sábado, 10 de marzo de 2012

Mi no entrevista con António,con acento en la o, Lobo-Antunes en Sigueleyendo





Todo es cronología, hasta las palabras que flotan, la música que escuchas o el ruido que traspasa las paredes de tu hogar. Oh sí, muy lírico. Dejémonos de tonterías. Escribo sobre una no entrevista al aspirante a ganar el Nobel, un portugués llamado António, la tilde no es un error, Lobo Antunes, un portugués con experiencia bélica, muchos libros escritos y una trayectoria que suele ser alabada por propios y extraños por riesgo, temáticas y tener aquello que solemos denominar estilo. Hasta aquí todo bien.

Hace dos semanas la editorial Mondadori me envió su última novela. Se titula ¿Qué caballos son aquellos que hacen sombra en el mar? Y pensé en una canción hortera de Cecilio: Los pajaritos. “Desde niño fue criado con mucho temor de Dios, de sus padres estimado y del mundo admiración. Fue caritativo y perseguidor, de todo enemigo con mucho rigor“. Una y otra creación no tienen nada que ver, pero coincidieron en mi existencia justo en el mismo instante. Cecilio me dio humor, Lobo Antunes una novela árida con una estructura que asimila la muerte de la matriarca familiar con la evolución de una corrida. Y no vean los vaivenes del clan protagonista. El padre un cabrón infumable, los hijos unos desgraciados que flirtean con la avaricia, las drogas, la homosexualidad y la pesadilla de su condición. Todo ello transcurre a lo largo de trescientas páginas que en principio parecen deshilvanadas, aunque la clave cuando las cosas se ponen complicadas es prestar atención y así se doma el hilo narrativo, sin dificultad ni lamento, y hasta sacas aprendizajes útiles que fermentan con el tiempo, porque la verdad, cuando uno preparara una entrevista se fija en los detalles, que sin embargo se valoran a posteriori, cuando el encuentro se ha asimilado y los frutos han madurado en la materia gris.

Lo peor es que a quien escribe le gusta un tipo concreto de entrevista río, un diálogo que se basa en la concatenación de la pregunta con la respuesta anterior para que las partes tengan plena relación entre sí. Mi método- criticado por los trolls de siempre, imitado por algún que otro sinvergüenza y alabado por personas que olvidan el ego en casa- es exigente y comporta una pesada labor que no sólo comporta transcribir palabras y más palabras. Pues muy bien majo, tú te lo has buscado, bien podrías hacer como todos los demás y no te quejarías.

A ver, que quede claro. No me quejo. Leí el manuscrito del luso, respiré al saberme un inútil a medias y hasta hice un esquema de la dramatis personae para aclararme entre tanta ausencia de puntuación, apariciones esporádicas del autor, repeticiones mnemotécnicas como si de un volumen historiográfico se tratara y un dolor general que no supe percibir auténtico porque la estructura lastra al resto de la novela, lo que es loable por voluntad experimentadora y defectuoso porque significa confirmar un fracaso en la cuadratura del círculo. Remarqué los pliegues en las páginas que activaron mi curiosidad, deposité la obra en mi mesita de noche y a otra cosa mariposa, que uno entre performances, ganar dinero para comer, e-mails y llamadas telefónicas ya tiene bastante. Además ya saben, conviene reposar las ideas, no es bueno estudiar la noche antes de un examen.

Así que terminé ¿Qué caballos son aquellos que hacen sombra en el mar? y abrí La vida de hotel de Javier Montes, uno de esos jóvenes treintañero españoles que al no pertenecer a ningún grupo de leche, cacao, avellanas y azúcar no goza del reconocimiento que su prosa merece. Bueno, en realidad quería decir que es un completo desconocido para muchos, pero si preguntan por la calle sobre el mundillo se darán cuenta que eso ocurre con el 99% de los individuos que conforman tal extraño engendro. Uno que sí es célebre por méritos propios es Juan Marsé, con quien citaron a Lobo Antunes para conversar en el CCCB. No asistí a tan magno evento porque un recodo de mi cerebro ya intuía el desenlace de esta historia que os cuento para paliar la frustración de una negativa, un rechazo poco amoroso y nada caritativo en el hall de un hotel, colmo de mis males, en una esquina inventada en pleno centro de mi Babilonia natal.



