sábado, 23 de enero de 2010
Amberville en Revista de Letras
Querer rizar el rizo y morir en el intento con dignidad: “Amberville” de Tim Davys
Por Jordi Corominas i Julián
George Orwell no está sobrevalorado, pero su presencia hasta en la sopa, válido tanto para un roto como para un descosido, suele alertarme cuando se le menciona con ánimo de ecuación parvularia. Si salen animales toca hablar de Rebelión en la Granja y loar su instinto revolucionario de cerdos magnates y caballos indignados. Eso mismo han hecho muchos críticos al hablar de la prometedora e ingeniosa Amberville. ¿Flora y fauna? Orwell y tiro porque me toca. Ya puestos podrían sacar a relucir Homenaje a Cataluña por la lucha y el sutil combate en la viciada atmósfera de la ciudad imaginaria. ¿Quieren más relaciones? Roger Rabbit no casa nada mal porque la esposa del protagonista es una coneja casada con un oso, que nos llevaría, y aquí si escribo por mero capricho estúpido que imita y vilipendia lo trivial de muchos reseñadores, a el mejor libro con bichos, sapos y culebras del reino donde en mi universo infantil el león era el rey: La famosa invasión de Sicilia por los osos de Dino Buzzati, obra maestra apta para niños y adultos, mágico tesoro que en nada se parece al clima viciado que presenta Tim Davys en su debut literario. Empecemos, venga, de una maldita vez.
En primer lugar dentro de la alegoría topamos con un autor que prefiere mantenerse en el anonimato. Usa seudónimo y debe sentirse muy realizado por esa foto donde sólo vemos estanterías y un rostro borroso, demasiado pixelado para dar con su ADN. Sin embargo, el sueco residente en Nueva York, lo que no deja de ser muy cool según los cánones posmodernos, nos informa de sus licenciaturas en literatura y psicología al tiempo que proclama a los cuatro vientos lo iletrado que era hasta cumplir los veinte años. Desconocemos su edad y nos importa un rábano. Su carta de presentación quiere ser un manifiesto de pistas para orientar al lector en sus pesquisas una vez haya iniciado la novela, reconstrucción de reconstrucciones en pos de crear un universo real que se diferencie de la normalidad por detalles heredados de mil referencias fílmicas y alguna que otra hora de teoría literaria, lo que se aprecia en el uso de múltiples voces narrativas y la habilidad de mantener ciertos enigmas bien ocultos hasta el final de la trama. ¿Trampa o truco? La sorpresa, que pretende ser original, está pasada de moda y parece más un recurso adolescente, por eso quien escribe critica pese a divertirse con la lectura, porque opino que una novela debe ser algo más que tópicos manidos y artificios de desconcierto que sin duda podemos achacar a una sobredosis de séptimo arte en las sinapsis del autor. Demasiado poco para creer la frase de Jorge Herralde, quien al recordar su lucha por la adquisición del manuscrito en Frankfurt llegó a considerar la ópera prima del anónimo no toledano como unas de las piezas más codiciadas del certamen alemán de 2008.
Eric Oso tiene cuarenta y ocho años y es más feliz que una perdiz. Casado con la bella Emma Coneja tiene todo lo que desea y un trabajo de lujo en la mejor agencia publicitaria de Mollisan Town, ciudad regida por una estructura, lo más interesante del relato, piramidal con muchos cajones herméticos, inaccesibles e inasequibles para el ciudadano de a pie. El dichoso matrimonio vive en Amberville por nostalgia de un tiempo pasado que no fue mejor. Eric Oso creció en ese barrio junto su gemelo Teddy y sus importantes progenitores. Su madre es jefa del ministerio de Medio Ambiente, mientras su padre es un eficiente rinoceronte director de escuela. La tutela y el cariño no bastaron para que el protagonista tirara por caminos de rectitud. Después de confirmarse ingresó como matón de medio pelo en el Casino, donde conoció a sus amigos del alma, una corneja depresiva, una gacela homosexual y drogadicta con un solo cuerno y una serpiente escurridiza y erudita. La mala vida se desvaneció con la irrupción del amor, y desde ese instante el peluche se dedicó a proteger a su amada y a incrementar su prestigio en la sociedad, ingresando en los puestos más importantes de la misma, entre los que cabe destacar la Mano Auxiliadora, Supremo sanedrín de la Urbe, centro de poder reservado a los más insignes proanimales, porque lo de prohombres desentona en este contexto.
