domingo, 5 de abril de 2009

Las Uvas de la ira: Apuntes on the road en Calidoscopio


Entre todos los caminos que configuran nuestra existencia no hay que desdeñar los recorridos literarios que van formando nuestro gusto pasito a pasito. Hay libros que lees y caen en el saco de la desmemoria; otros permanecen y te dan la sensación de lidiar con gigantes imposibles, inmunes al desafío por su sola grandeza, capaz de englobar con palabras los temas fundamentales de la humanidad, tarea complicada que John Steinbeck alcanza con Las uvas de la ira; su publicación en el trágico año de 1939 fue un evento editorial sin precedentes, quizá el más importante del siglo XX estadounidense. La valentía del californiano sacudió cimientos, ganó premios y se erigió desde el principio en la novela símbolo de la gran depresión, literatura crítica y real para la denuncia y el recuerdo.
Cuando terminé su última frase me sentí agotado. Reflexioné y mi conclusión fue que no tiene ningún sentido escribir un artículo donde vaya desmenuzando la odisea de los Joad. Son tantas las virtudes, tanta la vastedad de la empresa de Steinbeck que limitarse a una forma ensayística tradicional sería propio de cretinos al dar al lector demasiado poco manjar para un plato tan grande, casi inabarcable por muy golosos que seamos. Conviene apuntar y fragmentar. Es la única solución si queremos una mínima comprensión de la importancia de Las uvas de la ira.




I
“Llegó la aurora, pero no el día. En el cielo gris apareció un sol rojo, un débil círculo que daba poca luz, como en el crepúsculo; y conforme avanzaba el día, el anochecer se transformó en oscuridad y el viento silbó y lloriqueó sobre el maíz caído”.


La muerte es una constante. Desde el pistoletazo de salida se cruza en nuestra marcha y nos asfixia. Su primera aparición es la clave de la obra. Los campos darán malas cosechas, la situación cambia y los otrora prósperos campos de Oklahoma han dejado de ser amistosos por varios motivos que Tom Joad desconoce; su irrupción en la trama de la que será emblema viene sellada por un asesinato. Ha pasado 4 años en la cárcel y vuelve a sus orígenes, donde en vez de hallar a su familia se topa con el antiguo predicador del lugar, quien ha perdido su fe y más tarde fallecerá por defender los intereses del pueblo en su lucha contra la injusticia. En este exquisito preludio al viaje hacia el supuesto paraíso se han escenificado tres circunstancias decisivas de pérdida y renovación. El largo periplo hacia California regalará más símbolos funerarios. El abuelo, un hombre al que le cuesta abrocharse el pantalón, no quiere partir y fenecerá a las pocas horas del adiós al hogar. Su óbito comportará una de tantas acciones que en Las uvas de la ira dignifican la unión de la Humanidad. Pese a que enterrar a alguien sin comunicarlo a las autoridades es delito, los presentes en ese tramo de la ruta sepultarán al viejo Joad al considerar que merece reposar como cualquier habitante del planeta.
Cuando el recorrido llegue a su última etapa abandonará el grupo la abuela. Su muerte en la poética de Steinbeck es la concesión de la tierra prometida a los jóvenes que construirán América. Los viejos hicieron su trabajo, toca ceder el testigo para que el país de los mil cambios, que en ese período histórico mutaba siempre más hacia el noroeste en perjuicio del sureste fundacional, recupere brío después de una década desastrosa. La situación reflejada en el libro es previa a la metamorfosis; lo demuestra el no nacimiento de la criatura que esperaba Rose of Sharon, quien pese a ello incrementará su integridad al amamantar a un moribundo con la leche que sus senos conservaban para su retoño.



II“–Yo voy a ahorrar. Y cuando haya ahorrado me iré a la ciudad y me emplearé en un garaje. Voy a vivir en una habitación y a comer en restaurantes. Iré al cine todas las malditas noches. No cuesta demasiado. A ver películas del oeste– sus manos se tensaron sobre el volante”.


