lunes, 20 de septiembre de 2010
Paul McCartney de John Ames Carlin en Revista de Letras
En la tierra media de la bibliografía Beatle: Paul McCartney de John Ames Carlin por Jordi Corominas i Julián
John Ames Carlin, Paul McCartney, Barcelona, Viceversa, 2010
Traducción de Martín Rodríguez-Courel
Las biografías no autorizadas suelen ser escabrosos engendros destinados a escarbar en la mugre de sus protagonistas. Otra posibilidad, cada vez más presente en nuestro catálogo editorial, es que su autor opte por una investigación donde varias tesis articulen el discurso. Es el caso de Paul McCartney. Peter Ames Carlin analiza la vida del bajista de The Beatles desde una óptica oscilante entre amables matices y críticas que no rebasan una imaginaria línea de riesgo, disparando con cautela, neutral pese a las tentaciones destructivas que en algún momento se intuyen, lo que es positivo al permitir que el lector saque sus conclusiones. El trabajo del periodista norteamericano no pretende ser una Biblia, sino más bien un digno cuaderno de bitácora donde aprender a navegar por los vericuetos de sesenta y ocho años inagotables, únicos por la hiperactividad de su objeto de estudio, un músico obsesionado por no estar solo, como si la prematura muerte de su madre le hubiese obligado mentalmente a buscar otra persona para rendir al máximo de sus posibilidades.
Paul McCartney nació en Liverpool el 18 de junio de 1942. Hijo de clase obrera, fue afortunado al tener una familia preocupada por educar a sus hijos para construirles un futuro más halagüeño desde valores norteños como el trabajo o el mantenerse fiel a unos principios. El compositor de Eleanor Rigby fue un niño extrovertido y observador que sacaba buenas notas en la escuela, donde disfrutaba con las clases de literatura inglesa y mataba las horas muertas desarrollando un notable talento para el dibujo. Sin embargo se avecinaba la tragedia en forma de cáncer. Su madre Mary, una enfermera que contribuía copiosamente a los ingresos del hogar, falleció en 1956 y Paul cayó en la lógica depresión que apaciguaría con el Rock and Roll. Elvis. Buddy Holly. Little Richard. Los libros académicos quedaron esquinados por la guitarra y Radio Luxemburgo. La música lo transportaba a una felicidad que llenaba todo, animándole a esforzarse para aprender los acordes y hasta para soñar con escribir sus propias canciones. El seis de julio de 1957 los astros convergieron. Era la fiesta del barrio de Woolton y los exteriores de la iglesia de Saint Peter acogían conciertos juveniles. Cuando llegó el turno de los Quarrymen, Paul fijó su atención en el cantante, un chico desgarbado que improvisaba la letra y desprendía carisma pese a no tocar de maravilla. Era John Lennon. Su amigo en común Iván Vaughan hizo de maestro de ceremonias y McCartney, siempre con el don de cazar al vuelo buenas vibraciones, se presentó a quien marcaría su existencia interpretando con su guitarra Twenty flight rock. Lennon quedó impresionado y decidió reclutarlo para la banda. Hicieron migas y, sin saberlo, cimentaron una unión que desde su diversidad los asemejaba. Si uno era impulsivo, anárquico, lenguaraz y diestro, el otro era calculador, ordenado, diplomático y zurdo. Su simbiosis se hizo irrompible cuando Julia, la madre de Lennon, murió atropellada en 1958. Esa luctuosa coincidencia fue un vínculo de comprensión para paliar la pérdida compartida. Eran siameses que se entendían a la perfección, pero para acometer su deseo de ir más allá necesitaban más compañeros de calidad. El tercer hombre es George Harrison, a quien Paul conoció en el autobús 86. Era el pequeñajo. Poco importaba. Tocaba la guitarra mejor que nadie y fue incorporado. Ya tenemos la base de donde surge la imperiosa búsqueda de bolos, el interés por componer canciones, las deserciones, Pete Best, Hamburgo, los primeros amoríos, el sexo desenfrenado las anchetas para soportar largas sesiones, los exis, el retorno a Liverpool, la idolatría local, The Cavern, Brian Epstein, la