domingo, 11 de mayo de 2014

La 4arta, de Mario Crespo




La 4arta, de Mario Crespo, por Jordi Corominas i Julián
Mario Crespo, La 4arta, Lupercalia, Alicante, 2014
El pasado viernes presenté, junto a Sergi de Diego, la novela La 4arta de Mario Crespo. En estos tiempos de crisis económica y burbujas de todo tipo siempre es una buena noticia ver cómo determinadas editoriales, casi siempre pequeñas, se atreven a apostar por autores jóvenes que juegan con la literatura, seguramente porque saben que nada puede perderse con las letras, sólo arriesgar e intentar conseguir un resultado distinto por mucho que no salga en los medios generalistas, siempre más condicionados por determinadas estrategias e intereses empresariales.

Hace unos días el autor decía, no sin razón, que el bajón de reseñas en el panorama crítica español ha perjudicado hasta cierto punto la difusión de su obra. La 4arta no es una novela normal. Lo más importante es el salto dado por Crespo, quien en esta ocasión se ha atrevido a dar un doble salto mortal que parte de la estructura y se consolida en las temáticas. Estos dos puntos son los que nutren una novela donde la búsqueda se erige en protagonista a partir de ciertas claves que ordenan y matizan lo narrado.

En primer lugar la estructura gusta, desde un claro apoyo cinematográfico, del salto cronológico bien pautado. Cada tramo del texto viene determinado por un tiempo histórico concreto que el escritor intenta mostrar a partir de señales bien reconocibles. La historia empieza en los años ochenta, con la infancia del protagonista en una ciudad de provincias donde el nacionalcatolicismo aun prevalece con rasgos violentos y de maltrato a la dignidad humana. De ahí que el joven adolescente Barbosa sienta que su vida es un estrés de golpes que curten su piel para crecer. Las hostias, o eso se decía antes, sirven para entender, y aquí reciben un uso que conduce a una progresión mezclada con vías de escape basadas en la amistad y en un libro generacional. La Historia interminable se erige como conector oculto que sugiere huidas hacia adelante no exentas de riesgo, algo que comprobamos cuando saltamos hasta los noventa y de lo rural viramos a lo urbano con un Madrid instalado en la ruta nocturna del bakalao.

De la liturgia de semana santa, canónica en el libro por recorrerlo y apuntalar el constante viacrucis del protagonista, nos adentramos en un universo mafioso que huele a cine italiano y recibe la aportación popular del padrino. Ahora Barbosa es Carlos, un aspirante a hombre que lucha por medrar en cárteles pastilleros. Su experiencia avanzará hacia otro viaje, le obligará a cruzar el Océano y encajará más piezas del rompecabezas.

Estas volteretas vitales no son las de cualquier ser humano. En Nueva York asistimos a la fundación de un organismo religioso donde ya se intuye que La 4arta no es sólo la dimensión buscada por los vanguardistas, sino más bien una etiqueta de duda. Los fieles de la nueva creencia son individualistas y necesitan entender lo que nos rodea desde mecanismos comerciales que falsifican cualquier experiencia. Esta crítica se verá secundada en episodios posteriores, pues al adentrarnos en la segunda sección del manuscrito la fantasía, que en este caso es una libertad sin trabas, hará que volvamos atrás y el padre aparezca en escena, factor que corroborará la idea de quête intergeneracional desde la fascinación por elementos que contienen en su seno sendas proféticas, urnas de carisma que al desaparecer accionan la danza de los peones.



La distopía de 2046, y sería interesante cómo la cinta de Wong Kar-wai influye en el imaginario colectivo tanto en lo estético como en lo temático, es una prueba de cómo Mario encaja en una literatura española que va más allá del presente en algunos tramos para adecuar su narrativa a la trama contada. Los ejemplos recientes son abundantes, desde Jenn Díaz hasta Alberto Olmos pasando por Javier Moreno y Vicente Luis Mora. En La 4arta el trayecto hacia el futuro constituye el fragmento más fresco de la novela porque flota en un magma donde vivos y muertos se arrejuntan, un lugar donde la utopía es una celebración agridulce, porque como ya hemos dicho flota en toda la extensión de la obra un ensayo oculto que entronca con otro tema común en la prosa de los últimos años: la crisis y sus consecuencias, el lamento de la escasez y la frustración por no poder sacudirse el espanto.


Lo más importante, y así lo plasmamos en la charla en Pequod, es que se aprecia en La 4arta un paso adelante, como si el autor que ama convertir en personajes a sus ídolos hubiese desencorsetado sus ataduras para dar rienda suelta a su estilo sin miedos. Esperemos que el progreso que ha demostrado en la aventura de Carlos Barbosa se confirme en próximas entregas de su creatividad. 

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