sábado, 19 de febrero de 2011
El segundo Lost Weekend de John Lennon en Standdart
El segundo Lost weekend de John Lennon: 18 de septiembre de 1973-28 de noviembre de 1974 por Jordi Corominas i Julián
Los primeros pasos de John Lennon tras la disolución de The Beatles han sido mitificados hasta el extremo. El recuerdo histórico que el músico ha dejado de su periplo entre 1970 y 1973 se nutre de estruendosas declaraciones, canciones protesta, sentimiento artístico vanguardista y un claro olor de contracultura expresada desde una radicalidad que vista en perspectiva se desdibuja por su verdadera condición, un enorme manojo de sufrimiento maquillado por la inevitable necesidad de afirmar su ego para desarrollar una imagen en solitario marcada indudablemente por su adiós a la tierra que le vio nacer y su traslado a los Estados Unidos en agosto de 1971, donde rápidamente hizo saltar las alarmas del gobierno federal presidido por Richard Nixon, bien flanqueado por J. Edgard Hoover en su paranoico intento de eliminar cualquier partícula sospechosa de subversión en la agitada atmósfera norteamericana. Lennon acarreaba consigo la condena británica por posesión de resina de cannabis tras su detención el 18 de octubre de 1968, el día después de terminar la mezcla del Álbum blanco junto a sus otrora colaboradores Paul McCartney y George Martin, de quienes echaba pestes a principio de los setenta, década que, como expresó Jim Morrison en L.A. Woman, vio cambiar el sentimiento de la alegría a una profunda tristeza, manifestada en Lennon mediante na actividad musical repleta de dudas, en plena simbiosis con su padecer personal y sus movimientos políticos que hasta le llevaron a financiar causas radicales de todo tipo. Los primeros años de la nueva década vieron como el otrora pletórico compositor ofrecía al mundo Lp’s de dispar calidad, desde el magnífico y confesional John Lennon Plastic Ono Band, metáfora musical de la terapia Janov, pasando por el sobrevalorado Imagine hasta llegar a su flojo y desgarrado grito reivindicativo, adalid de adalides, en Sometime in New York City, ciudad que le acogió y donde esperaba quedarse tras solventar sus problemas con el departamento de Inmigración en pos de obtener la ansiada carta verde de residente, que sólo conseguiría en 1976.
Durante este período el cantante estuvo flanqueado en todo momento por su esposa Yoko Ono. Eran inseparables y mantuvieron esa unión irrompible en todos los aspectos habidos y por haber. Sin embargo, y es comprensible, la polémica pareja era humana como todos nosotros, y bien es sabido que el flechazo inicial de Cupido no dura para siempre. En 1972 la fogosidad erótico-festiva del de Liverpool agotaba a la nipona. Ambos habían desarrollado con mucha naturalidad la cuestión de los celos. Poco importaba si él alucinaba por la calle viendo faldas, admirando contoneos y babeando con escotes. El amor estaba sellado, pero los nervios, finalmente, les jugaron una mala pasada. Para tener la tranquilidad en relación a su lucha para derrotar a la administración americana era fundamental que el candidato demócrata George McGovern derrotara a Tricky Dicky para alejar el fantasma de la deportación. La reelección del archienemigo encontró a John y Yoko en una fiesta organizada por Jerry Rubin. De repente el alcohol y las drogas, unidas a lo insoportable tensión del momento, hicieron mella en Lennon, quien no tuvo mejor idea que acercarse a una chica que no era de su gusto y llevársela al cuarto donde todos los invitados habían dejado sus pertenencias. Hicieron el amor sin reparos. Nadie podía irse. Yoko lo pasó mal, aunque entendió el germen del problema. Se fue a casa y días después le planteó a su marido la cuestión. Entendía su urgencia de otras compañeras sexuales. Sus colaboraciones artísticas seguían con el frenesí de siempre y nada podría cambiar esa simbiosis. No obstante convenía hacer algo. Lo debatieron, llegando a plantearse la opción del sexo homosexual, y decidieron que la mejor solución para evitar sufrimientos mutuos era que él se alejase un tiempo de Nueva York para que respirara y diera espacio a la relación. El 18 de septiembre de 1973, con Mind Games ultimado y listo para su promoción comercial, John Lennon tomó un avión a Los Ángeles junto a May-Pang, una chica chino-americana de veintidós años que había trabajado como ayudante para el binomio. Empezaba el Lost weekend. ¿Sexo, drogas y rock and roll?
