jueves, 28 de abril de 2011

Diálogo con Benjamín Prado en Revista de Letras




Diálogo con Benjamín Prado, por Jordi Corominas i Julián



Es martes al mediodía. Me han citado en el Hotel Majestic para hablar con Benjamín Prado sobre su última novela. Operación Gladio (Alfaguara, 2011) prosigue la senda de búsqueda histórica que el poeta emprendió con Mala gente que camina. Si entonces el tema eran los niños perdidos de la posguerra, ahora la cuestión se adentra en terrenos más invisibles, arenas movedizas donde la CIA dispuso un operativo terrorífico para controlar la expansión comunista en Europa durante los cuarenta y cinco años de Guerra Fría.

Durante parte de mi vida adulta pensé que los tentáculos de Gladio sólo se extendieron por Italia, país que reveló la trama en 1990, justo cuando agonizaba el sistema político nacido tras la Segunda Guerra Mundial. Me equivocaba. El libro de Benjamín Prado se centra en algunos episodios clave de la Transición donde no parece nada claro que sólo intervinieran grupos extremistas de derecha. La mano oculta americana pulsaba teclas para adecuar la situación a sus intereses. Encendí la grabadora y durante cuarenta amenos minutos charlamos sobre los entresijos que desvela su novela, clara y sin pelos en la lengua.



¿De dónde surge la idea para escribir Operación Gladio?

Rafael Albertí me comentó que vivió dos guerras mundiales, fue amigo de García Lorca e íntimo de Picasso, pero que sin embargo lo que más recordaba era un anuncio de la radio que decía “qué maravilla, la lana Marjoret no se apolilla”. En mi caso no conozco el motivo, pero se me quedó grabado en la cabeza, con diez o doce años, el asalto al Palacio de la Moneda. Recordaré toda la vida la imagen de Pinochet. También me sucedió lo mismo con el terremoto de Managua y el asesinato de los abogados de Atocha. Uno ha visto muchos sucesos, pero sin embargo algunos, más bien pocos, permanecen en el cerebro.

Pero tú al menos estabas en el mundo. Yo nací en 1979, y conozco el asesinato de los abogados porque en los noventa pasaron esa serie sobre la Transición y me interesa mucho la Historia.


Alicia Durán (ndlr: periodista protagonista de Operación Gladio) eres tú. Es una joven periodista que cuando le dicen que prepare una serie de entrevistas sobre la Transición lo primero que piensa es que le encargan un rollo macabeo. Luego entiende lo importante que es el pasado en el presente. Eso y una historia de un republicano enterrado en el Valle de los Caídos. Eso es la Memoria Histórica, no una cosa concreta, sino una sucesión de hechos.

Karl Marx y la Historia se repite. Se usan distintas formas y vocablos pero siempre caemos en un bucle eterno.


Se repite especialmente cuando no se soluciona. Y el tema de la novela es esa parte de la Historia de España que se considera perfecta y, sin embargo, tiene muchas tapaderas sin cerrar, muchas llaves sin echar. Seguramente como le ocurre a todas las cosas que están sometidas a una verdad oficial.

Una idealización de los hechos, del relato histórico.

Exactamente. Lo cual si lo piensas dos veces es de una ingenuidad tremenda. ¿Quién va a creerse que en un año y medio, sobre la marcha, se solucionen los problemas, las injusticias y las ilegalidades cometidas durante cuarenta años? Es imposible, no lo hubieran conseguido ni los superhéroes Marvel. Sin embargo hemos aceptado todos esa cosa increíble, como si fuera dos más dos cuatro, una ley matemática.

Pero quizá ahora, con nuevas generaciones y todo lo que se comenta de reformar la Constitución, creo que tanto por tu libro como por lo que noto en el aire de la calle sí que se está empezando a discutir la cuestión.


Ojalá sea así. No hay peor mentira que la verdad oficial.

Lo dices muy claro en la novela. Fue una ruptura pactada. Y lo que sorprende es que los mismos políticos de la época que entrevista Alicia se escandalizan ante una afirmación que está en los libros de Historia.


