miércoles, 29 de agosto de 2012
La Abadía de Tintern de William Wordsworth en Revista de Letras
La pérdida y la apertura: “La Abadía de Tintern”, de William Wordsworth, por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 28.08.12
La Abadía de Tintern. William Wordsworth
Versión y edición de Gonzalo Torné
Lumen (Barcelona, 2012)
Hace unos meses visité una exposición fotográfica donde el autor rescataba el archivo de su abuelo e hilvanaba una especie de biografía sentimental que se sumergía a través de los negativos en acciones que olían a pasado imposible de recuperar, superado por el supuesto progreso y el cambio de las formas de ocio.
En una de las secciones de la muestra destacaba un panel con imágenes campestres del siglo XX. Las familias aprovechaban el fin de semana para ir de picnic, práctica que parecía eterna y gozaba de ejemplos pictóricos de gran calado. Manet equiparado con instantáneas de usar y tirar equiparadas por lo museístico y una visión concreta de la naturaleza, nada metafísica, muy funcional, de aprovechar el espacio y ser hipócrita con el canto de libertad que supone para el burgués contemporáneo la huida de lo urbano por un breve lapso de tiempo.
Y ello implica valorar el paisaje desde perspectivas que sonarían extrañas a cualquier hombre previo a la modernidad. Los pajaritos, el viento y los árboles son anécdotas del viaje, una excentricidad que para muchos es mero símbolo de la desaparición de un mundo engullido que en algún momento inició su mutación. Datarla no tiene sentido, pero la Historia sociocultural nos brinda intuiciones, y en ellas William Wordsworth (1770-1850) y su corpus poético juegan un interesante papel desde un romanticismo que muchos lectores de hoy en día no deberían desdeñar por mucho que los ambientes bucólico pastoriles no les parezcan rabiosamente modernos.
Es más que posible que Gonzalo Torné se planteara al editar La Abadía de Tintern estas problemáticas. Su selección es certera y el prólogo que la introduce una bomba de relojería que critica muchas dinámicas actuales al tiempo que ubica la labor y visión de Wordsworth desde la plena conciencia de quien entendió la Arcadia más allá de su belleza y la plasmó como una fuerza que desde su estatismo es capaz de mover pensamientos que alertan de nuestra finitud, reflexiones líricas que por otra parte hemos de relacionar directamente con la evolución de Occidente en el Ochocientos, con la industrialización en pos de destruir el eterno silencio de antaño en una noria que siempre giraba más deprisa, lo que no obstaculizaba un criticismo que el poeta capta en ligeros detalles cotidianos por los que asoma su perfil innovador.
“Así habló la naturaleza, la obra se llevó a cabo.
¡Qué deprisa se acabó la carrera de mi Lucy!
Murió, y me dejo a mí
este brezal, esta calma, este escenario silencioso;
la memoria de lo que fue
y nunca volverá a ser”.
El sentimiento de pérdida inunda toda la selección, desde la misteriosa Lucy hasta llegar al desconsuelo por la desaparición de los compañeros de viaje generacionales como sir Walter Scott, Samuel Taylor Coleridge, Charles Lamb o Felicia Hemanas. Además, la sensación de desamparo, de notar que la desaparición es la norma empapa el tejido poético con modalidades que exhiben la virtud del bardo laureado, capaz de denunciar leyes injustas en “El viejo mendigo de Cumberland”, y así abordar desde la elegancia la injusticia de tratar a un semejante como si fuera basura, y de volcarse en lo clásico con el ejemplo de Laodamia, la troyana que se suicidó después de que los dioses le concedieran un encuentro de tres horas con su marido Protesilao, primer muerto del mítico conflicto.
En cada una de las composiciones que figuran en el volumen, algo que debemos remarcar al tratarse de piezas que resumen una trayectoria bastante longeva, bebemos el trago de una desazón que parte de la edad temprana, caudal donde la ingenuidad y el asombro propiciaban una abundancia que se ha derretido por los caminos de la existencia, y así se asevera en los versos que inauguran la estupenda “Oda: insinuaciones de inmortalidad en los recuerdos de la temprana infancia”.
