lunes, 10 de octubre de 2011

Trabajos forzados de Daria Galateria en Revista de Letras


Retales de heroísmo cotidiano: “Trabajos forzados”, de Daria Galateria
Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 9.10.11



Trabajos forzados. Los otros oficios de los escritores. Daria Galateria
Traducción de Félix Romeo
Impedimenta (Madrid, 2011)


Charles Bukowski entrega la correspondencia a Carlo Emilio Gadda, quien permanece ocioso en su domicilio, contento por la pausa en su labor para la RAI. En otra parte T. S. Eliot se mantiene entretenido con las cuentas del Lloyds Bank, repletas de giros idiomáticos que abren un magnífico abanico de posibilidades para sus poemas. En la otra punta de Europa el joven Blaise Cendrars se dispone a partir para un largo viaje profesional. Comercia con joyas que bien podrían regalar Paul Claudel o Paul Morand, quienes esta noche cenan en un hotel de lujo de la Rue Rivoli donde Colette les comenta su aventura comercial de perfumes y productos de belleza. Friega sus platos George Orwell. En el cielo, los aviones de Antoine de Saint-Exupéry y T. E. Lawrence brindan piruetas que provocarían la ira de Franz Kafka e Italo Svevo, enfurruñados con la rutina de sus empresas entre seguros y pinturas con fórmulas secretas. Boris Vian duerme la resaca de uno de sus conciertos y Raymond Chandler apura sus últimas horas de sueño. Desea abandonar su trabajo como subdirector en la petrolífera Dabney, la segunda más importante de su época, y dedicarse a la literatura.

Cesare Pavese dijo que lavorare stanca, y tenía más razón que un santo. También agobia o supone una vía de escape. Los caminos de contratos y horas gastadas en ganarse el pan son imprevisibles, no así inescrutables. De otro modo Daria Galateria no hubiese escrito su magnífico Trabajos forzados. Los otros oficios de los escritores, que no versa sobre el calvario de Wilde en la cárcel, sino que recopila una serie de retratos de literatos que penaron y disfrutaron en mil y un puestos antes, durante y después de alcanzar la fama con sus manuscritos. Ya lo saben. Escuchamos la frase desde nuestra más tierna adolescencia. Las letras no dan de comer. Te inscribes en la Universidad, estudias Humanidades y tu tía, o la del vecino, afirma con convicción que lo ideal es hacerse funcionario, que así tendrás el futuro garantizado y no deberás preocuparte por nada más, todo te sonreirá y hasta quizá ganes el Premio Nobel cuando envejezcas y los académicos valoren tus meritos.

Hay varias formas de analizar la cuestión que propone la autora transalpina. Desde un punto de vista meramente estudioso siempre suelo leer la obra de alguien en función de su biografía, pues sin ella muchos matices caen en un pernicioso limbo. Lo que hacemos repercute en nuestras creaciones, y los capítulos de este volumen editado por Impedimenta así lo demuestran. De otro modo no entenderíamos el origen de lo kafkiano ni el largo silencio de Italo Svevo hasta triunfar con La coscienza di Zeno. Muchos de los perfiles elegidos corresponden a creadores que cimentaron su carrera a lo largo de la primera mitad del siglo XX en distintos lugares del globo, con lo que de este modo Galateria traza una especie de retrato común que destaca por su heterogeneidad, en la que caben desde lo arriesgado de Jack London y Maxim Gorki hasta lo pulcro de Arthur Schnitzler y Jean Giono, postrado en la oscuridad de su oficina.



Desde un punto de vista tendiente al puro placer de la lectura la obra ofrece un sinfín de anécdotas que casi parecen inventadas para deleitarnos e incitarnos a cruzar el papel para integrarnos en brillantes efemérides. Imaginen ser Blaise Cendrars y trotamundear por Europa y América. El poeta manco conoció a Chaplin en Londres antes de su eclosión, paseó por Nueva York cuando la Gran Manzana aspiraba a ser la reina de las ciudades y participó en el Paris vanguardista. Malraux huye del sureste asiático, pilota un avión en la Guerra Civil y finalmente es nombrado ministro por Charles de Gaulle. Lawrence de Arabia pasa de ser un brillante estudiante a destacar en el servicio secreto hasta convertirse en un héroe inolvidable, el último romántico, que lucha tras la Primera Guerra Mundial por mantener un anonimato que le confiera sosiego alejado del amarillismo de la prensa británica.

El menú es completo. Las viandas son exquisitas y están bien estructuradas. Si Philip Marlowe se enfrenta con ricos corruptos es porque Chandler conocía muy bien la materia al haber convivido con ellos durante decenios. Bruce Chatwin formó parte de Sotheby’s y del almacén de la casa de subastas creció hasta erigirse en experto identificador y catalogador, tanto que su primera editora juzgaba que su escritura partía del hábito mental que requiere esta profesión por su atención minuciosa, el registro de una cantidad de detalles físicos, la búsqueda de una procedencia y el relato de una historia.

Las teselas que configuran el mosaico son policromas. No existe una ecuación matemática que determina la senda hacia la libertad de establecer un horario personal e intransferible para volcarse en la pasión de la escritura. Algunos de los protagonistas de Trabajos forzados se sintieron desamparados cuando observaron el reloj de su habitación sin la exigencia de correr para ser puntuales en su cometido cotidiano. Notaban que la ganancia también conllevaba pérdida. Colette montó su negocio una vez la riqueza, fruto de su genial capacidad comercial e inventiva, alejó su mente de la calle, necesaria, única para dar rienda suelta a la pluma. Bukowski se puso de los nervios en la soledad de su hogar. ¿Qué haré ahora? Bebió y parió a su alter ego Chinaski. Desde aquel instante todo fue mejor y reflejó su delirio en novelas, relatos y poemas.

Aprender de los que nos precedieron siempre ha sido un estímulo. La suma que propone Daria Galateria debería servir, entre otras cosas, para despojar de solemnidad a la literatura, musa ansiada que sin pedir sacrificios a nadie consigue la locura de transmitir a sus acólitos enamorados una espiral laberíntica de supervivencia hacia el último escalón que entierre desazones y esboce la sonrisa de quien al fin es amo de su destino, entregándose en cuerpo y alma a su vocación, como si verter palabras en una hoja en blanco fuera un acto religioso. Llegar y besar el santo no figura(ba) en el mapa. Trabajos forzados es una crónica de heroísmo.

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