miércoles, 22 de abril de 2009
Diálogo con Catherine O' Flynn en Revista de Letras
Catherine O’Flynn
Por Jordi Corominas i Julián | Entrevistas | 13.04.09
Diálogo con Catherine O’Flynn por Jordi Corominas i Julián
Es un lunes cualquiera en Barcelona. Me han citado a las seis en el Hotel Barceló para entrevistar a Catherine O’Flynn (Birmingham, 1970), escritora de padres irlandeses y una buena novela, Lo que perdimos (Seix Barral, 2009), de fantasmas, desapariciones y misterios de un no lugar por excelencia: el centro comercial, bestia con infinitos tentáculos que involuntariamente, y en el libro así lo percibe el vigilante Gavin, genera entre sus muros una microhistoria. Lo mismo ocurrirá en el nuevo Raval que el ayuntamiento de mi ciudad quiere para la parte baja del barrio. Nada mejor que un cinco estrellas, la filmoteca y otras lindezas como antesala de la destrucción de la parte pobre para equipararla con la BCN que vende y da ingresos. MACBA. CCCB. La santa Central. Algún día no muy lejano los fantasmas de lo derruido volverán por la zona y asustarán a sus habitantes homologados, caricaturas de diseño para mayor gloria de las arcas municipales. El solar con obras y prostitutas es una amenazadora transición, no man’s land del presente que advierte del mañana con la ironía del bar Marsella como nostalgia pasada y puerta de acceso a la ficción del futuro.
A todo esto, entre sombras y reflexiones, llego tarde; acelero el ritmo, se abre la puerta y veo una estrafalaria decoración posmoderna con caballos de polietileno rojo y sillas deformes. Busco a Catherine. Un señor me mira sin decir ni pío. ¿Me habré convertido en espectro? Al fin oteo una sonrisa. Elena Blanco y la escritora me invitan a tomar asiento; bebemos té e iniciamos una charla sobre el primer libro de O’Flynn. Sufro por mi inglés. Lo que sigue es la transcripción de un diálogo en Spanglish entre quien les habla y la autora del libro que da sentido a estas páginas.
Jordi Corominas i Julián: Todo libro tiene un camino previo, una gestación y la larga e insufrible espera de la aceptación. ¿Fue difícil encontrar editor para Lo que perdimos?
Catherine O’Flynn: La escribí en Sitges y sí, poner el punto y final fue el inicio de una pequeña pesadilla. La novela fue rechazada por quince agentes literarios y cinco editoriales hasta que una pequeña casa independiente decidió publicarla.
¿Fue una tensa espera?
Detrás de cada obstáculo siempre surge uno nuevo. Hay que superarlos. Es ley de vida.
¿Fue importante escribir la novela en España?
Sí. La escribí entre Sitges y Barcelona durante dos años y medio, de 2002 a 2004. Pese a mi origen irlandés nací y soy de Birmingham; alejarme de mi ciudad me ayudó a objetivizarla, casi como si me fuese ajena. Quería escribir esta historia, era una necesidad; ahora estoy enfrascada en una nueva novela, pero la sensación que tuve mientras preparaba Lo que perdimos fue, es y será única.
Vayamos al libro. Transcurre en Birmingham en dos fases, 1984 y 2003. En la primera la pequeña niña Kate y su amigo Adrian son los protagonistas de una ciudad que ve cambiar su rostro con la inauguración de Green Oaks, un monstruoso centro comercial que predomina en el segundo tramo cronológico del texto.
Green Oaks no deja ser un símbolo de la transformación de Inglaterra durante los años de Margaret Thatcher. Las fábricas fueron desapareciendo y en su lugar nacieron muchos centros comerciales que representaban el nuevo ideal económico y vital que el gobierno conservador quería para el país.
¿Podemos relacionar la irrupción del centro como espacio predominante con la desaparición de Kate y Adrian?
Kate es un niña muy curiosa; quiere ser una gran detective, monta una agencia sin encargos, ¿quién los daría a una niña de once años?, y pone mucho empeño en su tarea junto a Mickey, su socio, un mono de peluche. Sigue a personas, husmea por el vecindario y devora manuales para ser una perfecta Sherlock Holmes. Cuando muere su padre de un infarto pierde al cómplice de sus juegos y se vuelve más insegura. No le gusta vivir con Ivy, quien quiere que ingrese en un internado. El día del examen de ingreso desaparece y deja una estela que no se va. Su pérdida es la de la inocencia, acababan los buenos tiempos y llegaban otros más duros pese a su superficial apariencia alegre. El caso de Adrian guarda relación con lo que digo. Es un joven conformista, trabaja en la tienda de su padre, un poco extraño; pasea con Kate, mucho más pequeña que él, escucha música a todas horas y en cierto sentido es el modelo de esa juventud de finales de los setenta y principios de los ochenta que iba al Pub y se divertía. En esa época todo terminó.
loqueperdimosEn realidad casi todos los personajes del libro han perdido a una persona importante a lo largo de su vida…
Y eso exige encontrar otra parte que la supla, y es muy complicado. Las desapariciones de Kate y Adrian tienen otro perfil en relación a las de la segunda parte del libro, donde son más fruto del paso del tiempo, son pérdidas más maduras, que marcan individualmente de una manera muy distinta por producirse en la edad adulta.
Antes de ir a esa segunda parte, donde el misterio va in crescendo desde el silencio y las cámaras, háblanos más de Kate. Cuando inicia la lectura sus movimientos, al no describir su físico, parecen los de una detective profesional y sólo cuando el narrador menciona su edad nos damos cuenta que es una niña de once años.