La esperanza es lo último que se pierde. Todo la trama se tiñe de su sustancia. La desesperación de partir, de abandonar las raíces, se atenúa ante el optimismo que el mañana tenga un horizonte más nítido. Cada uno de los personajes alberga deseos de mejora que van truncándose a medida que la descarnada realidad les hace abrir los ojos. Conviene resaltar una sensación de pausa. Estamos en plenos años treinta y un cierto imaginario colectivo se ha instalado en la mente de los estadounidenses. Pese al tradicionalismo en algunos aspectos, la boda de Al con una chica a la que apenas conoce pero que tiene la edad justa para casarse, la juventud casi sueña en Technicolor. El automóvil, bandera de la obra al ser el motor que genera el avance, obsesiona y seduce hasta en sus entrañas. El optimismo de la frase que encabeza esta parte es producto de la creación de un ideal de sociedad que la propaganda y la publicidad magnificaron durante los años veinte; vendieron magia a granel y fueron culpables de la extensión del crédito para que los ciudadanos pudiesen ser americanos medios capaces de realizarse a través del consumismo, sutil falacia de felicidad inexistente por las carreteras de la ruta 66, asfalto por donde circulan los héroes de Steinbeck. El sueño es mentira y la promesa de pan y carne es el límite al que aspiran los miles de pobres en busca de una oportunidad fuera de sus Estados. La Guerra alterará el orden y permitirá creer en la opulencia hasta que Vietnam finiquite el tradicional relato de la victoria.




III
“Eso es un crimen que va más allá de la denuncia. Es una desgracia que el llanto no puede simbolizar. Es un fracaso que supera todos nuestros éxitos. La tierra fértil, las rectas hileras de árboles, los robustos troncos y la fruta madura. Y niños agonizando de pelagra deben morir por no poderse obtener un beneficio de una naranja. Y los forenses tienen que rellenar los certificados– murió de desnutrición– porque la comida debe pudrirse, a la fuerza debe pudrirse”.

El realismo literario que incomoda es aquel que, cumpliendo a rajatabla con su esencia, abruma al ser claro y meridiano. La polémica generada en 1940 por la novela de Steinbeck, acrecentada con la versión fílmica de John Ford, se debió a la crudeza del autor al introducir, ¿cómo no iba a hacerlo?, ideas políticas de gran calado. La sinceridad no encaja en lo bienpensante, en los pocos que perjudican a muchos. Si en 2009 los bancos reciben dinero estatal, en 1935 expulsaban a nobles trabajadores de las tierras que siempre cultivaron. Crisis y progreso tecnológico, amado y odiado por los Joad, quienes emigran por la mezquindad de los poderosos y sus efectivos tractores.
En California la historia se repite y se producen varios fenómenos que indican el malestar de la época. La única posibilidad de gestionar bien la supervivencia es unirse en comunidades que se ayuden, grupos humanos entrelazados bien decididos a prescindir del opresor para vivir un ideal que permita felicidad en la pobreza. El campamento del gobierno donde residen los Joad durante una temporada es un edén donde no hay policía oficial y las personas deciden colectivamente. Durante la depresión se pone de relieve que el amor es el único bálsamo ante tanta miseria. Por eso y por desesperación nacieron las Hoovervilles, ciudades surgidas de la nada donde vagabundos y desocupados fundaban su propia civilización ante el desdén de las instituciones.
Estos ejemplos, que en Italia tienen su reverso europeo con las borgatas, indican una voluntad superior que deriva, ante la falta de pan, en lucha social contra los explotadores de las plantaciones. Es curioso observar como en la novela se habla de rojos, malvados comunistas, pesadilla americana dentro de su olla exprés de conspiraciones y verdugos, que con sus acciones pueden arruinar la estabilidad laboral en lugares donde el sueldo varia en función de los intereses privados que controlan, ahogan y aniquilan sólo con su respiro.


IV“Y entonces, de pronto, las máquinas los expulsaron y ellos invadieron las carreteras. El movimiento les hizo cambiar; las carreteras, los campamentos a orillas de los caminos, el temor al hambre, y la misma hambre, les transformaron. Cambiaron porque los niños debían pasarse sin cenar y por estar en constante e incesante movimiento. Eran emigrantes. Y la hostilidad les hizo diferentes, los fundió, los unió: la hostilidad que hacía que en los pequeños pueblos la gente se agrupara y tomara las armas como para rechazar a un invasor, brigadas con mangos de picos, dependientes y tenderos con escopetas, protegiendo el mundo contra su propia gente”.


