domingo, 1 de diciembre de 2013

Butes, de Pascal Quignard



Las ganancias y las pérdidas: Butes de Pascal Quignard, por Jordi Corominas i Julián 

Pascal Quignard, Butes, Madrid, Sexto Piso, 2011
Postfacio y traducción de Miguel Morey y Carmen Pardo

Cerca de Escila y Caribdis, enigmática frontera, las sirenas emiten un canto que pretende seducir desde la imperfección. Los sonidos que emiten estas figuras con cuerpo de ave y rostro femenino son imperfectos, primigenios hasta el paroxismo. Emiten ruidos que van destinados a los navegantes. Quieren encantar, hechizar para trascender fronteras indefinibles. Ulises se salvó por la advertencia de Circe y su historia es la que más gloria ha cosechado a lo largo de los siglos. Lo curioso de la misma es su resistencia basada en el empeño de permanecer, de respetar el camino trazado.

Por su parte Orfeo combatió el órdago de estos seres fabulosos con el contraste de su música, civilizada y producto de aquello que solemos denominar civilización. Su compañero Butes prescindió de la sofisticación y se zambulló en el mar para aceptar la llamada. La diferencia entre ambas posturas le sirve al francés Pascal Quignard para hilvanar un ensayo donde la lucha entre la aceptación del origen y el conformismo de continuar con fórmulas ya conocidas genera un texto híbrido con fragmentaciones necesarias porque al final, si se estructuran bien los contenidos, la suma de las partes siempre conduce a la totalidad.



Leyendo Butes recordé a varios personajes secundarios que atesoran en su interior infinitas posibilidades exegéticas. Mi favorito es el fenicio Flebas de La Tierra baldía de T.S. Eliot. Olvidó el grito de las gaviotas, el profundo oleaje y las ganancias y las pérdidas. Quizá pensé en su oscuridad porque tiene conexiones con el héroe de Quignard. La renuncia a las ganancias y las pérdidas entronca con la voluntad de renunciar a lo establecido, trazar un quilómetro cero y aceptar que con la exploración de nuevos confines nuestro mayor deseo no es desaparecer, sino volver al origen para volver a configurarlo.

Butes no es un capricho de un autor anómalo, bestia devota de un lirismo salvaje, árido para lo que es costumbre en nuestras latitudes, más bien acostumbradas a contundencias que no relacionan con tanta sutileza universal. El argonauta se libró de un ignoto destino mediante la intervención de Afrodita, con quien tuvo un hijo en Lilibea, Sicilia. El retoño da aún hoy en día nombre al monte Érice de la isla italiana.
Asociemos las piezas. La metáfora del trance es más que meridiana. La apuesta del valiente puede traducirse en la idea de Jankélevitch, la música nos envuelve y así nos penetra porque es vasta e infinita como el mar, o bien virar hacia la fusión de riesgo como única tabla que guía hacia la belleza, bien remoto, aislado y siempre precioso porque son pocos los que pueden alcanzarla y tener hijos con ella.



Quignard mezcla ambos pensamientos porque su ensayo se bifurca en varios sentidos que convergen en unas conclusiones antiguas que, sin embargo, son muy contemporáneas. Si Butes se lanza al vacío es porque de forma inconsciente intuye que sólo puede ser moderno si capta las esencias pretéritas, algo que en la actualidad muy pocos artistas comprenden porque creen que de la nada se puede construir un edificio sólido y duradero.

 La estratagema conceptual del autor de Las sombras errantes tiene algo de autobiográfico, siempre renunció a la lógica cuando estaba en el punto idóneo para seguir el camino trillado, y asimismo circula por el sendero de la estética pura y dura que no se limita a la beldad sin más. El nadador de Paestum, Cicerón o Egeo arrojándose a las aguas que llevan su nombre son símbolos de una repetición beneficiosa, de un gesto fugaz que inaugura porque deja atrás, como si despidiéndose de la tierra firme supieran de espacios vetados a los que se conforman. La duda es legítima, un puerto donde todos entramos y del que muy pocos salen. La mayoría se asusta e imita a los cangrejos. Los que optan por coger ese barco imaginario activan las teclas de una continuidad histórica que con proezas individuales, el mero atrevimiento lo es, nutren a toda la comunidad.

Butes es un libro que desde teorías únicas no quiere ser definitivo. Esa es su mayor virtud. El autor ha generado una visión desde un aspecto ínfimo y ha desembarcado donde quería, y lo mismo desea que haga el lector desde la libertad de interpretación y criterio personal. El estilo, lírico y preciso, enlaza con Pierre Michon por la búsqueda desde la pequeñez y con Jean Pierre Vernant por el modo de enfocar el legado de los clásicos. No hablamos de influencias, más bien de compañeros de viaje, de ópticas similares, felices extrañezas del trayecto en la conciencia del detalle y la sapiencia de deshacer el hilo, no dar nada por sentado y acercarse a lo remoto para construir con garantías el presente.



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