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martes, 28 de mayo de 2013

Diálogo con Iván Repila en Revista de Letras

Diálogo con Iván Repila, por Jordi Corominas i Julián

Por  | Portada | 28.05.13
El jueves veintitrés cogí un avión para ir a Bilbao, presentar Loopoesía e irme al día después tras entrevistar a Iván Repila. Nos conocimos una vez en Barcelona, un visto y no visto en el Giardinetto, con ambos en precarias condiciones tras una ingesta masiva de alcohol tras acudir a presentaciones literarias, lo que hacía que en mi caso recordara poco o nada de ese momento, pero las nuevas tecnologías han hecho que, con el tiempo, entabláramos amistad, potenciada después de esas breves e intensas veinticuatro horas en la capital de Vizcaya.
Iván acudió a Loopoesía y luego llegó el delirio. Charlamos toda la noche, terminamos en un antro de mala muerte, del que no diremos nada porque hay glorias que conviene guardar para la privacidad de dos pésimos cantantes, y a la mañana siguiente quedamos para tomar unos pinchos y compartir paseos por la ciudad. A eso de las cuatro de la tarde entramos en un bar, pedimos a la encargada que baje la música y procedemos a cambiar, sólo un poco, el registro para que el diálogo tenga el tono que requiere toda charla con vistas a ser publicada en una revista, como es el caso.
Iván es un escritor que, a diferencia de muchos otros, sorprende porque sus dos novelas, ambas editadas por Libros del Silencio, no se parecen en nada. Una comedia canalla es un delirante viaje entre marihuana, pistolas, americanos justicieros, bandas, taxistas y niños demasiado inteligentes en el crimen. El registro humorístico de su debut vira y desaparece con El niño que robó el caballo de Atila, donde las astracanadas con sentido desaparecen y la prosa adquiere un tono íntimo acorde con la trama, reforzada por una estructura minimalista, austera desde ese pozo en el que dos hermanos luchan por salir a la superficie.
La chica nos hace caso. La música, una estupenda selección de clásicos populares, disminuye su volumen y enciendo la grabadora.
Iván Repila (foto: Libros del Silencio)
Iván Repila (foto: Libros del Silencio)
Entre Una comedia canalla y El niño que robó el caballo de Atila el cambio de registro el cambio estilístico y temático es radical. ¿Es querido?
Sí es querido, pero no lo busqué para que El niño que robó el caballo de Atila se distinguiera de Una comedia canalla. Todas las personas tenemos momentos serios y cachondos. Hay circunstancias que generan registros. En la vida nos ponemos máscaras en función del contexto, y eso se traduce también a la hora de escribir. En un momento concreto nos sentimos más animados para un determinado estilo o para contar una determinada historia. En el momento de Una comedia canalla pensé algo para animar a las tropas, para reír, y con ese espíritu escribí mi primera novela. Con El niño que robó el caballo de Atila quizá llegué a un momento más serio, melancólico e introspectivo, de analizar mis problemas personales, miedos y carencias, lo que me llevó a componer un libro totalmente diferente.
Y mucho más intimista.
Sí, pero creo que todos somos capaces de tener muchas caras distintas.
Tenemos mil yoes. Cuando leí Una comedia canalla pensé en una herencia cinematográfica de nuestra generación que va desde Tarantino hasta Guy Ritchie pasando por Trainspotting. Un escritor debe tener está multiplicidad de registros y beber de muchas fuentes.
Y no sólo un escritor. La literatura permite que exista Una comedia canalla, que sí, es muy cinematográfico: la descripción es escasa, la construcción de personajes es breve y sobre todo hay una circunstancia de acciones y acontecimientos que van superponiéndose uno detrás de otro y crean una velocidad. Esto es una herencia muy cinematográfica y también de una literatura de humor. Al mismo tiempo la literatura te permite inventar un libro donde la acción brilla por su ausencia y los personajes están desgranándose en lo subjetivo todo el tiempo a través de lo que ocurre, casi siempre, en sus cabezas, como sucede En niño que robó el caballo de Atila.
En Una comedia canalla puedo detectar influencias, pero en El niño que robó el caballo de Atila son más difíciles de detectar.
¿Tú crees?
Yo creo que sí. ¿Qué modelo tomaste?
Sería incapaz de mencionar un modelo. Puedo entender que otros busquen influencias. Algunos la han relacionado con Agota Kristoff, sobre todo con El gran cuaderno por lo de los dos hermanos y los capítulos breves. No soy bueno poniendo referencias.
Ningún escritor es bueno poniendo referencias. Existe la coincidencia de un cierto aire con Intemperie de Jesús Carrasco.
Pero eso ha sido sin querer, y los dos libros una vez terminados no tienen nada que ver.
Y además es imposible que ambos os influenciarais  porque los libros salieron al mismo tiempo y no os conocéis personalmente, pero las épocas producen estas coincidencias en el arte.
En todo caso sería una coincidencia formal, de una austeridad que coincide en circunstancias concretas y produce una conexión. La exuberancia del lenguaje de Carrasco y la ejecución técnica de Intemperie son cuestiones que en nada tienen que ver con El niño que robó el caballo de Atila.
El niño que robó el caballo de AtilaA nivel técnico la estructura de El niño que robó el caballo de Atila es fundamental, y marca de manera clave el tempo narrativo. Supongo que cuidaste bastante este aspecto.
Sí, me llevó meses de trabajo, porque al ser un libro breve tuve que ser muy meticuloso en encajar sentidos y extensiones. Lo trabajé mucho con Gonzalo Canedo y Marc García. Queríamos que el libro sonara muy afinado.
Y con la brevedad puedes generar más lirismo.
Sí, y es una poética buscada. Al empezar a escribirlo sabía que necesitaría una carga poética muy fuerte, con un uso potente de metáforas e imágenes, que bien usadas generan enlaces mentales con el lector. Mientras escribía quería que el texto contara una historia y generara historias paralelas, por lo que consideraba importante conseguir chispazos de imaginación a partir de imágenes con una potente carga simbólica. De este modo el lector en su cabeza crea imágenes propias que despiertan en él paralelismos.
Y eso exige concreción, porque de otro modo esa potencia desaparece.
En Una comedia canalla las imágenes eran más del habla popular, el texto no solicitaba poesía, pero En el niño que robó el caballo de Atila la necesitaba.
Y en Una comedia canalla se produce un encaje generacional, hay locura imposible que en algunos matices podría producirse en la realidad.
Todos los de nuestra generación hemos pensado en poder hacer determinadas cosas que ocurren en la novela. Tiene verosimilitud inverosímil. Los acontecimientos narrados son pura exageración, pero en una noche puede pasar cualquier cosa.
Y en este sentido las exageraciones ahondan en algo, lo he comentado en algunas charlas con Manuel Vilas y Laura Fernández, que escasea en la literatura española reciente: el humor.
Creo que eso sucede porque un defecto español es que estamos retrasados en lo de reírnos de nosotros mismos. Una vez pierdes la vergüenza y aprendes a reírte de ti mismo puedes aprender a desarrollar un humor más universal, que por ejemplo los británicos consiguen sin problemas. Lo de tomarnos demasiado en serio es una problemática social española.
Que se agrava si hablamos de lo literario.
Es mucho peor. No sé los motivos, pero el escritor español se toma demasiado en serio, como si estuviera tres metros por encima de los demás, y eso es un problema para hacer reír.
Y en Una comedia canalla ese paradigma se rompe.
Claro.
Además el escritor es irrelevante a nivel social, no tiene sentido tomarse en serio. Nadie reconoce a Marsé o, por poner un ejemplo más mainstream, a María Dueñas.
Es verdad. Yo creo que nuestra generación está perdiendo la suficiencia de antaño. La escritura es un tema muy serio, pero otra cosa es la capacidad de tomarse en serio a uno mismo.
Y nuestra generación tiene que mostrar una normalidad del escritor.
Seguramente. Nosotros hablamos mucho por Twiter y existe esa normalidad, no hay ningún tipo de divismo, ni importa la editorial donde publiques. Todos nos comportamos como si estuviéramos en la calle.
Sacas a colación el tema de las editoriales independientes.
Que en muchos aspectos han cambiado algún que otro paradigma en la literatura española.
¿Cómo llegaste a Libros del Silencio?