fallida audición de Decca, Ringo y el contrato con EMI de la mano de George Martin. Estamos en 1962 y el libro ha tratado estos asuntos a ritmo de vértigo y con una escritura que no quiere caer en la frialdad del ensayo riguroso mediante un cierto lenguaje juvenil que no estorba, aunque no lo echaríamos en falta. Asimismo Ames Carlin sabe administrar el tempo del relato y pone miguitas útiles para plasmar rasgos de la personalidad de McCartney, a quien el autor considera, ya desde su adolescencia, maníaco del control, amante de su oficio, entusiasta del espectáculo, inquieto por naturaleza y suave manipulador. Estas características saldrán a relucir especialmente en su etapa Beatle, bien trazada al ser abordada como una evolución constante hasta que se cierra un ciclo. El veinteañero que aterriza en Londres tiene una innata curiosidad. Se ennovia con la joven actriz Jane Asher y reside en casa de su familia durante dos años y medio en los que se relaciona con lo más granado de la atmosfera cultural del swinging London, aficionándose a otras artes y haciendo sus pinitos en el cine y la música experimental. Junto a sus compañeros de grupo surca nuevos confines que combinan junto a las giras, siempre más numerosas y agobiantes porque ni siquiera se oyen en el escenario por culpa de la histeria del público. Los estudios de Abbey Road se transforman en el patio de recreo de la modernidad con cuatro tipos instalados en la cima del mundo que en vez de conformarse apuestan por asentarse como músicos rompiendo con los parámetros habituales del show-bussiness. Abandonan el directo en 1966, aunque desde Rubber Soul centraban sus esfuerzos en ir más allá, portavoces generacionales, creadores de un pop-rock que trascendía géneros y los reconvertía con pasmosa facilidad. Desde Revolver John reconoció que Paul estaba creciendo como la espuma tanto a nivel musical como compositivo y la situación se consolidó durante la lenta disolución del conjunto que, como ocurre en la mayoría de la bibliografía Beatle, se explica sucintamente, quizá porque el autor prefiere con acierto dedicarse a sorprendernos con algunos datos insólitos como la posibilidad de añadir un fondo electrónico a Yesterday o la idea de hacer una película con el Sgt. Pepper’s en la que participaran directores del calibre de Fellini, Visconti o Antonioni, genialidades de McCartney, quien en esa época era el hombre con más energía del planeta en su empeño de pensar portadas únicas, canciones de todo tipo, bajos impagables, imaginar filmes, montar Apple, ir con mujeres y divertirse junto a John, Ringo y George, lo que sucedió hasta que las aguas se enrarecieron por un cúmulo de circunstancias. Sí, está Yoko Ono, y también Linda Eastman, disputas económicas, las sesiones de Get back, las adicciones de Lennon, la madurez de Harrison, reafirmaciones de estilos individuales y un extraño hastío que terminó con la magia, no sin antes registrar obras maestras que culminan con el Medley de la cara B de Abbey Road, donde McCartney cierra el telón con una doble suite melódica de altos vuelos que resumía la historia del cuarteto y preludiaba el difícil porvenir. And in the end the love you take is equal that the love you make. John y Paul se distanciaron por muchos motivos y el divorcio, silenciado durante meses, estalló en septiembre de 1969 tras mutuos reproches. Lennon dictó sentencia y McCartney esperó durante meses un replanteamiento en la imprevisible mente de su socio que permitiera mantener el sueño. Se retiró junto a Linda, quien desde ese instante ejercerá de nueva pareja vital del músico, a una granja de Escocia, sumergiéndose en una indigencia de rico hundido en la miseria psicológica, bebiendo, fumando y, finalmente, recuperándose para grabar, tocando él todos los instrumentos, un disco en su casa con una consola de 4 pistas. Salió el diez de abril de 1970 y en una entrevista adjunta se comunicaba el punto y final de The Beatles.
El segundo McCartney: desmintiendo, a medias, mitos.