Hace una semana incubaba un resfriado. Localicé sin dificultades la escena del crimen, saludé a la encantadora Eva Cuenca y divisé a escasos metros la figura que me había llevado a la neutralidad de un salón trastornado por las cámaras de televisión. En la novela de Javier Montes el vestíbulo del hotel es una refundación con vestigios de antaño que conduce, una vez el protagonista se dirige a su habitación, a la efeméride de una llave universal y un equipo en pleno rodaje de una porno o de sexo en directo para la red. Otra vez un autor se carcajeó a lo loco al comentarme que su habitación del Barceló, el monstruo que quiere embellecer la Rambla del Raval, le recordaba a un burdel con su impepinable luz rosa. Cosas de jinetes polacos. Hace poco Elena Blanco, Gonzalo Suárez y quien escribe presenciaron el derrumbe de una mujer de mediana edad tras resbalar en la recepción de un cinco estrellas ramblero. Las maletas se precipitaron al abismo y la fémina, rubia y anglosajona, deslizó su no tan grácil figura en el suelo reluciente a la T-1, donde la transparencia es obscena.

Aquí lo sórdido fue saber que como mucho dispondría de diez minutos. Lobo Antunes estaba sentado en un sillón de ringo rango y los de la tele le hacían sudar con sus focos. Sudaba y respondía. Respondía y en su fuero interno rezaba por una paz tan contundente que dejara la de Westfalia a la altura del betún. Un cigarrillo. Nicotina. Jordi, síguenos. Ruido de motores. António, con acento en la o, me ofrece fuego. Come on baby light my FIRE. Una periodista italiana es la siguiente y dice aterrizar de Madrid. A Lobo le encanta Madrid. Es muy imperial según la rubia napolitana. Estoy medio enfermo y pienso en lo que tiene que soportar un mortal al portar con porte el portal de la literatura de calidad. Murmullos. Es imperial. Y castiza añadiría, con gente estupenda, una juerga quince veces mejor que la de Barcelona y menos ranciedad, con garitos abiertos hasta las tantas y carcajadas que justifican la sonoridad del vocablo. Callo y penetramos otra vez en lo diáfano y siniestro del hotel. Diez minutos. Es una revista del corazón que sólo consumo en las peluquerías de mi barrio.

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Me recomiendan, para complementar mi hipotético diálogo con el lisboeta, escuchar las disertaciones de la blonda. António, con acento en la o, está fatigado de grabaciones, libretas y la rutina de los que arden por ser originales con sus cuestiones. Cierra los ojos. Se toca la cabeza. Habla muy bajito, y eso alarga el lance. La fiesta, las mujeres y la frontera. Sí, el título es una canción. No entiendo su pregunta. Tensión. Tic TAC, tic TAC. La mayúscula es del Word, pierde la chaveta. Lobo es un veterano curtido en estas lides y no quiere empatizar, y hasta cierto punto es normal, no por ella, sino por la maratoniano sesión de toma y daca promocional. Ya canceló de su disco duro la gestación de la novela y su argumento. Las escribo, no soy su lector.

Yo sí lo fui, pero concluyo que es quimérico calentar mis posaderas. Cinco minutos con un escritor exhausto al que le disgusta coloquiar sobre su obra con desconocidos es un límite que ni el Bronx. Suena mi teléfono. Me apremian para comer. Por la tarde doy clases. Lo siento, realmente no hay tiempo, y es irrefutable. Recojo mi grabadora, el periódico y me despido. Que una no entrevista era esto, no lo supe hasta más tarde. Languidecer, revertir, es el único consuelo a la zozobra.

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