“Hubo un tiempo en que el prado, el huerto y los arroyos,
la tierra y cada paisaje corriente,
me parecían
ataviados de luz celestial,
con la gloria y la frescura de un sueño.
Ahora ya no sucede como en tiempos pasados;
vaya a donde vaya,
de día o de noche,
las cosas que solía ver ya no soy capaz de verlas”.
La nostalgia de Wordsworth es una mezcla entre ambición de alguien que aspiró a edificar una obra épica de dimensiones monumentales y la frustración de quien una vez pasaron los mayores fuegos vitales extravió la brújula y no supo dar con las indicaciones para proseguir por una senda que, a la postre, sirvió para esclarecer el panorama del bosque poético y proporcionar pistas a los que lo pisaron a sabiendas de transitar por una maleza que clamaba escapar de la repetición y vislumbrar el horizonte y sus aditivos con gafas adaptadas para desafiar tópicos y vencerlos. Siempre debe existir un pionero que abra la ruta y Wordsworth cumplió su papel con efectividad y sin estridencias.
lunes, 27 de agosto de 2012
Filósofo de la moral en política en El Mundo
Filósofo de la moral en política, de Jordi Corominas i Julián en El Mundo
OBITUARIOS
FRANCISCO FERNÁNDEZ-BUEY
Francisco Fernández-Buey falleció en Barcelona el pasado sábado tras una larga enfermedad. Su generación fue fundamental en la lucha contra el franquismo desde lo cultural con nombres como Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, Juan Marsé, Jorge Herralde, Gabriel Ferrater y un largo etcétera que recibía un complemento político y académico en su figura y sus tres grandes mentores: Manuel Sacristán, José María Valverde y Emilio Lledó, patriarcas universitarios que completaron una expansión intelectual que iba más allá de lo español y lograba europeizar unas aulas rancias y anquilosadas como el régimen falangista.
Nacido en Palencia en 1943, se trasladó a Barcelona en 1961. Como estudiante formó parte del Sindicato Democrático de Estudiantes Universitarios de Barcelona (SDEUB) y fue su representante en el encierro conocido como la capuchinada. Tras los hechos de marzo de 1966, ingresó por vez primera en la cárcel Modelo, hizo el servicio militar en el Sáhara y no fue hasta 1972 cuando pudo volver a la principal universidad de la Ciudad Condal.
Mientras tanto desarrolló una ingente labor como traductor al castellano de su amado Antonio Gramsci, Bordiga, Descartes, Touraine o Della Volpe, pensadores de izquierda hermanados con su filosofía, de marcado cariz marxista, un marxismo sin ismo, aunque con el don de saber actualizarse, como demostró en sus últimos años al defender los movimientos partidarios de una globalización alternativa.
Su retorno a las aulas como profesor fue el de un hombre incómodo para las autoridades, como todos aquellos que combinaban su actividad docente con el compromiso político, y aquí no sólo cabe mencionar su militancia hasta 1978 en el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) y su papel como fundador de la coalición Izquierda Unida, sino su preocupación por democratizar la Universidad que plasmó en su apoyo decisivo al movimiento de los PNN, profesores no numerarios que aspiraban, entre otras cosas, a contratos docentes de tipo laboral para dignificar el trabajo del enseñante y valorarlo en su justa medida.
En esos años difíciles, este castellano viejo, amante de la lengua y reservado en su privacidad, continuó su militancia con artículos en revistas y periódicos como El viejo topo, El País, Zona abierta y Mientras tanto, textos que aunaban su afiliación política con un análisis objetivo de los temas tratados, y lo mismo percibí a finales de los 90 cuando coincidí con Fernández-Buey en la Universidad Pompeu Fabra, de la que fue catedrático en el Departamento de Humanidades desde 1993, última etapa académica tras su estancia en la Universidad de Valladolid.
Las clases de Fernández-Buey exhibían una serie de virtudes que deberían estar más presentes en nuestra sociedad. La política debe ser moral, y él lo exprimía mediante el diálogo, con una tranquilidad que era pasión y voluntad de transmitir los conceptos con serenidad, elegancia y la necesidad de unir ética con estética, fondo y forma, ideas y estilo.
