domingo, 11 de marzo de 2012

El Nazi perfecto de Tim Davidson en Revista de Letras





La disección del engranaje a través de un peón: “El nazi perfecto”, de Martin Davidson
Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 8.03.12



El nazi perfecto. Martin Davidson
Traducción de Jaime Zulaika
Anagrama (Barcelona, 2012)




“La desdicha, la vergüenza, el odio, las mentiras y la guerra civil se grabaron en nuestra alma y nos hicieron crecer deprisa. Así que buscamos y encontramos a Adolf Hitler. Lo que nos atrajo como un imán fue precisamente el hecho de que sólo nos puso exigencias y no prometió nada. Exigía únicamente nuestro compromiso con él y con Alemania”.

(De un oficinista nazi nacido en 1911).

Decía Ian Kershaw en su monumental biografía sobre Adolf Hitler que el nazismo es el tema que mayor volumen de publicaciones ha generado en la densa y vasta historiografía dedicada al siglo XX. No es ninguna sorpresa. Seria interesante clasificar tal enorme cantidad de información en varias parcelas que seguramente abarcarían desde bodrios infumables hasta concienzudos ensayos de gran magnitud.

Circulas por la calle, charlas en los bares y notas que el nazismo ya tiene una imagen determinada en el imaginario colectivo. El problema es que algunos atributos de su mal han ganado la partida de una matemática sencilla donde nos dejamos impresionar por los hechos y no pensamos en la banalidad de las causas y acciones que terminaron provocándolos. Ojo, algún lector dirá que estamos minimizando una cuestión fundamental. Se equivoca. Lo más dramático fue la normalidad desde la cual millones de hombres siguieron la estela de unos postulados contrarios a cualquier noción de Humanidad. Hitler sedujo a una generación de alemanes, y más allá de los nombres rimbombantes de sus colaboradores y las fechas de batallas y decisiones conviene fijar la vista en los peones adictos a su credo.

El nazi perfecto de Martin Davidson tiene un claro aire a Los hermanos Himmler (Libros del Silencio, 2011), donde Katrin Himmler, sobrina nieta del líder de las SS, diseccionaba las actividades de su clan durante el Tercer Reich. Y la verdad, su conclusión fue la de hallar un mundo sin inocentes donde el engranaje funcionaba con piezas anónimas que contribuían desde su insignificancia a potenciar la explosión de la salvaje máquina nacionalsocialista.



Martin Davidson, encargado de la sección de Historia de la BBC, siempre sospechó que su abuelo alemán Bruno Langbehn ocultaba un pasado más que oscuro. Sus conversaciones con el otrora dentista berlinés le hicieron intuir una personalidad autoritaria con ademanes marciales. Hasta finales del Novecientos muchos habitantes del país más poderoso del Viejo Mundo se hacían los suecos cuando alguien preguntaba por la etapa nazi. No, yo no sé nada, no estuve implicado. Los rastros debían cancelarse para poder proseguir con la cotidianidad.

Sin embargo, a principios del siglo XXI se abrió la veda, y ello ha permitido redescubrir viejas vivencias que plasman una sociedad entregada a la vorágine de la locura. Bruno fue un pionero en dar su existencia a lo mesiánico de la esvástica, y lo hizo de manera que su biografía constituye un excepcional documento para comprender el funcionamiento interno de las huestes germánicas en la encrucijada de entreguerras y su diabólica deriva.

Bruno creció en Perleberg, una ciudad de provincias en la que rápidamente se imbuyó de un clima militar pesimista que tras la Gran Guerra incrementó su amargura por el fracaso y la culpabilidad que acarreró el Tratado de Versalles. En 1922, con apenas dieciséis años, se trasladó a Berlín, sacudido por una inflación desproporcionada y las ansías populares de enmendar el desastre. La derecha no se resignaba y el joven no tardó en inscribirse al Partido de la Libertad, que abandonó en 1926 para apostar sus cartas al por aquel entonces minoritario NSDAP. El hecho de ser un camisa vieja se unió a su irremediable y bravucona vocación callejera. Se enroló en las SA cuando ése cuerpo era el no va más de lo paramilitar, y además lo hizo en el escuadrón más temible. Las hazañas del Sturm 33 ocuparon infinitas páginas por su bestialidad, lo que no impidió al objeto de estudio de Davidson dedicarse a la práctica de la profesión médica, lo que más tarde revelaría su más tenebrosa faceta en el entramado nazi.

La crisis del 29 fue la plataforma sobre la que Hitler sustentó su éxito electoral. Las SA, omnipotentes y conscientes de su atractivo para una multitud deseosa de transformar la República de Weimar, quisieron aprovechar la situación para imponer sus prerrogativas. El envite entre política y milicia urbana se saldó a favor de la primera, lo que culminaría en 1934 con la noche de los cuchillos largos, penúltima jugada nazi en su tablero de consolidación hegemónica.

Bruno no se vio salpicado y supo leer bien la que se avecinaba. En 1937 subió otro escalafón al ser aceptado en las SS. Ya no era uno del montón. Pertenecía a la jerarquía y se sintió cautivado por el privilegio y el letal símbolo del uniforme de los hombres de negro, aunque sus tareas fueran de despacho en despacho y de inteligencia en inteligencia hasta revisar elencos de dentistas judíos y desplazarse a Praga en la agonía del Reich en la Segunda Guerra Mundial.

El nazi perfecto sobrevivió al calvario de la posguerra. Mandó su apellido al exilio burocrático, no osó pisar Berlín durante una buena temporada y recobró vigor cuando el mundo bipolar y la Guerra Fría eclosionaron para decretar la desmemoria del crimen y la impunidad de muchos de sus ejecutores. Bruno tuvo una plácida vejez, juntándose con sus nostálgicos amigos que nunca renegaron de su deleznable epopeya.

El volumen publicado por Anagrama apunta a la confirmación de una tendencia en obras recientes que versan sobre la época nacionalsocialista. Antony Beevor, desde una óptica más académica, inauguró la senda con Stalingrado, que analiza e informa con rigor combinando con acierto las anécdotas y discursos más íntimos del frente. Pese a ello, sus libros son ensayos donde el narrador no interviene en los hechos, algo que sí prevalece en HHhH de Laurent Binet, en el texto que nos concierne y en la ya mencionada Los hermanos Himmler, como si así el relato personal y su brío cercano empatizaran más con el lector medio que no devora, por pavor a lo sesudo con notas al pie o por el tono de los manuscritos, otras posibilidades con un estilo más propio de especialistas en la materia.

2 comentarios:

Dragan Dabic dijo...

Jordi cuando he leído el título de la entrada pensaba que te referías a Reinhard Heydrich, porque de hecho Binet le llama así. "el prototipo de nazi perfecto: alto, rubio, cruel, totalmente obediente y de una eficiencia letal". La primera novela del gabacho de Laurent Binet, que, sin duda, cabalga también en la ola que mencionas de cierto revisionismo de los entresijos de la época nazi, me apasionó en su forma y en su fondo.
En cualquier caso hubo muchos nazis perfectos, tantos que ni Arendt ni el Mossad pudieron denunciar, y es asombroso como en el imaginario popular el nazismo ha quedado identificado con el Mal, como si ese Mal no estuviera presente diariamente entre nosotros. No sé.

Saludos.

Jordi dijo...

El mal tiene la capacidad de transformarse, nunca desaparece.

Heydrich, Bruno, Himmler...la lista es eterna. HhHh me parece sensacional. Ahora he dado con La primera guerra de Hitler, a ver si el libro ofrece tanto como promete.

saludos

J