sábado, 11 de septiembre de 2010
Mi diálogo con Boris Pahor en Revista de Letras
Diálogo con Boris Pahor, por Jordi Corominas i Julián
Por Jordi Corominas i Julián | Entrevistas | 3.09.10
Me aturde pensar que ese día salté del crimen local en la radio al crimen universal con Boris Pahor (Trieste, 1913), autor de Necrópolis (Anagrama), obra donde narra su experiencia en los campos de prisioneros nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Llego pronto a la cita y me divierto observando a una periodista sin la más mínima idea de italiano. Mientras tanto pienso sobre lo asombroso del futuro diálogo con un hombre con el que me separan 67 años y ha vivido como protagonista el horror de la Europa de la primera mitad del siglo XX. Cuando la chica apaga su grabadora y se despide, dispongo la mía encima de la mesa del hall del hotel y pienso en el respeto que me inspira la figura del resistente que sigue rezumando vitalidad a través de su potente timbre de voz, determinado como lo fueron las respuestas que les ofrezco a continuación.
Usted nació en Trieste, ciudad babélica de lengua y culturas.
Antes de la Primera Guerra Mundial era la más bella Babel, los que empezaron a arruinar la vida de Trieste fueron los irredentisti italianos un poco antes, en 1880. Quisieron reivindicar su ciudadanía italiana y eran una minoría, porque la Trieste económica y ciudadana navegaba en otros mares, no estaba por esas cuestiones, quería mantener una independencia ajena al nacionalismo.
Además la misma historia literaria de la ciudad, con nombres como Italo Svevo y James Joyce, ya muestra este espíritu abierto contrario a la uniformidad.
Sí, pero por aquel entonces el problema ya estaba presente. Recuerde que Svevo se llamaba Hector Schmitz, era casi alemán. Le convenía ser Svevo por culpa del irredentismo, demasiado influyente. Joyce es distinto, y se desilusionó de la ciudad cuando retornó en 1918, ya no era la misma, se había roto su esencia. Durante la época austrohúngara Trieste era una ciudad agradable para los eslovenos, no éramos minoría, la urbe estaba al nivel de Maribor o Ljubljana y los austriacos querían construir la universidad eslovena. El mar abría los espíritus y facilitaba la coexistencia entre naciones, siempre armoniosa. Había una enorme sinagoga hebrea, iglesias griegas, negocios germanos, comercio serbio…Los eslovenos teníamos barcas, comerciábamos y los checos nos ayudaron hasta a construir la casa de cultura eslovena, que por desgracia ardió en 1920.
¿Es 1920 la encrucijada que inicia la persecución de los eslovenos en Trieste?
Desgraciadamente ésta es una historia desconocida tanto para Europa como para Italia. Hay muchos italianos cultos que no conocen nuestra resistencia. Tras la Segunda Guerra Mundial luchamos por recuperar el territorio italiano que era esloveno. El problema triestino fue de alcance internacional. ¿Sería para Italia o Yugoslavia? Sabíamos que Churchill y los aliados no hubiesen consentido una Trieste eslava por el factor comunista. El consejo de seguridad de la ONU tampoco podía tolerar un Adriático con marina soviética. Lo dieron a Italia y nos dieron una pequeña salida marítima en Istria. Eslovenia ha sido muy maltratada por los italianos durante más de un cuarto de siglo, y no sólo a nivel de identidad nacional, querían y lograron liquidar nuestra personalidad en todos los sentidos.
Yendo a las cuestiones que aborda en su libro me parece muy interesante su reflexión centrada en que los campos de concentración no fueron un problema hebreo, sino europeo. Al fin y al cabo esta condición hermana el universo concentracionario con la situación de Trieste, dos Babeles que prueban, desde situaciones diametralmente opuestas, lo absurdo del nacionalismo, un invento nacido de una necesidad represora.