A las bravas. No tenía ningún contacto en el mundo editorial: ni enchufes ni padrinos. Vivía en Madrid, trabajaba diez horas diarias y al terminar Una comedia canalla imprimí el manuscrito y seleccioné cuarenta editoriales. Imprimí los manuscritos de cinco en cinco, mandé la primera tanda un jueves y poco después Gonzalo Canedo me llamó. Me dijo que se reía mucho con la novela y mostró su interés por publicarla. Al cabo de un par de días confirmó la oferta y así surgió. ¿Ves? Todavía existe la posibilidad de publicar sin padrinos en España.
No creo que haya necesidad de un padrino.
En los comentarios anónimos de determinados blogs es una creencia arraigada.
Pero muchos de estos comentarios en blogs muestran una ignorancia bastante profunda en muchos temas.
Pero muchas veces cuando el río suena agua lleva. Mucha gente se habrá dado mil y un cabezazos con las editoriales.
Sí, pero en muchos casos es una cuestión de cómo gestionas tus recursos y analizas tus posibilidades.
Sí. A ver, ahora al tener publicadas dos novelas conozco a más personas en el mundo editorial y tengo más posibilidades de encontrar acomodo para mi tercer libro. Mis circunstancias han cambiado en ese sentido. Quizá ahora me resulta más sencillo que llegue a unas manos que considere interesantes.
Con Libros del Silencio se produce una relación clásica entre escritor y editor, parece que existe una fidelidad mutua y un trabajo tradicional del editor, que aconseja al escritor y mejora el manuscrito.
Con Gonzalo Canedo tuvimos desde el principio un feeling muy fuerte. Hasta su muerte hablábamos todas las semanas. Desarrollamos una relación de amistad. Gonzalo se convirtió primero en mi editor y luego en mi amigo. No sólo hablábamos de libros. Siempre estuvo muy atento y  me sugería mejoras que en ocasiones aceptaba y otras veces rechacé, siempre desde la premisa que el autor es el que manda.
Hay mucho tipo de editor, algunos tienen este esmero y otros son directores de marketing, pero la que cuentas es una relación casi de otro tiempo.
Inmejorable. Ni en mis mejores sueños. No sé si en el futuro cómo será, pero mi editor para siempre, aunque ya no esté entre nosotros, será Gonzalo Canedo.
Volvamos a tus dos novelas. ¿Cuál de ellas determina el rumbo de tu carrera?
No creo que sean dos rumbos distintos.
Hay la coherencia de la diversidad.
Mi tercera novela no se va a parecer a ninguna de las dos anteriores. Luego ya veremos. La literatura te lleva por caminos imprevistos.
El crítico suele analizar la carrera de un escritor y busca similitudes en los textos en una trayectoria. Una crítica fácil es, sobre todo en escritores consagrados, que cada libro es una pequeña variación del otro.
Pero precisamente yo no soy un escritor consagrado.
Sí, pero también en la obra de escritores jóvenes se dan coincidencias entre libros, es parte de una evolución literaria. Sin embargo, en tu caso concreto hay censuras brutales en el uso del lenguaje y hasta en el estilo.
Algunos en mi caso han hablado de doble debut. Hay que pensar las razones de tanta diferencia, e insisto en que no es algo buscado. Con El niño que robó el caballo de Atila  fui encontrándome el texto por el camino. Estaba en un momento de mi vida donde necesitaba escribir de ese modo y contar la historia de esa manera.
Una comedia canallaEn Una comedia canalla necesitabas animar a las tropas, pero en El niño que robó el caballo de Atila te encuentras con un tono más crítico, sobre todo en ese final, que se puede interpretar como una revuelta contra lo que está pasando ahora mismo.
Mi tesis es clara: cualquier revolución pasa por una revolución interior. Un sector de los lectores ha visto más reminiscencias de conato social. En cambio otros la han encontrado más existencialista y la contemplan desde una óptica de revolución interior.
Algunos la han comparado con Beckett.
Sí, lo han comentado por el teatro del absurdo. También han hablado de Albert Camus, que sí está presente en el texto. Pero el hecho de que toda revolución pasa por una revolución interior es clave.
Eso define mucho mejor más las cosas.
Hablemos de cosas que pasan hoy en día. El 15M ha triunfado hasta cierto punto, tuvo su chispazo de fuerza pero los bancos y los gobiernos hacen lo que hacen. Estamos igual o peor que hace dos años. Las redes sociales permiten que nos comuniquemos y nos enteremos de las cosas. Hay una manifestación a esta hora, venga, vamos. Las verdaderas revoluciones sociales de la Historia se han producido porque antes existió una revolución interior en las personas. Ahora se reúnen las condiciones para que eso suceda, pero no ha pasado con el 15M. Parece que las personas ahora se suscriben a unas revoluciones cómodas. Vas tres horas a una manifestación y luego te vas de copas. Son revoluciones superficiales que no suman nada. Con El niño que robó el caballo de Atila quería decir que si queremos cambios en el mundo hace falta que primero nos revolucionemos nosotros porque así podremos dar el siguiente paso.
Estoy muy de acuerdo con lo que dices. Además la gente piensa que una revolución es como un suspiro que cambia el estado de cosas. Las revoluciones son procesos que duran años, y en El niño que robó el caballo de Atila
Se ve el proceso.
Sí, pero está el capítulo donde el hermano pequeño balbucea porque pierde el viejo lenguaje para adquirir el nuevo, eso es la culminación de un proceso.
Y lo has pillado estupendamente. Esa era la idea del capítulo que mencionas.
Para poder transmitir una paz exterior tienes que conseguir tu paz interior.
O todo lo contrario.
Una coherencia o una lucidez, porque para protestar tienes que tener una lucidez, que enEl niño que robó el caballo de Atila exhibe el hermano pequeño.
A partir de esa lucidez toma determinadas decisiones que llevan al final del libro. Cuando cambias puedes empezar a cambiar el mundo que te rodea, no como en las revoluciones de pacotilla de nuestro tiempo, revoluciones de tres horas.
Fichar en la revolución.
Como colegas que iban a Sol a ver a las chicas porque las revolucionarias eran muy guapas.
Se usa con demasiada facilidad la palabra revolución.
Ahora es una marca. Suma revoluciones interiores y llegaremos a la otra, y sucede sin querer.
Es el tópico actual del cabreo colectivo, que no llega.
Y se piensa porque antes pasó. No estamos en un momento de calma, padecemos zozobra espiritual.
Lo interesante es plantear cuestiones como estas, éticas y políticas, sin necesidad de ser explícito como en novelas actuales que usan la crisis y la mencionan de manera literal.
Con nombres y apellidos de personajes reales. Eso circunscribe tanto el hecho literario que hace que la transmisión de determinadas ideas pierda fuerza. Si podemos elevar la apuesta y logramos que la metáfora levante chispazos de imaginación llegaremos más lejos.
La toma de conciencia. En las dos novelas sí que encuentras varias tomas de conciencia.
Hay gente que dice que Una comedia canalla no es literatura. Estoy en desacuerdo, y además suelta hachazos que son de reír para no llorar.
Menos que cero de Easton Ellis también mostraba la decadencia, muy a la americana, desde la juventud.
Usó y abusó de eso.
Los contextos no son comparables, pero las novelas de jóvenes que van hacia el abismo pueden enfocar la cuestión desde mil maneras distintas.
La literatura es libertad, podemos hacer lo que queremos, y siempre he creído que vivimos en el mejor de los mundos posibles, que hace veinte años estaba peor, vamos ganando pese a momentos de retroceso. Al vivir en el mejor mundo posible la libertad creativa es alucinante.
La literatura no debe encorsetarse como puede ocurrir en mucha poesía, que no cambia desde hace siglos. La literatura es un campo de juego brutal.
Y de batalla. Puede gustarte más lo que hace Fernández MalloJordi Corominas o Valente. También puede no gustarte, para gustos los colores. La literatura es conmoción, es el impacto emocional que te provoca.
La literatura debe despertarte estas emociones y sensaciones. Antes hablábamos del 15M y decíamos que en algunos momentos ha sido más una revolución de pasarela. En la literatura reciente en algunos casos la fachada también se ha impuesto. ¿Crees que volveremos a una ética y una honestidad lógicas?
Sí, pero es que la literatura tiene que ser honesta siempre, y sólo la honesta tiene importancia, perdura y mueve y remueve la conciencia del lector. La otra es mero entretenimiento. Toda forma de arte tiene que tener ese principio, lo más peligroso para un autor es engañarse a sí mismo.

