domingo, 22 de agosto de 2010

Lamentaciones de un prepucio de Shalom Auslander en Revista de Letras


Las imágenes no representan el contenido real: “Lamentaciones de un prepucio” de Shalom Auslander
Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 19.08.10


Lamentaciones de un prepucio. Shalom Auslander
Traducción de Damià Alou
Blackie Books (Barcelona, 2010)


Siempre que reseño un libro me gusta buscar las imágenes que ilustren el artículo. Hace cinco minutos entré en Google Images y tecleé “lamentaciones”. El automatismo de nuestros tiempos es desesperante. El ingenio no pensó en judíos, tiene mente calenturienta y me enchufó una soporífera batería de fotos de Lady Gaga. ¡No! Estoy cabreado y si me apuran me enfado y no respiro. Pues bien, mi berrinche es mínimo en comparación con la tortura cotidiana que sufre Shalom Auslander, autor de un libro idóneo para devorar en una tumbona mientras cavilas si el sol te fastidia o bajan las temperaturas el jueves. Eso no es nada. Ponte en el pellejo del pobre Shalom, trasládate a su hogar neoyorquino. Sí, es super cool, como también lo es llevar birrete, dejarse patillas y barba, sobre todo ahora que está de moda. Los hebreos como precursores, hippies dos mil años antes de Woodstock, donde actualmente reside Auslander, quien a lo largo de las páginas de su obra lanza un largo e hilarante llanto sobre su origen y el peso que supone para desarrollar una existencia normal.

Naces en un hogar y esperas que todo vaya sobre ruedas porque tus padres te adoran y se preocuparán de tu bienestar. Cierto. ¿Quién lo duda? El problema es si además del clan tienes que convivir con las reglas marcadas por un ente invisible terrorífico que a la mínima que corrompas sus mandamientos intentará atentar contra tu integridad. Cuando eres pequeño poco puedes hacer. Tus figuras referenciales procuran educarte en la tradición y asumes a rajatabla sus palabras. Te alimentan, te visten y hasta te arropan. Un lujo. Sin embargo, de todos es sabido que el niño es por naturaleza un ser preguntón, y aún lo es más si tiene sangre de los herederos de Moisés, Abraham, Isaac, Jacob y esa serie de nombres trasnochados. Auslander intuye desde su más tierna infancia que no conviene entrometerse mucho con el creador, pero no puede evitar transgredir el orden aun acatándolo bajo un poderoso miedo, como si sus acciones fueran a ser juzgadas desde arriba sin solución de continuidad. En la escuela empolla y comprueba la inutilidad de acumular datos para satisfacer al todopoderoso y a su léxico compuesto para complicar la vida al personal. El gran salto acaecerá en la adolescencia, traca letal donde las tentaciones se acumularán en el crecimiento que implica conocer la realidad, aceptarla y gozarla como mandan los cánones para cualquier ser humano que no sea idiota. Comer guarradas. Fumar porros. Masturbarse. Consumir porno en la virginidad. Robar en hipermercados. Fantástico, salvo por la moralidad atenazada por esa amenazante sombra llamada Dios, un capullo preparado para fastidiarnos sin miramientos. Lo único bueno es que el birrete confiere inviolabilidad policial. Dan ganas de tirar los primeros discos de George Harrison a la basura.

Lo corrosivo de la existencia: crear nuestras propias normas para reflotar el barco.