No soy el único que lo piensa. El personalismo cristiano francés encarnado por Jacques Maritain dice que es necesario diferenciar entre conciencia nacional y nacionalismo. La primera es muy normal: fidelidad a los antepasados y a la cultura que nos dieron. Es una idea contraria al individualismo porque desea la unidad de la familia, mientras que el nacionalismo implica un sentimiento de superioridad y dominación, cuando quieres conquistar a los demás. Hoy se habla de terminar con el nacionalismo y aceptar la globalización. Muy bien, pero permanecer fieles a una identidad nacional no es nacionalismo. No hay ninguna necesidad de eliminar las comunidades nacionales. La globalización es un poco como el internacionalismo comunista, que también quería ver desaparecer las naciones. Lo mismo sucede con las lenguas, testimonios de lo que somos, destruirlas es una soberana estupidez. Si uno es esloveno y quiere seguir siéndolo debe amar la lengua esté donde esté.
¿Cuándo decide escribir Necrópolis?
Tras la conclusión de la guerra estuve en Bergen-Belsen, no en el campo, y me mandaron un año y medio a un sanatorio francés por problemas pulmonares. Antes caminé kilómetros hasta llegar a París. Volví a Trieste en la Navidad de 1946, me doctoré en Filosofía y letras a finales de 1947 y ya en 1948 publiqué una compilación de relatos donde hablaba de mi experiencia en los campos.
¿El libro se publica en 1967, verdad?
Sí, veinte años después. Pasé una jornada solo en el campo de Natzweiler-Struhof, que había visitado previamente en 1956. Fue en esa segunda visita cuando me vino la idea. ¿Por qué no escribir un libro sobre mis vivencias en varios campos? Busqué la triple unidad de lugar, espacio y tiempo. Es un libro especial porque además de hablar de todos los campos lo hice desde mi experiencia.
Desde mi punto de vista es diferente a otros libros sobre el fenómeno que tratan más la gran tragedia, y en cambio usted se centra en pequeños detalles que son un radiografía de los campos sin insistir en el dolor, que se sobreentiende.
Espero haberlo logrado. Hace poco entendí que mi libro necesitaba una introducción. Mi libro habla de los campos de trabajo donde fueron condenados los anti-nazis que llevaban el triángulo rojo. Hace una semana estuve en París para ver un documental sobre el libro y lo han titulado así, El triángulo rojo, el símbolo de los resistentes contra el nazismo, no se debe confundir con los hebreos de Auschwitz, hombres inocentes, no como nosotros, culpables por actividades de oposición. Éramos resistentes.
El único punto en común entre Auschwitz y su campo es que en ambos recintos se buscaba la muerte del preso mediante el trabajo. Arbeit macht frei.
Trabajar hasta la extenuación. Tuve la suerte de ejercer mi labor en interiores, sin pisar la nieve ni empaparme de lluvia con ese vestido que era como cartón. Era enfermero, eso me salvó.
Y al trabajar como enfermero creo que usted explica en el libro que al ver tanta muerte terminó siendo insensible a la misma.
Sí, y es algo horrible, una pesadilla. Uno puede habituarse a cualquier cosa. Al principio, cuando te quitan todo y te dan los pantalones y la chaqueta, te sientes nulo, pero como enfermero la posición era diferente. Primo Levi nos llamaba eminentes y nos condenaba porque no íbamos a la mina, nuestra labor era ligera, sin excavar ni cargar piedras pensando en la hora de la menestra. Gracias a Dios viví otro tipo de sufrimiento.
De todos modos padeció y adquirió mayor conciencia del horror.
Sí, y también sentí mucha impotencia. Había un médico noruego que sabía de los movimientos de los alemanes en el frente. Ese doctor era una personalidad en su país y me impresionaba. Hablábamos en un alemán de andar por casa. Ambos lo aprendimos en el colegio y eso nos ayudó. En mi caso era contrario a aprenderlo, pero luego me resultó de gran ayuda aunque en Trieste me detuvieron y llegaron a maniatarme en una silla.
Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial uno de sus compañeros de reclusión publicó un libro donde proponía masacrar a todos los alemanes.