lunes, 2 de julio de 2012

La contabilidad privada de Christie Malry en Revista de Letras






La ira del outsider: “La contabilidad privada de Christie Malry”, de B. S. Johnson
Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 29.06.12



La contabilidad privada de Christie Malry.
B. S. Johnson
Prólogo de John Lanchester
Traducción de Marcelo Cohen
Libros del Silencio (Barcelona, 2012)


B. S. Johnson fue víctima de su talento. Se suicidó en 1973 tras una década en la que su hiperactividad agotó los adjetivos. No sería en absoluto osado decir que su energía navegaba al ritmo de los sesenta, donde todo parecía posible y experimentar, en principio, era una opción acorde con los tiempos, si bien siempre lo ha sido, aunque a muchos les parezca algo extremo que al nadar contracorriente merece silencio o desdén, sobre todo si se practica en varios campos y se conjuga con un discurso que expone los motivos de la disidencia.

Tras leer el prólogo de John Lanchester que abre La contabilidad privada de Christie Mary, dan ganas de leer más novelas del malogrado escritor británico, quien a lo largo de su breve pero prolija trayectoria jugó con la novela desde la conciencia de su necesidad de renovación para adaptarse a las transformaciones que la tecnología ofrecía. Ya dijo Antonioni que narrar en la modernidad merecía otro tratamiento desde la perspectiva que nuestros pensamientos y sentimientos son los mismos que en la época de Homero con el ligero y decisivo cambio de una mutación debida a la aceleración del proceso vital.

Y la novela, como las demás artes, no podía seguir igual. Aún hoy en día intentamos adaptarla a las nuevas realidades y alzamos la voz para debatir sobre su muerte o resurrección. Lo importante es trabajarla y burlarse de lo convencional desde la razón, sabiendo que al fin y al cabo la literatura es un juego donde explorar una serie de recursos y revolucionar el patio si así nos lo pide el cuerpo.

Y así lo hace B. S. Johnson en La contabilidad privada de Christie Malry, prosa de muchos quilates que bebe en grandes cantidades de ironía y un manifiesto aire Pirandelliano de personajes que intervienen y que saben en todo momento, y así el lector entra en su representación, que sus vivencias se insertan en un libro donde nada es utópico y se quiebran las normas con alegría para beneficiar el desarrollo de la trama y acortarla para armar un artefacto divertido, corto y brutal.

Christie Malry es un jovencito del barrio de Hammersmith, el mismo que vio nacer al autor. Sus aspiraciones vitales contemplan la seguridad de la época, donde podías trabajar durante cuarenta años en una empresa y recibir una digna jubilación. Su debut laboral se produce en un banco, lugar que le permite entender determinados mecanismos económicos y albergar la esperanza de enriquecerse con relativa facilidad para caminar sin estar encorsetado por los que pagan el aguinaldo.

El contexto, como siempre, es fundamental. Christie Malry es un adolescente de los setenta. La felicidad de la beatiful people ya es un miraje. Los Beatles se disolvieron, se terminó el gobierno laborista y el malestar de los setenta se instaló en el inconsciente colectivo. En este sentido la decisión del protagonista, su gran genialidad, es consecuencia de esa etapa histórica, que encaja con la nuestra. Hastiado de dar sin compensación se inspira en la doble contabilidad para hilvanar un debe y haber que compense agravios y recompensas en su relación con los demás.




Visto así seria todo muy inocente. La elegancia de B. S. Johnson radica en el planteamiento de su propuesta, desprovista de cualquier tipo de solemnidad y repleta de humor que desdramatiza pese a la gravedad de las intenciones de Christie, quien tras abandonar el banco ingresa en una empresa de alimentación que usa como plataforma para sus fechorías, gotas satíricas de terrorismo urbano que combina con un secretismo absoluto para con su plan. Es un ser aislado contra todos y ninguno, una bestia en libertad que se mueve por el Londres previo a las alarmas y las cámaras, donde impactar con maniobras rústicas no era un sueño y sí algo muy factible.

Johnson no se conforma con las maldades de su antihéroe, a quien concede una novia con ingente apetito sexual, un amigo amante del alcohol y una existencia desdichada que solventa mediante sus fechorías y la adicción al riesgo que queda impune, fenómeno que le impulsa a franquear barreras sin pensar en ningún límite desde una infelicidad crónica que no disminuyen esos leves momentos de calculada enajenación.

La prosa de Johnson contiene en su interior partículas de un vértigo lingüístico que Marcelo Cohen ha sabido reflejar en su traducción, donde los giros, los dobles sentidos y lo cáustico brillan con luz propia para mayor gloria de una novela que asimismo es notable más allá de sus cualidades formales al enseñarnos que la indignación no nació anteayer. Sólo esperamos que la nuestra no termine como la de ese decenio donde el fracaso del 68 derivó en Brigadas Rojas, Baaders Meinhofs y otros grupúsculos que Christie Malry preludia con sutil descaro y mordaz aplomo.

martes, 24 de mayo de 2011

La Familia Himmler de Katrin Himmler en Revista de Letras





Crónica de una ocultación: “Los hermanos Himmler”, de Katrin Himmler
Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 23.05.11


Los hermanos Himmler. Historia de una familia alemana. Katrin Himmler
Traducción de Richard Gross
Libros del Silencio (Barcelona, 2011)


¿Puede el Humanismo prevenir contra la barbarie? Si nos atenemos al caso de la familia Himmler la respuesta será negativa. Quien conozca un poco la Historia del nazismo sabrá quién era Heinrich Himmler, jefe de la SS que con su absoluto control de los campos de exterminio puede ser considerado sin ningún tipo de ambages como el peor asesino del siglo XX. Este hombre que amaba cultivar hortalizas y mimar a los animales no tuvo piedad alguna cuando le tocó ordenar la ejecución masiva de los enemigos del Tercer Reich, seres que según la diabólica concepción del régimen capitaneado por Adolf Hitler eran criaturas inferiores a las que convenía eliminar para crear una nuevo orden basado en la superioridad de la raza aria.

En 1945 cayó un telón de silencio entre los alemanes que sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial. El país en ruinas estaba estigmatizado. Suele decirse que la distancia es el olvido, aunque el mismo es pernicioso porque tarde o temprano afloran las culpas. Muchas familias legaron a sus descendientes un puñado de burdas mentiras para preservar una impoluta impresión. Nadie sabía nada, todos fueron víctimas de una panda de locos entregados a la matanza. En los años cincuenta la visión de unos pocos monstruos responsables ganó partido y favoreció una amnistía de conciencia que el paso de las décadas situó en su justo lugar.



