jueves, 5 de agosto de 2010
Matemática Beatle V en Panfleto Calidoscopio
Matemática Beatle V por Jordi Corominas i Julián.
“After Brian died, we collapsed. Paul took over and supposedly led us. But what is leading us,when we went round in circles? We broke up then. That was the disintegration.” John Lennon, entrevista concedida a Rolling Stone, diciembre de 1970.
“From my point of view, it is the only place to be, really. For every human, it is a quest to find the answer as to Why are we here? Who I am? Where Did I come from? Where am I going? That, to me, became the only important thing in my life. Everything else is secondary. There is no alternative". George Harrison sobre el viaje a Rishikesh, India, febrero de 1968.
“It’s a controlled weirdness, a kind of western communism. We want to help people but without doing it like a charity. We always had to go to the big men on our knees and touch our forelocks and say, Please can we do so and so...? We’re in the happy position of not needing any more money, so for the first time the bosses aren’t in it for a profit". Paul McCartney sobre Apple en el Tonight Show de la CBS, 12 de mayo de 1968.
El Sgt. Pepper supuso un indudable antes y después en la trayectoria de The Beatles. Los meses encerrados en Abbey Road y la gran ambición del álbum, auténtico manifiesto de los años sesenta, convirtieron al cuarteto de Liverpool, que de la noche a la mañana mutó de entretenimiento comercial a fenómeno artístico vanguardista tanto por contenido como por actitud. Los buenos muchachos condecorados por su majestad se habían quitado la careta mostrando todo su potencial, se sintieron libres al estar fuera de los focos públicos y sorprendieron una vez más a un mundo en constante transformación, donde ya no era posible la unión intergeneracional acaecida entre 1962 y 1966. Las canciones, los atuendos y las proclamas indicaban una ruptura que la Historia fechó en mayo del 68, en esas idealizadas barricadas de París y el prohibido prohibir. La lucha empezó antes desde una vertiente artística que se volvió combativa mediante algunos caballos de batalla que enfrentaban a los mayores con la generación de las flores. En este sentido cabe remarcar como el conjunto se implicó en los meses posteriores a la salida de su emblemático Lp en varias actividades centradas en defender determinado consumo de drogas. El veinticuatro de julio de 1967 The times publicó un manifiesto firmado por un nutrido grupo de personalidades británicas donde se arremetía contra la ley antimarihuana. Paul McCartney instigó a sus compañeros y a Brian Epstein a pagar las mil ochocientas libras que costó publicar el texto en el periódico, erigiéndose como adalid de la causa al declarar el 19 de junio ante las cámaras de la BBC que había consumido LSD, dejando bien claro al periodista que le entrevistó las consecuencias de difundir sus palabras porque cualquier cosa Beatle era un reclamo para los más jóvenes. El consumo de estupefacientes es una decisión personal, como también lo fue en su momento la opción por la meditación trascendental que llevaría a nuestros protagonistas a la India para aprender junto al complejo Maharishi, un individuo pleno de luces y sombras. El verdadero problema de la época posterior al Pepper radicaba en la transformación y aceptación de la nueva imagen. Tras el fin de las giras se acabó el ser peleles mediáticos, graciosos y risueños. Cada uno de los miembros de la banda vio un horizonte creativo e individual más rico, con rutas abiertas que permitían un crecimiento infinito. Asumieron con naturalidad el papel de portavoces generacionales y expresaron sin tapujos sus puntos de vista, siendo coherentes porque su teoría se practicaba en armonía, con el único defecto de ensalzar la burbuja y no contemplar su fragilidad, porque al fin y al cabo ser valiente y lanzarse al arduo ruedo siempre conlleva la doble presión del yo y el colectivo, bestia con suma facilidad para la crítica. La unión indestructible se consolidó hasta alcanzar el cenit, preludio de unos nubarrones que oscurecerían un cielo demasiado límpido, tanto que cuando estalló la tormenta nadie quedó a salvo de su ira.
