miércoles, 28 de julio de 2010

El silencio de las puertas cerradas en mi sección Irse al otro barrio de Bcn Week


El silencio de las puertas cerradas

by Jordi Corominas i Julián


Una de las experiencias más hermosas del arte de pasear es hacerlo solo en un sentido totalitario, cuando las calles se han vaciado y unos pocos reductos sobreviven al ritmo que teje la ciudad con su sinfonía colectiva. Cuando era adolescente decidí salir un martes a la aventura del desconocimiento en un viaje iniciático imprevisible. Cerré la puerta de casa. Era medianoche y Barcelona vivía de su resaca post-olímpica siendo todavía una urbe del siglo XX , con un cierto toque folklórico que lo neoconservador ha sepultado para siempre. Recuerdo caminar por la avenida Gaudí envuelto en un silencio sepulcral, virar hacia la Diagonal, acariciar el Arco de Triunfo y sentir que las luces eran las reinas porque muchos dormían y los demás permanecían en el anonimato. Lo divertido de la efeméride es que iba a tientas, ignorante absoluto del nomenclátor, desorientado por falta de referentes visuales. A medida que transcurren las décadas nuestra experiencia se amplía y el espacio se agranda. Cuando alcancé plaza Cataluña me sorprendí al ver cómo unos pocos turistas jugaban al fútbol. Eran las tres de la madrugada y chutaban incólumes, sin ningún tipo de amenaza municipal, gritando libres entre estatuas y estrellas. Observé el panorama y descendí la Rambla, que aún mantenía sus señas de identidad.

Cerca del Liceu me abordó una prostituta. Era rubia, tenía bigote y seguramente algo colgando entre las piernas. Le dije que no y proseguí mi marcha hasta Marina por inercia, pensando que la fiesta era infinita y nada podía cerrar los locales de esa antigua zona industrial. A las cinco opté por coger el metro y abrazar mis sábanas como expediente de reposo antes del instituto. Funcionó, y aprendí la lección del goce que significa sentirse pequeño por la gracia de los edificios y el aura urbana, reina poderosa que oculta muchos misterios cuando brilla la luna y Morfeo campa a sus anchas por lógica horaria.

Por aquel entonces mi relación con bares, discotecas y otros garitos era escasa, de novato sin grandes aspiraciones ociosas. Tres lustros después tengo una opinión formada y varias preguntas, tormentos con interrogantes imposibles de resolver por culpa de llaves, respetos y pudores.

¿Qué hay detrás de todas esas puertas cerradas a cal y canto?

A nuestro paso somos vírgenes para con los portales por normas de convivencia y el malestar de asumir esos pequeños ruidos contrarios a la ausencia de sonido. No penetramos los accesos y aceptamos la energía de balcones cargados de música y risas, fiestas privadas que llegamos a intuir por ese resquicio violador de la privacidad. Las voces retumban, pero hay muchas más que abandonaron la fiesta. La poética del bar huérfano de clientes es fascinante. El otro día pasé por delante del punto ciego, un tugurio de Gracia que cerró casi por decreto. Tenía dos plantas y en la segunda era aconsejable acomodarse sin prejuicios. El vicio y la perversión eran la ley omnímoda, selecta clausura de la que sólo queda un triste candado y una obscena pintada que alienta al consumo de cocaína. ¿Cómo debe ser su interior? ¿Se acumulan las telarañas? ¿Acude alguien a limpiar el antro?

Las tres es la hora bruja. Te doy cinco minutos más, no quiero multas. Venga, toma un vaso de plástico. Hasta luego. Fregonas danzando, ojos rojos. Cuando los camareros abandonan sus puestos de trabajo dan pie a fallecimientos temporales, como cuando éramos niños y pensábamos que las ocho horas de sueño eran morir para renacer. Las cuatro paredes respiran y el extractor carbura. Los insectos pululan y los olores impregnan maderas y logos de diseño. Esa existencia de la nada es una de las grandes bases poéticas del universo al marcar un grado diferencial muy potente entre interior y exterior desde una tenebrosa premisa que la leyenda ama romper para activar nuestra fantasía; de otro modo es imposible entender las maledicencias que tantos arrojan sobre el tramo comprendido entre Drassanes y el obelisco de la Diagonal. Los sótanos de Barcelona, pues antes la burguesía prefería el entresuelo al ático, como territorio de orgías y depravación, sexo de lujo y refinamientos erótico-festivos. Este ejemplo es un botón del traje, plagado de recovecos porque cada habitación contiene en su esencia el don de la posibilidad. Lo bueno de sus barreras prohibidas es constatar que la ciudad siempre será una balsa de imaginación donde navegar y perderse, porque por mucho que crezcamos debemos mantener la inocencia que nos permite ser malvados.

Dibuixos: Nil Bartolozzi // bartolozzinil.blogspot.com

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Constatado, eres un hombre tan simpatico como polivalente, tan pronto escribes algo que me hace sentir un cosquilleo por el cuerpo al leerlo, como me haces reir viendo hacer tu performance, como tenemos una pequeña conversación en la que no te percatas de mi malvado humor de una noche de excesos, me alegro de haber tenido la oportunidad de conocerte, de leerte y de verte, espero poder volver a hacerlo, un saludo.

Jordi dijo...

Gracias por tus palabras, pero desde mi polivalencia aun no tengo dones oraculares, así que no puedo averiguar tu identidad leyéndote, por lo que agradecería que la desvelaras. un abrazo