En realidad la nota no era tan contundente, dejaba abierta la puerta, pero dio igual porque la prensa buscaba grandes titulares. Paul, el último en bajar de la nave, fue acusado de dinamitar un bien universal, y así fue en parte durante décadas, pues el asesinato de John Lennon en 1980, no hizo sino engrandecer la figura de su partenaire compositivo, elevado a los altares por actitud, rebeldía y dejar, sucede desde Aquiles, un bonito cadáver. La acción de Mark David Chapman hizo olvidar lo prolíficos que fueron los años setenta para el compositor de Penny Lane. Ames Carlin se preocupa por intentar dar una válida visión de contexto, y se agradecen sus interpretaciones de los álbumes, pero sobre todo su descripción de la metamorfosis maquillada de nada ha pasado que supone el paso de un grupo insuperable a el reto de no perder comba desde otras coordenadas, pues Paul quiso mantener la idea del conjunto a través de la familia y Wings, elementos que ya no eran un acicate competitivo, sino un instalarse en la comodidad de ser jefe, comandante y general del rebaño. La ausencia de sana rivalidad fue paliada a ojos del mundo por el amor a Linda, y era cierto, si bien el músico siguió preocupándose por exprimir el limón y progresar con cada trabajo, encontrándose y redescubriéndose con una banda a la fuga que más bien era un séquito del matrimonio, víctima de su imitación a John y Yoko. Al fin y al cabo el pulso competitivo, el espejo, siempre era su amigo con el que se enfrentó agriamente, se reconcilió y se alejó. Les separaba el océano y dos concepciones distintas de los treinta. Paul y su calma agitada; John y su furia previa a ser amo de casa. Uno se mantuvo en la brecha y el otro se retiró del ruido hasta resucitar con Double Fantasy y recibir un balazo. Hasta ese momento McCartney era el Beatle en la brecha, el hombre que llevaba veinte años acumulando números uno y elaborando un proyecto que de lo colectivo saltó, por los conocidos imperativos del guión, a lo individual, con sus éxitos y altibajos, era una referencia que el edificio Dakota oscureció el ocho de diciembre de 1980.
Se salta de diez en diez. Llegan los ochenta y la desaparición de Lennon es otro bache, el caos inesperado que cierra un año donde le han detenido en Japón por posesión de marihuana y ha disuelto Wings. Se recicla, padece por cómo sigue haciendo lo que le gusta, vuelve al regazo de George Martin, experimenta, dirige una película, recibe pleitos de los otros Beatles, sigue destacando en las listas y descansa de los conciertos hasta 1989, cuando se inicia su postrer fase que sintetiza y aúna las anteriores por recuperación del espíritu Beatle tanto en conciertos como a nivel de perpetuar el mito con el reencuentro de los tres supervivientes en los noventa. McCartney sigue gozando de popularidad y es apreciado tanto en lo alto como en lo bajo. Es Sir, activista, showman, compositor de música clásica y pop, pintor, poeta, reciente divorciado y parece no querer frenarse en un hasta que el cuerpo aguante que por una vez le ve solo, sin John, Linda ni Heather Mills, asentado en una vorágine que es sinónimo de su energía.
A la espera de Many years from now: Las carencias del Beatlebook en España
A lo largo del siglo XXI se han ido editando en España obras generales sobre el conjunto de Liverpool y las carreras por separado de sus integrantes, libros que no pretenden ser exhaustivos, sino ser guías que impulsen a ampliar información en volúmenes más especializados. En este sentido la biografía escrita por Peter Ames Carlin se ubica en la tierra media, pues no es La morsa era Ringo, una extraordinaria introducción a The Beatles mediante 101 anécdotas, ni John Lennon de Philip Norman, que aspira a lo definitivo. Como toda bibliografía ensayística, la dedicada a los Fabfour tiene diversos niveles. Piano piano si va lontano. El lector con mínimos conocimientos sobre McCartney se entretendrá con la obra y una vez la termine tendrá ganas de más. Quien haya devorado Many years from now de Barry Miles, biografía oficial de Paul, o Revolution in the head de Ian MacDonald revisará los datos que aporta el periodista de The Oregonian y asentirá con la cabeza satisfecho de sus conocimientos; sólo algunas minúsculas parcelas saciarán su afán de novedad. No tienen derecho a quejarse. El libro publicado por Viceversa llena un hueco y abre el camino para que vayan subiéndose peldaños. Take a sad song and make it better.
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