viernes, 17 de septiembre de 2010
Historia de dos ciudades y sus andares en mi sección "Irse al otro barrio" de Bcn Week
Historia de dos ciudades y sus andares by Jordi Corominas i Julián
Cada vez visito más Madrid. Cuando era pequeño la odiaba, seguramente porque nuestra educación pública más que unir separa desde su absurda pátina nacionalista, y por eso es una suerte crecer y darse cuenta de lo que vale un peine. La capital del reino, que esperemos en breve sea República, tiene de todo como en botica. Cada saludo a su suelo es descubrir maravillas desconocidas que embargan mi ánimo y lo llenan de una alegría intensa que siempre depara un nuevo ingrediente. Sí, está la noche con sus alcoholes, sonrisas, abrazos, miradas, personajes, besos y desmanes, pero cuando luce el sol sé que puedo deleitarme con otras riquezas nacidas por el carácter de los habitantes de la Villa, risueños y siempre dispuestos a entablar conversación con desconocidos por la extraña conciencia de una paridad entre humanos, todo lo contrario que en Barcelona, donde pisando el Paseo de Gracia siento el horror de la velocidad y pienso en el pánico que le entraría a Baudelaire al comprobar que mis conciudadanos son huraños, carentes del suficiente ánimo para romper con las convenciones e intentar una sociabilidad que les granjearía la simpatía de los recién llegados, hombres y mujeres que suelen alegrarme el día cuando dicen aquello de no pareces catalán, expresión de hondo significado, porque cuando llegas sin nada en los bolsillos de la amistad clamas comunicación. Estas dos actitudes simbolizan las diferencias de las divas españolas, enfrentadas por la Historia en una lucha de cartón piedra que el balompié expresa para mayor regocijo de la ociosa sociedad que nos ha tocado sufrir, Barça versus Madrid para crispar ánimos y ocultar esquizofrenias que la política y el tenebroso pasado de la piel de toro enhebran en una continuidad lastimosa que aleja la máxima de los polos opuestos se atraen.
El lunes por la mañana pasee en solitario por la Calle Carretas, una de mis favoritas del centro. Observaba el ambiente y noté sin mucha dificultad como las personas charlaban de sus cosas, sí, pero siempre con ojo avizor ante lo anómalo y lo sublime, firmes en su paso, pendientes de cualquier bache del camino por la innata curiosidad humana, útil para soltar un comentario divertido e integrarse en el magma urbano. Pocas horas después aterricé en la Ciudad Condal y me citaron para una reunión. Cogí el metro y al salir a la superficie me desesperé por la lentitud de los pies, tortugas desprovistas de ojos en el cogote, mentes ensimismadas en la nada que impedían mi avance, como si con su silencioso caminar defendieran una anónima muralla que aun lucho por descrifar. De repente surgió una asociación, un símil futbolístico. El Real Madrid es un equipo que en su actual configuración se distingue por su pegada, lo que implica simplicidad en el juego y efectividad máxima, algo parecido al caminar de los madrileños, que no se andan con tonterías y van directos al grano cuando transitan por sus avenidas, todo lo contrario que los Barceloneses, directos pero, ya habéis comprobado mi desdicha, irrespetuosos por una insólita habilidad en bloquear el progreso de otros transeúntes. Quizá por eso el Barça es una escuadra espectacular que destaca por el toque rápido, como si de este modo los jugadores azulgrana evitaran el slalom que los socios de la entidad inventan cuando se topan con otros individuos en la Calle Pelayo o en las escaleras del underground, donde pese a la norma no escrita de habilitar dos carriles, uno para los estáticos y otro para los que tienen prisa, a veces resulta un drama sortear obstáculos y llegar a la cima. Por eso los chicos de Guardiola tienen a un Messi, hombre genial que tanto en Verdaguer como en las Gaunas sabe cuando colocar el regate justo que anule el previsible aburrimiento de los contrarios y los transporte a una dimensión donde la lentitud no tiene lugar, universo destinado a catapultar la magia que aniquile la mediocridad de ahorrar en zapatos, filigrana que muchos practicamos en nuestro día a día con el mismo estilo ignorando la supuesta elegancia de Cristiano Ronaldo, un tipo que, como los madrileños, te mira directamente y más o menos indica que hará en el siguiente movimiento, bailarín sincero al que le falta la sutileza de su odiado argentino, joven que con su guante blanco se hermana con Barcelona y le pide más clase para mayor comodidad del colectivo.
Ilustración: Nil Bartolozzi
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