Imaginen llevar un apellido sospechoso, pongamos Himmler. Es el caso de Katrin Himmler, nieta de Ernst Himmler, que a su vez era hermano del terrible Heinrich. Durante toda su vida esta licenciada en Ciencias Políticas recibió de sus allegados una versión sesgada de la historia familiar porque el mal causado por el famoso verdugo de la SS ocultaba la complicidad de otros miembros del clan. Un buen día, a finales de los años noventa, su padre le pidió que investigara en los archivos oficiales y las sorpresas que los documentos revelaron fueron mayúsculas. Por ello, y porque es una nueva alemana que asume los horrendos pecados de las anteriores generaciones que colaboraron con el nazismo, decidió escribir Los hermanos Himmler, libro que llega a nuestras librerías de la mano de Libros del Silencio.

La obra es un minucioso estudio, no exento como es comprensible de reflexiones personales, sobre cómo una respetable colección de individuos termina cayendo en el marasmo de abrazar la causa Nacionalsocialista sin estrépito, asumiendo su labor con espeluznante normalidad.


El patriarca del clan fue un militar que falleció a mediados del Ochocientos y dejó en el hijo huérfano el estigma de la superación. Gebhard Himmler padre basó su existencia en la típica cantinela burguesa del crecimiento social, y consiguió su objetivo mediante la cultura. Fue un pedagogo riguroso que llegó a educar a hijos de la realeza bávara, lo que le confirió delirios de grandeza y la creencia del rigor vital como máxima virtud. Inculcó a sus tres vástagos férreas convicciones que pueden resumirse metafóricamente en el diario que obligó a escribir al joven Heinrich. Esas páginas son una síntesis de disciplina. Nada de florituras, sólo anotaciones de los hechos cotidianos desde una perspectiva glaciar con la que rellenar clima, comidas y actividades, pues los sentimientos correspondían a otra esfera. Los otros hijos del tardío matrimonio, Gebhard y Ernst, desarrollaron inquietudes culturales que el estallido de la Gran Guerra congeló parcialmente. La exaltación patriótica ganó la partida y los jóvenes desearon, y finalmente consiguieron, acudir a la llamada de las armas, con consecuencias fatales para sus respectivas trayectorias.



Gebhard y Heinrich ingresaron en la edad adulta a golpe de fusil y tragedia. La proclamación de la República de Weimar les hizo caer en el hechizo del cualquier tiempo pasado fue mejor, algo que interpretaron, en esa época de estanflación y Versalles, ingresando en agrupaciones paramilitares que alteraron su destino. El primero de los hermanos fue un poco más inteligente y se licenció en ingeniería. Del segundo ya sabemos bastante. Ambos fueron acérrimos partícipes del golpe de la cervecería de noviembre de 1923 porque seguían albergando la esperanza, maldito amor patriótico, de ver renacer de sus cenizas a su tan querida Alemania.




El pequeño Ernst, el niño mimado por sus padres, se aficionó a la tecnología. Dirán que es un hobby inofensivo, de esos que hoy en día comparten muchas personas. Sin duda, pero pese a que nuestro período es complicado no tiene por ahora las negras connotaciones de los años treinta en Alemania. Aupados por Heinrich, tanto Gebhard como Ernst medraron en la burocracia nazi hasta ocupar puestos de relumbrón que aseguraron su porvenir, lo que asimismo acaeció con primos, cuñados y amigos que desarrollaron graves responsabilidades criminales en la estructura del Tercer Reich.

Gebhard trabajó en el Ministerio de Educación y Ernst fue un auténtico pionero en el campo de la radiodifusión, factor trascendental en un Estado que basaba parte de su asombroso contagio para con el ciudadano en la propaganda dirigida por Joseph Goebbels.

Si quieren saber más, pues no estamos hablando en absoluto de ficción, les recomiendo adquirir el volumen y comprobar con sus propios ojos la evolución de tres vidas que afectaron a otras muchas de su círculo cercano y más allá. Lo que asombra de la investigación de Katrin Himmler son hechos que normalmente muchos ensayos históricos desdeñan: la absoluta normalidad de los planes nazis de aniquilación mundial. Siempre, hasta cuando lo comentamos en una charla de bar, se ha admirado la virtud germánica de la racionalidad que tantos buenos literatos y pensadores ha dado a la cultura universal. Lo que no pensamos casi nunca, si bien ya lo anunció Francisco de Goya y Lucientes, es que este mismo indudable valor puede derivar en el defecto supremo de tergiversarse para caer en pútridas carnicerías organizadas. La burocracia del sistema del Tercer Reich apabulla. Al desgranar, para su propio estupor, la crónica de su familia la autora va descubriendo una maquinaria muy bien engrasada que no se nutre de bestias aisladas, sino de un enjambre de seres de carne y hueso que, a través de la acción colectiva, perpetuaron innombrables masacres a lo largo y ancho del territorio que conquistaron entre 1933 y 1941, cuando la precipitada invasión de la Unión Soviética selló el final del sueño de dominio que Hitler y sus compinches planearon. La impresión es más profunda si cabe porque desvela una mentira tolerada que ignora que el pasado siempre vuelve al ser un bumerán empeñado en poner los puntos sobre las íes.



Heinrich Himmler fue el encargado, y lo hizo con esmerado rigor, de aplicar la Solución Final. En mayo de 1945 fue capturado por las fuerzas aliadas y se suicidó mordiendo una cápsula de cianuro que guardaba en su boca, al igual que hizo su hermano Ernst mientras huía de Berlín, tomado por los soviéticos. Su enorme responsabilidad histórica fue la coartada perfecta para empequeñecer la de sus hermanos. El pueblo alemán ha dado prueba a lo largo de lo que llevamos de centuria de su ajuste de cuentas con el nazismo, que ya no es tabú porque para limpiar la mierda conviene exponerla a ojos de todos para que no se repita. Películas como El Hundimiento o La vida de los otros, en diferente contexto, demuestran que los que no vivieron la tragedia quieren analizarla y dejar atrás rémoras que amargaron al país a lo largo de la Guerra Fría. No aceptar los errores y esconderlos es una cárcel mental demasiado dura, insuperable por engaño y que afecta a los más pequeños, que viven envueltos en una ceguera consentida por los mayores. Katrin Himmler decidió desafiarla y el resultado es excepcional. Ojalá en España muchos sordos hicieran lo mismo que ella para conciliar las fichas del tablero incompleto. Se llama madurez.

sábado, 7 de mayo de 2011

Encuesta sobre la nueva edición independiente en Revista de Letras (I): Gonzalo Canedo, Editor de Libros del Silencio


Encuesta sobre la nueva edición independiente (I): Gonzalo Canedo, editor
Por J. Corominas i Julián y J. A. Muñoz | Destacados | 6.05.11


Comenzamos un ciclo dedicado a la nueva edición independiente, en el que una serie de profesionales de diferentes ámbitos relacionados con el sector responderán al cuestionario que han elaborado Jordi Corominas i Julián y José A. Muñoz. La intención es ofrecer una valoración plural de este “fenómeno” que, especialmente desde 2009, ha hecho proliferar una nueva y amplia oferta de nuevos títulos, muchos de ellos de gran éxito, modificando el panorama de la edición en España.



El primer participante del sondeo es, precisamente, director de una de estas jóvenes editoriales, Libros del Silencio. Gonzalo Canedo (Cerceda, A Coruña, 1955) presentó los primeros títulos de su editorial en noviembre de 2009. Desde entonces ha ido conformando un catálogo junto a la editora Inga Pellisa en el que destaca la variedad de la oferta y el riesgo, asumido y muy bien recibido por la crítica, que conlleva dar el espaldarazo a nuevos autores españoles.


Impacto

¿Cómo valoras el fenómeno de las nuevas editoriales independientes?

En los últimos años, el número de editoriales independientes ha crecido de manera inexorable. Creo que eso es un indicio de que el antiguo “status quo” está iniciando el principio de su fin, que será muy lento, pero imparable. La nuevas tecnologías aplicadas al mundo editorial están revolucionando el sector, y eso que solo estamos en su prehistoria.

