viernes, 23 de marzo de 2012
Diálogo con Jorge Volpi en Sigueleyendo
Diálogo con Jorge Volpi, por Jordi Corominas i Julián
Ha sido duro y he salido del paso. La jornada se compone de demasiadas partes aceleradas de vaivenes mentales acuciados por efectos del exterior. Salgo de la radio feliz, camino decidido hacia mi casa y llaman al timbre. Mensajero, abra. ¿Cómo no voy a hacerlo? Miércoles, 17 horas. A las diez menos cuarto del día siguiente entrevisto a Jorge Volpi. El paquete contiene su última obra, La tejedora de sombras, premiada con el Premio Casa América 2012, una novela centrada en triángulos amorosos y psicoanalíticos que evolucionan a lo largo de cuatro decenios. El núcleo central del relato se basa en la historia real de Christiana Morgan y Henry Murray, amigos, amantes y colaboradores inmersos en una perpetua convulsión donde Carl Gustav Jung juega un papel decisivo.
Llego a Casa Fuster y en recepción me acogen con amabilidad al tiempo que me someten a un tercer grado. ¿Qué hace usted aquí? ¿Se come el colibrí en pepitoria? ¿ Kas naranja o Kas limón? Pido sentarme, hojeo los periódicos de la mañana, me quito cuatro legañas y la puerta se abre para recibir al autor mexicano con su maleta a cuestas. Nos damos la mano, intercambiamos las cuatro frases habituales y procedimos, acompañados de una carpeta con ejemplos del Test de apercepción temática, a registrar nuestro diálogo.
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Jordi Corominas i Julián — ¿Cómo descubriste la historia real que articula La tejedora de sombras?
Jorge Volpi — De casualidad. Estaba Como profesor visitante en Cornell, e investigaba para mi novela No será la tierra, y se me ocurrió introducir a Unabomber, el terrorista que manda cartas bomba. Busqué cosas sobre él y di con un libro de Aston Chase que narra la educación de Unabomber desde niño hasta que se convierte en terrorista. Estudió matemáticas en Harvard, con resultados brillantes pese a su inadaptación. Una de las cosas que más le perturbaron durante esa época fue formar parte de un experimento psicológico al que le sometió un profesor, Henry Murray. A partir de ese punto descubrí datos biográficos de su persona y su extraña relación amorosa con Christiana Morgan. Al final Unabomber no apareció en la novela.
J.C. — Y así empezaste a centrarte en Christiana y Henry.
J.V. — Su historia me siguió dando vueltas. Hacía mucho tiempo que quería escribir una historia de amor mezclada con terror.
J.C. — Y a partir de esa mezcla la historia tiene un aliciente extra porque los mismo ingredientes esenciales de los personajes rompen con lo convencional.
J.V. — No hay nada de tradicional en su romance, pese a que ellos intentan ser el paradigma de la gran historia de amor absoluto.
J.C. — Da la sensación que ambos evolucionan al ritmo del siglo XX, desde la Primera Guerra Mundial hasta los años sesenta. La Historia condiciona e influye en sus actitudes.
J.V. — Sí. No están vinculados de ninguna manera al poder o a la Historia con mayúsculas, pero que están muy afectados por el paso del tiempo, además siendo ambos tan longevos. Murray murió a los noventa y tantos, Christiana también vivió mucho, ayer se cumplieron cuarenta y cinco años de su muerte.
J.C. — En la novela se percibe una fascinación mayor por Christiana, es la verdadera clave del relato.
J.V. — Mientras escribía la novela titulé el proyecto Wona y Mansol, haciéndome eco de Abelardo y Eloísa, de Romeo y Julieta, de Tristán e Isolda…
J.C. — El componente wagneriano que abre la puerta al romance…
J.V. — Exacto, pero luego me di cuenta que la novela es sobre ella, más que sobre ambos. Christiana destaca por encima de todos, y ahí fue cuando decidí cambiar el título, con un nombre que se refiriera a ella.
J.C. —¿Y por qué La tejedora de sombras?