Esta calidad bíblica de los interludios filosóficos, con esa voz inidentificable que piensa y martillea con precisión quirúrgica, de Las uvas de la ira nos regala un reposo en la narración sin bajarnos del autobús. Son partes de la obra donde la acción se para pero prosigue al obligarnos a meditar sobre el cuerpo que leemos. Pasamos de la efeméride, aunque los Joad sean toda América, a lo global, a la trascendencia. Uno de los puntos calientes que trata el premio Nobel de 1962 es la acogida moral que los habitantes de las prósperas regiones del Oeste dedicaron a sus hermanos caídos en desgracia. Por ser la mayoría de Oklahoma los llamaban okies, más dulce que sudaca. Igual de lamentable. El trato al emigrante, su recepción mental, es un choque de culturas dentro de un mismo universo. Desde los años veinte del siglo pasado California y otros Estados de la costa oeste despegaron al acaparar la mayor parte de las industrias fundamentales del país. Cine, Motor, aeronáutica y petróleo emprendieron una nueva estela que acentuó las diferencias entre los pobladores de la nación. No sólo existían problemas raciales: ahora surgían por presencia o inexistencia de industria.
Si comparáramos décadas y contextos veríamos que el español se queja contra el recién llegado por mucho que recoja naranjas en Valencia. Nos vienen a quitar el trabajo. ¿ Es que lo harás tú? ¿Te pondrás a tocar la tierra para sacar sus frutos? Vergüenza de manipulación. En América el trabajo también era el motivo. No obstante, La ira era por la novedad; el miedo a la invasión llegada de otras fronteras dentro de la misma era, como en España, egoísmo pequeño burgués.


V“Decía que el desierto no servía de nada porque su pedacito de alma no servía, a menos que estuviera con el resto, y estuviera entera. Es curioso lo que recuerdo. Ni siquiera me daba cuenta de que estuviera escuchando. Pero ahora sé que un hombre no sirve de nada si está sólo”.

Antes olvidé una muerte. Tom Joad carga el peso de una en sus espaldas. Tiene que ir con cuidado. Irse de Oklahoma cuando está en libertad bajo palabra es un delito. Le conviene portarse bien. En una ocasión el predicador se ha intercambiado por él para evitar su ingreso en la cárcel. Las tornas han cambiado. Su amigo acaba de ser aporreado hasta el último suspiro por los policías del rancho. Tom, héroe trágico desde su normalidad, no aguanta más y asesina por segunda vez. Su justicia enfrente los opresores es, y lo sabe, el fin de su camino con la familia. Si quieren trabajar no pueden convivir con un perseguido. Durante unos días Tom vive entre la maleza, como un conejo. Su madre le trae comida. Su última conversación es una despedida. Y aquí Steinbeck consigue dentro de tanta gloria literaria un instante de genialidad narrativa incomparable. El principal protagonista de su novela desaparece antes de su finalización. Perdemos su rastro y seguimos con el de su familia. Queda su espíritu, siempre sobrevolando el texto. El lector acaricia las palabras y espera un retorno, que no llega. ¿Qué ha sido de Tom Joad? En 1960 Michelangelo Antonioni hizo desaparecer a Anna en una isla. A nivel narrativo su personaje de L’avventura se convirtió en un molesto espíritu que el tiempo borró de las mentes. La volatilización del protagonista de las Uvas de la ira es de una modernidad asombrosa; no puede alcanzar, es otro medio expresivo, la rotundidad del suicidio del falso muerto de Entr’acte de Francis Picabia y René Clair, pero su trascendencia es mayor por cómo se produce y por el impacto que crea, sublime cota de un monumento de la literatura mundial.


Jordi Corominas i Julián

http://www.panfletocalidoscopio.com/2009/03Marzo/Letras01.html

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