jueves, 5 de noviembre de 2009
Reivindicación de Giacomo Casanova (Calidoscopio 2006)
Reivindicación de Giacomo Casanova por Jordi Corominas i Julián
En los últimos tiempos se ha reavivado el interés por uno de los personajes más controvertidos y peor conocidos de la edad moderna: Giacomo Casanova, Señor de Seingalt (1725-1798).
Sin embargo, una gran mayoría sigue pensando al veneciano como el gran seductor de la historia europea. No negaremos la sabiduría popular, pero desde estas líneas pretendemos que el lector descubra al verdadero Casanova, el viajero literato, recorrió más de 65000 kilómetros- primer y único bohemio que merece tal nombre y honor.
Por eso resulta denigrante ver como la postmodernidad trata con mediocridad su figura. El último ejemplo es la película Casanova de Lasse Hallström (2005), un filme ignorante donde nuestro protagonista persigue en Venecia su última oportunidad de encontrar el amor verdadero, argumento ridículo para quien sepa algo de las peripecias del autor del Isocameron, algo que no sucede con los libros de los húngaros Miklos Szentkuthy ( A propósito de Casanova, Siruela, 2006) y Sandor Marai ( La amante de Bolzano, Salamandra, 2003), si bien este último prosigue con la eterna visión del hombre seductor y su obsesión femenina.
Para criticarlo, sus detractores han llegado a argumentar que leer las obras del caballero de Seingalt es incurrir en el error de creer a un embaucador profesional, un ser nefando lleno de astucia para manipular la verdad. Puedo decir que he leído su Fuga de los plomos (Alianza editorial, 2003) y La histoire de ma vie (Robert Laffont, 1993) y en estas páginas veo sinceridad y peripecias de un hombre que vivió acorde con su tiempo pese a retratarlo con una inteligencia superior, propia de un hombre del siglo XX; sus descripciones y sus pensamientos se tiñen constantemente de fina ironía y tienen la precisión del fotógrafo. Lo más preocupante es que nos escandalicemos con su libertinaje, típico de una época de máscaras donde el supuesto gran farsante se encargó desde su último retiro- en Dux, Bohemia, como bibliotecario del Conde de Waldstein- de mostrar cual había sido la realidad de un período que acaba con su muerte, pues justo un año después la Serenísima pierde su libertad y Napoleón Bonaparte accede al poder en Francia.
Época que gustamos mencionar como de luces y sombras. Giacomo vivió ambas facetas y se convirtió- como bien observa Ettore Scola en La noche de Varennes (1982)- en defensor de un mosaico decadente que se regeneraba mediante nuevas teselas que no hacían sino, bendita razón la de Marx y Lampedusa, repetir, valga la redundancia, lo repetido con otros ropajes y nuevas terminologías. Casanova fue fiel a sus ideas y nunca cejó en su empeño de descubrir nuevos confines. La conquista femenina no era una excusa masturbatoria compartida como sucede con el mito hispano del Don Juan. El veneciano daba y recibía placer, quería el todo y lo consideraba desde la variedad, por eso se puede llegar a considerar que sus aventuras sexuales fueron un complemento de su camino errante, como el famoso judío de la leyenda, hacia una absorción completa del espacio.
¿Quién puede dudar de sus ansías de conocimiento? Su obsesión por lo paranormal y la alquimia nace con su primer recuerdo, a los ocho años de edad después de una milagrosa curación. Ese elemento mental del pasado es quizá su única lacra, aunque pensándolo bien me gustaría saber cuanta gente de hoy en día no recurre a curanderos y bichos raros para saber más de cualquier cosa. Casanova sufrió condenas por su afición y ellas forjaron parte de su fama; como claro ejemplo tenemos su fuga de la inexpugnable prisión de los plomos en 1755, parte de su mito, aún hay personas que creen que Casanova es un simple personaje literario, hecho que significó la primera despedida forzosa de su ciudad natal, que nunca le acogió con agrado entre sus muros. Nadie es profeta en su tierra, tendríamos que grabarnos la frase para expandir nuestras miras y avanzar hacia un estado superior al que nos brinda la primera bocanada de vida. Casanova llegó a muchas y variadas cortes europeas y siempre estuvo a la altura, pasó de Constantinopla a Londres sin parpadear, pero con la duda incrustada como buen observador racional, e hizo carrera a partir del análisis de los caracteres humanos. ¿Reprochable? Hasta cierto punto. Su cinismo no era de color falocrático- quizá uno de los grandes errores de Federico Fellini, quien odiaba cordialmente al veneciano- sino de una textura más delicada e inteligente, como por otra parte demuestran sus encuentros con personajes del raigambre de Voltaire y Mozart, con quien colaboró en la celebérrima opera Don Giovanni.
Casanova es el exceso humano. El antiguo aspirante a una carrera eclesiástica fue la pluralidad personificada. Fue médico, matemático, violinista, novelista, historiador, poeta, traductor y sobretodo un hombre de cultura anómalo que no escondía su sabiduría bajo el habitual manto de seriedad que se supone han de tener los intelectuales. Su compromiso era con la vida, la propia y la ajena. Sólo un seguidor del conócete a ti mismo del Oráculo de Delfos puede llegar a exprimir así el contacto con la tierra, porque al saber tanto de su persona se convirtió en el más grande conocedorr del alma humana de su tiempo, algo que cuando sucede escandaliza y atemoriza a partes iguales.
En España seguimos siendo profundamente ignorantes de su importancia. En Barcelona, en los años iniciales de la pesadilla franquista, usaron su nombre para salvar la calle Casanova, dedicada al conseller en cap de 1714, de la quema de nomenclaturas del nuevo régimen. El hombre que arguyó tal excusa para salvar un pedacito de historia catalana debió ser la excepción que confirma la regla. Somos uno de los pocos países de Europa que aún no ha traducido las memorias del autoproclamado Señor de Seingalt. En 2006 hemos dado los primeros pasos con la aparición en las librerías de Memorias de España (Espasa), donde se recogen las vivencias de nuestro protagonista en tiempos de Carlos III. Casanova vio una España provinciana sin luz. Su periplo por tierras ibéricas finalizó en una cárcel barcelonesa y nunca más volvió a pisar la Península Ibérica. Ahora repite visita y esperemos que se quede, quizá su riqueza vital y su devoción por la diversidad eviten que caigamos en el marasmo del lento pero implacable progreso hacia el pensamiento único.
Artículo escrito el 22 de abril de 2006
www.calidoscopio.net/2006/05Mayo/Letras03.html
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