J.V. — Es un título que me vino a la cabeza de pronto. Me daba la impresión que esas sombras, las que cuenta en su diario, son las que de niña la encerraban en el armario y más tarde le provocaron visiones. Toda su vida trata de averiguar cuáles son las sombras de su conciencia.
J.C. — Desde el principio del libro se nota que ambos son personajes marcados por una tensión psicológica y un malestar interno muy fuerte.
J.V. — Sí, y no sólo interno. Su malestar mental se traslada al exterior.
J.C. — Además da la sensación que Christiana se siente interesada por el psicoanálisis casi más por un rasgo de esnobismo burgués.
J.V. — Es un rasgo muy presente en la burguesía de la época, pero ella se distingue porque además del esnobismo ha sufrido una serie de depresiones que le dan pie a buscar una salida que conduce a su interés en el psicoanálisis que en primer término es su salvación y posteriormente será su condena.
J.C. — Y pese al disfrute vital que alimenta las primeras páginas, con dos parejas americanas divirtiéndose en la Europa de los años veinte, uno capta desde el primer instante una obsesión casi enfermiza por conocer en persona a Jung, como si fuera un taumaturgo redentor.
J.V. — Yo tuve esa sensación. Jung para ellos es más un gurú que un psicoanalista al uso. Actualmente en México muchas mujeres de clase altas viajan a La India a los ashrams para consultar a santones. Si lo trasladas a los años veinte comprobarás que Jung cumple la misma función. Recibía sobre todo visitas de norteamericanas, pero un sinfín de mujeres acudieron a Zurich con la esperanza de encontrar la salvación.
J.C. — Mientras leía La Tejedora de sombras no podía dejar de pensar en la película Un método peligroso de David Cronenberg.
J.V. — La historia de Cronenberg cuenta la primera aproximación de Jung a una relación triangular con Sabina Spielrein y la ruptura con Freud. Al final rompe con ambos. Luego pasa el tiempo, y cuando Christiana y Henry llegan a Zurich, Jung ya tiene la relación triangular deseada. Ha convencido a Emma de la conveniencia del experimento y la señorita Wolff es aceptada con plena normalidad.
J.C. — Jung mueve a sus pacientes como si fueran marionetas. No sé si en América Jung tiene arraigo que Freud, pero al leer la novela me sorprendía al ver como el método Junguiano más que curar derivaba hacia un dominio puro y duro de la paciente.
J.V. — Siempre me ha interesado el poder en todas sus manifestaciones, y aquí Jung lo ejerce sobre sus pacientes. Christiana y Henry quieren compartir un poder, que es amor, fundirlo, aunque finalmente su relación demuestra la imposibilidad de su objetivo.
Por otro lado cuando revisé los cuadernos y diarios de Christiana encontré especialmente interesante los que escribía al final de cada sesión con Jung. Regresaba a su habitación de hotel y transcribía lo más literalmente posible todo lo que Jung le decía. Ver esos cuadernos es tener la sensación directa de una sesión terapéutica con Jung. Y aunque en la novela casi no hay citas textuales de los diarios, sí que decidí dejar las réplicas junguianas.
J.C. — Las respuestas de Jung son lapidarias, como si supiera todo de antemano y atrapara a Christiana en una tela de araña.
J.V. — La secuestra en una construcción imaginaria que ella vislumbra como un verdadero camino hacia la salvación.
J.C. — Previamente a Jung hay que explicar que la historia entre Henry y Christiana está precedida de otros menage a trois con Jo y Will. No sé si los pensaste a nivel estructural, pero en todo momento la trama crea una evolución de triángulos.
J.V. — El juego geométrico de la pasión. Hay triángulos por todos lados, y hasta cuadrángulos. Son formas de la geografía del amor.
J.C. — En todo caso no hay ningún amor tranquilo en la novela.
J.V. — Todo es perturbación. Henry y Christiana deciden romper con sus parejas, y les cuentan la verdad, y esta decisión es el inicio de una espiral de sufrimiento que hará sufrir a antiguos amores, hijos, amantes y hasta ellos mismos. La perturbación se expande.