Lamentaciones de un prepucio nace de una necesidad de confrontar dos existencias. El autor será padre de un hijo. Maldita sea. ¿Le cortamos el prepucio? Eso significa acatar lo eterno y sucumbir a su manto, o eso parece. Recuerden: las imágenes no representan el contenido real. Mientras el tempo retrasa el nacimiento del retoño, la obra autobiográfica se divide en breves disertaciones del presente que derivan hacia el recuerdo del pasado y sus claves que desenmascaran al judaísmo como una disparatada fe que, como la mayoría, prefiere atar en corto a sus creyentes bajo el simulacro de la libertad lograda mediante el supremo esfuerzo de seguir lo estipulado. Sufre y verás la luz. No menciones a Hitler ni en broma. No blasfemes. No te acerques a los perritos calientes o recibirás puniciones indescriptibles. Como podéis imaginar el joven Auslander se harta, pero en su hastío está acompañado del Señor, esa bestia capaz de matar a Moisés a las puertas de la tierra prometida por golpear una roca tiempo ha, ese tipo infame que te exigirá respetar el (black) Sabbath con sus tropecientasmil reglamentaciones para ser bien visto en la comunidad. Aun así hasta el altísimo se contradice y es, menos en Canarias y Cataluña, toreable. Si un día vulneras su tabla sagrada puedes enmendarlo al siguiente. Auslander le añade mordiente porque vive la cuestión con rechazo, rebelde con causa con un ligero punto estúpido al perpetrar sus bobadas contra una presencia metafísica con la que discute sin recibir respuesta. Eso provoca en su comportamiento la voluntad de desquicio que intenta enmendar con leves expiaciones surrealistas, como cuando quema revistas porno y husmea en la habitación de sus padres para encontrar juguetes eróticos. Otro ejemplo de la extraña mentalidad judía sería su brote religioso en Jerusalén, donde muchas familias norteamericanas mandan a sus hijos para ver si adoptan el recto, no piensen mal, camino hacia la paz del rabino. La capital de Israel es el muro de las lamentaciones y una cárcel psicológica, antro antiguo donde es fácil sugestionar para imponer los designios divinos hasta para ligarse a una chica. El retorno, tras muchas dudas, a la gran manzana aportará algunos de las situaciones más absurdas de las peripecias del narrador, exiliado en un sótano mientras ahorra dinero para un descapotable velando muertos, lo que le dará una inestimable sapiencia geográfica del tanatorio hebraico. La redención, como comprenderán, llegará con el amor, perfectamente controlable por la secta, porque esa es la sensación que da el conjunto, a través de rabinos amigos de otros rabinos. Cruzamos el charco, recabamos noticias y ya sabemos si la niña que gusta a nuestro hijo es de buena familia. Y eso sin internet.

El escepticismo elevado a la máxima potencia: vive y deja vivir.



Cuando viví en Roma me gustaba mucho pasear por su bimilenario Ghetto y distraerme observando a las señoras que se sentaban al lado de su casa para tomar el aire y cotillear sin necesidad de encender el televisor para encabritarse con Belén Esteban. A pocos metros de su reposo estaba el Portico di Ottavia y el Teatro di Marcello, ruinas ornadas con una placa que recordaba la salvajada nazi consentida por el Papa Pío XII, quien toleró el desalojo del Ghetto y el traslado de la mayor parte de sus habitantes a los campos de exterminio. Nuestra concepción del asunto judío viene determinada por el Holocausto, muralla que asimismo impide, aunque cada vez menos, que nuestra rabia se dispare con las canalladas del Estado de Israel. Politizamos la visión de un pueblo sin penetrar en su interior. Nos podría ayudar Sigmund Freud con eso de la importancia de los primeros años de una vida para comprender cómo evoluciona un ser humano el resto de sus días, algo que se complica sobremanera si eres hijo de la estrella de David, pues con tantas trabas y exigencias el mundo se limita a un suplicio donde antes de actuar urge el interrogante para verificar si es posible hacer eso o lo otro, con la reducción que ello conlleva. Siempre nos quedará el placer de ver cómo nuestros herederos pueden escoger. Auslander ha escrito un libro solvente, entretenido y útil porque de manera socarrona consigue motivar al lector y proporcionarle las piezas para cerrar infinitos enigmas. Sólo lamentamos que aún siga creyendo en Dios, pero ya se sabe, nadie es perfecto.

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