viernes, 18 de enero de 2013

La Plaza Rovira en Bcn Mes






La Plaza Rovira, by Jordi Corominas i Julián
Inauguramos una nueva serie de artículos destinados a captar la esencia de determinados lugares de la ciudad. En cierto sentido mi elección inaugural se debe a una mezcla entre nostalgia y amor por lo que nunca veré de la Plaza Rovira. Quizá por esa imposibilidad decidí que este enclave de Gracia sería uno de los puntos neurálgicos de mi novela José García, inventándome varias historias de su número uno, una casa vieja que pese a todo mantiene un extraño encanto, decrépito y con cierta carga de Historia en su raída fachada.

Por ella, y eso hay que precisarlo, circularon antes más tramas narrativas. No en su interior, pero sí en la cercanía. Si mencionamos la Plaza debemos pensar automáticamente en Juan Marsé, que en su infancia y adolescencia residió un poco más arriba, en el 104 de la calle Martí, donde aún es posible vislumbrar un rastro de antigüedad en la entrada, similar a una Masía de las que debieron poblar la Vila de Gràcia a finales del siglo XIX. Marsé ambienta muchas de sus novelas en la Plaza Rovira. Quizá la más conocida de ellas sea El embrujo de Shangai, aunque mi memoria, caprichosa, recuerda Un día volveré y, cómo no, Si te dicen que caí, relato inspirado parcialmente en el crimen más famoso de la posguerra: el asesinato de Carmen Broto.

Quien acuda a la parte que mira al mar del recinto dividido en dos partes hallará la droguería donde dos de los implicados en el crimen compraron una dosis letal de cianuro. Sus cuerpos cayeron en la calle y en uno de los casos dieron con sus huesos en la Calle Mozart, donde hasta hace bien poco tenía su sede el festival LEM en el edificio que servía de morgue del barrio. La droguería me hace pensar en Adolf Hitler por el método elegido, y no es de extrañar. La muerte de la rubia aragonesa, querida del empresario del Tivoli, acaeció en enero de 1949, cuatro años después del fin del conflicto más sangriento del siglo XX.

Por aquel entonces lucía en la esquina con Providencia el legendario Cine Rovira, abierto hasta 1965, fuente principal de imaginación, ahora clausurada por un triste banco que oculta otros esplendores cercanos, entre los que cabe mencionar la calle Torrent de les flors, arteria que cumple en su número 98 una de las obligaciones de todo buen paseante: mirar hacia arriba, porque de otro modo la columna torcida de ese edificio quedará ignorada por los siglos de los siglos.

Dicha construcción se halla a escasos metros del carrer de les tres senyores, que en su nombre nos conduce al origen del asunto que nos concierne. En 1861 tres hombres acaudalados compraron los terrenos que configuran este rincón de Gràcia. Sus nombres eran Massens, Rabassa y Torrente Flores. Quiso la casualidad que el nomenclátor de la barriada tiene en su haber un buen número de torrentes. Los más conocidos son el de l’Olla i el d’en Vidalet, pero si seguimos la trayectoria de los mismos encontraremos más allá de sus fronteras el d’en Mariner i el de Lligalbé, todos ellos auténticos y con una etimología prístina. Sin embargo el pobre Torrente Flores quedó relegado en beneficio del poético Torrent de les flors, que, no está de más, casa bastante mejor que los apellidos del propietario y su aire al personaje de Santiago Segura.

Massens, Rabassa y Torrente Flores coronaron su bonita área gracias al artífice arquitectónico de la zona: Antoni Rovira i Trias, uno de esos catalanes olvidados por una inmensa mayoría de forma bien injusta. Creó el cuerpo de bomberos, estuvo implicado desde el principio en el proyecto de derribar las murallas y hasta ganó el concurso para construir el ensanche, pero Madrid tomó medidas y le concedió el más preciado caramelo de Barcelona a Ildefons Cerdà. Suponemos que el bueno de Rovira, que también erigió la torre del reloj de Rius i Taulet, sintió una frustración enorme que a bien seguro compensó la estatua que desde 1990 adorna su plaza. El bronce está sentado en un banco y goza de la simpatía de propios y extraños, si bien en ocasiones se despierta manchado por pintadas de cuatro vándalos que no saben valorar su silencio. Él, un vencedor derrotado, observa callado el devenir de personas, animales y tiempo, impertérrito a burlas, caricias, cagadas de paloma y enamorados que ignoran la trascendencia de ese ilustre barbudo tan bien vestido con su chalequito, reluciente entre unos pocos quilos de más.

Se podrían decir muchas más cosas nuestra heroína del mes. Su partición en dos partes casi simétricas, analizada al dedillo por Enrique Vila-Matas en su Nueva tentativa de agotar la Plaza Rovira, la convierte en un espacio donde muchas tiendas y elementos están duplicados. Nadie se fija en sus farmacias, tampoco en las puertas cerradas que apuntan a crisis y dejadez. En este sentido, sé que lo esperabais, es hora de soltar la clásica bronca al ayuntamiento, que desdeña emblemas cotidianos y hace oídos sordos a la hora de dignificar la pequeña Historia, triste porque vivimos en la capital con menos placas conmemorativas, ciudad orgullosa, fiera de ser como es sin una pizca de información de lo pretérito. Intentaremos resolverlo en esta columna.  

3 comentarios:

Lost in Translation dijo...

Hola! He leido lo que has escrito sobre Enriqueta Marti. Muchisimas gracias por divulgar la verdadera informacion en todo este asunto.

Jordi dijo...

Gracias a ti por leerlo:))

Si todo va bien, apenas tenga algo de tiempo, la idea es ampliarlo en un ensayo

Lost in Translation dijo...

Perdon hoy comente tambien lo mismo pensando que mi comment de ayer no se publico! Si sale duplicado lo siento!!! ;)