Autor de obras significativas como Contribución a la crítica del marxismo cientifista (1983), La ilusión del método (1992) o Poliética (2003), la pérdida de este pensador de primera magnitud nos ofrece un legado para el futuro nada desdeñable: necesitamos mentes que integradas en la Universidad luchen para que ésta siga vigente en su papel de formador social, porque de nada sirve tener estudios sin usarlos para transformar el mundo que nos rodea y hacerlo mejor desde una perspectiva crítica basada en la razón.
Francisco Fernández-Buey, filósofo y ensayista, nació en Palencia en 1943 y murió en Barcelona el 25 de agosto de 2012.
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jueves, 23 de agosto de 2012
Fernando Clemot habla de mi novela José García en Culturamas
En esta ocasión es Fernando Clemot quien habla de José García en la Revista Culturamas. Para leer sus reflexiones sobre mi novela puedes clickar aquí
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martes, 21 de agosto de 2012
Entrevista a El millor de l'estiu de RNE4
Hoy participé junto a Cristina Fallarás en el Millor de l'estiu. Hablamos de todo un poco, desde John Wayne, pasando por José García hasta llegar a Loopoesía. Puedes escuchar la charla a partir del minuto 20 clickando aquí
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miércoles, 15 de agosto de 2012
El archipiélago de Friedich Hölderlin en Revista de Letras
La flor de loto en Grecia: “Der Archipelagus”, de Friedich Hölderlin,por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 13.08.12
Der Archipelagus. Friedich Hölderlin
Edición bilingüe de Helena Cortés Gabaldón
Epílogo de Arturo Leyte
La Oficina (Madrid, 2011)
Cunde la alarma en los periódicos sobre Grecia. La más lógica deriva de su lamentable situación económica causada por los gestores del país heleno, lacayos de troikas y poderes internacionales, chantajistas que en su ineptitud parecen dar alas a una profunda rebelión que quien escribe siente como un Godot, se la espera, pero nunca llega.
La tragedia de la crisis en esas latitudes, cada vez más parecidas a las nuestras hasta el punto de confundirse, supera lo económico e incide en llagas cerebrales de olvido, desprecio e ignorancia para con su pasado fundador de una idea de Europa y Occidente. Y ahora llega cuando algunos dicen que el mundo es global. Hay que adaptarse a los tiempos y progresar abriendo otros cajones. No lo dudo. Sin embargo, el desdén por lo clásico afecta hasta la conservación de los monumentos, eternas víctimas del cambio de ciclo desde el instante en que Constantino robó la columna serpentina de Delfos para transportarla al nuevo y flamante hipódromo de la antigua Bizancio, actitud bien imitada por los ingleses siglos después con los frisos del Partenón ateniense.
A todo esto se añade en una tónica similar la amnesia por el legado estrictamente literario que vertebró nuestra tradición hasta bien entrado el siglo XIX, quizá hasta el Romanticismo y la absoluta independencia del artista tanto en temáticas como en su posterior apego a tratar la contemporaneidad desde una óptica directa. Que hoy en día muchos escritores no tengan siquiera una mínima noción de los clásicos es un pecado que asimismo produce monstruos de malinterpretación, como acaece con algunos de los artículos que han reseñado la notable edición de El Archipiélago de Friedich Hölderlin a manos de Helena Cortés y publicada por La Oficina. La misma edición, con sus fotografías que en cierto sentido pretenden actualizar el contenido del poemario, adolece de su afán renovador de unos versos que se sostienen por sí solos, aunque el esfuerzo realizado no es en absoluto criticable por varios motivos que van desde lo riguroso de la traducción respetando el uso del hexámetro empleado por el poeta germánico hasta la inusual maestría, para lo que suele darse en el panorama del siglo XXI, de la introducción, las notas y el prólogo.