Sí, se escandalizan y además si te fijas los políticos, que supuestamente son de diferente signo, realmente dicen lo mismo. Esa es la idea de la verdad oficial. Todos vienen a decir prácticamente lo mismo. Seguramente porque no dicen lo que piensan, sólo lo que creen que tienen que decir. Si sumas corrientes de opinión, realidad global, pensamiento único… todo eso genera la muerte por aplastamiento de la reflexión personal y la capacidad de disidencia.

Alicia tiene a su disposición gran capacidad de información. Conviene seleccionarla y escarbar un poco.


Es lo que hace ella. Coge y junta realidades que sueltas parecen no significar nada, pero si las unes crean un retrato. Los ojos, las orejas, el pelo, la boca y al final tienes el retrato robot. Quería hacer un homenaje al periodismo, la última oportunidad que tenemos en este mundo de saber la verdad. La verdad no te la cuentan nunca los diputados en el parlamento, ni los jueces en los tribunales, y tampoco los policías en comisaría, te la cuenta un periodista.

Si le dejan…


Ése es el problema. Le he dado muchas vueltas en la novela. Es curioso que deba explicar que vivimos en un mundo donde la gente considera exótico e improbable lo que sucede todos los días a nuestro alrededor. Tengo que explicar que una periodista que por el hecho de contar una historia que contradice la versión oficial de las cosas se juega la vida. En lo que va de siglo XXI han asesinado a más de novecientos periodistas en todo el mundo.

Y lo triste es que la cosa queda como lejana y remota. Parece que estas muertes no estén cerca, pero lo están.

Consideramos que estas cosas pasan a once horas de avión, y están aquí al lado. Y la Memoria Histórica está mucho más cerca, no hay que mirar muy lejos, es mirarlo todo.

Tampoco es que todo el mundo escriba ahora en España sobre temas relacionados con la Memoria Histórica, pero la cuestión va saliendo, y creo que siempre se tratará más.

Además hay muchos personajes. En Operación Gladio siento haber tenido que contar la historia del Comisario Medina.

¿Por?

Es una novela ella sola. La historia de un policía es impresionante. Pasa de ser el agente honrado, ejemplar, eficaz e incorruptible, a ser un demonio al que acusan de apropiación indebida de documentos, malversación, insubordinación. Lo acusan de robarle aceite a Ruiz Mateos en una nave del extrarradio de Madrid, también de hacerse pasar por un terrorista del GRAPO para extorsionar a un empresario. Es increíble. Lees eso y se nota mucho que es realmente una película de espías, los servicios secretos hundiendo la reputación de un tipo para que pase de ser héroe a villano.

No es la TIA.

No, son de verdad, están ahí. ¿No vemos ahora Wikileaks? ¿No vemos cómo funciona esto todavía?

En los años setenta el espionaje y las políticas más subterráneas eran el paradigma y nadie se enteraba.

¿Y sabes de qué están llenos los subterráneos? De tumbas. Y lo que más te aterroriza es que no es sólo una cuestión de dinero o política. Se trata de un desprecio absoluto por esa cosa molesta que son los ciudadanos, a los que se puede matar tranquilamente. La red Gladio cometió más de cuatro mil atentados en toda Europa, y el 90% de los mismos eran simple carne de cañón. No eran tipos que mataran por algo. A Aldo Moro sí lo mataron por algo, para que no metiera al Partido Comunista en el gobierno italiano. A los abogados de Atocha sí los mataron por algo. Pero toda esa gente que mataron en Brabante o en Piazza Fontana era carne de cañón. Vamos a matar a unos cuantos para que los demás estén asustados. Es impresionante. Hablamos de terrorismo de Estado perpetrado por Estados de Derecho, por supuestas democracias que dicen actuar por mandatos del pueblo. Al escribir la novela es lo que me dio más miedo.

Es una forma de control. En los setenta se usó este método y ahora se han descarado, el cinismo es más visible.

