lunes, 12 de mayo de 2014

Los cansados, de Michele Serra




Los cansados, de Michele Serra, por Jordi Corominas i Julián
Michele Serra, Los cansados, Alfaguara, Madrid, 2014
Traducción de Carlos Gumpert
Supongo que tener conciencia de un cierto cambio es normal a pie de calle. Imagino a los habitantes del planeta en las dos anteriores revoluciones tecnológicas y pienso en ellos como personas conscientes de una transformación importante. Primero la industria y después la velocidad de finales del Ochocientos. Quizá ahora la diferencia estribe en el salto generacional, acelerado hasta un tope que ha marcado una profunda línea divisoria entre jóvenes y adultos.

Al mismo tiempo otra clave de lo viejo y lo nuevo está en la demografía. El siglo XX alteró la pirámide y ahora mismo está apunta hacia el dominio de una población anciana que explotará a sus sucesores para vivir mejor una larga jubilación dorada.

Los cansados de Michele Serra es una novela intemporal porque plantea la eterna pregunta sobre padres e hijos, binomio de amor e incomprensión, cuerpos juntos y separados por el paso del tiempo, la protección y el camino hacia la independencia del retoño.

Pero bien, saltan las alarmas. Nuestra centuria ha creado una nueva frontera que en ocasiones el escritor italiano exagera con la frase arquetípica del trabajo para los mayores y el sueño para los pequeños. De hecho la traducción del título es algo imprecisa, porque sdraiarsi es más bien tumbarse, acostarse, estirarse, acto que implica cierta fatiga, aunque también una comodidad de movimiento, pues los grados de separación que se exponen en el texto corresponden a distintas formas de ver el mundo, con un hijo adolescente que puede ser multitask sin levantarse de la cama porque la comodidad del teléfono, el mando y las aplicaciones le permiten ser digital hasta el paroxismo, de ahí su laconismo real, su apatía que exaspera a su padre, educado en una cultura solidaria que valora el esfuerzo y cree en una serie de rituales comunitarios útiles para reforzar vínculos y proseguir con la inercia positiva de la inexistencia.

En cambio su hijo es la incertidumbre de quien aun no se ha puesto ningún mono de trabajo y tiene todo servido a través de omnipresentes pantallas y un domicilio familiar parecido a una pensión con cartelitos irónicos que buscan empatía y encuentran indiferencia.

El vínculo que pueda juntar las manos de los dos protagonistas es ascender una montaña especial por reminiscencias y la metáfora que esconde desde el valor de moverse y abandonar el letargo, tomar la iniciativa, emprender un viaje y saber alcanzar metas comunes que de lo colectivo repercuten en lo individual.

En otro momento hubiese leído el libro de Serra con cierto recelo. El tema abordado, como la crisis y otras diatribas fundamentales de nuestra era, se presta a múltiples interpretaciones que corren el peligro de ser demasiado gratuitas hasta llegar a una caricaturización del asunto. En el caso que nos concierne vemos cómo una retahíla de ejemplos cotidianos modela el comportamiento de las partes en juego. El narrador se desespera sin caer en insalvables abismos. La introducción en la trama de una novela dentro la novela que trata de la problemática del predominio senil en el futuro refuerza más las ideas expuestas, que en más de una ocasión rebosan aciertos, como cuando el progenitor, sigue la estela de su ya no tan pequeño hasta un negocio de moda donde se venden sudaderas elegantes pero informales. La prenda de ropa, algo bien visible en los escaparates, es lo de menos. Lo que realmente se vende en ese espacio es un modelo social plano, donde los seres humanos se han convertido en autómatas de belleza y un nada disimulado culto al cuerpo anuncia, como en los gimnasios con sus fotos retocadas de atletas y usuarios, un fascismo publicitario que propulsa la individualidad como suprema religión del momento.



Los cansados podría ser la crónica de una apatía generacional. ¿Lo es? Hasta cierto punto. El autor, dotado de ojo periodístico, capta a la perfección muchos detalles que abocan la fallida eliminación de las barreras hacia un universo individual siempre más hermético, sordo por exceso de ruido y ciego por no aprovechar los infinitos recursos que tenemos a nuestra disposición.

¿Es la constatación de una derrota? No, porque de otro modo el libro ni siquiera hubiera visto la luz porque como crítica intelectual del asunto funcionaría mejor un ensayo. La estructura de capítulos cortos, los interludios que marcan un anhelo compartido y las reflexiones del narrador dan al manuscrito un tono cercano que genera empatía con el lector, y supongo que este rasgo es su mayor acierto, lograr transmitir conceptos básicos con pocas palabras, sin marear la perdiz con innecesarios rodeos. La antropología tiene algo de observación continua y si Antonioni impregnaba de lírica sus visiones de la incomunicación  aquí lo que hallamos es frustración y una mirada directa hastiada por no gobernar la transición, aun imprevisible en sus devenires. 


La brevedad de Los cansados entronca con otro aspecto bastante inusual para la literatura actual: la honestidad del narrador. Es posible que el libro de Serra tenga un nada disimulado afán pedagógico, pero al menos su obra no se recrea en pedanterías ni barroquismos y va directa al grano, sin querer adquirir una afectación estilística que suele perjudicar mucho al contenido. En este sentido intuyo que el italiano es sincero consigo mismo al no cargar sus tintas con petulancia de forma y dotarlas de una luz diáfana en el fondo. A veces no es obligatorio realizar una obra de arte para alcanzar cierta dosis de belleza. 

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