Otro mérito de la traducción, e insistimos en los hexámetros, es haber mantenido la belleza de ese ritmo tan estrambótico, bien sea para el español o el alemán, que refuerza el arraigo del poeta a su amor para su admirada Hélade, que dibuja en un momento clave que da fruto a mil interpretaciones. El texto, impecable, fue escrito a principios del siglo XIX, cuando Europa se debatía en la apasionada lucha que enterraba el feudalismo y se sumergía en los vericuetos de la ilustración y su símbolo expansivo que representaba la figura de Napoleón Bonaparte, a quien Hölderlin, como Hegel y tantos otros, admiraba sobremanera. Hablo del corso porque en un primer momento pensé que los versos podían ocultar una crítica a su labor y un canto a la resistencia de ese universo disgregado que era la Germania de Principados, cortes e ideales que sólo se mostraban unificados por la cultura, pero el amor del bardo por el Emperador refutaría esta visión, por lo que el poema flota en un mar, hasta hace bien poco archipiélago era un vocablo que servía para definir el conjunto de Grecia y sus islas, que más que una crítica se dirige a una exégesis histórica del devenir de los pueblos.
El instante elegido por el rapsoda es la encrucijada del año 480 antes de Cristo, cuando Persia pudo hundir lo que conocemos como génesis de la cultura occidental. El saqueo e incendio de Atenas es la piedra dramática que anticipa la gran acción heroica, la salvación de la batalla de Salamina y la inevitable y merecida loa a Temístocles, gobernante, de ahí mi pensamiento anterior en relación a Napoleón y Alemania, que más allá de su ciudad supo comandar una flota que luchaba para la libertad de todos los hombres del territorio que Jerjes quería dominar.
“Presto ya, busca su casa, mas luego ya ruinas contempla,
tristes escombros, el hombre; solloza la esposa en su cuello,
piensa en el tálamo amigo, la alcoba nocturna, y los niños
buscan la mesa do antaño cenaban sentados en fila
bajo los ojos sonrientes del padre, la madre y los lares.
Tiendas empero levanta ya el pueblo y los viejos vecinos
vuelven a unirse y siguiendo dictados del alma no escritos,
alzan al aire livianas viviendas en riscos cercanos”.
La quema de sus hogares no supone una derrota, sino más bien un acicate para levantarse y reconstruir lo perdido. Lo que sigue abunda en el coraje de unos ciudadanos, y remarcar eso en el Ochocientos tenía el mismo valor que en 2012, que se empecinaron en erigir un templo de sabiduría mediante la renuncia a resignarse y caer en el conformismo de la ruina en el hundimiento de una civilización que tuvo por virtud ser ave Fénix y supo resistir para ser inmortal.
Lo imperecedero se intuye en ese enigmático final que da pie a muchos análisis. Deja al fin que yo por siempre en tu fondo el silencio recuerde, dice Hölderlin como una bofetada en el rostro del lector, que dos centurias más tarde cierra el libro y reflexiona sobre el devenir. ¿A qué obedece el mutismo y la memoria del mismo? ¿Voces calladas para despertar en el mañana? ¿Una advertencia de la vigencia de las palabras del poeta? Su amor por esos lejanos antepasados de todos huele a dos polos en apariencia opuestos. El primero tiene la impronta de una resistencia a la modernidad que se abría paso con la Revolución Industrial y las guerras de su época, como si le costara aceptar que las cosas estaban destinadas a acelerarse para abandonar, en un largo camino, la quietud de antaño. El segundo estriba en un recordatorio de repetición. Poco importa, y en ese sentido sí tiene lógica la inclusión de la imagen de los nazis en el Partenón, la conquista y la sumisión porque todo pueblo tiene en su seno la indudable capacidad de lamerse las heridas, levantarse y recomponer lo robado para armar lo nuevo sin olvidar lo pretérito. Y los Dioses, escondidos.
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lunes, 13 de agosto de 2012
Lecturas de verano en Sigueleyendo
Una montaña quimérica, por Jordi Corominas i Julián
El año pasado el texto dedicado a mis lecturas de verano versó sobre libros que dejaron una impronta en mi cerebro, obras que me gusta revisar en mi habitación para escapar del calor y sentir que siempre tengo la necesidad de aprender.
