domingo, 27 de noviembre de 2011
Ejército enemigo de Alberto Olmos en Culturamas
El patio de vecinos, la colectividad y el Ejército enemigo de Alberto Olmos
Por Jordi Corominas i Julián.
Ejército enemigo. Alberto Olmos. Mondadori. 288 páginas. 19’90 €.
De repente, las críticas cobraron otros matices. Los reseñadores que ahorraban espacio y profundidad cambiaron pelaje. Los textos eran analíticos y desmenuzaban la construcción de personajes, el peso de determinados factores en la trama y el encaje de cualquiera de sus piezas. Era fascinante. El conjunto daría para uno de esos flashes con titulares que aparecen en algunas películas de época. La novela del año. Una decepción. Se acerca a lo esperado. Notable con peros. Una obra importante de la actual literatura española. El Universo se había transformado con otoño y Ejército enemigo de Alberto Olmos.
De golpe y porrazo los críticos se apresuraban para publicar su opinión lo más rápido posible, planteándome la duda si la operación obedecía a la conciencia de importancia en la red del escritor madrileño, referencia entre comentarios malheridos y el fabuloso mundo de los anónimos, o a la calidad de su escritura a lo largo de una trayectoria que atendía una consagración en forma de obra maestra con valor generacional.
Luego estaban las entrevistas, numerosas y con apuntes que incidían con más claridad en lo dicho por cada lector que optó por escribir sus pensamientos sobre Ejército enemigo y exponerlos en público. Las preguntas, salvo alguna excepción de peso, solían ser previsibles y las respuestas denotaban una mezcla de cabreo disimulado, asunción de la repetición y sonrisas medio burlonas al poder desarrollar una explicación coherente de los temas que plantea la novela.
Tanta información satura y divierte a partes iguales al generar una especie de bucle literario, un pez que se muerde la cola. Podríamos alabar la desinteresada labor de difusión de muchos reseñadores o menospreciar el oportunismo que deducimos de determinadas actitudes. Sin embargo sé que mi visión es errónea y limitada por pertenecer a un extraño magma denominado mundillo, un círculo endogámico que definió mejor que nadie Jaime Gil de Biedma al decir que un grave problema de las letras hispánicas radica en que sólo los poetas leen a los poetas.
Otro debate relacionado con lo anterior me hace intuir que el propio Olmos ha seguido la discusión replanteándola con una vuelta de tuerca. Si tengo quinientos lectores no puedo sentirme escritor dijo recientemente, como si de este modo concluyera que el alud mediático en Internet sobre el volumen editado por Mondadori corresponde más bien a una realidad dual entre papel y red, entre un periodismo que pese a su decadencia continua marcando la pauta de lo que vale y una blogósfera que alterna bitácoras de referencia, chascarrillos a tutiplén, páginas cargadas de entusiasmo, promoción personal y guerras de bandas.
Todo esta introducción nace de una reflexión previa que fui hilvanando los días posteriores a la lectura de Ejercito enemigo. La cantidad de disquisiciones hizo que imaginara tres tipos de lectores. Uno había recibido el libro en su casa mediante un envío de la editorial. El segundo había leído referencias, adquiriéndolo en la librería, donde el último amante de la lectura compra el texto porque siente curiosidad por la chica pija y revolucionaria de la cubierta. Este triunvirato capta el objeto y su contenido desde coordenadas que descienden en intensidad. El primero tiene el poder de dictar sentencia. Los dos siguientes son seres humanos que consumen narrativa más por placer que por profesión, aunque uno de los elementos sabe más y puede que caiga en la tentación de querer subir al vórtice de la pirámide.
Así pues estamos ante dos posibles lecturas, la supuestamente académica, que en algunas lecturas lo es, y la que relate los pormenores que hacen de una novela un entretenimiento que perdure más allá del estricto tiempo en que es disfrutado o detestado. Novela para escritores o novela para cualquier ciudadano. Novela que para ser generacional debería captar el espíritu de la época, lo que sin duda trasciende las artes y se instala en el imaginario colectivo.
Esta misma reseña tiene algo de exageración. No descubro la piedra filosofal ni lo pretendo. Agradezco haber estado bastante ocupado estas dos últimas semanas para dejar que mi cabeza reposara el fruto que ha impulsado tantos tecleos críticos. De este modo las teselas de Ejercito enemigo han ido diseminándose en mi cerebro. Quedaron las esenciales.
Su trama gana raigambre por los temas que la surcan, de plena actualidad y con lo anecdótico que su tejido conspirativo enlace con este 2011 de 15M y revueltas sociales. La solidaridad ha fracasado es el lema que mueve las fichas desde una conversación en un bar entre los dos protagonistas.
