiosidad monetaria. Después de su vandalismo vegetal, el señor se sentó un momento. Su gorra al revés evocaba malas pelis americanas de suburbio. Su torso desnudo era San Miguel sin límite. Llegaron otros transeúntes. Una amiga volvió a mentar al poderoso caballero quevediano. ¿Si la chica esa robaba qué nos impedía hacerlo? La ética cristiana, inconsciente de valores predeterminados coartadores de deseo. Nos fuimos igual de pobres, no si antes presenciar el último número de quien acababa de cobrar y despreciaba su sueldo en el suelo, quien, pese a ir como una cuba, recorrió cien metros y la tomó contra el paraguas de José Luis, sí, sí, el de la crónica de la memoria histórica. Nuestro amigo intentó defenderse con su para lluvias, pero el enano de la gorra cogió la herramienta e intentó transformarse en un mosquetero. Acabaron ambos por el suelo. Todo era cómico, trágico y grotesco. Mi última mirada vio al héroe forrado revolcándose en un banco, gesto inútil de espantar espíritus inexistentes.
Segundo caso, o de cuando la realidad cede bruscamente su lugar al absurdo: La crónica de hoy iba a centrarla en la vida de un inmigrante que lleva seis años en España y sobrevive como un Dios. La primera anécdota me impulsa a posponer ese tema, aunque no puedo dejar de pasar la oportunidad de explicaros una efeméride que casa a la perfección con el actual argumento. Una noche Gilton, su pseudónimo profesional, y servidor fueron por el centro. No saltaron cohetes. Nadie hizo volteretas. La noche transcurrió con una melodía tranquila, turbada en escasos instantes de pésimas fotos y grafitis derruidos. En el metro de las ocho apuramos las sardanapalúltimas conversaciones. Me bajé en mi estación y escuché que el chileno me llamaba. Tenía que bajarse en otro sitio. No entendía nada. Para comprender mi desconcierto hay que dibujar un mapa de contexto. El tipo salió del vagón cinco segundos más tarde que quien escribe. Le llevaba quince metros de ventaja cuando inicié el viaje por las escaleras mecánicas. Jordi, Jordi. Me giré. Mi nombre retumbó entre carteles pasados de fecha y ruido blanco. Volví a girarme. El gran mapuche, un ídolo del humor disléxico, acababa de sufrir un grave infortunio. Su cordón se enganchó con el borde un escalón. Estaba trabado y dejó de ser Sapiens para volver a lo cuadrúpedo; el movimiento lo bloqueaba y no podía llegar a la cima, que en este caso era la boca de salida. Es más, el pobre apoyaba las manos en los hierros, pero la inercia de la escalera lo propulsaba una y otra vez a los profundidades. Observaba la situación desde lo alto y os juro que, no sabría deciros el por qué, pensaba en Moby Dick; era una asociación idiota, sin sentido, como toda la situación; yo en posición esperpéntica y la marioneta humana a lo Sísifo sin llegar a coronar la montaña, quedándose siempre en la falda atado por un cordón poco umbilical. Solté una carcajada y me fui a dormir. Podéis pensar que mi amigo merecía ayuda. Os equivocáis. Hay extraños códigos de compañerismo y el nuestro implica dejar las cosas como están para reír más en el futuro a través del recuerdo.
Tercer caso o la historia del geógrafo imposible: No sólo de Barcelona vive el hombre. En verano de 2006 gustaba refrescar mis noches romanas siguiendo, hay excepciones a la regla, una triple ruta. Después de cenar iba a la Fahrenheit 451, la mejor librería de la capital italiana. Intercambiaba opiniones con amigos y luego me trasladaba a la estatua de Giordano Bruno en Campo dei Fiori, penúltimo paso antes de Trastevere, plaza y barrio de poetas, locos, avicultores en paro y guitarras desafinadas. Santa Maria y la magia. Santa Maria y Armando, el púgil ex subcampeón de Italia que mataba sus horas al lado de la fuente buscando un poco de cobijo humano a la espera del alba, cuando su madre setentona iba en su búsqueda para acunar a su bebé cincuentón. Santa Maria y Antonello, el poeta con el pelo a lo Harpo Marx, propietario de la rouloutte más lujosa a este lado del Mississipi, vendedor ambulante de sus propios libros que necesitaba compañía y la halló en mi soledad de ocho de la noche, nueve de la tarde, como Messi en Verdaguer. El 14 de julio pidió un cigarrillo a un hombre que trajinaba un carro con todos sus enseres. A veces lo absurdo, y esa es su más fiel expresión de realidad, llega a través del recuerdo pretérito. Nuestro interlocutor estaba desocupado y no tenía la más mínima intención de trabajar. Recorría Italia tres veces por semana con el tren. Conocedores de su situación, los revisores hacían la vista gorda para permitirle proseguir con su rutina de Lunes en Milán, Miércoles en Roma, Viernes en Nápoles y domingo en Palermo. Si surgía algún imprevisto la solución era su red de coches abandonados en varios puntos de la P enínsula transalpina. Lo maravilloso de su confesión fue oír como las palabras surgían de sus labios con normalidad, pues para él su existencia ya no tenía nada anómalo, era cotidianidad sin aditivos, lo que en realidad, hete aquí el gran vocablo, no debería sorprendernos. Nietszche puso en duda la certeza del bien y el mal tradicionales, la mirada impuesta, gran y eterno cáncer que impide ver lo surrealista de la nocturnidad como normal. Tendríamos que gritar al unísono la respuesta de Federico García Lorca cuando alguien le dijo que no era muy normal. ¿Normal? Lo soy, y mucho: los raros son los demás. Lo que entendemos por normal es conductismo de Pavlov. Todo es miedo a apaga la luz Marilus que ya no puedo vivir con tanta luz. ¡Riau Riau!
Jordi Corominas i Julián
http://corominasijulian.blogspot.com
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