lunes, 30 de enero de 2012
Relámpagos de Jean Echenoz en Revista de Letras
Matar la luz, resucitarla en la utopía: “Relámpagos”, de Jean Echenoz
Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 30.01.12
Relámpagos. Jean Echenoz
Traducción de Javier Albiñana
Anagrama (Barcelona, 2011)
Toda trilogía debe tener un vínculo en común que hilvane sus partes y las haga evolucionar a medida que la idea inicial se concreta. Para quien escribe el ejemplo supremo se encuentra en Michelangelo Antonioni y su paso de una desaparición física en L’avventura hasta alcanzar, siempre fiel a una misma dinámica, la muerte de los sentimientos en L’eclisse con su poética de espacios vacíos donde transcurrió la relación entre los personajes interpretados por Alain Delon y Monica Vitti.
En cierto sentido Jean Echenoz también juega con el olvido. Después de los genios nada se transforma, pero todo cambia. Sus existencias quedan relegadas a un incómodo abismo porque importan sus hallazgos. Ravel siempre será el compositor del Bolero. Su triste final degenerativo parece un apéndice innecesario, y lo mismo sucede con el desenlace de la carrera vital de Zátopek, quien después de maravillar al mundo con sus proezas atléticas equivocó la guinda al postularse a favor de la primavera de Praga en 1968. Terminó barriendo calles, y claro, cuando hablamos del personaje preferimos obviar esos detalles teóricamente desagradables que empañan la envergadura del mito. ¿Seguro? No, son parte del mismo, lo engrandecen y lo ubican en su justa dimensión, es como si ignoráramos la correspondencia entre T. S. Eliot y Groucho Marx o la misoginia de Pablo Picasso. Los huecos deben rellenarse para alcanzar la totalidad y comprender los perfiles que surcan territorios al alcance de pocos elegidos.
Nikola Tesla (foto: Napoleon Sarony, 1890)
El caso de Nikola Tesla -inspiración de Relámpagos, última novela del autor francés- clama al cielo e injusticias aparte sirve para entender el esquema trazado por Echenoz en su trilogía. Ravel pertenecía a la cultura elitista y la desafiaba en cierto sentido con sus trangresiones. Zátopek fue uno de los pioneros en recibir dadivas desde la masa y el deporte. Tesla trasciende estos parámetros y se instala en el bien común al ser el inventor, entre muchas otras cosas, de la corriente alterna. Fue un incomprendido visionario que pagó su excentricidad con una muerte en el estercolero de la pobreza, él, que siempre disfrutó de un doble crédito, monetario y de prestigio, residiendo en hoteles por su bien ganada fama a base de inteligencia que destruyó un más que probable exceso de confianza llamado ingenuidad.
El prosista galo no es un investigador profesional, por lo que a lo largo del ciclo que clausura Relámpagos ha optado con sabiduría por ingeniar teselas que no encorsetaran tanto el texto en lo conocido. De este modo Nikola pasa a ser Gregor, lo que indudablemente también se puede relacionar con el archiconocido personaje de La metamorfosis de Kafka, esa obra que ahora está de moda denominar La transformación. Ambos roles coinciden en su aislamiento social, que debemos leer con cautela para no incurrir en errores, pues Tesla sí mantuvo amistad con muchas personalidades, pero el mensaje de su nombre en la novela editada en nuestro país por Anagrama radica en la marginación a la que fue sometido por aventurarse a la utopía de dar a la Humanidad una fuente de energía universal gratuita. El peligro de ver quebrado el maná de tan preciado mercado por la imaginación de lo heterodoxo marcó su carrera. Si colaboras con las bestias capitalistas debes darles réditos ipso facto, de otro modo aprovecharán cualquier excusa para sepultarte en el camión de la nada.
Para Gregor y Nikola, lo mismo pero diferente, la treta del adiós fue creer que unos sonidos eran voces extraterrestres que creyó escuchar en el desierto de Colorado a finales del siglo XIX tras una serie de experimentos con rayos, centellas y mucha fantasía. A posteriori se verificó que esos ruidos eran ondas mecánicas provenientes de las estrellas. Nunca debes descuidar la retaguardia con los poderosos. Por aquel entonces la prensa ya hacía de las suyas. La guerra de Cuba estalló por obra y gracia de William Randolph Hearst. ¿Qué es un hombre en comparación con un conflicto que altera las tornas de la Historia?
Desde entonces Gregor/Nikola fue el prototipo del científico loco. Atrás quedaron sus desafíos victoriosos contra Edison, sus performances en ferias y la humildad de la renuncia a una fortuna monetaria. Los años posteriores no redujeron su excelencia. Su ingenio, robado por Marconi con la radio, de rayos x, de aires líquidos, mandos a distancia, robots, microscopios electrónicos, radares, aceleradores de partículas, rayos paralizantes y hasta Internet era demasiado potente e hiperactivo. Chocaba con intereses que se amparaban en la reputación del austrohúngaro para desechar sus propuestas. Quizá era demasiado minucioso en lo cotidiano y escasamente preciso por acumular un caudal tan remarcable.
Echenoz destaca ese aspecto. Sabemos que Tesla estaba obsesionado por sumas estériles. En la novela cuenta los pasos de un paseo, emplea tres pañuelos de seda blanca al día y se emperifolla para estar impecable ante cualquier eventualidad. Era guapo, inteligente y brillante. ¿Qué falló? Las minucias adquieren sentido premonitorio, como si una vanidad sucumbiera ante otra, como si el “apresúrate lentamente” no pudiera seguir el ritmo del siglo XX, empeñado en un consumo rápido con dinero de por medio, verde papel que también enamoró a Tesla, quien sabía de su existencia pero no lo tocaba en su fantasía de una eternidad que llegó una vez sus huesos reposaron en la tumba.
Las tramas de la trilogía son trayectorias de desdicha que en el exterior se vislumbran desde una óptica mediática que distorsiona el conjunto. El interior de los tres tenores de Echenoz era de una complejidad inabarcable. La apariencia es una dama que engaña y aniquila. Solemos quedarnos con lo nimio, el relato contado a la multitud, y aparcamos la molestia de la normalidad en mentes insuperables para no disturbar una imagen idílica de nuestros monstruos, que por algo lo son, sin que importe toda la mierda que volcamos en su jardín mientras respiraban.
¿Ha conseguido Echenoz su objetivo? Sí y no. Lo afirmativo versaría en que el intento ya tiene suficiente nobleza desde el concepto y un estilo inconfundible. Lo negativo radicaría en lo utópico de recrear la intimidad del genio, y puede que ello se deba a que la misma luz que encendió la mecha de la trilogía tiene en su seno el germen de la tradición que ensalza lo colosal y coarta la pequeñez que comparte con el resto de los mortales.
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