Una noche está en casa, cansado y con ganas de irse a descansar. De repente, el miedo. Una de sus antiguas pesadillas irrumpe en la vivienda. Nicholas Paloma no se anda con chiquillas. Quiere algo y amenaza, no le importa que sus gorilas destruyan sofás de diseño y antigüedades de postín. Eric aguanta el vendaval y escucha. Su querida coneja morirá si en pocos días no se da prisa en hallar la lista de la muerte, mítico documento que finiquita la existencia por decreto, si bien para muchos es una leyenda transmitida de generación en generación, papel acuoso perdido en la desmemoria de la Historia. Manos a la obra. El oso llama a sus compinches, les convence de abandonar sus ocupaciones y la unión hace la fuerza. Eric es el jefe, la corneja el descaro, la gacela un cóctel de pastillas, verdes, rojas y amarillas. La serpiente completa los elementos con su ambición reflexiva. Durante las dos siguientes semanas espiarán los movimientos de los conductores, entrarán en dependencias ministeriales, agredirán a sus enemigos y hasta se meterán en el vertedero, reino de la Rata Rut, soberana de la pocilga urbana, diosa con muchos secretos en su tugurio, misterios que ayudarán a desvelar el intríngulis de la operación y darán al melancólico cuarteto, que se toma la tarea en plan campamento vacacional con altas dosis de acción, los enlaces necesarios para constatar que, efectivamente, existe el elenco mortuorio. Las volteretas se vuelven más enrevesadas. Sólo se puede tachar un nombre y resulta que hay dos personas vitales en el escrito: La paloma y Teddy, el gemelo, el oso que sacrificó su amor por la coneja al sentirse el complemento perfecto de su hermano, ying y yang indivisibles para mantener el orden cósmico que propugna el narrador.
Hay más personajes que se encadenan y se relacionan. Una hiena propulsada al abismo por culpa de la frustración de la serpiente, un pingüino sacerdote. Los mecanismos que articulan la alegoría hacen de Amberville una elaborada construcción social que mantiene el pulso con el lector al condensar en su interior un crisol de atmósferas familiares. Desde el pastiche se consigue generar la atención y fomentar la intriga por lo nocturno y un ritmo narrativo variable que adquiere sus más notables texturas en los pasajes de lentitud, cuando creemos avanzar con las asombrosas criaturas que debaten sobre su condición a partir de querer derrumbar los fundamentos anquilosados de su hábitat. Porque si extraemos una conclusión positiva de la tarea de los cuatro podremos deducir que su hercúlea misión consiste, nada más ni nada menos, en refundar desde sus cimientos Mollisan Town y derrumbar viejos muros, casi atávicos, que interrumpen el normal desarrollo entre la vida y la muerte. En un momento determinado Emma Coneja, que cuando habla confiesa verdades inesperadas, menciona su voluntad de operarse las rodillas. De nada sirve el progreso si la base sigue impertérrita en sus trasnochados trece. Por cierto, ¿lo dudaban?, en algunos casos nada es lo que parece.
¿Nuevas influencias? ¿Paranoia crítica? El entretenimiento también puede ser literatura posmoderna.
En ocasiones me disgusta ser demoledor cuando abro la botella del escrito. Miren la última de Batman. Una moneda con dos caras idénticas. Lo mismo pero diferente. Otra posible lectura de Amberville nos lleva a parajes que desde lo iletrado circulan por influencias a tener en cuenta. Visualizo lo leído y creo respirar aire de videojuego. El filo estructural de la narración de esta industria del entretenimiento va inmiscuyéndose, sin que aquí el verbo revista connotaciones negativas, en la literatura reciente, y ello no ha de extrañarnos, porque al fin y al cabo estos productos de consumo beben profusamente de la antigüedad. El héroe ha de ir superando obstáculos que asimismo pueden remitirnos a las proezas homéricas o a la celebérrima quete medieval. Las pruebas en la senda hacia la gloria son duras y abren nuevas pantallas una vez se ha descubierto el elemento fundamental que permite avanzar. Este tipo de montaje narrativo se halla muy presente en esta historia de animales que flirtean con el mal e inevitablemente nos lleva a concluir que tales formas expresivas buscan una economía de medios que permita la distracción lectora, al hacerse todo más comprensible desde parámetros básicos, y modernice el artefacto novelístico. Quizá a quien escribe le duele comprobar como su máxima referencia amarilla haya virado hacia esa curva donde ya no importa asombrar con talentos inéditos, sino más bien con volúmenes dignos para devorar en dos tardes de asueto puro y duro. Serrat tenía razón con eso de ara fa vint anys que tinc vint anys i encara tinc força, aunque mi instinto huele que estamos asistiendo lentamente a un reposicionamiento de las editoriales hispanas, siendo hoy el futuro de las pequeñas casas, destinadas a darnos las palabras que auguren metamorfosis y nombres en la libreta en blanco de las próximas décadas.
http://www.revistadeletras.net/querer-rizar-el-rizo-y-morir-en-el-intento-con-dignidad-amberville-de-tim-davys/
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