jueves, 13 de agosto de 2009
La inquilina anticomunista: “La dama de la furgoneta” de Alan Bennett en Revista de Letras
La dama de la furgoneta. Alan Bennett
Traducción de Jaime Zulaika
Anagrama (Barcelona, 2009)
Desde hace unos meses vivo sin vivir en mí por culpa de un hombre barbudo que se sienta a escasos metros de la puerta de mi domicilio. Lo peor es que hace años trabajaba en la universidad como bedel. Cargaba artilugios para los profesores y era inconfundible por sus gafas de cegato. Ahora se dedica a conservar recortes de periódicos y su única compañía es una bolsa de plástico. No abre la boca y tiene la mirada perdida. Mi particular Apocalipsis llegó un fin de semana donde aparecía hasta en la sopa. El viernes estaba sentado en un banco de Paseo Maragall. El sábado en la Plaza de Rius y Taulet, aka Plaça de la Vila de Gràcia. El séptimo día volvió a su entorno. Bermudas, camiseta impoluta y risa desquiciada al lado de mi querido portal. Me extraño cuando no aparece y me frustro al no poder hablarle, pues no sé como reaccionará. A veces pienso que solucionaría el entuerto si hiciese como un amigo que en una nochevieja se dedicó a invitar a varios vagabundos a la fiesta de un amigo. Al final de la noche los sin techo se sentían agradecidos por la hospitalidad de ese simpático extraño.
Alan Bennett padeció la misma situación acrecentada hasta el infinito. A finales de los años sesenta del siglo pasado Camden Town se transformó en un barrio para jóvenes profesionales. Lo victoriano pasó a mejor vida y se impuso un estilo burgués progresista donde desentonaban anomalías como Miss Sheperd, una anciana que vivía en una furgoneta y se ganaba la vida vendiendo octavillas que ella misma escribía. Los problemas crecieron porque el ayuntamiento consideraba su vehículo un peligro para la salud pública. Algunos vecinos ayudaron a mover su casa portátil y el embrollo se solucionó. Miss Sheperd se contentaba con transcurrir sus jornadas en su joya pintada de amarillo, el color papal. Sin embargo, su extraña casa era presa fácil para el vandalismo de borrachos y adolescentes. Cristales rotos, protestas pasajeras.
En marzo de 1974 se impusieron restricciones de aparcamiento en Gloucester Crescent. Desde ese instante los vecinos tuvieron preferencia para aparcar. Los operarios tuvieron piedad y aguantaron hasta el límite antes de expulsar a la dama enloquecida, quien recibió un nuevo automóvil gracias a la desinteresada ayuda de Lady W; Bennett fue generoso e invitó a la pobre damnificada a instalar su armatoste con cuatro ruedas en su jardín, donde permaneció tres largos lustros.
El autor británico, considerado en Inglaterra our national treasure desde que en 2003 recibió el British Book Award, recibió múltiples elogios en nuestro país por Una lectora nada común, novela corta donde se atrevía a crear un personaje de la Reina Isabel II, apasionada bibliófila que veía alterada su cotidianidad mediante la sabiduría de la letra escrita. Bennett es conocido por su hilarante e ingenioso sentido del humor. Muchos podrían pensar que su capacidad inventiva surge de una más que poderosa imaginación nacida en parte de sus vivencias personales. Miren a su alrededor, conecten sus antenas y descubrirán como lo anodino está cargado de altas dosis de absurdidad con pequeñas grandes bocados trágicos.
Miss Sheperd era un misterio. Hablar con ella resultaba complicado. Nunca mencionaba el ayer e insistía en un presente paupérrimo y excéntrico. Se sentía incomprendida y no consideraba estar en el escalafón más bajo de la sociedad, correspondiente, según sus propias palabras, a los pobres de solemnidad, que desde luego no tenían su habilidad para vestir atuendos tutti colori que algunos confundían con camisones. Era malhumorada y anticomunista, leía con asiduidad la prensa y tenía sus propias opiniones sobre las noticias de actualidad, lo que le impulsó a escribir muchas cartas a personajes importantes como Margaret Thatcher, creyendo que sus sugerencias serian útiles para solucionar crisis y desajustes. Como fue ignorado pidió los documentos para fundar su propio partido político, el Fidelis Party.
Bennett la toleraba e imponía normas y límites. El libro explica varios períodos de su convivencia con Miss Sheperd, guardiana de su jardín y molestia permanente por el olor que desprendía el interior de la furgoneta, conglomerado sólido y laberíntico propio de quien padece síndrome de Diógenes. El escritor se exasperaba por la poca pericia de la mujer cuando tocaba arreglar la batería del hogar móvil y se sorprendía al ver como las dos veces que la dama compró un coche se lo robaron en un periquete. En 1983 adquirió su última vivienda. ¿Robaba dinero para comprarse sus caprichos? No, por aquel entonces el Reino Unido aún tenía un buen sistema de ayudas sociales que se desvaneció con el neoconservadurismo que nos precipitó al abismo. Miss Sheperd aprovechó el dinero público para ahorrar y permitirse caprichitos concretos como sorbetes de limón o sillas de ruedas.
Hace algunos meses comenté en estas páginas el indigno trato que la sociedad otorga a muchas personas con problemas mentales. Los supuestamente locos son como nosotros, la única diferencia es que padecieron un punto de no retorno y no encontraron ayuda. Pocos días antes de morir Miss Sheperd recibió la visita de una asistente social que la llevó a darse un baño y le proporcionó ropa limpia. Murió el 28 de abril de 1989, justo cuando quien escribe celebraba su décimo cumpleaños. Meto esta anécdota personal porque creo en la importancia de las fechas y al ver la coincidencia remarqué más si cabe el poder de la literatura de Bennett y lo cotidiano, texturas que rehuyen la ampulosidad para instalarse en un recorrido con el que todos podemos sentirnos identificados. Su cercanía le honra y desmiente el maldito tópico de la grandiosidad para alcanzar cimas literarias. Algunos deberían tomar nota de su ejemplo.
Muerta Miss Sheperd quedó la duda de su vida anterior. Esta parte de La dama de la furgoneta es un añadido que el autor escribió en 1994 para contarnos su labor detectivesca en búsqueda de la identidad de su huésped, que desveló enigmas encerrados en una llave cerebral de coordenadas lógicas y comprensibles, efemérides decisivas que marcaron el comportamiento de la desdichada señora, víctima de su difícil personalidad y de una guerra que acrecentó más un sufrimiento que nadie procuró contrarrestar con felicidad.
Jordi Corominas i Julián
http://corominasijulian.blogspot.com
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1 comentario:
Hola, me ha gustado mucho este post, lo mucho que cuenta y lo bien que se lee, esta muy bien como mezclas tus vivencias con lo que es la novela.
Hace tiempo leí un artículo sobre esta dama de Rosa Montero y lo apunté pero se me había desperdigado, así que tomaré nota de nuevo.
Me guardo tu blog que me gusta mucho como escribes.
Besos.
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