Siempre es lo mismo. ¿Quiere usted seguridad? ¿Cuánta libertad me da a cambio? Seguridad a cambio de libertad. Con ése argumento filofascistoide, consistente en que si usted no ha hecho nada no tiene nada que temer. Eso es el inicio del fascismo por lo civil.

Hay una anécdota de George Harrison muy significativa. En marzo de 1969 fue a su casa y se encontró con que la policía la estaba registrando. Los esbirros colocaron una piedra de hachís para empapelarle, y él, tranquilo, respondió que sabía que ese trozo de hachís no era suyo, que él siempre colocaba todo en su lugar, no
desperdigado en cualquier parte. No pueden llegar aquí y alterar mis normas.

Y además el suyo sería de más calidad.

La policía siempre hace lo que quiere. El tema es que en la novela notas que son el hilo invisible que domina el panorama.


Escribiendo la novela te das cuenta que las víctimas a rehabilitar se convierten en gente molesta, tanto en la dictadura como en democracia. Ahora vienen aquí estos tíos a desordenarnos la casa de la Transición y a pedir sus derechitos. Molestan en puertas con inquilinos propensos a enfadarse si les tocas las narices con temas que no consideran importantes. ¿Por qué he convertido a Salvador Silva en un personaje tan novelesco? Porque es la representación de mucha gente, porque es la representación de que hubo esa gente que luchó por editarle un libro de poemas a Vallejo y Neruda, gente que luchó por publicar en una revista un poema de Machado mientras caían las bombas. Esa gente existió y ahora está enterrada en el Valle de los Caídos. Que a sus familiares se les de ahora el título de guerracivilistas y se les acuse de reabrir heridas es vergonzoso. Perdonen ustedes. Detuvieron a su abuelo ilegalmente, lo ejecutaron, lo metieron en una fosa común, después lo enterraron al lado de Franco. Cuando piden que devuelvan el cuerpo les acusan de tonterías. No hay vergüenza. Se han gastado cientos de miles de euros en que unos buzos encuentren el botón de un soldado francés del siglo XIX en el puerto de Cádiz, pero son incapaces de poner dinero para cuestiones que afectan a familias enteras.

En la novela, algo que también salía en Mala gente que camina, se enlaza con mucha facilidad el pasado de la Guerra Civil y Posguerra con la Transición y nuestro tiempo.


Porque ha habido una perseverancia, por eso acabo con toda la mala intención del mundo con el asunto de los GAL. Me parece que es el último coletazo de la mentalidad de la dictadura en plena democracia. Esa idea proveniente del totalitarismo que se centra en que al enemigo se le elimina sin entrar en razones. Si no tocas las cosas no las cambias, y entonces te encuentras el problema que llega un ministro de Interior chalado y clama por el ojo por ojo.






Hace un mes los medios de comunicación se llenaron del tema, abordado por ti en Mala gente que camina, de los niños desaparecidos del Franquismo.

Cuando saqué la novela el titular de un periódico era que yo denunciaba el supuesto robo de niños por parte de la Dictadura. Ahora ya no son niños robados por razones ideológicas, pero en el fondo hablamos de lo mismo. Es la pervivencia de una mentalidad. Antes los robaban por republicanos, ahora por pobres. Parece que les hagan un favor.

Es cinismo.

No, no te equivoques. En eso es lo único en lo que son sinceros, cínicos son en todo lo demás. Vivimos en un país en el que la derecha piensa que cualquier triunfo de la izquierda es una usurpación. No es una derrota, es una usurpación. Y al mismo tiempo la izquierda se está contagiando de esa mentalidad.

Ahora uno de derechas suelta una salvajada y todos le aplauden, y si lo hace uno de izquierda, razonando los términos, dicen que es un demagogo y un desgraciado.

El problema es que vivimos en un mundo donde no existe la política. El mercado lo gobierna todo, estamos a su merced.

Alicia hace como la Alicia de Alice en Wonderland, se mete en el agujero, en un mundo invisible que sin embargo está insertado en la superficie.

Eres el primero que se da cuenta del porqué Alicia se llama así. Haces las entrevistas y toda la promoción deseando que alguien lo pregunte, y bien, has dado en el clavo. Se mete en el agujero de pura casualidad, quiere comprender y lo hace hasta las últimas consecuencias.