Cuatro estaciones son suficientes para notar un cambio. 2012 ha sido un año acelerado, intenso, y eso ha retrasado algunas perlas que quería devorar. A decir verdad aún no sé si agosto será próspero en este sentido porque estoy embarcado en un proyecto que exige tiempo y horas de estudio, pero sí puedo decir que en una estantería tengo una serie de caprichos que espero leer antes de la vuelta al cole. Algunos son poéticos, otros ensayos y bastantes pura narrativa, y no precisamente ligera. ¿Quién dice que la canícula es para páginas a dieta? No, es para lanzarse sin dudas en pos de clásicos y modernos que se asimilan mejor sin el estrés de idas y venidas en la cuadrícula urbana, por eso es más gustoso sumergirnos en ella, y así me ha sucedido al retomar Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé.
La historia de éste renovado romance tiene tela de la buena. Antes de este año no había pisado El Carmel, pero como uno de mis oficios es el de guía decidí preparar un recorrido por el barrio del Pijoaparte, y claro, uno conoce los espacios y su perspectiva vira hacia una mayor certeza. Más allá de la intensidad de una prosa que siempre será un referente he disfrutado de las aventuras del murciano al sentir que esas calles me pertenecían un poco más. Barcelona es una puta que se metamorfosea demasiado, y la literatura debe captarla para conservar las esencias que los dirigentes desean arrinconar en la esquina de la Historia no escrita. Marsé es un maestro por muchos motivos, entre ellos por ser honesto y fiel a un estilo reconocible que se acrecienta en su monumento al estructurarlo con una insólita perfección. Cada cita de apertura encaja en el engranaje, cada línea y cada verso narrativo son precisos. Nada sobra, y esa endiablada economía de medios que transporta a otra época, e incita a inventar la máquina del tiempo para comprar Últimas tardes… en 1966 y alucinar con lo que la gente de otrora sentiría con su elegante y canalla lección.
Ahora mismo leo Encerrado con un solo juguete, ópera prima del autor barcelonés, y noto la evolución. El Marsé maduro aún no ha llegado. Se intuyen temas y movimientos, ideas y pentagramas de melodías venideras que siempre requieren de un proceso. No se trata de llegar y besar el santo. Quien piense así puede cerrar el chiringuito. Esa sinfonía inacabada, porque toda trayectoria es un continuum, de Andrés y Tina apunta maneras, y con eso me basta, quizá porque me sé lo que vendrá. ¿Y qué? Las últimas generaciones literarias de nuestro país han desdeñado demasiado la realidad y una herencia que rebosa compromiso y observación de lo cotidiano para entender el presente. Ignorar ese legado es como pegarse un tiro en la cabeza y montar una huida hacia adelante que no salvaran americanos supuestamente pop, porque sin la asunción de lo pretérito no es posible construir futuro.
Entre otros libros que tengo pendientes hay algunos que me llamaron la atención por minucias. La Trilogía sucia de la Habana de Pedro Juan Gutiérrez fue un flechazo en una fiesta primaveral. Lo vi al lado de una botella de ginebra y brillaba rojo en su cubierta. La edición que tengo en mis manos es verde y su interior me espera con permiso de dos pesos pesados que piden paso desde hace demasiado. Uno es una recomendación de John Carlin, quien hace años me habló de la biografía de Winston Churchill de Roy Jenkins. El gran inglés hilvanó mil existencias en una, fue diputado durante más de seis décadas y capitaneó a su país a la victoria en la guerra más brutal del Novecientos. Son mil doscientas páginas, extensión parecida a la semblanza de Goebbels de Peter Longerich. Es enfermizo, lo sé, pero es oler una novedad nazi, que mal suena, y quererla. Será la fascinación por el mal o la voluntad de entender una deriva más que molesta.
Lo adquirí mientras leía, a mediados de junio, La caída de Berlín de Anthony Beevor, una perfecta disección de la agonía del Reich del milenio, ese edificio wagneriano que terminó sepultado en ruinas que el historiador británico explica con un lirismo catapultado por la misma tragedia, con ese zoo cubierto de desechos y un Réquiem que no genera compasión por el vencido ni loa al ganador soviético. Es ecuánime porque sabe de la barbaridad que es toda venganza, que a su vez nace por las atrocidades perpetradas por los alemanes en el territorio de la hoz y el martillo.
