sábado, 21 de noviembre de 2009
Humo hacia el sur: recuperación de las vanguardias latinomericanas en Revista de Letras
Humo hacia el sur: recuperación de las vanguardias latinomericanas por Jordi Corominas i Julián
“Nosotros (…) nos ateníamos a la olla podrida literaria española y americana. Porque, como en la ínsula Barataria, es manjar de canónigos y ricachones”
(Martín Adán, La casa de cartón)
Antes del famoso boom latinoamericano de los sesenta, hubo otro en esas mismas latitudes, quizá más importante por pionero y libertador. La literatura del otro lado del charco decidió integrarse en la veloz modernidad del siglo XX y soltar amarras culturales con la Madre Patria para navegar y descubrir otros horizontes que la transformaron, dándole más brío, estilo y fuerza experimentadora.
Los hombres que propiciaron esta revolución siguen siendo grandes desconocidos. Estos malditos involuntarios vivieron su época bajo el signo de la más profunda incomprensión. Ahora su obra recobra vida mediante Ediciones Barataria y su colección Humo del sur, serie de doce títulos anuales, dos por bimestre, prologados por prestigiosos autores españoles.
Juan Emar abre el baile desde su afán rupturista, corroborado por el origen de su nom de plume. J’en ai marre. Estoy harto. Nacido en Santiago de Chile en 1893, desarrolló su actividad en varios campos de la creación, formando parte del colectivo de artistas plásticos Montparnasse, del que podemos destacar a los hermanos Ortiz de Zárate. En 1917 publicó Torcuato, debut que precedió a un largo silencio, roto en los años treinta, cuando vieron la luz varias novelas breves y el conjunto de cuentos Diez, relatos en los que exhibe un demoledor instinto de fractura en relación al pasado. Emar será ninguneado durante años y morirá en 1964 sin dar a conocer su proyecto más ambicioso, Umbral, novela de cuatro mil páginas dividida en cinco libros, finalmente editada en 1996. Para su presentación en nuestro país la editorial barcelonesa ha optado por Un año, breve texto que glosa el transcurrir de un hombre obsesionado con el número 14 a lo largo de doce meses agitados desde fragmentos y vivencias que pese a su apariencia surrealista hablan con voz certera sobre la realidad y sus fenómenos. Las alegorías fluyen y los significados emergen a medida que avanzan las páginas. La prosa juega y expresa una profunda necesidad de cambio con símbolos que marcan una evolución en el camino a seguir desde que Cristo resbala, se da un fuerte golpe en la nuca y sus clavos aterrizan punzantes en sus piernas. La muerte del hijo de Dios tiene su continuación en el deslizarse de los vocablos, metáfora útil para comprender la honda preocupación de Emar por apartar la ropa vieja y formular con el abecedario nuevos vestidos que en Un año lucen, y no sólo por el lenguaje, guerrero contra el tópico por influencia de Vicente Huidobro. El chileno bebió mucho vanguardismo durante su larga estancia en Paris y ello se nota en ciertas temáticas que van desde el uso de elementos cotidianos de modernidad, su pesadilla con el teléfono y la risa, hasta la plena conciencia de lo únicos y especiales que son los momentos carentes de trascendencia histórica. La rotunda imaginación del autor no le impide escarbar en terrenos filosóficos para apuntalar sus teorías. El bien y el mal son un punto erróneo de partida para comprender lo que nos rodea. Conviene prescindir de maniqueísmos para avanzar y fundirse con la naturaleza o el medio urbano, partes integrantes del devenir humano, totalidad benéfica que debe ser plasmada si se quiere captar una totalidad pura, cosmogonía de la repetitiva rutina y sus accidentes con vistas más allá del horizonte convencional.
Martín Adán o el atrevimiento
Rafael de la Fuente Benavides nació en Lima el 27 de octubre de 1908. Conjugó en su seudónimo una especie de plenitud humana. Martín significa mono en Lima y Adán fue el primer hombre. Con tan sólo veinte años publicó La casa de cartón, novela que en muchos momentos puede recordar a las sinfonías urbanas que tanta fortuna cosecharon en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, tanto en cine como en literatura. Su endiablada prosa penetra en todos los matices de la calle, invadiendo baldosas, balcones, farolas, malecones, asnos y un largo etcétera con una exhuberancia propia de su juventud, que reparte colores a cada paso que da y llena el estilo de una carga lírica que llega al paroxismo en el capítulo Poemas underwood, mezcla de aforismos con toque de greguería, pequeños versos maquillados y una feroz crítica, estéril en más de una ocasión, hacia nombres ilustres de su tiempo, como si la mofa irónica sobre ellos le diera un inexistente plus. La mención a Pirandello, Proust, Joyce, Spengler y otras personalidades parece más bien un pedante e innecesario exorcismo de un autor novel preocupado por no dar la talla y mostrar ante sus compatriotas una cultura excepcional al alcance de muy pocos, alarde de frívola erudición que el conjunto exculpa por brillantez, originalidad y atrevimiento.
No creemos que sea casual la elección de dos novelas donde la desaparición de un amigo articula un discurso tendiente al encuentro de nuevas fórmulas y conocimientos, como si la existencia terrenal, demasiado apagada y conformista, fuera insuficiente para hallar la piedra filosofal válida para derribar los muros de la tradición y avanzar hacia senderos desconocidos que indudablemente beben de Europa y adquieren forma propia desde características locales. Otro aspecto que vincula Un año con La casa de cartón es la insatisfacción del amor, burla de quienes desean iluminaciones metafísicas porque los pies se cansaron de la tierra yerma y aspiran a flechazos metafísicos con vistas al futuro que es su escritura, santa arma decisiva al finiquitar de un difícil plumazo el vetusto edificio colonial y sus anquilosamientos culturales. Trazando la línea de la vanguardia en el continente andino lograron abrir la puerta al prohibido prohibir que abrazara una inmensidad donde fuera posible, y así fue, jugar al psicoanálisis, perseguir viejas, hacer chistes…todo, menos morir.
Un año. Juan Emar. Prólogo de Enrique Vila-Matas
La casa de cartón. Martín Adán. Prólogo de Vicente Luis Mora
Ediciones Barataria (Barcelona, 2009)
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2 comentarios:
Que interesante Jordi, nunca había oído hablar de estos escritores.
Me los descubrió claudia apablaza, editora de la colección,una apasionada de la literatura en todos los sentidos.
Un abrazo
Jordi
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