¿Y la arqueóloga? ¿Es la ingenuidad que intuye?

Es la ingenua que, de alguna manera, encuentra en una causa noble una manera para solucionar una vida innoble.

¿Y la jueza?

El problema de los magistrados en este país es que quieren que la justicia esté por encima de la ley. Ella como jueza es una miserable. Administra la ley a granel, y hay que hacerlo paso por paso.

Es una resentida.


Sin embargo en casa es una mujer que quiere a su marido. Casi tenemos la novela porque ella quiso. De hierro en los juzgados, de seda en casa. Me cae mal ese personaje, no quiero verla jamás, ni en pintura, pero a su manera se esfuerza por salvar su matrimonio.

Hay una contraposición entre mujeres, pero sus parejas, pese a tener más puntos en común, también tienen sus altibajos de personalidad.


Me caen bien los tíos de la novela. Como ahora todo el mundo escribe para vender más te encuentras que la mayoría de personajes masculinos son unos desgraciados y ellas son fantásticas, y en Operación Gladio por una vez en la vida creo que son buena gente. Enrique es relamido, habla siempre con frases ingeniosas, quizá es su modo de soportar la insoportable carga de realidad del matrimonio. Juan Urbano, ya lo vimos en Mala gente que camina, es más bien cínico y desencantado, pero aún así me tomaría unas copas con él.

Pese a ello simboliza una cierta sensibilidad masculina.


Es sensible a regañadientes. Una vez pregunté a Ángel González si le gustaban los niños y me respondió eso: a regañadientes.

Sin embargo Juan Urbano es un ser comprometido.

Uno en la novela expresa sus frustraciones, no de manera consciente, pero se hace. La novela que escribe Juan Urbano sobre el timador austriaco que quiere vender a Franco la gasolina en polvo es otro texto que me gustaría escribir.

Pero es una novela dentro de la novela.

Sí, pero finalmente decidí tenerlo enterrado en el desierto para no caer en la tentación de escribirla. En Mala gente que camina también había la novela dentro la novela, Óxido, de la que una editorial me propuso hacer una edición crítica.

Hablemos más de los temas de la novela. Sus personajes opinan sin tapujos sobre cuestiones de actualidad que van desde Garzón hasta el 23F, y lo hacen planteando puntos de vista a los que la gente no está acostumbrada. ¿Lo hiciste con plena intencionalidad?

Siempre intento sorprender a los personajes de la novela cuando no están mirando. Siempre son más bonitas las fotos que te roban que las que te toman. Procuro escribir como si hablaran entre ellos, y en esta novela lo hacen todo el rato. En Operación Gladio hay menos prosa y mucho diálogo, bien sea por las entrevistas, bien porque ellos quedan para charlar, y así se da la sensación de autenticidad, no están posando. Si me preguntan por el Rey y está la tele seré más cauteloso, pero si estoy en una charla diré otra cosa. No hablan para la novela, lo hacen para ellos.



Y cuando hablan entre ellos no hay, a diferencia de cuando Alicia habla con políticos, grabadoras que registren la charla.

Y la ponen también los políticos y los abogados. Desconfían del periodista, que en realidad quiere que hables. Desconfían de lo que ellos mismos pueden decir, y eso simboliza bien su paranoia. Hay una frase maravillosa de Kurt Cobain: Oye, ser un paranoico no significa que no te estén persiguiendo. En este mundo hay espías, hay periodistas asesinados y hay una paranoia general que seguramente es la propia de quienes no están seguros de si van a decir algo inapropiado, no debe salir ninguna gota del vaso.

El edificio tiene que permanecer sin grieta alguna.

Y con unos pactos muy bien armados, nadie debe salirse del guión ni tirar de la manta. Esa época de la Historia de España, y me temo que la nuestra también, parece como si se hubiese hecho una botella en la que se depositan líquidos que al final tienen la forma de la botella. Y esa es la sensación que me da la Historia política de este país, que por otra parte me parece admirable. Al fin y al cabo vivimos en libertad y podemos decir casi lo que nos da la gana. Pero hemos pactado unos límites que convierten a instituciones y personajes en intocables.