Sin embargo, entre Clío y la Ciudad Condal, otros títulos aguardan. Con toda probabilidad no seré capaz, porque es una tarea heroica que debe ser mascada con mucha calma, de penetrar en la Matemática tiniebla editada por Antoni Marí, una selección de fragmentos que se enlazan para explicar la génesis de la poesía moderna en juego donde quienes hablan son los propios creadores: Poe, Baudelaire, Mallarmé, Valéry y Eliot, bestia que ojalá cupiera mis atenciones con su La aventura sin fin, volumen que compila todos sus ensayos críticos.
El genio de La tierra baldía sabía muy bien que es indispensable una honda labor crítica para traspasar límites poéticos. Leí en invierno los tres primeros estudios y es admirable ver como el amigo de Groucho Marx, anécdota que me encanta, no cerraba su puerta en el siglo XIX, pues su preocupación por el lenguaje y la métrica eran tan intensos que escarbaba en la piedra lírica hasta en el Renacimiento.
Es interesante comprobar cómo Eliot comentaba que articulaba sus ensayos desde un punto de vista teórico que encerraba otra verdad sagrada: su corpus crítico existía en función, absolutamente sumisa, a su proyecto poético.
Recuerdo que el pasado cerraba estas recomendaciones precisamente con el bardo de Cuatro cuartetos. Lo adoro y siempre será una luz que ilumine el camino, pero como quiero comprenderlo mejor no puedo finiquitar el verano sin leer a sus más directos antecesores, Yeats y Pound, Pound y Yeats, magníficamente editados en español por Lumen y Cátedra. Dicho esto, si sobrevivo cuando caigan las hojas búsquenme por aquí, sólo deseo que versos, reflexiones y estallidos narrativos no me sepulten en un peso demasiado denso. Tomen las sugerencias, naden en la piscina, liguen sin moderación y bébanse la noche, que hay tiempo para todo y más.
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sábado, 11 de agosto de 2012
Garum de Carmen Garrido en Revista de Letras
Elegancia en la adversidad: “Garum”, de Carmen Garrido
Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 9.08.12
Garum. Carmen Garrido
Devenir (Madrid, 2011)
Premio Nacional de Poesía
“Fundación Cultural Miguel Hernández” 2011.
El garo era una salsa hecha de vísceras fermentadas de pescado. Los patricios romanos la apreciaban en grado sumo, y hasta algunos municipios españoles como Baelo Claudia, cerca de la actual Tarifa, vivieron de ella durante siglos. La arqueología ha permitido resolver el misterio de su fabricación, y para ello removió las entrañas de la tierra, que es adonde acude Carmen Garrido en el poemario que titula con el nombre del viejo condimento.
La cordobesa parte con un cargamento de mujeres y demuestra otra vez más un perfecto dominio de la estructura de sus textos que aliña con unos versos de ritmo oscilante que marcan el tempo lírico entre pausas, acelerones, estribillos y desgarros, porque su intensidad parte de lo más profundo y elige para ello una serie de arquetipos individuales y colectivos marcados por el sufrimiento y la ausencia de luz en varios lugares que, sin embargo, son el mismo. El llanto trágico de la mujer que ha extraviado su memoria nos lleva a otra época, la de su recuerdo, anclado en la alegría previa al desastre de la Guerra Civil en un universo de jornaleros y trabajadoras comparable, ya lo hizo García Lorca en Nueva York con la música de por medio, a la de los negros norteamericanos y a todos aquellos que se hundieron durante la Gran Depresión de los años treinta, exprimidos por
“Cincuenta estrellas siguen extrayendo leche de tus senos,
saturninos, devorándolos,
mientras buscas la mirada de tus niños rubios
y no descansas pensando con qué,
con que los alimentarás en la eternidad que viene”.
Y la explotación y el abuso son una constante que transita por el libro como una atmósfera que invade el mapa y se perpetúa en viajes, pensamientos y acciones de las desdichadas que llenan sus páginas. Lo son desde lo real y también a partir de una obscena curiosidad que Garrido plasma en “Alma Mater”, poema extracto de una noticia del periódico más vendido en nuestro país que recoge el hallazgo de los restos de 97 bebés en un poblado de época romana. La muerte, el segundo fantasma que recorre la epidermis del volumen, apunta aquí maneras de efeméride, como si los humanos hubiéramos perdido la brújula de su importancia al verla tan a menudo en papeles, informativos, ensayos y estudios universitarios, y sin embargo, su obvia sordidez es planteada en Garum en un tejido cotidiano que es silencio de agonía, canto de desesperación ante la imposibilidad de poder saltar la muralla que nos oprime, capitulando en el infierno sin calderas ni diablos rojos. No son necesarios.