J.C. — Y Christiana, pese a su evidente modernidad, está aquejada del mal antiguo de no liberarse de su hombre, siempre quiere estar a su lado, lo que conlleva una quiebra de su independencia.
J.V. — Jung considera a Christiana una mujer inspiradora y le dice que las mujeres sólo tienen dos opciones: criar grandes hijos o grandes hombres, pero nunca aparece la posibilidad siquiera que ella sea una creadora.
J.C. — Pero lo es, y mucho.
J.V. — Sin embargo nadie lo reconoce.
J.C. — Abres el libro, te encuentras las ilustraciones de Christiana y piensas en Blake o los expresionistas alemanes. Era una ilustradora brillante, una pensadora inteligente y sufre el mal de la mujer marginada a nivel intelectual.
J.V. Aquí ( Jorge me muestra el test de apercepción temática) hay excelentes dibujos de Christiana que siguen usándose en la actualidad.
J.C Y en el psicoanálisis ella, pese a su supuesto amateurismo, abre vías pese a que luego queda relegada, hasta en la torre que Henry construye a imitación de la de Jung. Una torre así parece un regalo caído del cielo para que un novelista imagine y saque conclusiones.
J.V. — Conforme avanzaba la historia descubrí que ella hizo todas las tallas de madera y piedra de la torre. La división de la misma se basaba en lo espiritual arriba y el trance sadomasoquista del sótano. Ella se encargaba de todos los rituales que ellos mismos inventaban en su privacidad, desde libros para ceremonias hasta a que dioses rezar.
J.C. —¿Tenías claro desde el principio la manera de enfocar la estructura? ¿Cómo enfocaste la cuestión de la linealidad cronológica mezclada con lo mental de los personajes?
J.V. — La novela no es exactamente cronológica porque no quería hacer una biografía, quería saltar más al mundo interior. Por otra parte estructuralmente hay otras dos cosas. Lo musical, construí la novela en forma de sonata: cuatro movimientos, repeticiones, particiones y tiempos. La otra intención era encontrar la voz de ella. La novela empieza con una extraña voz omnisciente a la que luego se mezclan otras que no obstaculizan finalizar sólo con la voz de Christiana.
J.C. — El narrador va disolviéndose…
J.V. — Esa era la idea, que se disolviera el narrador para llegar a ella.
J.C. — Si hablamos de lo musical creo que desde el episodio de la ópera de Nueva York se presiente su trascendencia y la de elementos propios de tragedia griega. El conflicto con el hermano de Henry, el juego de parejas, el viaje, el destino…
J.V. — La salida, el regreso…intentan cumplir el camino iniciático marcado por Jung.
J.C. —¿Crees que el psicoanálisis ha quedado en nuestro imaginario como un vestigio del siglo XX que ha dejado de tener sentido?
J.V. — Viví en París tres años y estuve muy cerca de círculos psicoanalíticos que defendían a capa y espada la aplicación del método freudiano y lacaniano más allá de su valor como construcción cultural. Esta pasión que nos parece acabada todavía mantiene su vigencia en círculos europeos y argentinos.
J.C. — A partir de la Segunda Guerra Mundial, Henry vira su trayectoria por completo y su tarea psicoanalítica se vuelve potencialmente peligrosa. El sueño de la razón produce monstruos.
J.V. — Exacto. Durante la Segunda Guerra Mundial las teorías de personalidad que provienen de Jung le sirven a Henry para aconsejar a la CIA para hacer experimentos que luego llevarán a los test de estrés con drogas y a la amistad de Henry con Tim Leary, cruzando así su biografía todo el arco del siglo XX.
J.C. — Al final la voz de Christiana se disuelve y ha perdido el punto de brillantez que la convirtió en catalizadora. ¿Es lo que querías mostrar?
J.V. — Es una novela sobre el paso y el paso del tiempo, la decadencia física y moral del amor.
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