¿Hasta qué punto crees que la irrupción de estas editoriales ha afectado al mercado del libro?

Desde un punto de vista cuantitativo, ha hecho que en un momento de crisis como el actual las editoriales ya establecidas la hayan notado más, pues a la bajada de ventas normal de una época convulsa deben añadir la parte de la cuota que hemos conseguido los nuevos editores.

Desde un punto de vista cualitativo, hemos enriquecido el sector, aportando algunos libros imprescindibles o, como mínimo, necesarios.

El “pastel”, en cuanto a ventas, distribución y presencia en librerías, ¿está más repartido?

Yo creo que sí está algo más repartido, pero eso no quiere decir que esté repartido de manera equilibrada y justa. Las grandes campañas de promoción y las redes de venta son, todavía, las que imponen su ley en el mercado.

Editores


¿Percibes una transformación en el modelo de editor, que haya hecho que se conviertan en “promotores”?


Creo que los editores comprometidos con sus libros siempre han sido “promotores”, quizás ahora se note más esa función porque en las editoriales independientes el editor siempre es el promotor y, el aumentar su número, hace que esta función propia del editor adquiera más visibilidad.

Autores

Los nuevos autores, ¿lo tienen más fácil para publicar, con estas nuevas editoriales?

Es evidente que, a mayor número de editoriales, existe un mayor número de posibilidades de que un nuevo autor consiga despertar el interés de un editor. Pero la publicación o no de su obra siempre estará condicionada por su nivel de calidad.

¿Qué opinas de la proliferación de escritores innovadores que aparecen en los medios? ¿Estamos realmente ante una cantera de futuros clásicos o se nos está vendiendo humo?

Creo que autores como Javier Avilés o Celso Castro tienen muchas de las cualidades que se necesitan para que en el futuro se continúen leyendo y puedan llegar a considerarse clásicos. Todo depende de cómo sepan desarrollar su talento, pero que éste existe es incuestionable.

Del humo, yo la verdad, no me ocupo.

Relación editor-autor

¿Ves difícil que los nuevos editores establezcan pactos duraderos con sus autores?

Alcanzar ese pacto es una de mis intenciones y creo que lo estoy consiguiendo. Todos los autores a los que he editado han vuelto a firmar conmigo próximos lanzamientos.

Pienso que la clave para conseguirlo está en que el autor piense que la editorial está haciendo un trabajo excelente con su obra, a todos los niveles, y nunca se sienta engañado por su editor. Si se consigue establecer esa relación de confianza, el resto es sencillo.

Clásicos

¿Cómo valoras la tendencia de los nuevos sellos de recuperar obras libres de derechos o nunca publicadas?


Si crees que un libro debe editarse, es igual el año en que haya sido escrito y que esté libre de derechos o no. Lo publicas porque consideras que es necesario hacerlo.

Yo he publicado algún libro sin derechos, pero mi objetivo primordial es el descubrimiento de nuevos escritores. Me parece muy aburrido editar solo nombres consagrados. La edición tiene algo de deporte extremo y, si olvidas ese principio, corres el riesgo de convertirte en un triste burócrata.

Librerías

¿Observas una predisposición, por parte del librero tradicional, para destacar los libros de estas editoriales y promocionarlos?

Sí, existe esa predisposición, pero ya no solo por parte de los libreros tradicionales. Están surgiendo muchas librerías independientes que aplican nuevos conceptos en su modelo de gestión y actividad. Para ellos las editoriales independientes son muy importantes. Nos necesitamos y complementamos. Los unos sin los otros no podríamos sobrevivir. Pero también hay grandes cadenas, que empiezan a considerarnos elementos imprescindibles de su oferta.

Crítica


¿Hasta qué punto crees que tantas nuevas editoriales han afectado al panorama crítico en nuestro país?


Creo que en los medios tradicionales han creado algo de desconcierto, porque de repente les llegan novedades que superan en interés literario a muchas de las de los grandes grupos y no saben muy bien cómo tratarnos. Además, hemos nacido en un momento en que todos los diarios de referencia han reducido de manera significativa, tanto las páginas de cultura como el número de periodistas que trabajan en ellas y eso hace que no nos presten tanta atención, como creo que les gustaría concedernos.

¿Qué peso estimas que tiene en estos momentos la crítica en el entorno digital? (blog, webs…)

Cada vez es más importante para las editoriales independientes. Entre vosotros y nosotros estamos consiguiendo crear una nueva generación de lectores, con hábitos diferentes a los que estaban establecidos. Para estos nuevos lectores su marco de referencia ya no es la prensa escrita. Lo son los medios on line, realizados por personas de su ámbito generacional, con gustos y tendencias muy cercanos a los suyos.

Gustos personales

De los nuevos sellos, ¿cuáles han sido los que más te han gustado o sorprendido?

La editorial que ha conseguido situarse de una manera más clara como referente de los editores independientes es, sin duda, Blackie Books. Quizás no sea muy elegante, ni un buen acto de relaciones públicas referirse solo a un nuevo sello, pero es lo que pienso.

Promoción


¿Has notado que la presencia de los nuevos sellos haya provocado un cambio en el modo de promoción del resto de editoriales?

Los modos de promoción siempre han sido múltiples. La irrupción de nuevas editoriales ha coincidido con el fenómeno de las redes sociales, lo que nos ha permitido a los pequeños sellos realizar campañas promocionales bastante eficaces, con un costo mínimo y en ocasiones hasta nulo. Poco a poco esta manera de promoción se ha ido trasladando a los grandes grupos aunque, con toda franqueza, creo que no dominan esta forma de trabajar. El problema está en su inmensa y anticuada estructura, que las incapacita para el trabajo realizado de manera artesana, que es la clave para tener éxito en esta nueva modalidad de comunicación y promoción.

Futuro


¿Crees que hay mercado para la cantidad de libros y editoriales existentes? ¿Podrán sobrevivir todas las nuevas empresas?


A mí, por razones obvias, me gustaría que fuera posible, pero es inevitable (y siempre fue, es, y será así) que no todos los nuevos proyectos cristalicen en empresas consolidadas. Yo trabajo todos los días para que Libros del Silencio sea una de las que se mantengan, y consiga generar medios suficientes para garantizar su futuro.

jueves, 24 de febrero de 2011

Elisa y Marcela de Narciso de Gabriel en Revista de Letras



Rescatando una historia única: “Elisa y Marcela”, de Narciso de Gabriel
Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 20.02.11


Elisa y Marcela. Más allá de los hombres.
Narciso de Gabriel
Prólogo de Manuel Rivas
Libros del Silencio (Barcelona, 2010)

Visito Google Earth y tecleo Dumbría, población coruñesa donde en 1901 residían Elisa y Marcela. Ha pasado más de un siglo. La localidad apenas ha cambiado. Es un pueblo de carretera con casas antiguas y una vida tranquila, monótona en la gloria que da el silencio y conocer todos los rostros que pisan la tierra. Para muchos, los que ubican la trascendencia histórica en grandes núcleos urbanos, puede resultar sorprendente que una aldea celta albergara sin incidentes el romance entre Elisa y Marcela, dos pioneras que cien años antes que la ley lo permitiera decidieron casarse para adaptarse a la normalidad de su época.