Asimismo, no podían faltar los olores, que impregnan unos versos que en su interior no rehúyen lo clásico y aceptan lo moderno para, de este modo, crear imágenes certeras que nos hacen intuir una apuesta por la poesía como un juego donde la mezcla de elementos no es sino una consecuencia lógica de la velocidad de lo contemporáneo y su eterno debate sobre lo monolítico de los sentimientos humanos y la contradicción que supone con la infinita transformación de la tecnología y su impacto en la calle y en nuestra privacidad.
“Los gatos, que derrochaban celo en nuestro tejado,
no habían dejado huella
y los vecinos fisgaban por sus mirillas,
todavía con el miedo metido en el cuerpo”.
Lo hemos mencionado al inicio de la reseña, pero no está de más ahondar en el hecho del dominio que Garrido tiene para con la estructura del poemario, y esta característica, que ya había demostrado en El parteluz, es esencial al ofrecer un crescendo que une los poemas para que cobren unidad lo que, como es comprensible, evita verlos como deshilachados. Todos tienen su lógica dentro de un conjunto meditado que al acercarse al final ofrece sus mejores galas con un baile macabro, un barquero enfundado en su persistente traje de maestro de ceremonias del Aqueronte y la clausura que es una oda de derrota y esperanza, un grito elegante de rebeldía, un duro pataleo por no poder ser la musa de Delacroix ni aspirar a contemplarla en alguna mañana. Libertad, sí, y con ella y su búsqueda vislumbramos otro punto que distingue a Garrido de muchos oportunistas que con la crisis y sus males se han emocionado tanto que han visto la oportunidad de componer piezas estériles de protesta. Esta, hasta en los momentos más difíciles, no puede caer en las zarpas de la comida basura literaria, tiene que ser sólida y mirarse al espejo del pasado para sacar petróleo de lo posible, belleza que representa a la perfección esa mujer desnuda guiando al pueblo en su objetivo. Quizás el nuestro aún no la tiene, pero es hora de reivindicarla con estilo y quemar las naves para conseguirla.
jueves, 9 de agosto de 2012
Antibiótico de Agustín Fernández Mallo en Revista de Letras
Descargas asimétricas: “Antibiótico”, de Agustín Fernández Mallo
Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 6.08.12
Antibiótico. Agustín Fernández Mallo
Visor (Madrid, 2012)
Agustín Fernández Mallo me gusta porque hace lo que le da la real gana: si tiene una idea, y aquí no entramos en debates de originalidad y otros tópicos manidos, intenta llevarla a cabo. Tal afirmación parece idiota, pero no lo es. No creo que sean tantos los que puedan decirlo. En invierno de 2005, el gallego afincado en las Baleares tuvo la idea de realizar una suite poética a lo largo de quince días en un pueblo leonés donde sólo queda un habitante. Aislado por el ambiente y la nieve compuso Antibiótico con la ayuda de pocos objetos, un ordenador y un estado de ánimo, producto de la soledad, que fluctuaba entre grandes dosis de excitación y aburrimiento.
El resultado es un poema río en forma de ráfaga, un totum revolutum bastante más coherente de lo que parece a simple vista. Para darme cuenta de ello apliqué un método de lectura que recomiendo a todo hijo de vecino. Primero lo leí de una sentada, y luego, con calma, degusté los versos, que adquirieron más precisión, sin que ello signifique que en la anterior cata no la tuvieran. En ellos está presente la idea lírica del autor de las Nocillas, con una carcasa en la que aparecen elementos que ya constituyen su propia marca de la casa entre música popular, la metafísica de los objetos, la alusión a marcas de consumo como elementos cotidianos de nuestro tiempo y una aceleración burlona que de manera muy consciente se desdice de la supuesta lógica y nos brinda un batiburrillo en el que el rosa corresponde a Carolina de Mónaco en la Almudena o a los testículos. El reloj se mueve con una extraña sensación de congelar los segundos y el espacio en una atmósfera en apariencia irreal. La culpa es de la simultaneidad expresada tanto en la repetición del doble como en la diversidad de lugares hermanados por el fluir del texto y la lógica de la física.