Usé este truco narrativo, para dar un tono enigmático desde la primera página, inspirándome un poco en la historias del Nueva York de los años 40. Adoro la prosa de Raymond Chandler y su modo de concebir el suspense. Quise dar al inicio de la novela un tono cinematográfico que fuese sumergiendo al lector en el texto a través de enseñar fragmentos que uniéndose, quizá cuando desvelo la edad de Kate, permiten conocer a la niña en su totalidad.
Las dos personas que marcan el relato son Kate en 1984 y Lisa en 2003. ¿No es Lisa una Kate crecida, un reflejo de lo que sería la vida de la aspirante a detective?
Es muy posible y lo enlazaría con lo que antes comentábamos de la pérdida de la inocencia. De detective a trabajadora en una tienda de música. Sueños rotos. Entras a trabajar pensando en que estás en el sitio adecuado, adoras la música y todo lo que significa desde un punto de vista adolescente hasta que descubres que tu cargo en el negocio es una pieza más del engranaje. La insatisfacción y la monotonía se instalan en la existencia.
Trabajaste en una tienda de música. ¿Es Lisa tu alter ego?
Kate y Lisa. Vida de vidas. Cuando creces, la energía y curiosidad de la infancia llevan al desengaño y a la rutina.
“Pasear por la calle, y más si observas todo con detalle como hace Kate, te permite descubrir lo extraordinario de la humanidad, repleta de absurdidades que, como bien dices, aceptamos como algo normal pese a su esencia surrealista.”
En este sentido dentro del pequeño mundo que es cada obra he disfrutado con las observaciones sobre lo absurdo de la cotidianidad, como cuando el carnicero monta un retablo con sus salchichas y carnes para que su negocio sea más vistoso. Hay momentos fellinianos, de absurdo visible en la superficie, ignorado por muchos al tenerlo demasiado cerca.
Así es. La vida diaria está llena de estas situaciones absurdas, desde el sentido de las palabras hasta el ejemplo del retablo del señor Watkin. Pasear por la calle, y más si observas todo con detalle como hace Kate, te permite descubrir lo extraordinario de la humanidad, repleta de absurdidades que, como bien dices, aceptamos como algo normal pese a su esencia surrealista.
Kate pasea por la calle, pero el punto neurálgico de la historia es el centro comercial Green Oaks.
Que es donde desaparece para volver en forma de espíritu diecinueve años más tarde. Green Oaks por tamaño y posición geográfica (Ndlr: En el libro la presencia del coloso consumista agobia, es imposible no divisarlo en el horizonte) se erige desde 1984 en centro de la comunidad, lugar con vida propia donde las personas transcurren muchas horas.
¿Sería correcto hablar de centro comunitario cuando en realidad un espacio como Green Oaks es un canto al control ciudadano? Lo digo por las cámaras y la típica división de los templos consumistas, compartimentos donde todo es visible.
Todo no, pero en tu concepción del centro hay una importante verdad. Green Oaks está en el mundo pero al mismo tiempo es un reino fuera del mundo real por su especificidad. Aún así tiene zonas ocultas y desconocidas para la mayoría de sus usuarios. También cabe destacar que al ser un reino compartimentado en cada habitáculo de la nave hay historias parecidas, muchas de ellas hastiadas de conformismo. Por eso una de las decisiones de Lisa es la rebelión en toda regla contra el sistema establecido de comportamiento y valoración de lo que es bueno para el individuo.
Para corrobar que Green Oaks tiene su propia historia, Gavin, el personaje más dispar al no tener un complemento amistoso y ser un solitario, recopila todo del lugar desde su fundación. Es el taxonomista del centro comercial. ¿Un nuevo tipo de héroe popular?
No creo. Es una persona bastante mezquina con altos grados de normalidad. Está obsesionado con su lugar de trabajo, quizá pasa más horas vigilando que en la calle Es excéntrico y su fijación por el centro no es prueba de cordura, sino todo lo contrario.
¿Qué nos dices de Kurt?
El compañero de Gavin en la vigilancia es un chico joven con algunas aspiraciones. En la segunda parte de la historia es junto a Lisa el hilo que mueve los acontecimientos.
¿Podemos establecer un paralelismo Kate-Lisa/ Adrian-Kurt?
Podríamos establecerlo, pero entraríamos otra vez en el tema de la desilusión y la pérdida de la inocencia. Puede que si juntamos las piezas de la primera y la segunda parte se establezca una conexión entre personajes con vidas diferentes aunque parecidas.
Otro personaje fundamental es Teresa, la compañera de pupitre de Kate, la única que la entiende en la escuela.
Teresa es la justicia poética del relato. No diré más.
Y así fue. La entrevista concluyó y seguimos charlando un poquito más de su experiencia en España y la rutina de una jornada con periodistas y más periodistas preguntándole sobre su obra. Al salir del hotel, insensato cilindro atómico, la Rambla del Raval respiraba una paz sospechosa. Cuatro policías caminaban por el centro de la avenida con andares soberbios y lentitud de John Wayne antes de desenfundar el revolver. Unos pocos paquistaníes reposaban cabizbajos en los bancos. La calle Hospital me lanzó otra vez al vaivén de rostros anónimos y, sintiéndome fantasma por desconocido, cogí el metro para no perder la memoria de un agradable diálogo sin grabadora que merecía un barrido de la moleskine para que las palabras no se esfumaran como Kate en Green Oaks.
Jordi Corominas i Julián
http://corominasijulian.blogspot.com
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