miércoles, 29 de agosto de 2012

La Abadía de Tintern de William Wordsworth en Revista de Letras






La pérdida y la apertura: “La Abadía de Tintern”, de William Wordsworth, por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 28.08.12


La Abadía de Tintern. William Wordsworth
Versión y edición de Gonzalo Torné
Lumen (Barcelona, 2012)



Hace unos meses visité una exposición fotográfica donde el autor rescataba el archivo de su abuelo e hilvanaba una especie de biografía sentimental que se sumergía a través de los negativos en acciones que olían a pasado imposible de recuperar, superado por el supuesto progreso y el cambio de las formas de ocio.

En una de las secciones de la muestra destacaba un panel con imágenes campestres del siglo XX. Las familias aprovechaban el fin de semana para ir de picnic, práctica que parecía eterna y gozaba de ejemplos pictóricos de gran calado. Manet equiparado con instantáneas de usar y tirar equiparadas por lo museístico y una visión concreta de la naturaleza, nada metafísica, muy funcional, de aprovechar el espacio y ser hipócrita con el canto de libertad que supone para el burgués contemporáneo la huida de lo urbano por un breve lapso de tiempo.

Y ello implica valorar el paisaje desde perspectivas que sonarían extrañas a cualquier hombre previo a la modernidad. Los pajaritos, el viento y los árboles son anécdotas del viaje, una excentricidad que para muchos es mero símbolo de la desaparición de un mundo engullido que en algún momento inició su mutación. Datarla no tiene sentido, pero la Historia sociocultural nos brinda intuiciones, y en ellas William Wordsworth (1770-1850) y su corpus poético juegan un interesante papel desde un romanticismo que muchos lectores de hoy en día no deberían desdeñar por mucho que los ambientes bucólico pastoriles no les parezcan rabiosamente modernos.

Es más que posible que Gonzalo Torné se planteara al editar La Abadía de Tintern estas problemáticas. Su selección es certera y el prólogo que la introduce una bomba de relojería que critica muchas dinámicas actuales al tiempo que ubica la labor y visión de Wordsworth desde la plena conciencia de quien entendió la Arcadia más allá de su belleza y la plasmó como una fuerza que desde su estatismo es capaz de mover pensamientos que alertan de nuestra finitud, reflexiones líricas que por otra parte hemos de relacionar directamente con la evolución de Occidente en el Ochocientos, con la industrialización en pos de destruir el eterno silencio de antaño en una noria que siempre giraba más deprisa, lo que no obstaculizaba un criticismo que el poeta capta en ligeros detalles cotidianos por los que asoma su perfil innovador.

“Así habló la naturaleza, la obra se llevó a cabo.

¡Qué deprisa se acabó la carrera de mi Lucy!

Murió, y me dejo a mí

este brezal, esta calma, este escenario silencioso;

la memoria de lo que fue

y nunca volverá a ser”.



El sentimiento de pérdida inunda toda la selección, desde la misteriosa Lucy hasta llegar al desconsuelo por la desaparición de los compañeros de viaje generacionales como sir Walter Scott, Samuel Taylor Coleridge, Charles Lamb o Felicia Hemanas. Además, la sensación de desamparo, de notar que la desaparición es la norma empapa el tejido poético con modalidades que exhiben la virtud del bardo laureado, capaz de denunciar leyes injustas en “El viejo mendigo de Cumberland”, y así abordar desde la elegancia la injusticia de tratar a un semejante como si fuera basura, y de volcarse en lo clásico con el ejemplo de Laodamia, la troyana que se suicidó después de que los dioses le concedieran un encuentro de tres horas con su marido Protesilao, primer muerto del mítico conflicto.

En cada una de las composiciones que figuran en el volumen, algo que debemos remarcar al tratarse de piezas que resumen una trayectoria bastante longeva, bebemos el trago de una desazón que parte de la edad temprana, caudal donde la ingenuidad y el asombro propiciaban una abundancia que se ha derretido por los caminos de la existencia, y así se asevera en los versos que inauguran la estupenda “Oda: insinuaciones de inmortalidad en los recuerdos de la temprana infancia”.

“Hubo un tiempo en que el prado, el huerto y los arroyos,

la tierra y cada paisaje corriente,

me parecían

ataviados de luz celestial,

con la gloria y la frescura de un sueño.

Ahora ya no sucede como en tiempos pasados;

vaya a donde vaya,

de día o de noche,

las cosas que solía ver ya no soy capaz de verlas”.

La nostalgia de Wordsworth es una mezcla entre ambición de alguien que aspiró a edificar una obra épica de dimensiones monumentales y la frustración de quien una vez pasaron los mayores fuegos vitales extravió la brújula y no supo dar con las indicaciones para proseguir por una senda que, a la postre, sirvió para esclarecer el panorama del bosque poético y proporcionar pistas a los que lo pisaron a sabiendas de transitar por una maleza que clamaba escapar de la repetición y vislumbrar el horizonte y sus aditivos con gafas adaptadas para desafiar tópicos y vencerlos. Siempre debe existir un pionero que abra la ruta y Wordsworth cumplió su papel con efectividad y sin estridencias.

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