Inercia y confianza absoluta: excesiva indisciplina mental
Ian MacDonald juzga el fin del apogeo musical Beatle tras la finalización del Pepper. Su idea viene argumentada por la relajación del horario de estudio, donde eran los reyes y podían grabar cuando se les antojara, algo que hacían con frecuencia, siempre siguiendo sus comentarios, porque su valoración de su propia obra estaba condicionada por el consumo de drogas, lo que les hizo indulgentes al creer, como luego corroboraría la factoría Apple, en la sencillez del acto creativo, al abasto de cualquier mortal. El criterio del fallecido musicólogo tiene partes de razón. Es innegable la inyección de infalibilidad que supuso despojarse de la máscara y exhibir autenticidad a raudales. El veinticinco de abril de 1967 Abbey Road volvió a recibir la visita de sus hijos predilectos. Paul McCartney volvía de un viaje por Estados Unidos y, como casi siempre, llegaba con una nueva idea. Se trataba de recuperar a través de una película la vieja tradición de los mistery tour, recorridos en autobús donde los pasajeros iban a ciegas, desconociendo su destino. La propuesta gustó y la canción que dio título a la película más experimental del cuarteto se terminó en tres divertidas sesiones. Era una buena pieza de inicio, con agitación, movimiento, términos clave y un final pianístico que abría el misterio, la incertidumbre que rodea toda aventura. El filme no se rodó hasta septiembre, pero tras registrar su tema emblema la energía seguía inalterable, y entre el tres de mayo y el ocho de junio de 1967 se gestaron otras cuatro canciones de las que sólo una se consideró óptima para su publicación inmediata. Baby you’re a rich man mezclaba una letra de felicidad hippie con un bajo estrepitoso que dominaba la melodía, lo que será constante a lo largo de la última fase del conjunto, con McCartney llevando las riendas con su exuberante hiperactividad, desmedida para quienes querían un respiro y no podían seguirle el ritmo. Al mismo tiempo Paul se dejaba contagiar por el aire de diversión que empapaba las actividades del grupo, lanzado en la experimentación y sin límites, pues de otro modo no sería explicable que los restantes títulos de esos 35 días fueran tan dispares entre sí. All together now es carne de estadio de fútbol, cántico goliardo de animación a las cuatro de la mañana, un disparate que después se maquilló al cerrar el filme Yellow Submarine con graciosas imágenes de los cuatro. It’s all too much es el himno del verano del amor de Harrison, canción que engancha por su ritmo celebrativo y los instrumentos de viento anunciando una fiesta de transformación lisérgica, mientras You Know my name (look up the number) es un brillante juego lennoniano sacado de un listín telefónico. La composición evolucionó hasta una textura entre el humor Goon y el music hall, contando con la participación de Brian Jones en el saxo. Todas estas invenciones, incluidas en posteriores trabajos, recibieron su colofón el veinticinco de junio en Our World, evento mundial que congregó a más de cuatrocientos millones de espectadores delante del televisor para ver cómo The Beatles tejían una melodía del amor con All you need is love. La policromía, múltiples caras conocidas y un tema pegajoso, con autocrítica incluida, dotaron a ese instante de una magia especial. Love is all you need. Era un verdadero clímax, antesala inocente de unos veinteañeros que no tocarían en el mítico festival de Monterrey aun mandando su apoyo, antesala cargada de ingenuidad que terminaría con brusquedad al pisar Harrison el paraíso hippie de Haight Ashbury en San Francisco y comprobar que las reacciones histéricas en su presencia eran la norma. Nada nuevo bajo el sol por mucho que ellos, amados en todo el orbe, quisieran marcar tendencia y promulgar las virtudes de la comunidad yendo a Grecia hacia finales de julio, gobernada por una dictadura fascista, para calibrar si era viable comprar la Isla de Leslos e instalar cuatro residencias y un estudio de grabación, utopía hippie valorada en noventa mil esterlinas, desechada quizá por lo británico de los ídolos del momento y el alud de compromisos a realizar en Londres, con una agenda que iba desde un encuentro fotográfico con Richard Avedon hasta la colaboración de Paul y John en los coros de We love you de The Rolling Stones. Los príncipes del pop vivían un esplendor sobrenatural al que sólo le faltaba plena aplicación, una purga que remediara sus contradicciones y les confiriera pureza mental. Creyeron hallarla el veinticuatro de agosto en el Hotel Hilton asistiendo a una conferencia del Maharishi Mahesh Yogi, un santón hindú que llevaba más de diez años dando vueltas por el mundo mientras fundaba centenares de establecimientos dedicados a la meditación trascendental. Al día siguiente, tan entusiasmados estaban con la perspectiva de iluminarse, subieron a un tren para concurrir en Bangor, Gales, a un seminario del maestro. El veintisiete de agosto una llamada telefónica truncó el sueño: Brian Epstein había muerto de una sobredosis accidental en su apartamento del lujoso barrio de Belgravia.
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