lunes, 2 de abril de 2012

Ocio de Fabián Casas en Literaturas.com




Ocio de Fabián Casas, por Jordi Corominas i Julián


El año pasado tuve la suerte de entrevistar a Fabián Casas, un tipo muy simpático y lúcido que al hablar mostraba con naturalidad su creencia en lo que escribe, por lo que espero no se dedique sólo al kárate. Pese a su prestigio en Argentina aún no le había llegado la posibilidad de publicar en España. Lo hizo con Los lemmings y otros, libro de relatos donde es fácil reconocer una poética que nace en el barrio y se impregna de lo descarnado de la normalidad, cruel con sus personajes, partículas que se sienten especiales y sin embargo sucumben a la común repetición de los derrotados.


Estos rasgos caracterizan gran parte de Ocio, unión de la homónima novela breve y Veteranos del pánico, textos con los que el autor inauguró su periplo en el mundo de las letras. Quizá por eso hubiera sido conveniente publicar este volumen antes que los Lemmings, pues en él comprendemos con claridad que Casas ha seguido un camino ascendente que ha pulido pequeños defectos y ha mantenido la pureza de antaño, fiel a sus objetivos que tan bien definen su lirismo: “Y a veces también recuerdo lo que pienso. Inventar no invento. Recuerdo cosas, historias. Por lo general recuerdo algo y lo modifíco. Así es más fácil. Igual me parece que si está todo inventado no vale la pena.”


Por lo tanto se idealiza el punto de partida y se adereza con literatura. El proceso recuerda sobremanera al llevado a término por Pier Paolo Pasolini con sus novelas romanas de los años cincuenta, Ragazzi di Vita y Una vita violenta, que impactaron en su momento por usar la jerga de la periferia de la Ciudad Eterna y desenmascarar un tercer mundo dentro del primero, con situaciones infrahumanas que no obstaculizaba la ingenuidad de los protagonistas, contentos e inconscientes con lo dado, supervivientes de robo, adultas risas infantiles y funestos desenlaces.


La generación narrada por el poeta de Le cenere di Gramsci se desarrolló hasta un pecado que se alejó del original hasta organizarse en los setenta y dominar drogas, prostitución y otros negocios nocturnos. Italia no es Argentina. El parecido de Casas y Pasolini se forma por la elección del barrio como espacio que condensa en su interior la esencia de un universo que adquiere coherencia al ser manipulado desde la contemplación del narrador. Las calles y los locales son partes de un todo donde interactúan marionetas de carne y hueso dirigidas por una voz que conoce los recovecos del lugar y acepta la tragedia con escaso, casi nulo, lagrimeo, como si dijera que esto es así, no penséis más, la filosofía está en cada partícula de lo narrado. Sacad conclusiones si queréis, tampoco os obligo. Pasolini en tercera persona, caliente desde una frialdad analítica que aún bebe de una cultura antigua. Casas confesándose mientras acelera el ritmo y la intensidad de la zozobra nos delata en lo moderno, no por quedar bien de cara a la galería ni nada por el estilo, sino simplemente con un desparpajo que sólo embellece la forma y deja que el cuerpo fluya con parsimonia, feliz al no ser juzgado ni apuntado con dedos moralistas. Vida. Autobiografía fragmentada con pies en el suelo.


Ocio es un puzzle de Boedo, colindante con Almagro en la inmensidad de Buenos Aires. La música de sus caracteres aspira a sonar como la segunda cara de Abbey Road, una suite armónica imposible en la realidad porque las peripecias del protagonista son discontinuas, propias de una iniciación con tintes epifánicos. La pérdida de la madre convierte el hogar del protagonista en una pocilga que insufla pasividad y evoca una luz siempre apagada que seda los ánimos. La pasividad y la hipocresía de las relaciones familiares se desvanecen al salir al aire libre, caer en el delirio urbano y aprender en cualquier cantina. En la que nos concierne los amigos se juntan, toman drogas y hablan de literatura, lo que despierta la inquietud del narrador. Irrumpe Celine y los símbolos se instalan. No hay paz. La energía y la locura nos guiñan el ojo, y no importa que ya no aparezcan panteras negras en el comedor. Un boliviano. Más libros. Edificios decrépitos. Una oportunidad en el bucle y mucho deambular por la gran ciudad y reposar como quien espera algo que se desconoce o ni siquiera existe.

El poco apego a la negatividad se verifica en Veteranos del Pánico, breve fresco que homenajea a los mitos de barriada, hombres satisfechos de residir en los rincones que les vieron a cualquier edad, oda al héroe anónimo que es célebre en lo minúsculo que le rodea. Comparto la veneración de Casas por estas parcelas que rebosan autenticidad y mutan de generación en generación para que la rueda gire y los panteones sagrados de la cotidianidad se reflejen en una literatura que nunca se despidió de nosotros. Con ello no reducimos la prosa del de Boedo a un canto de lo anecdótico, sino más bien a la capacidad, extraño don, de dotarlo de una fuerza que confiere a la efeméride rasgos capaces de captar la totalidad en un suspiro.

1 comentario:

Estanislao M. Orozco dijo...

(Como comprenderás no es un comentario para ser publicado sino un mensaje para ti. Perdona que recurra a este -humillante- método para poder comunicarme contigo pero no tengo tu correo y en facebook no te encuentro.)
Mensaje:
Jordi, me he enterado por twitter de que vas a estar en la presentación de la nueva novela de Vila-Matas. Me alegro un montón por ti, es un privilegio estar tan cerca de un escritor tan grande como él y de su calidad literaria. Nada más que es esto, comunicarte que me siento contento porque estés ahí. Mucha suerte.