Tiempos ingenuos, días de sospecha. Imaginen la escena. Finales del siglo XIX. Una chica llega a su casa y cuenta a su madre que tiene una nueva amiga. Habla con entusiasmo del nuevo hallazgo, tanto que genera alarma. Marcela ha dado con Elisa. Su vida sufre un vuelco. Las dos pasan el día juntas, son inseparables. Galicia y la España de la Restauración. Clima frío, sociedad castradora. Para una mujer con ganas de desafiar el corsé de la imposición existían pocas salidas hacia la libertad individual. Una de ellas era estudiar para maestra, profesión que concedía independencia bajo el estigma solterón. Poco importaba. Ambas trabajaban y durante casi una década intentaron combinar sus respectivas combinaciones para estar cerca. El fin de semana era la cumbre. Convivían y se amaban. Recorrían los kilómetros de separación ansiosas, anhelando el momento de reencontrarse e inventar una cotidianidad truncada por las circunstancias. Dumbría fue la clave que impulsó una nueva situación. Elisa ejercía su magisterio docente en Calo, a once mil metros de Marcela. Cuando la primera reposaba de sus obligaciones se instalaba en casa de la segunda y la ayudaba en las tareas del hogar. Los rumores crecieron. Hubo riñas, y hasta un apodo para la forastera enamorada con fuertes tonos viriles. La llamaban O civil y presumía de llevar siempre consigo una pistola, por si las moscas, como si así mostrara su posición dominante más allá de la pareja, fémina de armas tomar hasta en la calle. Cuando planeas revoluciones es mejor ser discreto.

En la primavera de 1901 los acontecimientos se precipitaron. Las enamoradas discutieron por la muerte de unos cachorros y Elisa puso punto y final a la relación tomando las de Villadiego con el propósito de trasladarse a La Habana. Sin embargo Cupido siguió haciendo de las suyas. Marcela confirmó a los vecinos que se casaría con Mario, un primo de Elisa, muy parecido físicamente a su pariente, tanto que no era ninguna exageración decir que compartían voz y maneras. El matrimonio cancelaría males y daría estabilidad integradora que disipara cuchicheos.

Mario o el travestismo: la fuga y la investigación.


Narciso de Gabriel, Catedrático de Teoría e Historia de la Educación, ha investigado durante tres largos lustros las efemérides de las dos inauditas gallegas. Mario, no hay siquiera un mínimo atisbo de duda, era Elisa, quien simuló su huida para preparar el terreno de la transformación. Se instaló en A Coruña, cortándose el pelo, dejándose un ridículo bigote y vistiendo trajes para adaptarse a su recién adquirida masculinidad. Cuando se sintió lista fue a la iglesia de San Jorge y, sin abandonar el cigarrillo para resaltar su porte, pidió ser bautizada por el párroco, quien creyó a pies juntillas la fábula del retorno desde Londres, feliz por reclutar un fiel más a la causa del catolicismo, en declive por el auge del protestantismo en casa del Apóstol Santiago.

Mario y Marcela se esposaron a las siete y media de la mañana del 8 de junio de 1901. Ciento cuatro años antes del primer enlace homosexual reconocido en nuestro país. Sin saberlo empezaba su calvario, apasionante trama que va desde el descubrimiento de la ficción hasta la perdida de su pista en Buenos Aires, cuando Elisa se casó con un viejo potentado para exaltar la paciencia y atender el óbito que diera rienda suelta a su pasión por Marcela, quien dicho sea de paso se quedó embarazada y alentó más si cabe el fervor de la prensa, entusiasmada por la oportunidad de grandes titulares. Novios de contrabando. Asunto ruidoso. Bodas sáficas. Folletín en acción. Caso sensacional. Matrimonio sin hombre. Notas para una novela. Hasta la Pardo Bazán metió baza elogiando la personalidad de Elisa. Una mujer así era sobresaliente, destacaba por astucia y capacidad para burlar la ley que obligó a las tortolitas a cruzar la frontera lusa tras revelarse, previo examen médico, la verdadera sexualidad de Mario. Oporto las acogió con su eterna niebla y una condena previsible que, postergada durante un breve lapso durante el que desarrollaron una vida como la de cualquiera, viró hacia la solidaridad popular una vez fueron depositadas en la cárcel. Crecían las colectas y la simpatía iba en aumento para salvar a las desgracias, pues según la moral de entonces eso eran, dos pobres muchachas con la brújula estropeada. Las juzgaron y recibieron la dicha de salir indemnes del íncubo con barrotes, jaleadas y valoradas por los medios, dichosas por la feliz resolución de la efeméride que tanta tinta vertió. La última anécdota fue la del nacimiento del hijo de Marcelo, objeto de bromas y sátiras por lo absurdo de toda la situación. Es más que probable que el retoño fuera el motivo de tan estrambótica unión. Una madre sola levantaba suspicacias, por lo que Elisa, predominante hasta en su capacidad de sacrificio, optó por travestirse en pos de asegurar un futuro digno a su compañera para acallar rumores que impidieran, por aquel entonces era menester, la respetabilidad de lo anodino.

Mimar la documentación en la supremacía de la síntesis: mirando al pasado para situar el presente.


Recuerdo con asombro una charla de hace pocos años en las que una chica me contaba la metodología imperante en la decrépita Universidad española. Las notas al pie desaparecen y se imponen paréntesis sintéticos para facilitar la lectura del texto, como si de una novela se tratara. La historia de Elisa y Marcela es real. Narciso de Gabriel prosigue su relato, rápido pero científico, desgranando la poca información obtenida del periplo bonaerense de las dos protagonistas. Cuando, lamentablemente, se rinde al hallarse en el vacío documental, anulación del individuo al esfumarse en las fuentes, emprende otra trayectoria que justifica su meritorio volumen. La segunda parte versa sobre materiales, procesos, repercusión mediática y un elaborado estudio sobre cuatro temáticas relacionadas con lo narrado anteriormente: Hermafroditismo, lesbianismo, travestismo y feminismo. A principios de la pasada centuria estos fenómenos eran mal conocidos y la palabrería podía a la lógica. Había algunos aciertos, nimios porque más que centrarse en el todo iban a la minucia que despertara curiosidad. La bandera blanca se agitaba de antemano por la férrea resolución de lo imperante. Bulos y mentiras corrían, privilegiando lo estático, derribando la pluralidad por orden divina y sempiterno pudor.



Cabe resaltar esta parte del manuscrito tanto por la excelente tarea desarrollada por de Gabriel, como por la irreverencia, ¿quién lo hubiese dicho hace unos años?, de Libros del Silencio al apostar por obras que en su planteamiento van más allá del fast food literario habitual, dos semanas de rabiosa promoción y adiós muy buenas. El pop no es eso, lo tildarán de efímero por querer impactar en lo contemporáneo, pero bien llevado tiene textura de permanencia.

Elisa y Marcela serían normales en 2011. Estas dos heroínas son las madres de tantas lesbianas que ahora desarrollan su sexualidad sin complejos ni ataduras. Su ejemplo, su lucha, no es una diversión más para una tarde entretenida: son un aprendizaje, advertencia para no bajar la cabeza y andar sin miedo derribando barreras que nos alejen de lo utópico y den al inconformismo un sentido que vamos olvidando mientras dejamos que el campo se llene de mierda. Si la pluma vence a la espada, el movimiento debe derrotar al estatismo. Tomen nota.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Podría ser peor de Especialistas secundarios en Revista de letras



Antología de tres monstruos radiofónicos: “Podría ser peor”, de Especialistas Secundarios
Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 11.12.10


Podría ser peor. Especialistas Secundarios
Libros del Silencio (Barcelona, 2010)


La radio es un droga dura que engancha. Desde pequeño sentí fascinación por las voces que salían del aparatito que me despertaba por las mañanas. Mi primer recuerdo serio se remonta a mi prehistoria. Una noche las ondas me cautivaron con un serial de suspense. Eran las tres de la madrugada, y eso a mi corta edad significaba infringir códigos horarios. No podía despegar mis oídos del receptor. Con el paso de los años la afición se consolidó hasta llegar a la inesperada oportunidad de entrar en el mundillo. Cuando accedí a un modesto micrófono en la cadena SER me dejé llevar por el ambiente. Llegaba cada martes a la emisora, saludaba a los habituales y escuchaba para entender el carácter de cada uno. En algún momento hablé con un chico delgado, pelo corto y perilla. Era Iñigo, de los Especialistas Secundarios. Al principio no lo sabía, era uno más que cobró identidad cuando asocié su voz, ventajas de la repetición, con breves instantes de mi existencia donde su humor surrealista acompañó viajes, tardes y mediodías. Él y sus dos compañeros son los herederos españoles de una larga tradición de la risa absurda. Si tuviera que compararlos con alguien lo haría sin pestañear con los Goons de la Inglaterra de los años cincuenta. Ese trío estaba capitaneado por Peter Sellers y Spike Milligan. Sus émulos catalanes están a la altura y cumplen el mismo digno cometido: alegrar las horas con sus ocurrencias, llenando el sonido de disparates que encajan con la lógica aplastante de la carcajada bien hilvanada en la que pueden combinarse elementos como el Racing de Santander, las sardanas, inverosímiles nombres y hasta, si me apuran, un churrasco encontrado en Nueva Zelanda mientras Shakespeare cocinaba televisores en Cantallops d’Avinyonet.



