miércoles, 3 de marzo de 2010

La calma y el mirar en Panfleto Calidoscopio




Vértigo de W.G. Sebald

Por Jordi Corominas i Julián




“Como es sabido, Inglaterra es una isla aparte. Si se quiere ir a Inglaterra se necesita un día entero”. Ernst Herbeck.

Este texto tiene tres historias interiores y un homenaje. A finales de 2002, justo cuando terminaba mi licenciatura en Humanidades, entré en La Central. Entre los destacados del mes lucía amarillento Austerlitz de W.G. Sebald. Unas semanas después estaba harto, sin saberlo, de mi estrechez de miras para con el niño de la portada y el recuerdo napoleónico. El alud de críticas positivas y las consideraciones de muchos escritores sobre la aclamada novela ejercían en mí un rechazo por exceso de aceptación, como si su éxito fuese una moda pasajera insana, lobotomía de fin de semana en el desierto por culpa de un accidente automovilístico, muerte al rico reclamo comercial de encumbrar por morbosa materia mortuoria.

Un buen día el ciclón desapareció y mi cartera se puso a dieta. Compré la falsa contienda y se produjo el hechizo. A mis 24 años Austerlitz fue una revelación. Durante largo tiempo devoré sus páginas con lentitud, deseando que nunca terminaran. El punto y final me sumergió en una especie de letargo cerebral donde el recuerdo de esas líneas sin apenas párrafos recorría mis sinapsis dándoles una alegría de crecimiento complementada por las fotografías y la maravillosa prosa poética de Sebald, un autor que más que frases encadena una continuidad narrativa en forma de río léxico-reflexivo engendrado entre paseos, historia y un viajar físico e interior en dirección fija a Europa desde múltiples ángulos que emergen mediante el noble acto de pasear, pues hasta en el estatismo de la pausa se tiene la sensación de avanzar con pies y mente hacia el constante caminar de una conciencia excepcional.
Mi pasión fue agrandándose. La ausencia en el mercado español, salvo unas pésimas primeras ediciones en Debate, del corpus narrativo del alemán me llevó a bucear por Internet y adquirirlo en francés. Leer en una lengua que conoces pero que no es tuya completamente es un ejercicio de pasión y autoengaño, más que nada al alterarse la noción básica de comprensión, que todo lo capta sin percibirlo igual. Sin embargo, mi experiencia gala fue fructífera y me permitió hallar la explicación por qué Enrique Vila-Matas tituló Doctor Pasavento su última novela antes de la atendida Dublinesca. El barcelonés había leído Vértigo con esmero, encantándose con una publicidad de 1913: Dottore Pesavento. Specialista. Bocca. Denti. Estrazione senza dolore. Dentiere senza Palato. Dos clásicos modernos hermanados en un juego que reafirma la literatura como un único libro, agua distribuida desde un mismo caudal que se reinterpreta nutriéndose de sus inextinguibles elementos.


Un lustro es mucho, demasiado. Las horas vuelan y lo largo deviene corto en suspiros. 2010. Anagrama presenta una nueva traducción de Vértigo. Revisitarloen castellano es una experiencia que traspasa la mera barrera bibliófila y se instala en la senda personal de entender las metamorfosis de nuestro ego, sorprendido por la clarividencia de una tinta ya catada con anterioridad. Mis impresiones no han dado ningún vuelco, sólo han evolucionado tras superar una dura prueba. El lector no avezado en la prosa de Sebald puede padecer graves problemas por la intensidad del texto tanto en estilo como en contenido. La vorágine que generan los enlaces y los escasos respiros transporta hacia una dimensión donde las ideas se suceden a un ritmo, nunca mejor dicho, vertiginoso y desconcertante por la naturalidad de las meditaciones, contundentes caricias casi imposibles de captar en su totalidad para quien se estrena en estas lides.




Vértigo y el encadenamiento de la casualidad:
precisas coincidencias para reforzar la memoria