Santiago es un publicista que representa mugre social, mediocridad más común de lo que creemos entre las infinitas ventanas de la cuadrícula urbana. Está quemado por el trabajo y tiene una frustrante vida sexual que se acrecienta por su aislamiento social. Entre sus pocas amigos está Daniel, un chico al que ve de uvas a brevas hasta que fallece en misteriosas circunstancias con un toque al asesinato de Pier Paolo Pasolini en Ostia. Tras la noticia Santiago recibe una herencia envenenada: la contraseña del correo del fallecido, lo que abre la puerta a una serie de conexiones que van desde el curriculum sexual del muerto hasta dar con las pistas que permitan encontrar a quien sesgó su vida. Y en medio la revolución de unos pijos aburridos que al comprobar el fracaso del buenismo de ONG y manifestaciones apuestan por un método más violento, como si del Mayo del 68 mutáramos hacia la guerrilla de los años setenta y el terrorismo de célula.
El regalo es la guinda del pastel para Santiago, obsesionado con su existencia, taxónomo de sus propias actividades en una libreta que cobra otra significación cuando irrumpe el e-mail de Daniel y quiebra un orden que traslada el centro de gravedad del enfermizo ego a la serie de parcelas que almacena la cuenta del finado. De la observación avanzamos a una acción de contactos con los principales implicados, amistades de Daniel que importan tanto para entender la organización de la lucha antisistema como para, desde su interior, intuir aspectos que den luz al caso y permitan resolverlo.
Si todo el texto se basara en estos puntos seria denso y de una intensidad desbordante que se percibe en algunos fragmentos. Olmos ha preferido rebajar la carga con tiempos muertos, que en nada son inútiles. La distracción masturbatoria del Chat roulette navega en la procrastinación y el trato interpersonal en el siglo XXI, donde la red aporta una marea de información capaz de secuestrarnos en una dimensión útil y otra que patetiza la sociabilidad y la sienta en la silla del control capitalista.
El uso que la novela hace de las ya no tan nuevas tecnologías apunta a fenómenos que más que escandalizar deberían alegrarnos. Sí, se nos manipula con tanto aparatito, pero el ser humano ha aprendido a usar los chismes para su propio beneficio. Los móviles que engendran protestas, el Twister y sus trending topics o el Facebook con sus arranques narcisistas son herramientas manejadas por el demonio para hacernos vislumbrar una esperanza que active una transformación. También son un mecanismo que retrata cronologías personales con SMS, llamadas, saludos y confesiones. Al meter ambas prácticas de comunicación en la novela, Olmos acierta. Nos gustará más o menos lo que pone en boca de Santiago, pero desarrolla una crítica constructiva que censura y advierte. Lo primero, una generación estancada por el contexto que emplea determinados recursos para agitar el panorama desde una poltrona, aún no sabemos que camino tomará. Lo segundo, el éxtasis de un omnímodo engranaje que domina al milímetro montañas de documentos, es una certeza preocupante.
Santiago juega a ser Dios en la normalidad de una cultura juvenil de drogas, hastío y bobismo en la que está integrado casi a su pesar porque es la vía del conformismo. Pan nuestro de cada día, donde las situaciones cursis se dan porque por desgracia la solemnidad en la vida es escasa. ¿Queremos literatura que idealice la realidad o vómitos que en la literatura plasmen la realidad? El barrio es un espacio fantasmagórico, basura obscena, un laberinto que hace de Ejercito enemigo un mapa que acoge a sus componentes encerrados en sus eternas guaridas de invierno. Prima la inconsecuencia y el desprendimiento de toda responsabilidad hasta abrazar un paroxismo de alienación puede que sea el gran mensaje. El bien o el mal revolotean y consienten que el argumento no decaiga, algo que el tuya/mía entre lo personal y lo político consolidan. El volumen se lee de un tirón, entretiene y si se mastica debidamente alberga ingredientes que incitan a la reflexión sobre determinadas problemáticas de nuestra era.
Otra cosa es la cuestión tan manida de novela generacional. Creo que tal calificación prematura responde a la velocidad de crucero que toman las etiquetas en la actualidad, como si fuéramos incapaces de pasear sin tags que nos guíen en este mareo de fast-food donde todo tiene que ser instantáneo, craso error que destierra la coherencia del recorrido, la longevidad no entiende de escaparates ni tampoco de rotundidad que epate. Quizá la mentalidad de tweet está malogrando nuestra capacidad más de lo que pensamos. No sirve de nada proclamar tal o cual afirmación sin una sólida argamasa teórica que es la que da al análisis una consistencia que traspasa la frontera del patio de vecinos. Ejército enemigo es más inteligente que la mayoría de libros españoles en su inserción de las nuevas tecnologías y sus efectos en la sociedad, esboza zonas que apuntalan una realidad contemporánea y sólo naufragaría si hubiera sido parido con vocación de ser generacional. Para eso no hay receta y raramente doctores que diagnostiquen con precisión quirúrgica tal anomalía.
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