viernes, 25 de junio de 2010
Matemática Beatle (IV) en Panfleto Calidoscopio
El intento, lo norteño y el colofón supremo
Por Jordi Corominas i Julián
“The people that bought our records in the past must realise that we couldn’t go on making the same type of records forever. We must change and I believe those people know this”
(John Lennon, hablando del cambio Beatle en 1967)
“On Sgt. Pepper we had more instruments and instrumentación than we have ever had, and more orchestral stuff than we have ever used before”
(Paul McCartney, sobre la instrumentación
en Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band)
“For me it was a bit like being a session musirían because we were trying to get a concept thing. Sgt. Pepper was like a show; it wasn’t just an album. It was like a stage show.”
(Ringo Starr, sobre su labor y la idea de álbum conceptual
en Sgt. Pepper)
Las constelaciones se alinearon en 1967 con la melodía, The Beatles y los avances tecnológicos para darnos el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, que de otro modo hubiese quedado como una quimera de rotunda sonoridad. El año del verano del amor fue el primero en que el lapso de tres segundos entre canción y canción desapareció. El enlace ya era una realidad que permitía plantear un álbum como una sinfonía unitaria de piezas capaces de ser un todo. Los más quisquillosos dirán que esa sería una buena definición de Lp, donde el titulo da nombre al conjunto y por tanto engloba su contenido, pero el cuarteto quería ir más allá y crear un magma compacto que podemos leer separadamente en sus trece canciones, número primo que dio al pop su condición de clásico, adjetivo adquirido tras una labor que ocupó 700 horas en el estudio y cinco meses de concienzuda cabezonería entre acordes, recuerdos, ácido y tazas de té.
Cada tema del celebrado vinilo enhebra intimidades con los demás que van desde finas complicidades en los motivos hasta sutiles conexiones entre composiciones que, aparentemente, no casan ni a la fuerza. Si hablamos de esas complicidades, volvemos inevitablemente a lo norteño y a la idea de ser otros, una banda municipal o del ejército de salvación que toca en un concierto al aire libre para un auditorio popular, dando la casualidad que los componentes de la banda están sumamente influenciados por la cultura local, que conocen y dominan en lo instrumental y en el sentimiento desde cauces plenamente contemporáneos. Todos están expectantes, se oye un murmullo, cortado por el imponente riff de una guitarra, el toque de batería y la presentación del grupo. Llevan veinte años tocando y nos invitan, como cuando el narrador habla al lector o como cuando Belmondo mira a la cámara en Pierrot le Fou, a disfrutar del espectáculo y a escuchar con atención al cantante del siguiente número, Billy Shears, atemorizado rapsoda de la amistad que todo logra con una pequeña ayuda, verde, de sus amigos.
Claves temáticas e instrumentales para entender la unidad del Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club band.