Resulta difícil escribir un artículo serio y analítico sobre el merecido premio que supone para este tripartito la publicación de sus mejores gags en Podría ser peor, obra editada por Libros del Silencio, que en esta ocasión riza el rizo e incluye en el volumen un CD para que las hilarantes páginas no olviden la esencia del programa, pues sin audio es difícil imaginar sus acciones. Leer los textos es delicioso, y quien escribe recomienda tomarlos a cuentagotas para que el efecto sea impactante. Sumergirse en su universo significa introducirse en todas las facetas que marcan el ritmo de lo cotidiano desde un punto de vista alterado que asume lo básico y lo distorsiona hasta crear un magma propio crítico, chistoso y con el entretenimiento por bandera. Asimismo cabe destacar el legado del humorismo hispánico, y no me refiero a Russell Crowe, de más alto voltaje, accesible al gran público porque los Especialistas generan desde un supuesto presupuesto estético de élite, lo surrealista, un contenido accesible a todos los públicos porque son perfectamente conscientes de lo que se cuece en charlas de bares, amigos y mercados de barrio, lugares más importantes que los salones y los cafés literarios para la formación de diálogos irracionales que parten de la realidad, única fuente de todo conocimiento. Los Goons hicieron lo mismo hace medio siglo, y eran tan populares, 3-1 en la Condomina, que EMI decidió ingresar pingües beneficios grabando sus ocurrencias que influyeron tanto a los Beatles como a los Monty Python. El hecho que una editorial española incluya registraciones en un libro, encuadernado como en las grandes ocasiones, puede ser una simple anécdota en el panorama cultural, lógica porque la publicación se centra en una experiencia radiofónica, o una apuesta por formatos diferentes que den al mercado editorial una perspectiva multidisciplinar que juegue con los modos de reproducción, como si desde un punto de partida , y extiendo el discurso porque no hace mucho plantee esa posibilidad en un proyecto del que fui coeditor, existiera la posibilidad de ir en varias direcciones textuales, auditivas, visuales y de todo lo que quieran imaginar. De este modo el producto trasciende su propia identidad y cobra una forma similar a la de discos y DVD’s que incluyen materiales extras, un regalo para el consumidor, feliz por adquirir something special que no es José Mourinho.

En marzo de 2010 coincidí otra vez con Iñigo, esta vez fuera del estudio. Explicaba a unas señoras la historia de las plazas de Gràcia y terminé el recorrido en Rius i Taulet. No la busquen en el mapa, cambiaron su nomenclator. El Especialista Secundario vestía elegantísimo porque unos amigos se casaban. Nos situamos en la esquina de una farmacia e intentamos averiguar si nos conocíamos antes de la SER por ser adictos al barrio. De repente, bajamos la cabeza. Los petardos explotaban a tort i a dret, aquello era un infierno soleado comparable a las fallas y a la Guerra de los seis días. Las ráfagas cesaron, intercambiamos cuatro palabras, reímos y nos despedimos. La actual Plaza de la Vila es un lugar telúrico donde puedes toparte con niños escondidos en cajas de cartón, afiladores del frac y hombres medio desnudos que tiran billetes de cincuenta euros a la muchedumbre, pero con el pim pam pum de fuegos uno puede asumir cual es la magia que desprenden los Especialistas Secundarios. Si leen el libro lo confirmarán. Si escuchan su programa enloquecerán. Háganlo.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Pasado compuesto de François-Marie Banier en Revista de Letras



Una novela mental: “Pasado compuesto”, de François-Marie Banier
Por Jordi Corominas i Julián | Críticas | 19.11.10


Pasado compuesto. François-Marie Banier
Traducción de Luis Blat
Posfacio de Louis Aragon traducido por David Cauquil
Libros del Silencio (Barcelona, 2010)


“Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera”.
(León N. Tolstoi, Anna Karenina)

Cuando paseo por Barcelona siempre recuerdo lo que una noche me contó un viejo borracho con mucha sabiduría acumulada. Estábamos sentados en un banco de la Rambla, eran las siete de la mañana de un lejano febrero y el buen hombre soltó una de esas verdades que permanecen grabadas en la memoria: ¿Ves ése lujo? Los sótanos de la Rambla hasta la Diagonal ocultan mucha perfidia de familias de rompe y rasga. Orgías, dramas y un sinfín de sinsabores. Desde aquel día cuando circulo por el centro de mi ciudad reflexiono sobre sus palabras, y le doy la razón porque he crecido y sé que las apariencias engañan. Sí, lector, nada nuevo bajo el sol. En París la periferia tiene algunos barrios comparables al de Salamanca en Madrid o el apacible y retirado Sarriá de la capital catalana. Neuilly seria el paradigma donde es fácil encontrar dinero concentrado en pocas manos, por que lo suele ser blanco de las más furibundas críticas de los que nada tienen. No creo que François-Marie Banier, quien escribió Pasado compuesto con tan sólo 23 años, pertenezca a este último grupo. Su agudeza para con los matices psicológicos de una burguesía en proceso de descomposición, siempre es así y siempre sobrevive en su agónica espiral, indica conocer el ambiente narrado en una época donde su segunda novela levantó polémica y ampollas.

No debe extrañarnos. Publicada en 1971, Pasado compuesto parece beber de las brasas del mayo de 1968, lo que no deja de ser interesante desde una perspectiva actual, donde algunos editores independientes- desde la hegemónica Blackie pasando por Ático de los Libros hasta llegar a Libros del Silencio- prefieren presentar manuscritos que pese a su antigüedad tienen el don de ser rabiosamente contemporáneos, entendiendo la modernidad no cómo un capricho de quita y pon sino como un universo donde las propuestas pasadas pueden ayudar a comprender las problemáticas del presente. Las épocas de crisis se hermanan por minucias relevantes, enlaces que resumen gotas de padecimiento generacional.