Amistades, desmanes y destrozos: Haciendo el gilipollas echando de menos a Madre.
La sombra de Yoko era alargada. May-Pang la sintió siempre en su cogote, y a su favor huelga decir que fue una excepcional compañía para el autor de Dear Prudence, quien pese a todo compartió lecho con un sinfín de mujeres y sació su sed de diversidad. ¡Alto! No penséis que estaremos hablando sin parar de camas y fluidos. Lennon tenía e hizo amigos en la ciudad californiana. Uno de ellos era el reflejo más claro, con permiso de David Bowie, de los nuevos tiempos en el panorama pop. Elton John congenió al instante con su ídolo y sería fundamental para terminar con esta aciaga época, pero antes de la resolución llegaron nuevas complicaciones. Morris Levy era un tiburón de la industria, además de ser el propietario de la canción You can’t catch me de Chuck Berry, tema que Lennon plagió en el primer verso de Come together, Here come old flat-top. Para arreglar el desaguisado pactaron que John grabara tres canciones de su catálogo, a lo que nuestro protagonista accedió encantado porque nunca se cansó de decir que a él lo que le gustaba era el Rock and roll. De ese acuerdo surgió el proyecto Oldies and Mouldies, dirigido totalmente por Phil Spector, el supuesto genio del muro de sonido que destrozó Let it be. Las sesiones fueron un desastre. El productor acudía al estudio disfrazado de campeón de kárate, ciego o cirujano y llevaba una pistola bien visible en la sobaquera. Por su parte Lennon bebía, lo que nunca antes había hecho trabajando. Era el caos entre genios. Todo estalló cuando un buen día Spector, alocado y megalómano hasta los topes, disparó su arma al aire. Los expulsaron y tuvieron que trasladarse, sin el pistolero, a las instalaciones de los recién abiertos estudios de Record Plant West, donde no concluyeron nada, finiquitándose el asunto meses más tarde en Nueva York con el simple título de Rock and roll.
Durante esos meses angelinos los sobresaltos eran una constante, y no sólo eran ociosos como la leyenda ha hecho creer, en ocasiones cobraran matices más estrambóticos, como cuando John, que de vez en cuando visitaba la gran manzana por el asunto del visado permanente, recibió la visita de su primera mujer Cynthia acompañada por Julian. El clima enrarecido se mantuvo, si bien el letrista experimentó un importante cambio de actitud para con su primogénito, al que llevó varias veces, lo que para aquel entonces era un privilegio, a Disneyland. Estas buenas acciones eran un paréntesis en la perdición nocturna, cargada de anécdotas memorables en clubes como el Troubador, donde dicen las malas lenguas que en plena borrachera se puso una compresa en la cabeza y preguntó a una camarera quien era. La respuesta fue, como mínimo, contundente: Sí, un tonto del culo con una compresa en la cabeza. Este episodio es una nimiedad en comparación con otros acaecidos mientras residió en el Hotel Beverly Whilshire junto a Klaus Voorman, amigo de los tiempos de Hamburgo y ex bajista de Manfred Mann, Keith Moon, único destrozando habitaciones, Ringo Starr, ya sabéis quien es, y Harry Nilsson, a quien se empeñó en producir su disco Pussycats. Nilsson era un gran bebedor y un gran partenaire para provocar escándalos. El 12 de marzo de 1974, dieciséis días antes de empezar a trabajar en el álbum, ambos fueron otra vez al club Troubadour, y completamente beodos se pusieron a cantar a la espera del inicio del show de los Smothers Brothers. Fueron expulsados, Lennon derribó una mesa y en el exterior forcejeó con un empleado del aparcamiento. Había cámaras y la circunstancia era peligrosa para su pleito para permanecer en los Estados Unidos. Al día siguiente se le vio tranquilo, y sobrio, en un homenaje a James Cagney acompañado de May-Pang, lo que alentó los rumores de ruptura con Yoko entre la prensa, ignorante del verdadero deseo del músico, siempre telefoneando a su esposa para ver si le dejaba volver de una maldita vez.