El debut del cuarteto es un feliz puñetazo en la mesa. La suerte del Pepper fue tener escritas en una fecha muy temprana del proceso las dos partes que abren y cierran el disco. Teniendo claro el inicio, Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, y la conclusión, A day in the life, era más sencillo llenar los huecos restantes desde una coherencia conceptual que flotara en la música. La idea de concierto sale reforzada con With a little help from my friends, canción que Lennon y McCartney compusieron al alimón- escena magníficamente narrada en la biografía oficial del conjunto, escrita por Hunter Davies en 1968, para regalarle un tema a Ringo, transformado por arte de birli birloque, ya lo anuncia la voz de Paul, en Billy Shears, quien tras loar la capacidad de sus amigos, interrogar y someterse a un alud de cuestiones parece dormirse para ceder el turno a una ensoñación de tintes carrollianos, amalgama psicodélica que mediante la atmósfera del órgano modula una odisea por sinapsis, colores, cielos de mermelada y la indudable capacidad de su autor, superándose tras Strawberry Fields Forever al guiarnos nuevamente en sus fantasías de otra dimensión, en este caso imprecándonos e implicándonos en una autoproyección que bebe de Alice in wonderland, tanto que podríamos trasladar las visiones de Lennon un siglo atrás y la diferencia creativa de ambos ilustres norteños sólo se notaría por el contexto y esas siglas de la ilustración escolar de Julian Lennon, LSD, Lucy in the sky with diamonds, o cómo ser censurado por la BBC, paranoica perdida que extraviaba el tren de los sesenta. La transportación efectuada con la chica de ojos caleidoscópicos se frena bruscamente con optimismo irónico que contrapone en Getting better la despreocupada cotidianidad de McCartney con el sarcasmo instantáneo de Lennon, sintetizado en la famosa anécdota según la cual Paul cantaba It’s getting better all the time cuando apareció John y respondió It couldn’t get no worse, réplica del coro en una canción que retrata la alegría de quien bien podría ser un borracho de Liverpool, casado y maltratador que de la noche a la mañana change his scene, y al mejorar y darse cuenta de la importancia del amor sonríe, como también lo haría arreglando un agujero de su techo, por donde entra lluvia; debe repararlo, porque de otro modo será difícil dejar que la mente corra sin frenos. Lo rural, la idea de Fixing a hole vino de arreglar un desperfecto en una casa que el bajista tenía en Escocia, es la excusa para tejer un tema crítico con los que no se enteran por ir demasiado deprisa aun estando parados, individuos alienados que quizá creen estar a la última, torturados en una desgracia opuesta a la simplicidad del hombre satisfecho consigo mismo que se contenta con simplezas que no estaban en la agenda, things that weren’t important yesterday, y que ahora son importantes. Los dos estados de ánimo reflejados en Getting Better y Fixing a hole son mucho más graves que el tono empleado por McCartney al cantarlos, con sus cuerdas vocales repletas de su habitual optimismo, que desde la celebración desafía al mundo al decirle sin tapujos que todo siempre puede ir mejor si exterminas fantasmas mentales y anulas el velo que te limita, de otro modo, por no abrir los ojos y rehuir lo futuro, te empaparás de la cruda tristeza de She’s leaving home, donde tanto Paul en la letra central, la chica, como John en sus estudiados coros, los padres, firmaron un manifiesto de la brecha generacional, melodía atemporal que elevó el pop a un estrato superior. Lo más interesante es comprobar la profundidad de dos veinteañeros que meditaban sobre su época y podían contemplar el desesperado desarraigo de muchos jóvenes ansiosos por escapar del tedioso norte e intentar la aventura de Londres, donde el tiempo seguía un ciclo poco proclive al estatismo. Asimismo, la chica emigra del nido que tan bien la ha tratado porque se siente incomprendida, The times they are a-changing y la distancia se amplía crecientemente entre los que combatieron en la guerra y sus herederos, dioses de un nuevo tiempo sin tarimas que impliquen superioridad alguna, creadores de una cultura propia que viene para quedarse. Desde un punto de vista interpretativo casi puede resultar chistoso que la última canción de la cara A sea Being for the Benefit of mr. Kite!, tema circense en el que Lennon desplegó todas sus facultades en un intricado menos es más que desglosa los entretenimientos del circo de Pablo Fanques anunciado en un póster victoriano de 1843. Habrá trampolines, los Henderson estarán allí y, por supuesto, Henry el caballo danzará un vals. ¿Lo dudaban? La composición de Lennon no sería la misma sin la declarada intención de conferirle una atmósfera de carnaval que George Martin y Geoff Emerick aderezaron con su locura de cortar cintas con sonidos de circo y luego juntarlas para obtener un delirante collage de estrambóticas músicas que logran transmitir el ambiente que Lennon requería, pues tras las palabras casi podemos percibir la algarabía de la arena, marcando la batería de Ringo y el bajo de Paul un ritmo de intriga inherente a los retos de domadores y otras atracciones del mayor espectáculo del mundo.
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