Es bien sabido que cuando se aplica a los cuerpos en movimiento, la electrodinámica de Maxwell conduce a asimetrías que parecen entrar en contradicción con los fenómenos observados.
En el alba del poemario uno presiente que vida y muerte cobran un papel decisivo en el devenir de lo que se nos quiere exponer a nivel conceptual. No nos equivocamos, o sí, porque la realidad es vista como un ciclo ininterrumpido en constante mutación donde los desechos se transforman en otros cuerpos hasta el paroxismo. Salimos de Maratón y alcanzamos el nivel cero de las torres gemelas sin solución de continuidad, y la única excepción a tanta transformación es Venecia, inmutable por caprichos del destino y su inevitable absurdo de unicidad.
“Wheeler: Ya sé por qué todos los electrones tienen la misma masa y la misma carga.
Feynman: ¿Por qué?
[Instante de silencio]
Wheeler: ¡Porque todos son el mismo!”
Lo que comprobaríamos una jornada cualquiera al entrar en Facebook o Twitter y alucinar con la monotonía de un TL donde las personas se empeñan, pese a estar en cuerpos distintos, en reiterar la misma cantinela, se llame Ana Pastor, Marilyn o Chavela. En Antibiótico paseamos por facturas, frases que son de Valente y Wittgenstein, contratos donde el yo se desdobla, la nieve, la obviedad de la inexistencia de lo diferente en ese magma de voluble igualdad y una construcción que quizás sólo puedan comprender en su totalidad los que dominen los vericuetos de la física. Se nos escapan las fórmulas del edificio, que observo como una salida a una oscilante carretera de muchas matrículas y un solo camino que no desea alcanzar el final, quimera en la inmensidad de la red de redes y la propia existencia, pues el poema concluyó cuando la cronología ajustó cuentas con el objetivo del experimento: de otro modo, y así es, continuaría hasta el infinito.
“la estética del instante siempre ha tenido mala prensa, recaen sospechas sobre lo que dura una fracción inmedible de tiempo: aquello que no tiene pasado ni futuro, fogonazo de nada, carece de reputación el nihilismo, de poco sirve que el punk o la publicidad lo dignificaran,”
La misma coma del fragmento que precede a estas líneas indica lo ininterrumpido y muestra cómo en esta suite lo poético se expresa tanto en prosa como en verso al encontrarnos en el interior de un collage que es la plasmación artística de lo que, a posteriori, el autor vertió en la teoría con su ensayo Postpoesía, del que Alejandro Zambra dijo lo siguiente: “¿A alguien puede molestarle que Fernández Mallo diga, como descubriendo la pólvora, que ciertos spots publicitarios son “verdaderos poemas contemporáneos”? La respuesta, al menos en España, parece ser un largo y doliente sí. Y eso es lo escandaloso de este libro: que sea posible que alguien se espante ante estas propuestas tan razonables.”
Y poco más hay que añadir. Se aplaude la inventiva, la calidad del conjunto y el riesgo de saber que en un universo tan minoritario es estúpido no querer usar lo que lo contemporáneo brinda a nuestra disposición para crear y sacar a cadáveres de la tumba para darles la respiración que reclaman a gritos.
miércoles, 8 de agosto de 2012
Otra reseña más para José García en el blog Rigor textual
En esta ocasión la reseña llega del Blog Rigor textual, y prosigue con las buenas palabras que de momento cosecha José García. Puedes leer la critica clickando aquí
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martes, 7 de agosto de 2012
Lee el inicio de El gladiador silenciado en "El viento que agita la cebada"
En agosto Loopoesía descansa, pero no dejamos de recibir buenas cosas. Ayer Mario Crespo colgó en su blog "El viento que agita la cebada" el inicio de El Gladiador silenciado. Puedes leerlo clickando aquí
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