Quizá algún día la camisa vaya estrecha. La gente quiere Democracia, pero no sabe si la quiere así. Hace un par de años John Carlin me comentó el caso sudafricano. Juzgaron a los culpables del Apartheid y el pueblo contempló todo el juicio en directo a través de la televisión.

Lo de Carlin es una maravilla. Aquí se hizo una ley de punto final bajo la alfombra. Estamos todavía sometidos a unos pactos Iglesia-Estado que se hicieron deprisa y corriendo, antes de firmar la Constitución, por los que los archivos de la Iglesia Católica son inviolables. ¿Qué franquista ha ido a juicio? Ahora sale un juez que ha investigado varias dictaduras latinoamericanas, pero cuando quiere investigar el Franquismo y propiciar el retorno de los cuerpos a las familias lo echan a patadas de la Audiencia.

Garzón puede ser una causa popular fuerte, se le defiende mucho en foros de Internet. Hablamos de verdades que emergen, pero no del todo.

Seguramente estemos recuperando un cierto tejido ciudadano. El famoso Estado del Bienestar es una apisonadora, seda a nivel colectivo. Ahora parece que empieza a regenerarse este tejido y puede que surja una cierta capacidad de rebeldía. Y eso es misión de vosotros, los jóvenes. ¿Cómo es que no hay en este momento veinte mil universitarios en la calle?

El enemigo es invisible. No creo que tenga sentido ponerse a quemar bancos o ministerios.

Sí, pero mira. Imagina una charla en la puerta de una Universidad. ¿Qué estudiarás? Tal, porque tiene muchas salidas. ¿La Universidad pertenece al Ministerio de Educación o al de Trabajo? Con dieciocho años hay que tener ideales. La vida es muy larga para salir por la puerta que te ponen en vez de la que tú quieres. Alicia Durán sabe perfectamente que su oficio no es sólo un trabajo. Está hasta las narices de su trabajo, pero cree en él y tiene sueños de mejoría.

Es muy importante lo que acabas de decir: un oficio no es sólo un trabajo.

Por supuesto, pero si vas a la Universidad a buscar sólo una nómina anulas la capacidad de rebeldía. Si estudias es para aprender y tener conocimiento. Nadie quiere ser escritor para ser un mediocre, quieres darle mil vueltas a T. S. Eliot. Si quieres ser abogado es porque quieres solucionar injusticias. No quiero imaginarme que Picasso se pusiera a pintar pensando en el precio de los cuadros.

Hay una ambición nefasta para nuestra época, y es la ambición de lo instantáneo. Hay que pensar más allá del pan.

Quiero escribir libros que me pidan a gritos ser escritos. También que entretengan, pero sobre todo crear libros que sean necesarios. Con Operación Gladio he escrito una novela de espías y me lo he pasado pipa.

¿Hay alguna idea futura para otra novela?

Hay una idea de trilogía de Juan Urbano sobre temas de la Historia española, temas de los que todo el mundo sabe algo pero de los que nadie parece saberlo todo. Quiero dar visiones completas, no parciales. Quería que cada novela perteneciese a un género. Mala gente que camina es histórica, Operación Gladio de espías y ahora creo que transcurrirá por Latinoamérica donde los personajes buscarán algo, pero aún no diré qué.

2 comentarios:

Prado dijo...

Hola, Jordi, aquí Prado, llevo tiempo intentando localizarte: el cuento que me mandaste para Cuadernos es demasiado largo, y no tengo manera de meterlo. Pero quiero mantener mi palabra de sacarte algo en la revis. ¿Me envías algo más corto? Espero que te llegue este mensaje. Abrazos.

Jordi dijo...

Genial Benjamín. Te mandé ese por lo que hablamos de Moro ese día. Ahora mismo te adjunto un relato mucho más breve y una suite poética, que así tienes donde elegir. Un abrazo fuerte