Situémonos. Una familia solvente. Dos hermanos, Olivier y Cécile, criaturas ultraprotegidas por progenitores temerosos del exterior que, sin querer, engendran un monstruo. El narrador, frío y con una omnisciencia canalla entre lo que dice y oculta, sitúa las fichas en el tablero con minimalismo. Él tímido y sumiso, ella lanzada y dominante. El círculo se estrecha en las primeras páginas en un viraje al pasado. Los dos están juntos, unidos en una casa de la Bretaña. Incesto, amor, remordimientos y una muerte en el mar, que es el morir. La pérdida del referente masculino hunde a Cécile en la completa alienación que en ese período bisagra cambiaba del rostro entre la multitud, la famosa trilogía de Michelangelo Antonioni, al recogimiento producto de la incomprensión generalizada y la brecha entre padres, los que vivieron la última gran guerra de suicidio continental, e hijos, siempre más abocados a la desgracia desde la incomprensión. El resto es literatura de alto voltaje donde el doble tiene las de ganar por lógica de los acontecimientos. La muchacha está triste. ¿Qué hacer? Propiciar la casualidad, que nunca lo es, mediante un desconocido que ejerza la figura del doble. Su nombre es François y a simple vista tiene unos rasgos casi iguales al desaparecido. Surge la atracción y se precipita el caos. Lo físico es visión, el cerebro navega por derroteros que olvidan la interrelación y suelen nadar en el interés individual. François es astuto y sagaz. Ve una oportunidad de crecer y estabilizarse en Cécile, que más que una chica obsesionada por el ausente es un clan donde prosperar y ser acogido, por eso conviene dar la relevancia que se merece al hogar de los Lasserre y sus vaivenes de bullicio y vacío, síntoma de las mutaciones en el clan. El esposo aguanta y acepta las paranoias de su mujer integrándose en la estructura familiar para hacer más llevadera la tortura del compromiso y disimular su desarraigo amoroso, comportamiento, pueden imaginarlo, fatal para quien clama por un punto de apoyo y sólo recibe golpes en forma de muecas y silencio.



La historia de la relación entre ambos es una condena a la soledad desde un doble sentido de desquicio e indiferencia, pero Pasado compuesto, rápida y voraz, contiene muchos más elementos remarcables. Si bien es a todas luces una novela, no pude dejar de trasladarla a un escenario teatral. Lo conciso de sus diálogos, la precisión espacial y la necesaria escasez de personajes de ese universo cerrado invitan a representarla en las tablas, donde su temática llegaría de manera punzante al espectador embriagado por ese macabro juego mental, tensión del día a día, que nutre al texto de una fuerza bastante anómala, tensión perpetua pese, el drama se intuye nada más empezar, a conocer un desenlace previsible, lo que demuestra un axioma demasiado denostado: no importa tanto el contenido sino cómo se expresa, y es aquí donde François Marie-Banier encandila mediante lo sostenido del tempo del relato, lento y veloz, intenso con pausas que nos sumergen un una empática inopia que es la de la protagonista, víctima inocente incapaz de superar el duro trance que marca su singladura vital.

Normalmente cuando termino la lectura cierro el libro, lo guardo en su lugar de la estantería y dejo que las horas depositen reflexiones. Aquí tienen dos opciones. Seguir lo habitual y reposar ideas o ir directamente al magnífico posfacio de Louis Aragon, un acierto de los editores, y meditar sobre las pistas que da en su artículo publicado en Les Lettres Françaises el dos de junio de 1971, elogio defensivo redactado con amor para el talento del veinteañero atrevido que por aquel entonces era Banier, quien con el transcurrir de las décadas ha ampliado su campo de acción yendo de la narrativa al teatro asombrándonos con su tarea fotográfica, elección comprensible si se tiene en cuenta que es un autor dotado para captar el instante y transmitir toda la potencia de la desdicha.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Abluciones de Patrick deWitt en Revista de Letras




El mito detrás de la barra: “Abluciones”, de Patrick deWitt
Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 27.09.10


Abluciones. Patrick deWitt
Traducción de Javier Calvo
Libros del Silencio (Barcelona, 2010)


ablución.
(Del lat. ablutĭo, -ōnis).

1. f. lavatorio (‖ acción de lavar).
2. f. Acción de purificarse por medio del agua, según ritos de algunas religiones, como la judaica, la mahometana, etc.
3. f. Ceremonia de purificar el cáliz y de lavarse los dedos el sacerdote después de consumir.
4. f. pl. Vino y agua con que se hace esta purificación y lavatorio. Sumir las abluciones.

El ritual se repite todas las noches, en todas las ciudades del mundo. Alguien sirve copas y otros las consumen en un recinto cerrado al que acuden clientes esporádicos y parroquianos que casi residen entre esas cuatro o más paredes. Los camareros son psicólogos empapados de antropología cotidiana. No tienen diván, pero sí barreras que les distinguen en su espacio de los demás mortales, y así es cómo aprenden tipologías, aunque siempre cabe la posibilidad de preocuparte más por tus problemas, y sin duda puede ocurrir si trabajas rodeado de botellas de alcohol, ingentes cantidades de dinero y un clima cargado de sospecha, imprevistos e inevitable desenfreno hacia el descontrol.

El protagonista de Abluciones, ópera prima del canadiense Patrick deWitt, está detrás de la barra. El álter-ego del autor entabla una particular batalla que se disecciona en cuatro partes bien hilvanadas, con una estructura imprecisa que no obstante convence porque se encamina con mucha claridad hacia un objetivo completo: una redención sin lamentos, donde el pasado no es drama, sino un sinfín de efemérides que configuran una unidad digna de ser contada por la alegría de sobrevivir o quizá por el gusto de mirar atrás y saber que cualquier tiempo pasado fue mejor. Estamos, supuestamente, ante unos apuntes para una novela, de ahí la precisión de cada párrafo, como si fueran notas para un guión, esbozos de personajes que a medida que avanza el relato adquieren forma. Un bar es una obra de teatro estática pero móvil, con rostros y cuerpos que vienen y van. Los que se quedan constituyen el núcleo fuerte de la escena, y en ellos se centra el narrador porque la rutina de encontrarse casi a diario engendra un grupo, que en el caso de este tugurio hollywoodiense, donde la decadencia es más estrepitosa, bebe de confianza y exceso. El chico que bebe Jameson por privilegio sirve muchas copas gratis a los asiduos, esperpento de la normalidad con fracasados actores infantiles, profesoras desconcertadas, camellos cutres, adictos lamentables, porteros perdidos, encargados deleznables, viejos augures que colonizan el sitio con hora de cierre, simple antesala de una conclusión que tanto va en coche como hacia un precipicio colectivo que la mayoría padece al despertarse, cuando golpea la resaca que no impide un eterno retorno.



También están las chicas, y la suma de los factores es un viejo conocido, estragos nocturnos del ser humano poseído por la luna o, seamos más realistas, sustancias y licores de alta graduación que agravan el delirio. Algunos críticos comparan a deWitt con Bukowski, y el parangón sólo cuela por contexto geográfico. El autor canadiense escribe con cierta ironía y una desnudez que retrata lo contundente sin exagerarlo, avanzando con la reiteración del declive para conseguir el efecto deseado. Esa acumulación produce un lento malestar, asumido como las pastillas que engulle el protagonista cada dos por tres. Hay momentos mágicos que se desvanecen, muchos son flashes, parches salvados a la desmemoria.




El paso de tortuga, la tortura china del hastío y la conciencia del propio hundimiento, conducen irremediablemente hacia una solución que es la huida, por eso los dos últimos bloques circulan en un viaje mental y físico que adopta arquetipos que desde siempre han estructurado el clásico ciclo de perdición, salvación y burla de quien cruza la frontera para no regresar a las tinieblas. La frialdad de la trama, el observador que describe el calvario propio y ajeno, sucumbe ligeramente en esta parte de graciosa pesadilla con flirteos, un guiño nietzcheano al umbral del manicomio, polígamos y el ridículo del forastero que insiste a la desesperada en encontrarse mientras el ritmo se acelera, se suceden los desmanes y la experiencia del héroe da con la fórmula matemática que espante los acechantes fantasmas que amenazan su proeza. Al fin y al cabo el relativo mérito de Abluciones es adoptar la minuciosa estructura del mito trasladándola a situaciones contemporáneas como, por ejemplo, en Trainspotting de Irvine Welsh. El hombre solo entre la multitud cercana que para conocerse debe superar múltiples obstáculos se traslada al establecimiento más característico de nuestra era, y la lucha se enfoca contra enemigos poderosos que comparten la debilidad del protagonista, quien pese a las dificultades tiene varios ases en la manga, poderes que le permitirán superar todos los obstáculos e ir de la oscuridad a la luz de la salida, mito de la caverna de coca y whisky, muerte, risa y resurrección.