lunes, 2 de agosto de 2010

El hilo de Ariadna y los martes al mediodía en Revista de Letras



El hilo de Ariadna y los martes al mediodía por Jordi Corominas i Julián

Estoy en el patio del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. Muchas de sus trabajadoras aprovechan la pausa de mediodía, si es que eso verdaderamente existe, y circulan en fila india por el patio. Sólo les falta bailar la conga del Jaruco, ese que nunca supe quien era. Están animadas y ríen. Una de ellas es guapa y lo sabe. Enciende su cigarrillo, grita de felicidad y resuelve el enigma del laberinto, una serie de placas que proyectan sombras en el suelo y permiten la diversión de visitantes, empleados y hasta, si me apuran, del dichoso Pulpo Paul, estresado tras tanta predicción. Apuro la última calada, entro en el recinto y subo al ascensor. Mi destino es visitar la exposición Por Laberintos, y llego tarde porque las ruedas de prensa son una ruidosa antesala para quien gusta de contemplar las obras en el silencio reflexivo de la soledad observadora. Los comisarios hablan y hablan, y su discurso no disgusta del todo, dan pistas y comentan la importancia simbólica de elementos cotidianos. Hace años este mismo centro organizó una muestra dedicada a la escalera, donde se advertía de su inminente peligro de extinción porque sin ella todo lo que sube seguirá bajando aunque con menos cansancio y más bienestar para las rodillas. Los periodistas no preguntan, están narcotizados por el calor y han enmudecido. La impaciencia no es la madre de la ciencia. Quieren acceder a la exhibición temporal. Nos han prometido que nos perderemos, que nos sentiremos acechados por un inexistente Minotauro en nuestro afán por saber de ese capricho humano para con la forma, recorridos nada tortuosos que suelen construirse por divertimento y una búsqueda filosófica que se resume en sus diseños. Viendo la exposición descubro que hay dos clases de laberintos: unicursales y multicursales. El primer tipo dominó la escena hasta el Renacimiento por, y es una teoría discutible, la certeza humana del monoteísmo de alcanzar un centro, respirar aliviado y buscar la salida, como si en esas dos latitudes se resumiera parte de la inquietud de los hombres durante milenios, como si la síntesis de nuestra especie fuera coronar la subida y emprender el descenso una vez hemos dado con la tecla de lo arcano. Ese centro único en mi opinión viene determinado por una mezcla entre miedo ancestral, Teseo y la bestia encerrada en Cnossos, y la comprensión que al orden absoluto se llega mediante intrincados pasajes que dificultan la tarea de dar con la línea recta, idea que refuerza la explicación religiosa desde una espantosa y autoritaria simplicidad, pues atribuye a nuestro espíritu pobreza e ignorancia, proverbial incapacidad para tomar las riendas y creer en una pluralidad que sí se produce en el segundo formato de estos endiablados artefactos. Los laberintos multicursales proponen varias alternativas, si bien ello no impide que todas las rutas terminen en un punto muerto. ¿Todas? No, siempre hay una posibilidad de escapar a la tela de araña y sonreír al superar los obstáculos. Esta propuesta consiguió fortuna a partir de 1420, cuando la confianza en nuestras capacidades se amplió y empezamos a contemplar que el infinito era poco por la abundancia de opciones, crisol que amplió el campo científico y propulsó una firme creencia en el hombre como ser válido para resolver las cuestiones que nos atenazan tras deambular, curiosear y conocer paseando por un abanico de parajes que enriquecen la solución.

