sábado, 5 de mayo de 2012
La muerte de Virginia de Leonard Woolf en Literaturas
La muerte de Virginia de Leonard Woolf, por Jordi Corominas i Julián
Leonard Woolf, La muerte de Virginia, Lumen, Barcelona, 2012
Traducción de Miguel Temprano García
The journey not the arrival matters, quinto volumen de la autobiografía de Leonard Woolf, se ha metamorfoseado en su edición española y se titula La muerte de Virginia. Lo que sigue podrá parecer un aviso para navegantes. Quizá lo es. Si esperan encontrar un detallado relato de los últimos instantes de la escritora de Orlando van desencaminados y pueden llevarse una decepción. La protagonista del volumen no es su idolatrada heroína, que si bien es parte fundamental del guión no lo centra porque su marido tuvo una existencia con brillo propio en múltiples facetas.
Por ello es una lástimas que nos debamos conformar con un solo tomo de sus memorias, concretamente el último, donde con 88 años el narrador recapitula con envidiable lucidez mientras nos deleita con una prosa elegante y sobre todo inteligente que alterna la confesión meditada con profundas reflexiones sobre su época.
Es en ese aspecto donde el libro teje su hilo, fluida madeja que se lee con fluidez, casi como si el autor conversara con nosotros sentado en la mesa de un café londinense, departiendo con naturalidad y la capacidad de virar el ritmo de la charla mediante un suspiro. El método nos transporta entre disquisiciones sobre la esfera pública y retales de privacidad, y en ambos casos el compromiso es la divisa predominante. Compromiso en el período previo a la Segunda Guerra Mundial, donde ya advirtió la amenaza nazi y la pasividad británica. Compromiso con su mujer, vínculo que hilvana las circunstancias y absorbe comprensibles atenciones derivadas de la enfermedad mental y la obsesión de un cerebro entregado a la literatura.
La crónica del lento y progresivo apagón de Virginia constituye un fragmento documental de suma relevancia donde el llanto es sereno, y ese aire es el que recorre toda la obra, que sin embargo cuando se adentra en los vericuetos de la Historia y los junta con la cotidianidad se alcanzan magníficas cotas poéticas. Un buen ejemplo sería el pasaje en que se describe la aparición de la guerra. Woolf sabe de lógica aplastante. El conflicto incendió la Europa continental desde septiembre de 1939, pero las ilas mantuvieron la calma hasta que Hitler decidió invadir Francia y el Benelux. Inglaterra era la siguiente en el tablero hasta que durara el pacto germano-soviético. Urgía cerrar la partida en el este. De repente, llegaron los stukas. Y así irrumpió la contienda en la Pérfida Albión, con el sonido de aeroplanos y su cálculo para desatar una orgía selectiva de bombas. Del silencio a la pesadilla. De la lentitud rural al ingreso del infierno en el paraíso.
El íncubo de Leonard exigía cuidados y las incursiones aéreas generaron paranoia en su comunidad, lo que añadió malestar a una situación harto complicada. Virginia se debatía entre la angustia de un vendaval novelístico en sus neuronas y la asunción de una inevitabilidad mortal sellada en el río Ouse. A lo largo de esos meses las explosiones se perpetúan en casas, negocios y corazones. Y el desastre duele, mueve las fichas y clama seguir adelante, mirando atrás para mejorar el presente.
Y el futuro siguió sonriéndole. Insisto. El adiós de su esposa no frena la heroica trayectoria multidisciplinar del ilustre viudo, incansable hasta su última hora. Hasta 1969 mantuvo un perfil público que le valió el experimento de una entrevista para la BBC que duró 24 horas. No de golpe, sino en bocanadas de ocho, como si en cada sección se abordase una minúscula porción de su frenética labor que incluyó mil desplazamientos para ir de un lugar a otro, de las comisiones parlamentarias a Hogarth Press, de la editorial al encuentro de sus amistades, tan distinguidas en lo intelectual que son un pasaporte para comprender el porqué de tanta sabiduría en Leonard Woolf, tanta y variada en un viaje donde nunca quiso que el tren parara en la misma estación.
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