domingo, 27 de febrero de 2011

El ruletista de Mircea Cartarescu en Revista de Letras



Metáforas de poder: “El ruletista”, de Mircea Cărtărescu
Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 22.02.11


El ruletista. Mircea Cărtărescu
Traducción e introducción de Marian Ochoa de Eribe
Impedimenta (Madrid, 2010)


No creo que debamos ceñirnos a lo simple, pero claro, cuando evoco una Rumania cultural acuden a mi cabeza datos aparentemente inconexos que van desde Trajano hasta Drácula pasando por Tristan Tzara y Eugène Ionesco. Sí, es una especie de educación general básica de lo dacio, válida porque sitúa pocas piezas que pueden entenderse con la historia del país y su relación con la literatura. Mircea Cărtărescu nació en 1956, en pleno régimen comunista. Por aquel entonces los ciudadanos debían declarar la posesión de una máquina de escribir. La censura era fuerte, las posibilidades escasas. Quizá ése fue el motivo que empujó a una serie de escritores a volver la vista atrás y fijarse en las argucias ideadas por sus predecesores. El dadaísmo de Tzara escapa de la realidad al tiempo que la critica desde el absurdo, tomándosela muy en serio esparciendo claves interpretativas difíciles de capturar. Lo mismo acaece en Ionesco, y es innegable que ambos artistas estuvieron condicionados por lo onírico, magnífico subterfugio para hablar de la superficie distorsionándola.

El juego de la ruleta rusa aúna los dos elementos. Sabemos que existe, y sin embargo juzgamos harto improbable hallarnos en la tensión macabra del disparo o el vacío. En 2005 el director francés de origen georgiano Géla Babluani lo plasmó a la perfección en 13 Tzameti, película que narraba las desventuras de un pobre joven que acude a su destino ignorante del reto del revólver con una bala en el tambor. Participa en un concurso con varios aspirantes y sale vencedor, vivito y coleando. El nerviosismo es un buen amigo de la quietud y los ambientes donde se desarrollan este tipo de lances suelen ser estar cargada de tenebrosa geometría con un extra de oscuridad que les proporciona un aire irreal, ficción orquestada en la esquina de tu casa.

No hay que ir tan lejos. El ruletista de Mircea Cărtărescu tiene una curiosa historia editorial. Abría el compendio de relatos El sueño, textos interrelacionados que vieron la luz dos meses antes de la caída de Ceaucescu. El contexto puede ayudarnos a perfilar mejor la agonía que supone adentrarse en esos tugurios congelados donde los espectadores apuestan dinerales para ver cómo algunos miserables se sacrifican entre el miedo al derrame encefálico y la tristeza de ser el conejillo de indias de los poderosos. El narrador, un escritor de dilatada trayectoria, se siente fascinado y reconoce haber apostado por lo impagable de la experiencia, llena de morbo lúgubre y misterio para valientes cobardes que acarician los cartuchos con un deleite que apesta a privilegio.

Un buen día el ritual del tugurio dignificado se transforma. Normalmente, el centro de atención era cualquier pedigüeño captado para el supremo ocio. Los criminales son matemáticos y lo expresan con la elección de la víctima, bella por su anonimato no reclamable que allana el camino de la desaparición silenciosa hasta que aparece el ruletista con mayúsculas y desbarata lo establecido.

“Una figura hosca, un rostro triangular sobre un cuello largo, pálido y delgado, de piel seca y cabellos rojizos. Ojos de mono amargado, asimétricos, creo que de diferente tamaño. Causaba una cierta impresión de desaliño, de suciedad. Ese mismo aspecto presentaba tanto con sus harapos de granja como con los esmóquines que se vestiría más adelante”.



El observador imagina una hagiografía de su héroe, y datos tiene para ello. Lo conoció en su infancia, cuando ya era un ludópata empedernido. Perdía hasta a las canicas y demostraba un carácter de rebelde sin causa, maltratado de la nada hasta dar con su golpe de suerte en un elitista escenario. La velada inaugural de su exitosa carrera tiene los épicos tintes típicos. La concurrencia permanece expectante, con la respiración entrecortada. Click. Ha ganado y se desmaya, derrotado psíquicamente por su victoria. La escena se repetirá en un sinfín de ocasiones y el restringido mundo que admira su performance mutará hacia un monoteísmo absoluto. El ídolo de la rivoltella organiza sesiones, se lucra con sus hazañas y profesa la religión del rien ne va plus. Dos, tres, cuatro, cinco, seis cartuchos. La quimera del atrevimiento sin esperanza. Su monopolio del negocio aturde, máxime cuando descubrimos el final, especie de epílogo que reflexiona sobre si lo narrado es palpable o mero artificio. Nos aseguran lo primero. Esta es la otra partida que plantea Cărtărescu, el doble filo de la trama y la emoción que pueda suscitar en el lector, atrapado en una muda maraña psicológica, pues lo relatado se vislumbra de manera diáfana en su acción y concepción espacial, pero resalta e impacta en lo psicológico.

El ruletista tiene, en mi modesta opinión, un claro significado político que matizaría su paradoja de inmortalidad y autodestrucción. El desprecio de los derrochadores, frívolos que malgastan sus energías en lo anómalo para auto complacerse, hacia los actores de la función es equiparable al ninguneo gubernamental en Rumania entre 1945 y 1989, con el pueblo amilanado con rabia contenida que debía encontrar la mecha justa para estallar. En este sentido, el triunfal jugador sería la metáfora que sintetizaría las condiciones ideales para un mejor porvenir nacional. Plantarse en medio, aguantar, ser constante y aceptar el daño interno para terminar dominando la situación. Es el artista quien debe mover los hilos. En caso contrario, el dinero ejecutará su palanca y todo seguirá igual, lo que desde múltiples lecturas vale tanto para los avatares de Clío como para la literatura, donde siempre urgen voces que no se conformen con la pauta marcada y apuesten por la diferencia con sentido en el límite del precipicio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encontré con este escritor por casualidad y me ha encantado. Este relato es magnífico. Además la cuestión de escribir con matáforas y con carácter onírico me encanta. Gracias