Una ausencia remarcable: la ciudad como supremo laberinto

Circulo por Grecia. Me enseñan monedas, teatros, cerámicas y vasos con elementos taurinos. Red Bull te da alas. De vez en cuando topo con la típica modernez sin la que una exposición así no podría ser presentada. Las obras de artistas contemporáneos complementan toda la investigación abocada hacia lo clásico. Quedo deslumbrado con la sala de espejos y en el cerebro aparece La dama de Shangai y un encargo en un centro de informático donde había mucho cristal antes de la puerta de ingreso. Juego, no me disparan y me aburro a la espera de penetrar en la última sala, una instalación donde se reproducen algunos fragmentos de memorables películas que han usado el laberinto como base resolutoria. Las imágenes tardan en cargarse y salgo hacia la calle con la cabeza repleta de dudas. Me ha gustado lo que he visto, pero noto un tremendo error que la noche me recuerda cuando me siento al lado del Señor Rovira i Trias en la plaza que lleva su nombre y contemplo su propuesta de Ensanche para Barcelona. Este arquitecto decimonónico eligió una trama radial de clara influencia parisina. Por aquel entonces este tipo de estructura esclarecía la maleza urbana y permitía con sus largas avenidas solventar con rapidez hipotéticos alzamientos populares. Allons enfants de la patrie. Sin embargo, lo que destaca del trazado es el casco antiguo, laberíntico, enmarañado y caótico, batiburrillo de calles que desde su desorden van hilando una lógica sólo aprehendida por quien pone sus pies en la tierra y camina para entender como acortar distancias y hacer de ese despropósito una armonía transitable en un periquete si se tiene tino e inteligencia para esquivar la trampa de esta incongruencia con cuerpo propio forjado por los siglos y las necesidades de cada época.



Al final ya saben cómo terminó la historia. Madrid dijo a la princesa catalana que el Pla Cerdà era mejor y en 1855 los barceloneses se extasiaron por el derribo de la muralla y la epifanía de la racionalidad futurista con anchas avenidas diseñadas para no perderse y moverse sin el atropello de la incertidumbre. Aún así, pese al deseo de conferir placidez al desenfreno, todo municipio sigue siendo un laberinto. Lo compruebo al pensar en Gracia, que antes de ser anexionada por la capital catalana fue la octava ciudad de España y tiene una estructura cerrada donde cualquier forastero pasará las de Caín para orientarse por culpa de cambios constantes en el nomenclátor, callejones sin salida, diabólicas transformaciones del mapa y una cuadrícula enclaustrada en cada uno de los puntos cardinales, quizá por eso los que frecuentamos ese magnífico lugar hablamos de Barcelona como Can Fanga, porque bajar al centro es un sacrificio tras ser hipnotizados por ese baluarte sin muros palpables donde uno es prisionero del sentido y los sentimientos que cada rincón contagia, malvado néctar que bebemos con la conciencia de hallar un espacio donde las salidas no son importantes porque privilegiamos su interior. Asimismo influye otro factor fundamental que los organizadores de la muestra del CCCB han desdeñado. Hace un par de años escribí unos versos premonitorios. El cigarrillo de entrada a la ciudad es mero miedo al laberinto. La urbe es el máximo exponente de confusión en su trazado al enmarcarse en una posición fija que se metamorfosea constantemente desde un doble ámbito físico y humano. De lo primero podrían informarnos los residentes en las megalópolis que van dominando el panorama desde mediados de los años setenta del novecientos, extensiones de terreno donde el horizonte es quimera y la contaminación oculta los colores, nosotros, que desfilan en sus quehaceres cotidianos, pagando una factura, quedando con amigos o acudiendo a un centro de estética porque toca gastar el sueldo en bobadas. Los habitantes de las ciudades son la llave que acciona el monstruo del embrollo lo convierten en algo fascinante. Fuentes, casas, pasos de cebra, peleas, la música del segundo piso, amores, piruletas, jardineros, prostitutas, hijos de puta, usureros, propaganda comercial, camiones de la basura, policías colocados, una mirada, jóvenes de cháchara, viejas cosiendo, niños con pelotas. Keep your eyes on the road. La angustia de Teseo se cubría del vacío de la espera, del congelamiento del respiro a la espera del encuentro con el Minotauro, algo que para nosotros puede llenarse en cada esquina con una oportunidad para sorprendernos. Let it roll all night long. Quizá por eso siempre que el reloj me lo concede camino para ir de Pinto a Valdemoro y así desafiar la aplicación de la relativa monotonía del transporte público y deslumbrarme mientras paseo y la vida me regala con sus dones la descomposición de lo que debería estar escrito y me resisto a aceptar, como cuando entro en un badulaque y me topo con un amigo y terminamos bebiendo cervezas y comiendo cerezas hasta las tantas, o cuando emprendo la ruta hacia una cita y una discusión entre dos señoras aplaza la puntualidad por amor a lo casual. Matar las fichas del aburrimiento es sencillo y no tiene nada que ver con la imaginación. Basta con aficionarse a la realidad y besarla cada día.

Posdata: Mi mente se empecina en añadir a la mujer como laberinto y paragonarlo a la urbe, sí, pero ese ya es otro relato y estamos en verano, así que salid a la calle, tomadla como un mapa desorientado y disfrutaréis.

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