Sólo faltaba, aunque las aguas ya habían vuelto a su cauce, la aparición de Paul y Linda McCartney. El encuentro en la cumbre se produjo el 31 de marzo de 1974, cuando los otrora líderes de The Beatles participaron en una jam session con Stevie Wonder y otras cuarenta personas, John a la guitarra, Paul, en ausencia de Ringo, a la batería. No hubo polémicas, pero el bajista declaró que si acudió a Los Ángeles fue porque Ono pasó por Londres para pedirle ayuda para solventar el difícil trance en que se hallaba, incapaz de solucionar la separación, que, poco a poco, se acercaba a su ansiado fin.
El retorno al orden: New York, un número uno y un concierto en el Madison Square Garden.
Entre las otras proezas de la etapa californiana cabe mencionar vandalismos varios, destrozos de mobiliario y cogorzas que se paliaban con la lucidez que lo transformaba en un inglés flemático, atento lector de periódicos, sublime conversador y brillante galán que optó por dar un golpe de timón aprovechando una ronquera, probablemente como causa de la eterna juerga, de Harry Nilsson. La única posibilidad para completar Pussycats era registrarlo en Nueva York, donde volvió a mediados de abril. Su primer movimiento fue convencer, en presencia de Ringo para impresionar a los ejecutivos, de lo bueno que era el futuro disco de Nilsson. La siguiente acción, otro punto de interés para retornar cerca del hogar, fue centrar parte de sus energías, ahora que los vientos soplaban a su favor tras el affaire Watergate, en visado. Otro paso trascendental fue grabar en julio de 1974 su álbum Walls and bridges, título con inequívoco sabor a cobijo, como si los muros de la gran manzana fueran una muralla que le protegía del mal. Uno de los temas del Lp, el festivo Whatever gets you thru the night, incorporaba el apoyo vocal de Elton John, a quien como contrapartida ayudó en su versión con un punto reggae de Lucy in the sky with diamonds. Ambos apostaron que si Whatever gets...escalaba hasta lo más alto de la lista de singles Lennon saldría en escena junto a su amigo. El sencillo y el álbum alcanzaron el número 1 y el monstruo apartado de los conciertos tuvo que cumplir su promesa el 28 de noviembre de 1974 en el Madison Square Garden.
¿Y Yoko?
Sufría, y mucho. Su proverbial condición de fría y manipuladora ejercía su tarea. La calma era su mayor aliada. Le contaba a su amigo y compañero sus ligues, reían de lo torpes que eran y también se explicaban sus progresos artísticos, lo que él aprovechaba de vez en cuando para ir al Edificio Dakota si sabía que ella estaba de viaje, craso error, porque Yoko cambió las cerraduras. Sin embargo, el 28 de noviembre mandó dos gardenias blancas iguales para Elton y su marido. Lennon, histérico perdido, hizo su aparición el recinto prorrumpió en una espectacular ovación. Intervino en tres temas y en el último se permitió una broma como en los sesenta al anunciar una canción de un antiguo novio mío del que me separé y que se llama Paul: I saw her standing there. Aún quedaban unas pocas jornadas de gloria para el mito, pero esa noche fue la más especial, porque al caer el telón Yoko fue a su búsqueda y ambos se cogieron las manos mientras, embobados, sonreían y se miraban a los ojos para reemprender lo que, quizá, nunca había terminado.
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