El libro se llamaba N&N, Nacht und nebel, noche y niebla. Se equivocaba, no solucionas nada actuando como tus enemigos. Los alemanes se arrepienten de lo sucedido. En abril estuve en el campo de Dora-Mittelbau donde se construían las V-1 en las galerías subterráneas. Las construían deportados y también las saboteaban, lo que costó muchas muertes. Hoy no se habla de ese campo porque Wernher Von Braun trabajó mucho y bien para los Estados Unidos, por eso casi nadie conoce su existencia.
Me hablaba de su visita al campo…
Este año el discurso lo pronunció el vicepresidente del parlamento alemán y en todo momento se disculpó por las brutalidades de la guerra. Otra vez en Bergen-Belsen el político habló de la necesidad de pensar cada día en los errores del pasado. La actitud alemana es totalmente contraria a la italiana. También existieron campos italianos.
La clase política italiana es especialista en esconder las partes más oscuras de la Historia patria.
Y eso nos afecta a los eslovenos. Ahora hay un día que recuerda los muertos del diez de febrero de 1945 en Trieste, pero olvidan sin muchas complicaciones todas las fechorías del fascismo con nuestra nación.
En mi opinión el gran error de Europa como nación es que la mayoría de los países del Viejo Mundo ocultan las zonas más lóbregas de su Historia. En el caso español se hace la vista gorda cuando se habla de de derogar la ley de amnistía de 1977 y sobre todo la derecha, aunque también los socialistas, creen que es mejor no tocar el pasado.
En Italia todos quieren silenciar el pasado, hasta el PD (ndlr: Partito Democratico), que dice representar a la gente de izquierda. ¿Entonces por qué creas estos absurdos días conmemorativos? A veces me enervo porque sigue existiendo esa mentalidad de la grande nación versus la pequeña, como si los muertos de la primera fueran más importantes. En el caso italiano hay mucha hipocresía, pues ellos empezaron la guerra con Hitler, luego, tras el armisticio de 1943, las tornas cambiaron y al tener los aliados en casa echaron a Mussolini el 25 de julio de 1943. Sí, tuvieron partisanos pero eso no implica esconder todas las barbaridades que perpetraron los fascistas, y eso el PD lo obvia. En 1965 se creó una comisión histórica italo-eslovena encargada de revisar la historia de las relaciones entre ambos países desde 1880 a la fecha del acuerdo. Trabajamos siete años en esa misión y sólo se publicó la parte eslovena, la italiana quedó en el cajón, cerrado con llave porque se avergüenzan y son incapaces de aceptar sus pecados. Los estudiantes deben conocer los errores de sus abuelos. Los franceses continúan esforzándose en entender el por qué hubo disputas con los alemanes. Recientemente, pues soy Caballero de la Legión de Honor, recibí una revista del ministerio de la guerra donde se analizaba al pormenor la relación entre Alemania y Francia en 1914 para entender la evolución de los dimes y diretes entre ambos países, mientras los italianos siguen creyéndose superiores y nos ven a los eslovenos como pobres desgraciados, siguen siendo racistas.
España e Italia son países enfermos porque al esconder su pasado no pueden construir su presente.
No se han reconciliado con su Historia y quien no se reconcilia y da luz a su pasado no puede avanzar con garantías hacia el futuro.
Seguimos hablando de cómo la Historia la escriben los vencedores y durante unos minutos proseguimos la charla comentando la importancia de los dialectos en Italia. Pahor tiene una energía de otro siglo, una fuerza que se extinguirá y nos dejará más huérfanos, sin duda. Recuerdo conversaciones con amigos cuando tenía veinte años. El catalán es un dialecto. No. Sí. No. Politiqueos de sobremesa. El casi centenario esloveno cree que cualquier dialecto es una lengua por sus características especiales porque cree en la diversidad absoluta, y eso, en un mundo siempre más abocado a la unicidad para el control, es un tesoro demasiado valioso.
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Boris Pahor,
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