La repetición mejora y es el perfecto pasaporte para la auténtica percepción de detalles caídos en el debut. Abro la traducción de Carmen Gómez García y sonrío al encontrar en la línea de salida al viejo amigo Stendhal en plena juventud bélica ascendiendo el San Bernardo junto a treinta y seis mil almas guiadas por Bonaparte. Sus anotaciones y bocetos introducen con irónica seriedad documental, algo típico en el autor de Los emigrados, los temas fundamentales del volumen. Henry Beyle dio nombre a un famoso mal de belleza superlativa. Se enamoraba del arte hasta el límite, y en ocasiones el deseo de conservar lo observado se obtenía mediante la compra de una postal con poderes eternizantes. ¿Obvio? No. Lo vivido se desfigura a través de la reproducción, poderosa y canalla, vencedora en la lucha de la memoria al imponerse al verdadero recuerdo. Esta deformación es una traición personal causada por la manía de añadir y desconfiar de nuestras posibilidades mnemotécnicas. Creemos en demasía que acumular es victoria, y la existencia tiene mecanismos que favorecen la ligereza de equipaje, máxime si nos hallamos fuera de hábitats conocidos y queremos saborear lo inédito sin trabas. El lamento stendhaliano se corresponde a la imbecilidad contemporánea de la fotografía como registro de lo que fue, monstruosidad canceladora de los cinco sentidos, sepultados en un pozo sin fondo que transmite fuit hic y despersonalización absoluta, aunque Sebald aprovecha la circunstancia para darle la vuelta y engendrar un mapa inverso que del ornamento barroco navega hacia el retorno al origen. El hombre del siglo XXI se atiborra de medicamentos que, con toda probabilidad, agravan su salud. El genial creador de espejos que ponemos en el camino cocinó lo mejor de su cosecha entre 1829 y 1842 aquejado de síntomas sifilíticos empeorados por la ingesta de medicamentos con alto grado de toxicidad. Ese suplemento le acercó a la guadaña al redundar en el fallo de manipular un cuerpo hasta hacerlo irreconocible. Murió en la actual calle Danielle-Casanova, anécdota que Sebald usa en su provecho en el siguiente tramo de la novela, All’estero, una de las cumbres literarias de los últimos veinticinco años. El narrador irrumpe como protagonista. Es un ser solo, en cierto modo desgraciado en su vagar delirante donde cree ver a Dante en Viena, ciudad donde no pretende encontrarse con nadie pese a mencionar el vacío de llamar en vano a varios números de teléfono. El autista que circula por el Viejo Mundo es culto y parece sentir un ambiguo temor reverencial que aplaca en sus raros momentos junto a viejos amigos internados en sanatorios mentales, trastornados símbolo del malestar de todo un continente que ha perdido la atención por la calma y el mirar, valores expresados en el transportarse sin velocidad del protagonista, a quien empezamos a entender en Venecia. Sus coordenadas se entrelazan con las del gran Giacomo Casanova pionero entre pioneros en el laberinto de la modernidad, héroe burlador del plomo del palacio ducal de la Serenísima, fugado de lujo esa noche de todos los Santos de 1756. 224 años después Sebald está en el lugar de los hechos y registra la efeméride en la agenda, modo de exprimir su operación de libertad en las válvulas que mueven su materia gris. Lo importante –pese a ser un artefacto sin máscara, sincero y honesto en sus ardides– no es rememorar, sino vivir y dar cuenta de lo imprevisto para activar partículas que fundan el presente con el pasado para así tener una línea recta de la que todos somos partícipes. Europa. La travesía transalpina inyecta dosis de pistas, nombres y situaciones presentes por una intencionalidad clara de no dejar ningún cabo suelto y aunar las pequeñas migajas en una intrincada construcción formal con hondo contenido conceptual. Por eso urge regresar siete años después, para que el rompecabezas pueda completarse y las piezas adquieran sentido. Por eso la huida de esa Pizzeria en Verona, Ludwig y la violencia insensata. Por eso desviaciones en la ruta y reposos en moradas con gentiles italianas de anhelo y despedida hasta nunca. Tierras kafkaianas en el horizonte. 1913 desde Sciascia y los periódicos que con su barita mágica abocan, por instantes, al protagonista a desplazarse al tiempo cronológica que obsesiona su mente para luego aceptar que la máquina del tiempo no existe y ceder el protagonismo a Franz Kafka y su viaje a un sanatorio de Riva. La repetición es sutil y elegante. El mítico checoslovaco marcha por los mismos sitios que Sebald, y hasta el meollo de sus vivencias es un calco de lo leído en All’estero, entre la chica de la pensión y el alemán. En este caso la lírica alcanza altas cotas con lo intangible de la mujer del agua y ese amor perdido por no darse direcciones ni nombres, como si el anonimato pudiese preservar una pureza que defendemos pero siempre queremos derribar. La única diferencia radica en las desapariciones. En 1913 un suicida. En 1987 un pasaporte. En ambas coyunturas una firma resolvió la cuestión.

La historia como protagonista: doblez que busca unidad
Podemos concluir que el doble domina. Los paralelismos tienden a converger y propician la unidad que, como ya dijimos hace escasas páginas, se aprehende volviendo al origen. El círculo vicioso es redentor. Los cambios del pueblo natal son trayectorias, progreso aniquilador de viejas reliquias mentales. Sentarse en una mesa conocida décadas después de la última vez es recapitular y diseccionar. Caballos locos, bares sofisticados que arruinan muchedumbres rurales. Elencos de catástrofes perdidas en la noche de los tiempos y conservadas en manuales académicos como advertencia. El final es menos árido, una sinfonía que, contenta con el sudor de la frente tras la batalla de ideas, con un tono cotidiano de abandono hacia Inglaterra, isla donde Sebald residió más de la mitad de su vida, geografía compartida que le tendió un puente-vínculo del que tenemos mucho que aprender más allá de las letras.


3 comentarios:

Dr.J dijo...

He llegado a su entrada buscando Doctor Pasavento y Dottore Pesavento, realmente ¿Vila Matas ha llegado a reconocer el préstamo? porque creo que en su reciente Dublinesca el protagonista se llama Riva, y esto empieza ya a ser empalagoso. A mí Austerlitz también me deslumbró, pero Vértigo me parece muy inferior, al cabo es una obra de "juventud" puesto que para los escritores esa condición se expande hasta los 60 que Sebald, por desgracia no llegó a cumplir. Sin embargo con Vila-Matas no he superado esa aprensión que decías de la unanimidad crítica, me aburre. Claro que muchos dicen que Sebald es uniformemente triste y yo no lo encuentro tal (Kafka me parece un escritor cómico).
Enhorabuena y una consulta ¿cómo funcionan las traducciones de Sebald al catalán? Vale, Dr.J

Jordi dijo...

J, en su momento me reconoció el préstamo y no creo qeu se desiga. Lo de la tristeza y la unanimidad es muuuy relativo. No tengo ni idea de las traducciones de Sebald al catalán, aunque creo que la de Austerlitz recibió buenos comentarios. Gracias por tu comentario

Dr.J dijo...

Gracias a tí por la celeridad. Decía que la tristeza y lo "kafkiano" me dan un poco de risa porque en diez días he padecido: un retraso de mes y medio en una cita médica ya concertada, en la panadería no hay pan, en el suministrador de canales por cable no hay canales, en el banco no tienen dinero, messenger no funciona, mi suministrador de conexión a Internet no cubre Outlook Express, Word 07 ni Norton... en fin, beatus ille que tenían problemillas austrohúngaros.